Espejismo
Luis Martínez
De nueve expediciones
Soneto IX
Y la fuerza de este siglo
quedará atrás, como mi imaginación.
Se olvidarán de mi energía,
seré ya un viejo inútil.
Y los hijos, mis libros,
olvidarán que fueron mi motor.
El polvo adornará sus hojas, monótonas.
Y moriré como ellos; sin frutos.
Pero no pienso matar el tiempo,
ni recobrar los instantes;
tan sólo espero la noche.
Pero no quiero guardar recuerdos,
ni donar los lienzos;
tan sólo espero la muerte.
Equis
En pañales de colores intensos
leo esto que llaman desierto.
Digiero ciertas frases incompresibles
pero no puedo, por más que quiera, mostrarles
dónde se encuentran sus significados.
Sería como señalarles en el Edén el pecado
nacido bajo hombre y mujer, desnudos.
Camino con esa sensación de fracaso,
de impotencia al no saber ya qué hacer.
El escritor me sopla unas ideas
que se pierden en el círculo de las olas,
en donde la armonía vuela lejos de este pueblo.
Pero él, consciente del resultado, camina paso
abajo, con su maleta llena, atrapado en este lecho.
El fluir de la mañana mata
lo que conduce a la caña.
Y la humedad del fruto dulce,
el embuste disfrazado de verdad,
llueven sobre todo lo arado, todo lo humano.
Pero, si es cierto, yo no puedo hacer más
que describir o abrir estas letras muertas.
Veinticuatro revoluciones
La magia de una mirada,
el espacio de una risa,
un segundo de tiempo,
el color de lo profundo,
los ojos y su universo,
el cañaveral de una sonrisa,
lo tierno de una caricia
y la concentración del sol,
los detalles del instante,
el amor,
la palabra cuestionar,
el verso preguntar,
los labios provocativos,
los deseos vivos,
la seguridad,
una luna pequeña en la noche,
lo amargo con azúcar,
el caminar de una doncella,
el hablar de una princesa,
el cuerpo de una sirena,
el bailar de una reina,
y la cueva, en tu boca, se ve oscura.
Y llora por ti.
Y no por mí.