Dos poemas
Francisco Arias Solís
Una vaga tristeza
He soñado contigo hacia la madrugada
y el amor que me hería aprovechando el sueño
me ha despertado cuando el alba en los balcones
se paraba lo mismo que un pájaro perdido.
Tú no sabrás qué sueño me despertó en la noche
ni por qué misteriosos paisajes fuimos juntos.
No sabrás nunca el grave encanto que hacia el alba
me despertó a la vida otra vez suspirando.
¿Pues quién sabe por qué extraños caminos
sin que sepamos nada puede ir el amor?
¿Quién sabe por qué tiernos senderos todavía?
¿Quién sabe por qué prados ni por qué primaveras?
La lluvia azota mis cristales. (Son las siete.)
Tal vez te haga pasar la mañana en tu casa.
Piensa que yo he mirado largamente la sierra
y que he dicho tu nombre casi sin darme cuenta.
Y después he sentido una vaga tristeza
al ver sobre las verdes montañas y sus árboles
la belleza sombría de la luna y el viento,
una tristeza no demasiado grande,
casi risueña, casi alegre, inexpresable,
pero tan íntima y aguda que los días
no me podrán curar con sus cielos azules
de su encanto suave y agridulce,
oh amor, oh amargo amor, amor perdido,
siempre amor, siempre amargo y ya perdido,
oh amor amargo como el olor de las palmiras,
oh amor perdido que amo todavía...
Las lejanas palomas de la paz
Coleccionaba mariposas,
y quiso coleccionar el aire.
Quería aprisionar el humo
que se escapa con lentitud
desde las chimeneas.
Los espejuelos de la luz
sobre la mansedad de los estanques.
La estrella fugitiva de los pájaros.
La mirada alegre de los niños.
Caminar por el arco iris.
Ensartar las gotas del rocío
que resbalan sobre
la superficie de las hojas.
Beber champán
en el cáliz de las flores.
Aprisionar un rayo de luna
en la tela de una araña.
Meter un rayo de sol
en una jaula...
Coleccionaba mariposas,
y se perdió buscando
las lejanas palomas de la paz.