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Pérez-Reverte y Rico a la greña por el género gramatical

domingo 23 de octubre de 2016
Francisco Rico y Arturo Pérez-Reverte
Francisco Rico (izquierda) y Arturo Pérez-Reverte.

Ha sido en las páginas de El País donde dos académicos de distinto bagaje, Francisco Rico y Pérez-Reverte, han ventilado sus diferencias a propósito de un asunto candente que luego les ha llevado a otro, menos elegante. En el seno de la RAE (Real Academia Española) había habido un debate a propósito de la petición de amparo de una serie indeterminada de profesores contra una resolución de la Junta de Andalucía que obliga a utilizar en las aulas escolares el desdoblamiento de género: los andaluces y las andaluzas, los ciudadanos y las ciudadanas, etc.

Pérez-Reverte, miembro del senado ibérico de la lengua, criticó en un artículo (en XL Semanal) a principios de octubre a los académicos poco combativos con ese nuevo uso, y lo hizo como acostumbra, mofándose de las formas establecidas por lo políticamente correcto, con un estilo casi tan despendolado como el que solían emplear Cela y Umbral. Creo que a nuestro país le hacen falta escritores al margen (verdaderamente) de lo políticamente correcto, que hoy día es el gran caballo de batalla de la demagogia de corte circense y mediático.

El asunto del desdoblamiento de género es importante, pero menos que otros sobre los que la Academia no opina gran cosa.

De todos modos, al desdoblamiento que la ideología va imponiendo respondió Pérez-Reverte con un desdoblamiento obsceno y quizá adocenado al describir en dicho artículo a los miembros de la institución como “académicos hombres y mujeres de altísimo nivel, y también, como en todas partes, algún tonto del ciruelo y alguna talibancita tonta de la pepitilla”. Francisco Rico, editor conspicuo del Quijote (y del Lazarillo y autor del Sueño del humanismo, etc.), quien se alineaba con los otros académicos que no ven que la RAE tenga que fungir de Tribunal Constitucional para “amparar” a los profesores en cuestión, ha tachado en otro artículo de soez la ocurrencia de su colega (lo cual no deja de ser un gesto caballeroso en defensa de las damas). Y esto ha dado lugar a una coletilla de dimes y diretes (y un escueto dixi) que divertirá al curioso lector.

Ha tenido suerte Pérez-Reverte en no convertirse en reo de algún auto de fe mediático de lo políticamente correcto (por ejemplo, de parte del periódico Público o del mismo grupo Prisa). En cualquier caso, el dardo revertiano era tan indecoroso hacia los académicos como hacia las académicas, a las que sin embargo acusaba de fundamentalistas: no del todo cierto, porque talibanes del victimismo los hay, hasta más, entre los hombres.

El asunto del desdoblamiento de género es importante, pero menos que otros sobre los que la Academia no opina gran cosa. Como dice una académica (Fernández Ordóñez) con mucho sentido común, los usos se van imponiendo vengan de donde vengan y no es sensato atrincherarse contra una innovación porque parta de un determinado sector de la población.

Otra cosa es cuando se acusa de plano a la lengua de sexista y se intenta imponer una neolengua que esté fuera del uso de la calle a base de directrices ideológicas de dudosa universalidad. La teoría del sexismo histórico de la lengua es un disparate a medias. Es teoría aceptada que el indoeuropeo tenía dos géneros, animado e inanimado (luego neutro), y que los temas en -a se desarrollaron a posteriori para marcar, especialmente, el femenino en el género animado: se trata por lo tanto de una distinción de género selecta respecto del masculino, que no tendría género propio. Un reequilibrio semántico (inspirado, si se quiere, por el patriarcalismo) convirtió en género masculino al que sólo era animado y genérico. Toda esta arqueología de la lengua puede, con razón, no satisfacer al feminismo en la situación actual, pero históricamente la distinción gramatical más reciente (los temas en -a) puede muy bien entenderse no como negativa (no veo por qué) sino como positiva: la feminidad era afirmada y distinguida dentro del género animado. En cualquier caso es un procedimiento sólo gramatical y las reescrituras reivindicativas de la historia, con víctimas y verdugos ontológicos, suelen tener mucho de simple misantropía distorsionadora.

Volviendo al presente, en principio el desdoblamiento de género es farragoso, contrario a la natural economía de la lengua, y se ha intentado arreglar con un plural de acuerdo con la cantidad mayor de cada sexo en el grupo referido: las ciudadanas si la mayoría es femenina, los ciudadanos si es masculina, o con un femenino genérico (justo lo contrario del masculino genérico): las ciudadanas incluiría, siempre, a ciudadanos y ciudadanas. Suele ser el caso de la izquierda capitalista en el parlamento catalán u otras izquierdas comprometidas por doquier con el feminismo. A veces con un abstracto supuestamente neutro (no gramaticalmente…), no menos agotador: la ciudadanía. Estos usos parecerán absurdos de acuerdo con la gramática tradicional pero no dejan de ser innovaciones inofensivas: se disputa el genérico, no la distinción de géneros ni tampoco, en principio, la de sexos.

No estaría mal que la Academia, aparte de vivir a la sopa boba del cervantismo (…), se pusiera manos a la obra, sin complejos, en asuntos de verdadero calado.

Molesta especialmente, sin embargo, todo este asunto, porque la ideología suele ser corrosiva y persigue algo más que lo evidente. Es precisamente un problema de sexo lo que se dirime aquí: llamarlo de género sólo sirve para confundir y generar más tensiones. Se trata de una aversión creciente (y probablemente subvencionada y fomentada) a la diferencia de sexos, de la intención de provocar odios y recelos entre ellos y de la llamada perspectiva de género (de próxima aparición también en las escuelas). Pero ese es un aspecto diez veces más endiablado del que pudieron tocar Pérez-Reverte y Rico.

Esto a los académicos, al fin y al cabo, les afecta sólo tangencialmente, porque son temas políticos y sociales, no gramaticales. Otra cosa son las amenazas contra la lengua en bloque y la cultura en castellano y sobre las que la Academia no dice gran cosa. El bilingüismo (o trilingüismo), la implantación del inglés a partes iguales en la enseñanza, que el PP (Partido Popular) pugna rabiosamente por establecer (en consonancia acaso con su modelo turístico de país) con ayuda de Ciudadanos (partido liberal), y que, al parecer, sólo el académico Javier Marías ha criticado por sus carencias técnicas, no porque de hecho sea, como es, un atentado contra la condición cultural y constitucional del castellano (o de otras lenguas, a fin de cuentas, españolas, como el catalán, el vasco o el gallego) como lengua vehicular de la enseñanza, que no tiene precedentes en Europa, por más que se cacaree sobre sus excelencias pedagógicas y sobre otros sistemas que sólo aparentemente son en general bilingües (casi nunca con el inglés), y por peculiaridades históricas explicables, como el caso de Finlandia (finlandés-sueco), Luxemburgo (alemán, francés, luxemburgués) y otros.

Más allá de riñas entre literatos, que podemos sospechar que agradan a quienes retintinea en los oídos siempre la rivalidad entre Quevedo y Góngora, no estaría mal que la Academia, aparte de vivir a la sopa boba del cervantismo, con una página obsoleta (incomparable, por ejemplo con la del Institut d’Estudis Catalans, la institución que vela por el catalán) y escasa renovación real, se pusiera manos a la obra, sin complejos, en asuntos de verdadero calado.