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La forma de todas las formas

jueves 8 de febrero de 2018
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“La forma del agua”, de Guillermo del Toro
Con La forma del agua, Guillermo del Toro nos martilla de frente y en las emociones con esa forma de hacer cine.

Guillermo del Toro no pudo ser más sutil y a la vez muy simbólico. Si habría que buscar un modo de recuperar esa cosa extraña, a veces insolente, y las más de las veces genuina y esplendida, como el amor, qué mejor que acudir a un ser cuyas características no son las del mundo consagrado. Se trata de una película hecha con los temas que nos inquietan: los misterios de la ciencia, las ortodoxias de las relaciones entre hombres, el inicio de todos los enigmas: la vida, el final de nuestras certezas, y así, con un contexto de los años sesenta, donde hay un inmenso conflicto entre dos mundos: el soviético, que proclama el comunismo, y los Estados Unidos, que será el defensor del capitalismo. Mientras, transcurre una serie de pugnas; una mujer, empleada de servicios varios en uno de los sitios de investigación secreta en Baltimore, entabla una curiosa manera de tejer sentido con una criatura. Entonces, Del Toro hizo otra película ya clásica.

He visto sus extraños seres, por ejemplo, en El laberinto del fauno (2006), o en El espinazo del diablo (2001), también el imbatible Hellboy (2004-2008), el animal luchador de lata y tecnología Pacific Rim (2013); en cada uno de ellos, una vieja batalla, insondable, cuenta su cercanía y compromiso con los dramas de un fondo político, un estar conectado a las reivindicaciones sociales, humanas, de los seres anodinos, pero que logran sobreponerse. Ahora, esos seres, con una carga siempre mítica, lo que tienen es un valor por lo ancestral, por aquellos aspectos que se desechan o no se les concede la importancia suficiente, y pasan como hostiles, en ciertos casos, o como triviales o incoherentes en otros. La forma del agua, aprisionada por unas necesidades de desarrollar un arma letal contra el enemigo, encarna el padecimiento de esos mitos hechos cenizas en las calderas de la ciencia. En este caso, es una especie de reptil, o anfibio, o un camaleón, o todos esos y más, con su proximidad y esencia en el preciado líquido.

La forma del agua se hizo con esos ingredientes: un poco de misterio, una relación de proximidades, una vanidad del mundo de los políticos, ese pensar ojeroso y ególatra de los científicos, una humildad sin tregua.

Pero también, como lo hiciera González Iñárritu cuando nos puso de frente, en Babel, a una mujer de Japón, con la misma situación de Elisa, es decir, con su mudez, nos sugiere, con un grado de crítica, que lo más dramático o sobresaliente no requiere palabras, es mejor asumirlo sin la elocuencia de la voz y vivirlo con la fortaleza de los hechos. Algo muy estrecho entre el amor no tiene cómo decirse, no hay con qué nombrarlo, no posee el tono de las articulaciones, tampoco se encuentra en el emblemático curso de los sentidos, sino que aflora con una fragancia fresca, en la que renacen los vínculos que ahondan en el ensimismamiento y en el descubrir con otro. De hecho el amor habla, y en esta película Elisa no sólo lo hace con esa bestia rara, sino también con su único amigo, y esos diálogos, wow, son de lo más dicientes.

Desde luego, no hay amor sin murallas. Y los más canallas saltan, cercenan con vileza eso que nace y que al tiempo se halla escondido; entonces sobran las afirmaciones culminatorias de ese gendarme, del que también dicen que lo adoraban indígenas del Amazonas. La criatura —como los mitos— no elige la boca de quien lo usa, lo convierte en conejillo de indias, ratón de laboratorio, con la suerte, quizás el asombro, de alguien que le ofrece su poco de consuelo al desempolvarlo. A ese ser de agua, una mujer, a diferencia de todos los demás, mientras limpia, y tiene como función no dejar rastro, lo mira de frente y sin atavíos. Se acerca con una confianza tal que nos cautiva.

Eso somos los espectadores de las duras historias del Toro, unos inciertos que van prestando la magia en sus ojos para ampliar sus reducidos episodios y promoverlos con ese lienzo hecho de fábulas. Nos da el premio de reducirnos a viajar desde una silla, luego seguiremos los caminos, descalzos de ingenuidades, sin desviarnos de los azares. Aunque no falta el suspenso, ese accionar medio detectivesco, donde las confabulaciones no sobran, también las conspiraciones, esas honduras de terror, que pueden, quizás, suavizarse. La forma del agua se hizo con esos ingredientes: un poco de misterio, una relación de proximidades, una vanidad del mundo de los políticos, ese pensar ojeroso y ególatra de los científicos, una humildad sin tregua; de hecho, el coctel es bastante híbrido y en él hasta una mezcla de humor cabe.

“La forma de todas las formas” pudo ser otro título, la forma de la rareza, la forma de los extraños, de modo que esa es la forma de hacer cine, con la pasión de los que no encajan. Si consideramos que la forma es la expresión de ese cincel con el que se dice, entonces Guillermo del Toro nos martilla de frente y en las emociones con esa forma de hacer cine. No se la pierdan porque, sin ponerlo de manifiesto, esa historia nos devuelve a nuestro origen.

 

La forma del agua, ficha técnica

Año, país, duración2017, Estados Unidos, 119 minutos
DirectorGuillermo del Toro
GuionGuillermo del Toro, Vanessa Taylor
MúsicaAlexander Desplat
FotografíaDan Laustsen
ActoresSally Hawkins, Doug Jones, Michael Shannon, Octavia Spencer, Richard Jenkins, Michael Stuhlbarg, Lauren Lee Smith, David Hewlett, Nick Searcy, Morgan Kelly, Dru Viergever, Maxine Grossman, Amanda Smith, Cyndy Day, Dave Reachill
ProductoraBull Productions / Fox Searchlight
GéneroFantástico. Drama. Romance. Thriller. Años 60
John Harold Giraldo Herrera
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