“La vida es algo que te sucede mientras estás haciendo otros planes”.
Allen Saunders
Muchas son las películas sobre las sustancias psicoactivas: las hay emblemáticas, siempre recordadas, muy cruentas y extremas, unas de apología, otras con la idea de combatir ese enorme desafío, y está Beautiful Boy. Es silenciosa, sin pretensiones, abre perspectivas y ubica unos flancos sobre la relación entre un joven adicto, su historia con el consumo, el abordaje de la paternidad y un poco la maternidad. Su título nos ofrece una idea, suprema, desde luego: toda vida es bella, todo ser es excelso; con condiciones muy diversas, con caminos para elegir y con la decisión de recorrer la existencia entre las sombras, la luz, con libertades, de modo apremiante, condenado y sometido a una adicción, con la carga de culpas, y una serie de posibilidades variadas. Beautiful Boy es el menos común de los lugares con el tema de las adicciones.
Existe una variada gama de películas sobre las adicciones, tan inexplicables como las que someten a otros a sus caprichos.
La responsabilidad del desafío engendra mecanismos para su superación, compartimos con los otros sus penurias. El enfoque de tratamiento ha pasado en los bordes de la condición humana, para degradarlo y hacerle creer que es un monstruo condenado a una enfermedad, o con la presunción de un libre albedrío en el que no es problema el uso de las sustancias, sino su abuso. El tema ha alcanzado unos límites aberrantes, en los que el desespero, la arrogancia, el desconocimiento y la poca masificación de alternativas nos ponen en jaque como especie. Según la Organización Mundial para la Salud (OMS), medio millón de personas mueren al año por esta causa, y un porcentaje muy significativo de la población se encuentra en laberintos, presa del abuso a psicoactivos. Las sustancias se multiplican (se estiman más de quinientas drogas de uso frecuente, tanto legales como ilegales) y los usuarios también. No es un asunto de individuos, al adicto se le considera un problema de salud pública y en muchos casos de salud mental.
Tanto los gobiernos como las instituciones, incluidas las familias, cuentan con el compromiso de contribuir con alternativas en las que se privilegie el otro, sus apatías y vacíos, sus contradicciones y riquezas. Cuando hemos visto películas como las de Crank, veneno en la sangre (tres versiones), podemos asumir que una resolución al consumo es por presiones y manipulaciones. Filmes tan simbólicos como Réquiem por un sueño otorgan una mirada de deterioro progresivo y la multiplicidad de adicciones: anfetaminas, la letal azúcar, el consumo, el sexo, y nos quedamos con unos sinsabores y horrores estruendosos. Las tan comentadas y queridas por el público, como Trainspotting (en sus dos versiones), que adelanta una estrategia polémica sobre la hache; al verla algo en nosotros se altera, además de las emociones. De esa misma droga, en 2018, Netflix estrenó 6 Balloons, una relación entre hermanos, con un alto grado de fuerza y pocas compensaciones.
En fin, existe una variada gama de películas sobre las adicciones, tan inexplicables como las que someten a otros a sus caprichos; Ninfomanía, por ejemplo. Tan extrovertidas como Extraños placeres (Crash), de gente que gusta de choques para tener sexo. Tan abiertas como las que ubican la relación del arte con los consumos. Tan particulares como las de los adictos al poder, como Vice. El caso de Beautiful Boy es el de una muestra, que podría ser el acabose, la renuncia, el dejo, el no más. Inquiero que puede ser lo contrario, un stop, una pausa, un desacelere y dejar que el enter oprimido o el obturador disparado sigan su curso. La batalla es campal, la fenomenología de los consumos rebasa nuestra comprensión. Cada sujeto establece un modo de encuentro con esas sustancias o libera de su cuerpo y mente unas energías que lo conllevan a construir o destruir modos de relación, consigo mismo y los demás.
Beautiful Boy se adentra en los silencios, en cómo se intenta, se avanza, se retrocede, se sigue intentando y ahí permanece la belleza.
El hecho es latente y padecer una adicción no es ningún festejo. Algo en la conciencia colectiva nos falla y en la manera como amamos y resolvemos los problemas cotidianos, porque se parte de que el flagelo de las adicciones es superable. Ver a ese joven con risas, con triunfos, con capacidades, con al menos una tentación de futuro, y saberlo entregado a un modo de vida de postración y negación, como cientos de miles, devuelve una imagen derruida, estrecha, parca del respirar. Luego, la otra batalla es que el adicto comparte su circunstancia con sus semejantes, no es posible esquivar ni las acciones y decisiones tomadas en el pasado, ni los forcejeos del presente, tampoco se escatiman las apuestas de futuro. Entonces, el otro guerrero es la familia, en esta historia, es más el padre quien no desperdicia oportunidades de encarar lo que sucede y aprovecha su talento de periodista para indagar hasta en las entrañas. Beautiful Boy se adentra en los silencios, en cómo se intenta, se avanza, se retrocede, se sigue intentando y ahí permanece la belleza.
La crisis social, filosófica, de humanidad, parpadea unos ojos que, estando con nosotros, se han trasladado a otras dimensiones. Estamos entonando una canción de mucha melancolía. Ver esta película es estar ahí en el filo, cruzando una cuerda floja, un misterio cercano, una fealdad y belleza en conjunción, con crueldades, exotismos, y un sin fin de variables, de los que deberíamos entender que compartimos las dolencias y carencias de cada uno de los que nos rodea.
Beautiful Boy, ficha técnica
Año, país, duración | 2018, Estados Unidos, 111 minutos |
Director | Felix van Groeningen |
Guion | Luke Davies, Felix van Groeningen (memorias: David Sheff, Nic Sheff) |
Fotografía | Ruben Impens |
Actuaciones | Steve Carell, Timothée Chalamet, Maura Tierney, Amy Ryan, Christian Convery, Kaitlyn Dever, Oakley Bull |
Productora | Big Indie Pictures • Plan B Entertainment • Starck Bus Entertainment • Amazon Studios |
Género | Drama • Drogas • Adolescencia |
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