
Uno
Desde hace ya algunos años, la concesión del Premio Nobel de Literatura genera más resentimientos que celebraciones. Ya no es noticia el nombre del premiado sino el saber a quién no se lo dieron, o los galardonados terminan dándose cuenta de que tienen más enemigos que amigos. Lo cierto es que la historia del Premio Nobel, en especial el de Literatura, tiene una historia paralela que tal vez sea la más importante: la del ejercicio de entender cómo va cambiando nuestro mundo, el mundo de los humanos. El mundo, la sociedad, la cultura, la realidad, la historia, como quiera llamársele, se ha explicado mejor, desde el inicio de los tiempos, a través del arte en general, y de la literatura en particular.
Creo que la Academia Sueca no se equivoca, pues nunca se ha rectificado ni le ha quitado el premio a nadie.
Que sea la literatura el arte que mejor refleje la realidad es una afirmación que se ha interiorizado con los años en todas las culturas, así como reconocer que la literatura es la mayor expresión artística a la que puede aspirar la creatividad humana; si no, no se explicaría por qué el de Literatura es el Premio Nobel más importante, el de mayor trascendencia y el más esperado por la prensa internacional. Podríamos probar esta afirmación preguntando cuántos de los que comentaron, a favor o en contra, el premio a Bob Dylan, recuerdan a quién y por qué se le entregó el Premio Nobel de Física, por ejemplo.
Sin embargo, el acontecimiento que ha remecido el ambiente cultural esta semana merece algunas reflexiones, explicaciones y, por supuesto, especulaciones, para tratar de entenderlo, y superar ya las bromas, los excesos y los comentarios superfluos y nimios que, incluso, han dejado entrever que cualquier músico que escribe letras bonitas para la masa, y la masa cree que son poetas, deba merecer un premio de esta naturaleza. Creo que la Academia Sueca no se equivoca, pues nunca se ha rectificado ni le ha quitado el premio a nadie, y si no se lo ha otorgado a alguien que se lo merece, eso engrandece al autor y no perturba a la Academia.
Dos
Bob Dylan no se llama Bob Dylan, sino Robert Allen Zimmerman, y nació el 24 de mayo de 1941, cuando se iniciaba la Segunda Guerra Mundial. Sus abuelos eran inmigrantes ucranianos y lituanos, llegaron a Norteamérica escapando de presiones antisemitas, y se instalaron en Minnesota. Ya en la escuela demostró su talento musical, pero también mostró su rebeldía y ánimos para enfrentarse a las normas establecidas. Sus biógrafos recuerdan una audición en la que el director de la escuela tuvo que apagar el micrófono ante los “gritos” del joven cantante. Pronto se integró a pequeñas bandas utilizando seudónimos, hasta que se identificó como Bob Dylan.
Robert Shelton, uno de sus biógrafos, relató que el seudónimo derivó de Bob Dillon hasta Dylan, pero el músico le pidió expresamente entonces que explicara que no había alusión al poeta Dylan Thomas; pero este comentario demuestra ya que el joven Dylan era un lector atento de la poesía contemporánea norteamericana, una cualidad que no todos los músicos de éxito tienen. Años después reconocería que había sido tempranamente influenciado por la poesía de Dylan Thomas y otros autores clásicos. Manuel Vilas dice en un artículo en el diario ABC que Bob Dylan es “hijo de Walt Whitman (el ícono de la poesía estadounidense) y como tal sus letras y su música contienen un canto general a la utopía americana”.
Sus memorias muestran un rico panorama de la cultura de fin del siglo veinte.
La historia musical de Dylan es harto conocida y reconocida, y no hay cómo negarla o desconocerla, pero el premio que acaba de obtener ha cuestionado nuevamente el alcance de las manifestaciones artísticas: ¿es la letra de una canción un poema?, ¿un autor de canciones es un poeta?, si se musicaliza un poema, ¿se convierte en una canción? Y también ha cuestionado el alcance del premio como tal: ¿un cantante puede recibir un premio literario?, ¿cuáles son los límites de la literatura? Ensayar respuestas implicaría llenar muchas páginas o generar discusiones dignas de un posgrado, pero la misma Academia Sueca ya había ido dando respuestas al respecto.
Bob Dylan es considerado como barítono ligero, por su tipo de voz, que es considerada expresiva por excelencia y puede amalgamar la claridad y la flexibilidad a la fuerza y esplendor. En la ópera, por ejemplo, el villano o el hombre con poder es interpretado por un barítono. Pero es el contenido de sus canciones, las letras, lo que, según la crítica, mayor valor tiene y configura el aporte de Dylan a la cultura contemporánea. Sin embargo, sólo ha publicado oficialmente dos libros: un poema con tono de monólogo interior titulado Tarántula y el primer volumen de sus memorias. La crítica considera a Tarántula como un libro sin trascendencia, pero sus memorias muestran un rico panorama de la cultura de fin del siglo veinte. En las últimas décadas se han recogido las letras de sus canciones sin que se configure un corpus literario que lo convierta en un poeta, como señala el canon literario.
Su influencia ha sido abiertamente reconocida por músicos como Jimi Hendrix, Bruce Springsteen, Paul Simon, Patty Smith, entre una larga lista de rockeros norteamericanos; de latinoamericanos como Andrés Calamaro, Charly García, León Gieco, o españoles como Bunbury y Sabina.
Y tres
No debería ser novedad que Bob Dylan reciba un premio de reconocimiento mundial. Antes de obtener el Premio Nobel, ya había recibido otros del mismo nivel de importancia: además de los Grammys y Globos de Oro, en 1990 fue investido “Caballero de la Orden de las Artes y las Letras” por el Ministerio de Cultura de Francia, en 2000 obtuvo el Premio de Música Polar de la Real Academia Sueca de Música, en 2007 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Artes y en 2008 un premio honorario nada menos que del Premio Pulitzer. En el campo estricto de la influencia musical, la revista Rolling Stone lo consideró como el segundo de la lista de los cien mejores artistas de todos los tiempos, detrás de Los Beatles.
Hay que leer a Bob Dylan, a su generación, su aporte cultural, su propuesta estética, su visión política.
Quienes celebran el premio a Dylan opinan además que la Academia Sueca abre las puertas a todas las artes, como lo fue haciendo con filósofos, políticos y activistas. En este caso, también se reconoce el aporte cultural de toda una generación que estuvo marcada por el fin de la posguerra, la guerra de Vietnam, la revolución cubana, la revolución cultural china, la carrera por conquistar el espacio, la revolución del 68, la caída del Muro de Berlín, la Perestroika, la revolución de las telecomunicaciones, las dictaduras militares en Suramérica. Su expresión artística encuentra un cauce que nace con el concierto de Woodstock y se expande con el movimiento hippie y el movimiento beat, del cual Bob Dylan formó parte.
¿Ha sido entonces Dylan un poeta escondido bajo la piel del cantor? ¿O es Dylan un cantor cuyas canciones han traspasado las fronteras de la poesía? Hay que leer a Bob Dylan, a su generación, su aporte cultural, su propuesta estética, su visión política. Manuel Vilas dice: “Quiero pensar que en Bob Dylan se premia a toda una tradición que llevó la música popular a un grado de excelencia artística”. Víctor Vich va más allá y habla de reconocer el proceso de una revolución, a la que asistimos sin darnos mucha cuenta de los cambios y las consecuencias. Diego Manrique, en el diario El País, dice además que “se premia a un ejemplo moral”: Dylan representó la revolución, pero también apostó por su familia, por el arte, mientras los jóvenes esperaban que se ponga al frente de sus marchas, pero él lo hacía con su música, con sus canciones, con poesía, que es la esencia de la revolución.
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