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25 años de Sieteculebras, revista de cultura

lunes 12 de diciembre de 2016
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Mario Guevara
Mario Guevara ha pedido muchas veces, en discursos, textos y entrevistas, una atención coherente tanto a la promoción editorial en general como al apoyo a su proyecto.

La persistencia parece ser una cualidad del espíritu editorial que sobrepasa los límites de la razón. Todos, en realidad, somos persistentes con lo que nos apasiona, con lo que queremos lograr, pero suele suceder que en algunos casos esa mezcla de tenacidad y paciencia se pone a prueba ante la intolerancia, la ignorancia y la indolencia de la burocracia. Y así, armados de entereza y estoicismo, los editores se van sobreponiendo al tiempo, acumulando páginas, historias y experiencia que los coloca en esos lugares reservados para la admiración. Este es el caso de Mario Guevara y su revista Sieteculebras, que acaba de publicar su número 40, en 25 años de trabajo ininterrumpido.

Revista “Sieteculebras”, Nº 40La historia de la revista es la de muchas publicaciones que, a lo largo de América Latina, nacieron con un espíritu renovador y rebelde, con ganas de cambiar los esquemas que se fueron imponiendo por intereses de poder económico o político, y con el firme propósito de no morir en el número 1. Un cuarto de siglo después de que se publicara el primer número en la ciudad del Cusco, han pasado por sus páginas más de trescientos autores latinoamericanos firmando sus poemas, relatos, ensayos, entrevistas, reseñas y fotografías, convirtiendo a la revista en la más cosmopolita de las publicaciones contemporáneas peruanas.

Sieteculebras hace referencia a una de las antiguas calles del centro histórico del Cusco, capital de la ancestral cultura inca, y que hasta hoy persiste conectando con su única cuadra dos de los espacios más tradicionales de la vieja ciudad, justo detrás de la catedral cusqueña. El edificio que le da nombre, un palacio levantado en piedra, tiene grabados en sus muros perfiles de serpientes, que en la cosmovisión andina denotan sabiduría, conocimiento, enseñanza. De hecho, los especialistas sostienen que ese palacio debió servir como escuela en la época del esplendor inca.

Por su parte Mario Guevara, su terco director y editor, es uno de los escritores que han ejercido especial influencia en la literatura urbana de las dos últimas décadas del siglo pasado. Su cuento “Cazador de gringas” marcó un hito en el proceso de renovación del relato urbano, incluyendo en el espectro literario y cultural a un personaje que ya era notable en las calles cusqueñas: el brichero. Aunque aún se especula sobre el origen del término, el brichero es en general quien se ha “especializado” en enamorar a las turistas extranjeras con un lenguaje florido, culto, y haciendo alarde de su ancestro andino o local; en la mayoría de los casos, terminan casándose con las turistas y yéndose a vivir al extranjero. La literatura peruana asumió el personaje a través de las historias de Guevara y se extendió especialmente a Suramérica gracias a sucesivas ediciones de sus cuentos, ensayos literarios y sociológicos y hasta películas y documentales.

Desde hace algunos años, Mario Guevara ha prometido no publicar un número más de su revista, pues el esfuerzo y costo que significan son cada vez más difíciles de asumir sin que haya compromiso de empresa privada o instituciones públicas, pero han podido más su compromiso personal y la expectativa de sus lectores para seguir sumando nuevas ediciones. Así ha llegado a su cuarto de siglo, etapa en la que además ha conseguido formar un red de corresponsales y amigos que distribuyen la revista a países tan lejanos como Egipto o Pakistán, aparte de llegar a casi todos los países latinoamericanos y las principales ciudades norteamericanas o europeas.

A lo largo de estos cinco lustros, Sieteculebras ha marcado la pauta del proceso cultural tanto en la zona surandina del Perú cómo en Iberoamérica.

No es usual, pues, que una revista de cultura, y menos de literatura, alcance tan amplia vigencia y presencia en el Perú, aunque lo usual sea siempre la indiferencia de las entidades que tienen como obligación apoyar la difusión cultural. Guevara ha pedido muchas veces, en discursos, textos y entrevistas, una atención coherente tanto a la promoción editorial en general como al apoyo a su proyecto. Él mismo precisa, como ejemplo, que la biblioteca municipal de la ciudad desde donde se distribuye la revista y le da una notoriedad especial, no tenga una colección de los cuarenta números publicados y menos quiera comprarla; que los organismos que tienen que ver con el desarrollo de las políticas culturales no anuncian ni auspician las ediciones que él les propone. Sin embargo, la tarea persiste y las satisfacciones se multiplican.

A lo largo de estos cinco lustros, Sieteculebras ha marcado la pauta del proceso cultural tanto en la zona surandina del Perú cómo en Iberoamérica, pues ha abierto sus páginas a escritores noveles como a consagrados, locales como nacionales e internacionales, a la poesía y la narrativa, al ensayo y la reseña literaria, a la pintura y la fotografía. Son notables los números que publicaron antologías de poesía de países como México, Santo Domingo, Ecuador o España, o aquellos que se dedicaron a rendir homenaje a autores como García Márquez, Ernesto Sábato o Carlos Fuentes.

El número aniversario trae, por ejemplo, análisis de la obra de autores como el chileno Raúl Zurita o el italiano Antonio Melis, un dosier de entrevistas a notables autores peruanos como Pablo Guevara, Oswaldo Reynoso, Alejandro Romualdo y Cronwel Jara, poesía del boliviano Jorge Campero y la francesa Anouk Guiné, un estudio sobre poesía joven cusqueña y otro sobre cine peruano, lo que demuestra la diversidad de temas y autores con que cuenta y se prestigia Sieteculebras.

Guevara ya ha empezado a bromear, luego de un homenaje recibido hace dos semanas al presentar el último número de Sieteculebras, que efectivamente éste será el último, pero quienes sabemos de la trayectoria, del director y su revista, guardamos la esperanza de que en un par de meses llegue a los puestos de venta y a las bibliotecas el número 41 de Sieteculebras.

Alfredo Herrera Flores
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