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Zúñiga y Rivera: cruce de caminos para dos libros

lunes 10 de diciembre de 2018
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“No siga ese pájaro”, de Martín Zúñiga, y “Objects in mirror are closer than they appear”, de Javier Rivera

Repaso la pila de libros que se ha formado en una esquina de la mesa de trabajo, donde han ido a dar ejemplares con anotaciones y comentarios al margen, tanto para la relectura como para el comentario, otros volúmenes de permanente consulta y otro tanto de publicaciones que han tenido que quedarse ahí mientras en los estantes se les busca el espacio adecuado, y me encuentro, grato rencuentro, con dos libros, y ha sido como volver a ver a los amigos: Martín Zúñiga y Javier Rivera tienen en común la emoción de la poesía y el paso incansable por las calles de ciudad blanca.

Se advierte cómo dos jóvenes poetas que comparten no sólo el tiempo sino la calle, la ciudad, el mundo que los rodea, las cuatro paredes que los albergan, tienen una mirada tan pesimista del presente y su futuro inmediato.

No siga ese pájaro (Paracaídas Editores, 2017), de Martín Zúñiga, y Objects in mirror are closer than they appear (Aletheya Editores, 2018), de Javier Rivera, son dos colecciones de poesía que parecieran haber salido de la vorágine de la ciudad, de sus calles alborotadas e intransitables, de sus centros comerciales de plástico bulliciosos y banales, de sus plazas tomadas por el desempleo y la delincuencia, del griterío y la bulla, la velocidad y el contrasentido. No son, sin embargo, estos poemas nuevos gritos, sino reclamos, rebeliones, mano alzada contracorriente y urgente necesidad de levantar la voz como una bandera sincera en medio de la multitud.

Zúñiga (Cusco, 1982) dice por ejemplo, en su poema “Brother (cruda)”: “Un hombre donde comienza el mundo. / Un hombre hueco y su oficina opaca. / Las calles filtrándosele con sus autómatas charcos. / Las calles del tres al cuarto, socarras, sórdidas, azufres. / Un hombre que a los 12 años descubrió el miedo…”. Mientras que Rivera (Arequipa, 1978) pareciera añadir en su poema “Los hartos hechos”: “Y les dijimos a las diosas que sus hijos no existen. / Y les dijimos a las madres que sus hijos no existen. / Y les dijimos a las mujeres que dejaran de cantar. // Y creamos una civilización completa de cardenales, vidrio y metal”.

Se advierte cómo dos jóvenes poetas que comparten no sólo el tiempo sino la calle, la ciudad, el mundo que los rodea, las cuatro paredes que los albergan, tienen una mirada tan pesimista del presente y su futuro inmediato. ¿Deberíamos preguntarnos si este es el sentimiento, o la percepción de los tiempos que nos ha tocado vivir, por parte de las nuevas generaciones? ¿Es la violencia, el vacío intelectual, los objetos de fantasía, lo que nos gobierna? ¿Qué hay en las aulas universitarias, en las escuelas, los parques y las fiestas que convierte a los jóvenes en un objeto más de este atolondrado mundo?

Si bien hay motivaciones distintas en los libros de Martín y Javier, en el primero es la búsqueda de una identidad, de una actitud madura de saber elegir un camino, una ruta personal, en el segundo hay un reclamo de por medio, no sabemos si hacia algún dios o la humanidad en sí, por la absurda pérdida de una vida joven en medio del caos. Los dos poetas, por caminos distintos, se encuentran de tope en una esquina que los cuestiona: “Te enseñé los pequeños secretos del mar, de las costas de la mar: entregar el corazón es recibir y es verdad. No importa dónde vayas, todo está conectado. Todo es sangre”, dice Martín en un intenso poema sobre el conocerse a sí mismo. En la otra esquina Javier reclama: “Se puede blandir un fluorescente y gritar contra la muerte, reclamar que estamos vivos, que no nos dejen, que por lo menos, no nos olviden”.

La poesía arequipeña se renueva desde sus propias pesadillas, de sus dolores, de sus partidas, de sus jóvenes envueltos en caos e ignorancia.

No veo, sin embargo, un discurrir paralelo entre estos dos libros, cada uno defendiendo su calidad literaria, sino un encuentro, un cruce de líneas, secantes, que de pronto tienen un inevitable punto en común. Cuando Ernesto Sábato, el maestro argentino de la intimidad y la insensatez, manifestaba su pesimismo sobre el futuro del ser humano, dejaba en los jóvenes la responsabilidad de salvar esa humanidad; este cruce de caminos que me encuentro en el llano de mi mesa de trabajo, me devuelve la esperanza, le da la razón al autor de El túnel: la poesía nos acerca a la realidad, nos devuelve a ella, nos cuestiona y nos da las coordenadas de la salida.

Si bien los libros de Martín Zúñiga y Javier Rivera van cargados de una emoción íntima, que refleja su experiencia respecto a casos y situaciones muy personales, no dejan de abrir sus discusiones y plantear sus controversias respecto a un espacio mayor que la ciudad: el país. Zúñiga dice en “País abierto”: “Mi país es tan pequeño que si me levanto / por el lado izquierdo de la cama / ya soy un extranjero…” y Rivera es más dramático: “Afuera, en el Perú, siguen esperando a los bomberos, a los helicópteros (…) pero nada de eso existe para el Perú de los pobres”.

La poesía arequipeña se renueva desde sus propias pesadillas, de sus dolores, de sus partidas, de sus jóvenes envueltos en caos e ignorancia, que bailan en los mismos salones que aquellos que aún nos dan esperanza, que saben que traer un pan a casa es más urgente que aprenderse las fórmulas de la ingeniería. Pero ahí están, reflejados en los atormentados pero esperanzadores versos de poetas como Martín y Javier y muchos otros que riegan de letras las adoquinadas calles de esta ciudad ya no tan blanca.

Alfredo Herrera Flores
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