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Lecciones de una niña de quinientos años

jueves 10 de marzo de 2022
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Juanita
El cuerpo de Juanita, niña inca sacrificada en el Ampato, fue encontrado en 1995. El hielo lo conservó durante cinco siglos.

Nuestro continente es una inagotable fuente de riqueza cultural. El legado de las civilizaciones precolombinas y la resistencia cultural que sus descendientes han manifestado a lo largo de más de quinientos años, han permitido recrear, mantener y fortalecer una identidad que cada día hay que alimentar. El actual territorio del Perú, por ejemplo, está cubierto por vestigios de antiguas civilizaciones y se mantienen prácticas y conocimientos ancestrales de un extremo a otro, en los pueblos de la costa, de los valles interandinos o de la selva inaccesible, y cada habitante de estos espacios tiene clara conciencia de que cotidianamente pone en práctica estas manifestaciones.

Según mitos y leyendas, recogidos por los cronistas españoles y alimentados por la rica literatura oral o los registros en la cerámica y textilería, la civilización sudamericana habría nacido de las aguas sagradas del lago Titicaca, en el altiplano andino. Mejor dicho, alrededor del lago, área llamada por los antiguos peruanos como la gran pakarina, o lugar donde todo nace; allí se habrían gestado las primeras culturas y, desde este centro de irradiación, se habrían extendido a lo largo del subcontinente, asentándose en lugares estratégicos y creando nuevos centros de poder cultural, religioso o político, como Cusco, Cajamarca, Quito, Tucumán.

Producida la invasión europea, muchas de aquellas prácticas culturales, ritos, técnicas de transmisión de conocimientos o producción económica, han cambiado, se han reconfigurado, sincretizado o desaparecido. Ha sido el tiempo el que se ha encargado de recuperar, a través de la ciencia o la casualidad, muchas de estas manifestaciones. Hoy, felizmente, sigue siendo una práctica cotidiana el esfuerzo por recuperar, conservar, mantener y difundir nuestra cultura, sin dejar de sorprendernos. Así, podemos comprobar lo que la teoría ha ido elucubrando, que la cultura andina se ha expandido desde los Andes hasta los lugares menos sospechados.

La atención del mundo científico se centró en “Juanita”, como la bautizaron, en honor a uno de sus descubridores, Johan Reinhard.

Hace ya más de veinticinco años, en 1995, un grupo de investigadores del proyecto Santuarios Andinos de la Universidad Particular Católica de Santa María de Arequipa, al sur del Perú, dirigidos por el explorador Johan Reinhard y el arqueólogo arequipeño José Antonio Chávez, encontraron el cuerpo congelado de una niña en el cráter del Ampato, una montaña nevada cerca del volcán Sabancaya, que estaba en proceso de erupción lanzando cenizas y gases al aire y calentando el entorno. El cuerpo estaba, por decir lo menos, perfectamente conservado, al punto de que la piel expuesta mantenía la tersura propia de un cuerpo juvenil.

El hallazgo se convirtió en noticia mundial. La atención del mundo científico se centró en “Juanita”, como la bautizaron, en honor a uno de sus descubridores, Johan Reinhard, y también pensando en la sencillez y cotidianidad de un nombre cercano al imaginario local. La historia del hallazgo, y la recreación de la historia de Juanita, acaba de aparecer en un libro titulado La niña de los 500 años, en formato de reportaje, como si la curiosidad del periodista Enrique Zavala, el autor, alcanzara a indagar en lo que aquella niña inca tenía como designio: aplacar la ira de los apus y promover un nuevo orden.

“La niña de los 500 años”, de Enrique Zavala
La niña de los 500 años, de Enrique Zavala (EY Perú, 2021). Disponible gratuitamente en la web de EY Perú

Zavala es un periodista que ha ido especializándose en abordar los temas de actualidad con una amplitud de análisis, sin caer en la ceguera de la falsa imparcialidad; por eso, no me sorprende que haya asumido a Juanita como un personaje de una ciudad para, no sólo conocerla más, sino desnudar las virtudes y pobrezas de su entorno, de una Arequipa que se interna al siglo XXI tratando de no hacerse ganar por el vertiginoso crecimiento poblacional y la falta de capacidad para resolver los problemas propios de una metrópoli.

Hay que leer este libro con ojos de cirujano, es decir, tratando de ver qué hay realmente debajo de la piel de sillar y cielo azul. Quienes se sumerjan a redescubrir la historia de Juanita, la de sus descubridores, van a ver que hay otras historias detrás, la historia de una cultura que resiste por más de quinientos años el embate de la dominación, la de una ciudad que también va descubriendo sus riquezas, y las historias de algunos hombres contemporáneos que parecen más propios de una película de acción que de la vida real.

Y una de las historias que hay en el libro es la influencia de la cultura del altiplano en el territorio arequipeño. Ha sido práctica ancestral que los pobladores de las culturas que se levantaron alrededor del lago Titicaca se movilizaran hasta ocupar lo que hoy es territorio arequipeño, moqueguano y tacneño, llegando incluso hasta Lima, para comerciar e intercambiar productos, generando una dinámica comercial y de influencia cultural que se mantiene hasta hoy, a pesar de que muchos ciudadanos contemporáneos no quieran aceparlo o lo cuestionen, al punto de trasladar las responsabilidades del subdesarrollo a los pobladores migrantes.

Además de aportar un libro, Enrique Zavala está contribuyendo al análisis y el cuestionamiento de nuestra realidad.

El libro, la historia que ha recreado en este reportaje Enrique Zavala, también nos cuestiona y pone a prueba nuestras emociones. Es muy emotivo el pasaje en el que se cuenta el viaje de Juanita a los Estados Unidos; en el libro se dice que va a ser estudiada y lo que yo leo, y creo, es que va a decirle al mundo que nuestra cultura está intacta, que ella somos nosotros. Juanita no es una momia porque no ha recibido un tratamiento de momificación de un cadáver, han sido las condiciones climáticas las que la han conservado. No es una sacrificada o una ofrenda, es una mensajera, y está cumpliendo con ese designio. Ha sido enviada por los hombres a los dioses, y los dioses la han reenviado para que nos hable de nuestra propia cultura, de nuestra fe. Ella va a los Estados Unidos, o al Japón, no sólo para ser estudiada, sino para que nos cuente, como una viajera del tiempo, lo que hemos sido, y con ese conocimiento poder entender nuestro presente. Juanita ha pasado de ser una enviada de los hombres a ser una enviada de los dioses.

Enrique Zavala es uno de los que han escuchado ese mensaje y ha escrito este libro para preservar la memoria. Me detengo brevemente en este asunto. Los ciudadanos debemos pensar siempre en aportar a nuestra sociedad algo útil, no sólo con nuestro trabajo, sino con nuestro conocimiento, y me parece que este libro es el aporte de Enrique Zavala a su ciudad. Además de aportar un libro, está contribuyendo al análisis y el cuestionamiento de nuestra realidad. No hay mejor manera de afianzar y fortalecer nuestra identidad cultural o nuestra fe si no es cuestionándola. No hacerlo nos pone al borde del dogmatismo y el fundamentalismo, dos de los mayores males de la historia.

El libro, como hemos dicho, nos presenta en modo de reportaje la historia no contada del proceso de hallazgo de Juanita, conocida con el erróneo apelativo de “la momia Juanita”, la de sus descubridores, Johan Reinhard y José Antonio Chávez, y recrea lo que debió ser la capacocha ordenada por el inca para pedirle a los apus, los dioses de la montaña, que cesen las desgracias generadas por la erupción del volcán Sabancaya, que hace quinientos años, como ahora, estaba en proceso de erupción.

La historia comprueba la influencia de la cultura altiplánica en los lares arequipeños. Se cuenta que en una de las crestas del volcán Pichu Pichu se llegó a fotografiar un monolito pukara, de las mismas características de los que hay en el actual distrito lampeño. Se comprueba la toponimia aymara de valles, volcanes, montañas, de la misma manera como la influencia quechua en todo el territorio que abarca desde los Andes hasta las costas arequipeñas. Si bien existen varios estudios que abordan esta presencia altiplánica en territorio arequipeño, es el legado de Juanita, su vestimenta, los ritos que hay a su alrededor, las crónicas que lo sustentan, y las manifestaciones culturales actuales, que la recrean, confirman la presencia andina, y en particular altiplánica, en todo el ámbito de la costa surperuana.

Vale la pena leer el libro La niña de los 500 años, de Enrique Zavala. Está pulcramente editado por la empresa EY Perú y se puede también acceder al libro en formato digital de manera gratuita. Su lectura nos va a permitir reflexionar, además de repasar uno de los momentos más intensos de nuestra historia, sobre el proceso de construcción de nuestra identidad como ciudadanos peruanos. Las culturas precolombinas han logrado un importante desarrollo social, político, cultural y tecnológico; la invasión española ha influido poderosamente en la transformación de las condiciones sociales, culturales, políticas, económicas y religiosas de los pueblos federados a la nación inca. La colonia nos transformó, pero no logró desaparecer los más importantes vestigios de aquella cultura andina, sus idiomas y prácticas y conocimientos ancestrales.

Las poblaciones que circundan el lago Titicaca, considerado sagrado hasta nuestros días, ejercieron una gran influencia cultural en la consolidación del Estado inca, sin dejar avasallarse ni acceder a su dominación. Es por ello que se entiende su presencia física y cultural en todo el ámbito del sur. Ya entrado el siglo XXI, rituales y prácticas culturales de aquellos años se mantienen vigentes, aun en la vida cotidiana. En el libro de Enrique Zavala podemos comprobar cómo aquella actitud de la época inca, tan cargada de religiosidad y respeto a la naturaleza a través de ceremonias y rituales en honor a los apus, está ahora vigente, pero en muchos casos invisibilizada, es decir, oculta a propósito, con el fin de sobreponer prácticas y manifestaciones culturales impuestas por los medios de comunicación.

El libro de Enrique Zavala, sin dejar de lado los criterios científicos, nos acerca de manera amigable a entender nuestra condición andina y fortalecer nuestra identidad andina.

Juanita está ya más de veinticinco años entre nosotros, develando los secretos de la época inca y de las culturas que se han desarrollado a su alrededor. Llaman la atención, por ejemplo, las características de la vestimenta de la niña, con diseños y colores que hasta hoy se mantienen en los pueblos tradicionales, donde ninguna manifestación cultural es producto del azar, sino que todo tiene una explicación lógica, basada en la cosmovisión andina. Los colores rojo y blanco de la manta que envuelve a Juanita, con la distribución propia de la bandera nacional peruana, por ejemplo, explica y comprueba teorías como la concepción de la dualidad andina, los colores considerados masculinos y femeninos o los conceptos de belleza en referencia a lo sagrado y no como criterio artístico.

Si hiciéramos adecuadamente el ejercicio de lectura de la textilería o cerámica anida, podríamos entender mucho mejor el pensamiento del hombre andino, no con un criterio arqueológico, es decir de interpretación del pasado, sino como una mirada antropológica, que permita entender las condiciones sociales, culturales o políticas del ciudadano de hoy. El libro de Enrique Zavala, sin dejar de lado los criterios científicos, nos acerca de manera amigable a entender nuestra condición andina y fortalecer nuestra identidad andina.

El lago Titicaca es, en efecto, el lugar donde se ha iniciado la cultura andina, la cultura peruana. Hay que leer con ojos contemporáneos nuestras manifestaciones culturales, en todo sentido. No hay que dejar en los casilleros del pasado lo que permanece vivo en nuestra vida cotidiana; tampoco hay que dejar que la influencia foránea cambie nuestros conceptos, el sentido de nuestras fiestas ni se tergiverse nuestra fe. Así como podemos santiguarnos frente a la Virgen de la Candelaria, nos arrodillamos y ofrecemos a la tierra un tinku de coca. Este sincretismo, esta dualidad de nuestra cultura, nos hace mejores, superiores.

La lectura de un libro como La niña de los 500 años me ha permitido reflexionar en torno a nuestra cultura, la importancia de mantener vivas nuestras tradiciones y conocimientos ancestrales, fortaleciendo día a día nuestra identidad, no como un mensaje poético o ideal, sino como algo concreto y vigente, algo que nos permite ser lo que somos, ciudadanos del mundo y de la historia, sin olvidar la amplitud de nuestra aldea o la memoria ancestral.

Alfredo Herrera Flores
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