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Alejandro Salas, el artista como ensayista

sábado 4 de febrero de 2017
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“La gruta de Pope y otros ensayos”, de Alejandro SalasEl universo del escritor de ensayos a la distancia parece falso y acartonado; un universo comprimido en lecturas, fichas, notas y citas. Es necesario buscar un primer plano para descubrir que el ensayista, como bien lo enseñó Montaigne, desmonta el mundo de las ideas, de la cultura, el arte y la literatura desde su torre atiborrada de libros (o su memoria, recordar a Borges). En fin desde esa escueta trinchera, tan frágil e incómoda como una hoja de papel en blanco, el ensayista busca las otras cinco patas de la realidad, intenta encontrarle su lado menos lacónico con ese bisturí preciso de las palabras y convertir lo trivial en trascendente y lo fugaz en aquello que permanece.

Algunos ensayistas pertenecen a ese otro universo singular de la pintura, la fotografía y la escultura (o alguna nueva modalidad de las artes visuales). Cuando el artista recurre al género del ensayo lo hace para tocar esos temas que despiertan su interés visual y su sensibilidad. Como es lógico en algunos casos el tanteo produce bodrios fenomenales y en otros los resultados son de admirar. Alejandro Salas (Caracas, 1960-2003) pertenece al rubro de ensayistas que desde lo artístico utilizan el ensayo como una especie de lámpara para iluminar el túnel de su curiosidad, de su búsqueda para comprender y conectar los distintos puntos que puede tener un tema determinado, las infinitas conexiones que tiene cualquier asunto que despabile nuestra atención y desde esta noción el artista como ensayista manufactura su museo particular de todo eso que de cierto modo posee esa pegatina del asombro.

Pedro Téllez, en su texto Mapa temporal del ensayo en Venezuela del siglo XX, no lo menciona. No obstante, Téllez aduce las razones para dejar al margen a determinados ensayistas: “Están todos los que son, pero no son todos lo que están. Se trata de un trabajo hecho en mi biblioteca personal, desde lo arbitrario de otros y justicia de uno que es el gusto literario”.

Alejandro Salas1 fue poeta y narrador. Su libro de ensayos (al parecer póstumo) La gruta de Pope y otros ensayos (Colección Umbrales, Fundación Metrópolis, 2004) lo revela como un ensayista de pulcro estilo y con un interés diverso por la poesía, el arte, el dibujo, el grabado y la impresión de libros. Salas navega desde lo erudito por temas dispares sin dejar ningún cabo suelto. Existe en los diferentes ensayos del libro como una metodología de relojería que se sostiene con profusas lecturas y que tratan de asir el tema desde distintos ámbitos.

El libro es una excursión exploratoria por temas de los cuales se puede escribir desde perspectivas distintas.

A pesar de lo cuidadoso del estilo los ensayos no se tornan cansones y descubren al lector posibilidades insospechadas en temas que podrían resultar pueriles, pero a los cuales Salas les imprime una pasión erudita sin perder en ningún momento la frescura.

El libro La gruta de Pope y otros ensayos es una extraña joya en la bibliografía editorial del país. No sólo es exquisito en cuanto a los temas tratados, compuesto por 14 ensayos que abordan temas como Baudelaire y el grabado, informe sobre el manuscrito de La tierra baldía, Mallarmé y los libros, James Joyce, escriba contemporáneo, etc. El otro valor del libro está en las ilustraciones sugeridas por Salas que le permiten al lector hacerse una idea estética sobre los temas que aborda el autor.

El libro es una excursión exploratoria por temas de los cuales se puede escribir desde perspectivas distintas. Por ejemplo, con respecto al grabado escribe sobre Piranesi, Theodor de Bry y Baudelaire. Sobre Piranesi, ese artista que concibió cárceles interminables de absurdo y horror silencioso, Salas realiza un recorrido conciso sobre la vida del artista italiano y su trabajo con el grabado. Salas escribe: “Los grabados de Piranesi evocan de alguna manera ese detalle que decreta ‘la pérdida del centro’. Las figuras que caminan por sus vestíbulos están literalmente aplastadas por los muros, en construcciones irreconocibles, en rampas que saltan al vacío, en escaleras de caracol que tienen un carácter alucinatorio (Praz), en ventanales fuera de toda proporción y que presagian el mezquino tragaluz desde donde Baudelaire vería el infinito”. Con respecto al dibujante grabador Theodor de Bry le interesa ese vuelo imaginativo de un hombre que nunca estuvo en el nuevo mundo y no por azar los originarios americanos resultan en sus grabados figuras recortables con aspecto grecorromanas. De alguna manera Theodor de Bry reavivó el interés del nuevo mundo con sus grabados no sólo lejos de la realidad, sino creando una realidad nueva, impactante y poderosa. Salas acota: “…los grabados de Theodor de Bry lograron a su manera invertir el tiempo para volverse ‘instantáneas’ de la realidad. A finales del siglo XVI las cartas de Colón estaban olvidadas, los relatos de Vespucio sobre pueblos y regiones remotas no asombraban a nadie, pero estos grabados terminaron de descubrir una zona de enigmas a la mentalidad europea (…). De Bry, quien nunca estuvo en las Indias, se volvió la ‘autoridad’ de la época para retratar al hombre americano”.

En el ensayo “Baudelaire y el grabado”, se preocupa por ese interés del autor de Las flores del mal por el grabado, al cual le dedicó varios textos en prosa e incluso le sirvió de inspiración para algunos poemas, sin mencionar que Baudelaire consideraba el grabado como “un género más de la literatura”. Salas afirma: “Para Baudelaire cada grabado era una fuente de imágenes; de allí que su trabajo fue similar al seguido en las técnicas gráficas: no sólo se inspiró en grabados para escribir algunos poemas sino que también tomó posesión de sus procedimientos: las inquietantes aguatintas de Goya, la precisión de buril de Hogarth, los cortes abruptos y tenaces de Rethel fueron aplicados sobre el lenguaje fertilizando sus imágenes…”.

Todos los textos del libro La gruta de Pope y otros ensayos tienen como premisa, o punto de conexión entre sí, la imagen como escritura y no como complemento de lo escrito, y ejemplo destacado es el ensayo sobre Gego y su Reticulárea, que es algo así como una escritura en el espacio o el texto sobre diseñar jardines. Luego está la escritura como proceso casi plástico, en ese trabajo de corrección sobre textos manuscritos, como pugilato con el lenguaje algo parecido como hace el pintor ante el gran lienzo en blanco y los ensayos sobre Joyce, Mallarmé, Sylvia Plath o Blake son buen ejemplo de esa lucha. Estos dos elementos desembocan en ese objeto que es el libro. No sin razón en el prólogo del libro Eduardo Tovar Zamora escribe: “Podríamos decir que trata sobre el hecho literario y la invención de las imágenes del mundo, y de cómo todo esto se concreta, se disuelve y despliega en muy precisos momentos de la literatura y en algunas obras artísticas, abarcando otros aspectos relativos a la impresión”.

Estos ensayos de Alejandro Salas son una manera de mirar, de ver por esa rejilla de confesionario del arte y tratar de obtener la absolución por observar el mundo desde ese saber alucinado del asombro y la curiosidad.

En mi escritorio tengo dos sellos de madera, uno cuadrado y otro cilíndrico, que hoy nuestros indígenas del Amazonas elaboran como recuerdo viajero para turistas despistados. En el ensayo que cierra el libro, “Breve historia de la impresión”, Salas escribe sobre los sellos y esa especie de escritura con sentido de ritual mágico. Sellos que se estampaban en un papel hecho de corteza de árbol o en el cuerpo. Salas anota: “Entre los pemones, incluso hoy, completa un croquis sagrado sobre el cuerpo del devoto. Pero tal vez el más sorprendente de esos sellos cilíndricos es uno de 20 centímetros con animales grabados, sobre todo aves, que parece que formaban parte del ritual de la caza: se cree que se estampaban sobre el piso para encerrar a los animales en un recinto mágico. ¿Qué trazamos actualmente con nuestros grabados? ¿Qué recintos mágicos desplegamos ante nosotros con las artes gráficas o las vastas tipografías?”. Hoy vivimos en el mundo la imagen como mitología cotidiana y como cartografía de la historia no oficial y quizás seguimos navegando literalmente por la red en imágenes y tipografías para exorcizar esos demonios ancestrales que crea la razón en una nocturnidad llena de monstruos globalizados con tiempo de caducidad.

Los ensayos de Alejandro Salas revierten el discurso cultural tan página cultural endomingada, para hurgar en una realidad menos lugar común y asumir lo literario como ese territorio propicio para confundir lo ficticio y lo real en un discurso que evalúa la creación artística desde esa perspectiva inteligente para que la literatura adquiera su auténtica potestad trasformadora.

El ensayo, con respecto a la novela o el cuento, tiene la ventaja de ser una manera de tantear la realidad desde lo literario, pieza de escritura bamboleante y nunca acabada del todo y que respira gran vitalidad cuando un ensayista como Salas, competente y de fina mirada plástica, lo asume sin otra floritura que la inteligencia. Estos ensayos de Alejandro Salas son una manera de mirar, de ver por esa rejilla de confesionario del arte y tratar de obtener la absolución por observar el mundo desde ese saber alucinado del asombro y la curiosidad.

Un escritor creador es a fin de cuentas Alejandro Salas. La redacción es una actividad que cualquiera con un cursillo en línea puede llegar a dominar, pero crear literatura es otro asunto con más de filigrana. Por eso Sergio Pitol afirma: “…jamás confundir redacción con escritura. La redacción no tiene que intensificar la vida; la escritura tiene como finalidad esa tarea”.

Estos ensayos de Salas no sólo intensifican la vida, sino que están escritos con grandes párrafos de silencio, de ese silencio que se manifiesta cuando se fija la mirada para leer todo como una imagen, incluso la escritura.

Carlos Yusti
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Notas

  1. Salas, Alejandro. Caracas, 1960-2003. Poeta, traductor. Colaborador en varias publicaciones literarias venezolanas. Tallerista de poesía del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, Celarg (1976-77). Estudió artes plásticas en la Escuela Cristóbal Rojas (Caracas). Estudios, monografías y ensayos: La gruta de Pope y otros ensayos (2004). Obra compilatoria: Antología comentada de la poesía venezolana (1989). Obra narrativa: Textos para antes de ser narrados (1980, cuentos). Obra poética: Coloquio bajo la sombra de un piano (1978), Señales del solsticio (1979), Tres (1981) y Erotia (1986).
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