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Anticanon o a vuelo rasante por la literatura

sábado 17 de marzo de 2018
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“El anticanon literario de Carabobo”, de José Carlos De Nóbrega“La literatura no es simplemente lenguaje; es también voluntad de figuración…”.
Harold Bloom

Un indiscutible anticanon lo estructuró la iglesia cuando compiló aquellos libros que contrariaban los dogmas sacrosantos. Las autoridades eclesiales consideraron que determinados libros eran perniciosos y que soliviantaban el bostezo anodino de la costumbre, sin mencionar que arruinaban la mente y el alma de incautos e inocentes lectores. Para remediar semejante despropósito decide agrupar en un índice todos aquellos libros más dignos de la hoguera que de una decente biblioteca familiar. El libro Index Librorum Prohibitorum compila en orden alfabético, como su nombre lo indica, libros y autores cuya lectura es indigna para el espíritu. El Índice de libros prohibidos que descansa en mi biblioteca es uno de mis predilectos; lo atesoro como talismán para exorcizar mis prejuicios a la hora de leer.

José Carlos De Nóbrega publica El anticanon literario de Carabobo. Un bosquejo resbaladizo, editado por Fábula Ediciones. Este anticanon, no tan cerrado y adusto como el índice (y no tan santo, claro) reúne una serie de autores y un conjunto de obras que podrían ser catalogados como indispensables de leer. Este anticanon de nuestro estimado De Nóbrega, a diferencia del índice, no se ciñe a un orden rígido, sino más bien aleatorio; mucho menos se esmera en resaltar clásicos ya que su preocupación va a la caza de una serie de autores cuyos libros quizás no resistan el tiempo, o no lleguen a futuro sufriendo nuevas lecturas y despertares. Un canon literario va a lo seguro, es decir, apoyándose en escritores clásicos que han resistido todas las tempestades y han sobrevivido, incluso a este tiempo de megabytes y libros electrónicos. Por eso es que Harold Bloom, en su libro El canon occidental, acota: “El canon, una palabra religiosa en su origen, se ha convertido en una elección entre textos que compiten para sobrevivir, ya se interprete esa elección como realizada por grupos sociales dominantes, instituciones educativas, tradiciones criticas o, como hago yo, por autores de aparición posterior que se sienten elegidos por figuras anteriores concretas”.

El canon de Bloom es tan caprichoso como el anticanon escrito por De Nóbrega. Si el primero responde al criterio ya expresado por el crítico estadounidense, el segundo se va por el atajo de la simpatía y la amistad que despiertan algunos libros y uno que otro autor (cuestión que De Nóbrega no oculta, sino que más bien expone sin prurito); por supuesto en el anticanon priva el gusto interesado. Aunque el autor postule que su libro busca más bien evidenciar el trabajo literario con cierto espesor de constancia, disciplina y cosa, o como él lo escribe: “Este trabajo ensayístico, no en balde su provocador título, no pretende una visión parricida o nihilista de la literatura en el estado Carabobo, Venezuela. Por el contrario, propone una muy personal consideración de autores y obras representativas de la región”.

No obstante el anticanon marca distancia por su estilo desencuadernado (aunque lamento que no sea un breve tratado de parricidio) y su tono desfachatado e irónico busca deslindarse de esa investigación académica tan envarada para dar rienda suelta a un afán lector fuera de pautas y estrecheces valorativas. Este anticanon busca punzar la memoria tan perdida estos días, o como lo escribe el propio autor: “Las obras y los autores reposarían en los mausoleos infames de bibliotecas, centros educativos y culturales carentes de vivacidad. Este anticanon, reiteramos, procura un combate insomne a la desmemoria y el mal de sueño que en este instante padece con intensidad la ciudad de las naranjas tropicales, el lago en el que vomitan el detritus sus factorías y hogares, y la indiferencia de buena parte de su sufriente e insufrible ciudadanía”.

Este anticanon se me antoja una curiosidad lírica por parte de José Carlos De Nóbrega, un vuelo rasante (sin motor, claro) por algunos autores y por esos libros que uno ha dejado como olvidados a la espera de renovadas relecturas.  

Sobre esos autores dejados al margen de este anticanon, De Nóbrega escribe: “Esta muestra polifónica carabobeña está incompleta, pues en nuestra mesa de trabajo tenemos pendiente la lectura crítica de autores como Rafael Arvelo, Otto D’Sola, Felipe Herrera Vial, Pedro Francisco Lizardo, Harry Almela, Carlos Ochoa, Julio Rafael Silva, Rómulo Aranguibel, Francisco Martínez Liccioni, Maritza Jiménez, Milagro Haack, Iris Meneses, Armando Amanaú (un escritor inclasificable), Luis Eduardo Gallo, Rumilda Jiménez y Luis Cedeño, entre muchos otros.

Escribir en Valencia siempre ha sido una actividad compleja. Algunos factores síquicos, no es gratuito que tengamos un manicomio, y otros de orden político, conspiran contra la creación literaria y no por casualidad el autor del anticanon anota: “La composición multinacional de la escritura en Carabobo está marcada como tatuaje incómodo y simbólico por una serie de circunstancias históricas y sociológicas como la industrialización de Valencia a partir de la década de 1950, la condición de efímera capital portátil de la república en el siglo XIX, el terrorismo mítico que todavía inspiran el Tirano Aguirre y Boves, la destrucción del proyecto bolivariano de la Gran Colombia y el indeseable sesgo conservador de la bien llamada valencianidad”.

Este anticanon se me antoja una curiosidad lírica por parte de José Carlos De Nóbrega, un vuelo rasante (sin motor, claro) por algunos autores y por esos libros que uno ha dejado como olvidados a la espera de renovadas relecturas. Este vuelo posee cierta alquímica música debido a que es una reconciliación con la palabra escrita en la que se encuentra una realidad menos tiránica y sí más profunda. Vuelo no oficial que nos sitúa en esa realidad pensada desde las palabras, desde su belleza arquitectónica y desde esa metáfora que pisotea de alguna manera esa realidad nefasta creada desde el poder político que se adereza de engaños y discursos recargados de artificialidad y mala literatura.

Un canon (o su opuesto) es en suma algo así como un santoral y el escritor, más que ser leído, o sobrevivir a los avatares del tiempo, se preocupa de eso que inquieta tanto a Bloom como es lograr cierta estética al momento de utilizar las palabras de siempre. Esmerarse con ese complicado arte de las palabras sería el fin último de todo artista de la escritura. Los escritores municipales y de la comparsa a su modo también batallan para que sus libros no sean bodrios en la mesa de los más vendidos (o formen pasto de ediciones de lujo editadas por los bancos o la Secretaría de la Presidencia). Ya que muy en el fondo un escritor, coloquemos por caso a Paulo Coelho, lo que en verdad quiere es ocupar su lugar en el santoral donde se encuentra Jorge Luis Borges (independiente de que algunos libros de Coelho, por azar, tengan títulos similares con ciertos textos del escritor argentino). Y Bloom propina una buena estocada: “La verdadera utilidad de Shakespeare o de Cervantes, de Homero o de Dante, de Chaucer o de Rabelais, consiste en contribuir al crecimiento de nuestro yo interior”. Cuestión que Coelho y compañía han tratado de hacer, digo yo, ¿no?

Contrario a Bloom, creo que todo escritor y todo libro son prescindibles y no, ya que lo importante es que la palabra escrita siga fluyendo, con sus altas y bajas estéticas, que prosiga moldeando nuestro sentido de humana sensibilidad, algo así como hace el agua con las montañas.

Carlos Yusti
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