Publica tu libro con Letralia y FBLibros Saltar al contenido

La soledad del escritor (a propósito de David Markson)

lunes 12 de noviembre de 2018
¡Comparte esto en tus redes sociales!
David Markson
En las novelas de David Markson no hay personajes ni existe un hilo conductor.
“La soledad del lector”, de David Markson
La soledad del lector, de David Markson (La Bestia Equilátera, 2012). Disponible en Amazon

En el fondo qué es a fin de cuentas un escritor: un hombre que lee. Por supuesto no es un lector ordinario, sino un lector excepcional, que infectado de literatura por todos los poros, escribe también esos libros que quisiera leer; por lo general libros imposibles, libros descatalogados, libros que muerden los bordes de la extrañeza, pero que a pesar de todo consiguen también sus adeptos. Un escritor vendría a ser un lector extremo que hace funambulismo en ese abismo de la locura, siempre en el borde y sin caer del todo gracias a la escritura. Qué son Borges, Umberto Eco, Calvino, Kafka, Cervantes, Rulfo y muchos otros, no otra cosa que simples lectores en ese precipicio tambaleante.

El lector extremo se emparenta mucho con esa figura mítica de Sherezade que se salvó gracias a la literatura. En este ínterin llega David Markson con sus novelas.

Novelas que no lo son en el sentido habitual, pero que entrelíneas tratan de verter ficción a la realidad y viceversa. Son novelas convertidas en un suculento cóctel de citas, anécdotas insignificantes, chismes literarios de café, cavilaciones retorcidas sobre lo literario o lo cotidiano. No hay personajes. No existe un hilo conductor. Quizá posea una especie de bosquejo (un hombre se acomoda a un espacio y mientras lo hace vienen citas, notas, etc.). Es como un boceto sutil, pero camuflado de la escritura de otros. Todo avanza con más citas, notas y contranotas, con más rutilante chismografía literaria. En la novela La soledad del lector puede leerse:

El honor de haber sido el primer autor alcohólico documentado recae sin duda sobre Esquilo.

Shaw vivió con su madre hasta los cuarenta y dos. Y luego tuvo un matrimonio no consumado.

John Stuart Mill era el padrino de Bertrand Russell.

James Russell Lowell el de Virginia Woolf.

Maurice Ravel murió de un tumor cerebral.

¿El Protagonista habrá pasado un tiempo en Italia?

¿En México?

A los diecisiete, cuando se convirtió en alumna de Abelardo, Eloísa ya dominaba con fluidez el latín, el griego y el hebreo.

Balzac escribió ochenta y cinco novelas en veinte años.

E hizo incontables revisiones en las pruebas de galera de cada una de ellas.

Thomas Wolfe era antisemita.

Robinson Crusoe está en su isla durante veintiocho años, dos meses y diecinueve días.

Fray Luis de León.

¿El hijo o la hija del Protagonista alguna vez querrán sus libros?

La mujer de Thackeray estaba loca. Pero la cuidaban en una casa privada y no en un sanatorio.

La soledad del lector es una pieza de una tetralogía formada por otras tres novelas: Punto de fugaThe Last Novel (no traducida al español) y Esto no es una novela. Novelas (entre comillas) para lectores curiosos, para lectores interesados menos en la trama o en los personajes que en esas bagatelas de los hechos y milagros del arte y los artistas en general.

David Markson podría decirse que era un lector normal que después quiso escribir. Escribir en esa normalidad anodina de la novela (o de las historias) con principio, nudo y desenlace.

Como lector, en sus días de estudiante, Markson se fanatizó con la novela Bajo el volcán, de Malcolm Lowry. Era tal su pasión por la novela que buscó la dirección de su autor y se presentó en su casa para conocerlo. Fue amigo de Lowry, pero esto no fue suficiente y entonces escribió una tesina sobre la novela y su autor. No obstante esto tampoco le bastó y se fue a México para hacer el periplo alcohólico del personaje principal de la novela, Geoffrey Firmin, cónsul inglés y dipsómano en México. Luego de esta aventura libresca y etílica retorna a Estados Unidos. Sin dinero para pagar las cuentas se sienta en su vieja máquina de escribir y en un par de semanas concluye un guion de cine. Un wéstern, un tanto escueto, que logra vender y del que hacen una película menos que regular, pero que le permite encaminarse hacia la escritura iniciada hace mucho con sus altibajos de rigor.

“La amante de Wittgenstein”, de David MarksonEn la etapa en la cual Markson se deslumbró con la monstruosa novela de Malcolm Lowry, ya había pergeñado algunas novelas de pase negro y detectives, bajo la influencia de Raymond Chandler. Estas novelas primerizas le permitieron tomarle el pulso al oficio, fijarse un ritmo.

La novela que cimentaría su fama, más en el extranjero que en su propio país, sería La amante de Wittgenstein, donde la mínimo, lo fragmentario, va tomando cuerpo para narrar una historia tan extraña como la vida del filósofo Ludwig Wittgenstein.

La trama, por decir algo, heredera directa de Kafka, gira en torno a una mujer convencida de que es la última persona con vida en el mundo. Narra su travesía en solitario por calles y museos abandonados. A medida que hace esto va aportando sus puntos de vista, conjugados de cierta irreverencia, sobre el arte, la música, la literatura, el sexo, la historia. A veces recurre a citas de escritores, filósofos y un variado etcétera. La mujer es como una memoria andante de ese mundo perdido y aniquilado para siempre. El lector se deja ganar por la lucidez determinante de la mujer, que vendría siendo la amante de Wittgenstein sólo por asociación de ideas. La obra capital del filósofo Ludwig Wittgenstein, el Tractatus Logico-Philosophicus, está constituido por sucintos párrafos de anómala forja aforística, aunque hilvanados dentro de una trabajada y extenuante estructura indicada por una numeración si se quiere caprichosa. En la novela la mujer sigue su escueta relación de breves pensamientos hasta que el lector se percata de que la mujer ha perdido la razón y el lector sólo lee sus delirios, sus retahílas delirantes. En la novela se pueden leer cuestiones como esta:

Tuve una sensación de transparencia en las palabras cuando dejan de ser palabras y se intensifican tanto que me parece que las vivo, que las predigo, como si desarrollaran lo que ya estoy sintiendo. Nadie puede entender la sensación que tuve en la cálida hierba, la sensación de que la poesía se estaba haciendo realidad (Virginia Woolf ).


En una ocasión, Turner se hizo atar al mástil del barco durante una tormenta furiosa para poder pintarla luego. Obviamente, no es la tormenta propiamente dicho lo que Turner quería pintar sino la representación de la tormenta. El lenguaje es con frecuencia así de impreciso, eso he descubierto.

Esta novela, que fue rechazada por 34 editores, le daría el estilo y tono para sus cuatro novelas posteriores. Su novela Esto no es una novela abre con un epígrafe de Swift (sic): “Ahora me aboco a un Experimento muy frecuente entre los Autores Modernos; consiste en escribir acerca de Nada”. Y también se estructura con esos brochazos lacónicos de citas y frases:

Una novela sin ningún tipo de indicio de argumento, le gustaría idear al Escritor.

Y sin personajes. Ninguno.

El Globe Theatre se quemó por completo el 29 de junio de 1613. ¿Alguna obra nueva de Shakespeare, aún no publicada en cuartillas, se habrá quemado con él?

Albert Camus, en la única ocasión en que estuvo con William Faulkner: El tipo no me dijo ni tres palabras.

Nietzsche murió después de una serie de infartos. Pero su enfermedad final, y su locura, fueron casi con seguridad consecuencia de la sífilis.

Una vez a W. H. Auden lo arrestaron por orinar en una plaza pública de Barcelona.

Una vez a Frans Hals lo arrestaron por golpear a su esposa.

Sin trama. Sin personajes.

Que sin embargo induzca al lector a seguir pasando las páginas.

Roland Barthes escribió que a futuro habría obras sin autor (o algo por el estilo), pero no avizoró una novela sin tramas ni personajes, y la cual sin embargo el lector no puede dejar de leer debido a que las frases van creando un tejido novelesco, con personajes reales del mundo del arte y la literatura, y en donde sus peripecias y anécdotas (o tragedias) son ideales para escribir una novela.

David Markson fue escritor bastante peculiar, y qué escritor no lo es. No tenía computadora. Jamás estuvo interesado en el Internet. Empleaba para escribir una ruidosa máquina de escribir y las citas empleadas en sus novelas las rastreaba olisqueando páginas y páginas de libros aquí y allá. Se interesó por esas minucias estrambóticas de la vida de escritores, pintores, poetas y artistas del más variado pelaje. Le gustaba ese chisme de café, ese insulto biliar que profería/escribía un poeta sobre otro escritor. Vivió como pudo de su trabajo de escritor. Luego lo han convertido en un autor experimental y quizá lo fue, pero no de una manera deliberada. Su vida de lector, de buscador de citas, está traspapelada en sus cuatro novelas. En una de ellas escribe: “Esto es todo, ¿no puedo hacer nada más? ¿Es todo lo que dejo? ¿No puedo ir más lejos”.

Faulkner aconsejaba: “No seas ‘escritor’, sé ‘escritura’. Nunca es demasiado pronto para empezar a escribir, tan pronto como empieces a leer”. Y más que escritor, David Markson fue al final sólo escritura y en ese instante en que ya no se puede ir más allá. Markson supo que la novela desde el Ulises de Joyce había caído en ese urdimbre de erudición, técnica y malabarismo pedante con el lenguaje. Él fue hacia la novela desnuda, hacia la novela ovillo que se iba deshilvanando en frases sueltas, sin personajes, sin tramas; sin nada hasta llegar a la mudez desenvuelta de la página en blanco.

Carlos Yusti
Últimas entradas de Carlos Yusti (ver todo)

¡Comparte esto en tus redes sociales!
correcciondetextos.org: el mejor servicio de corrección de textos y corrección de estilo al mejor precio