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Ulises, ese bodrio inleíble

jueves 27 de junio de 2019
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Marilyn Monroe
Marilyn Monroe leyendo Ulises, de James Joyce. Fotografía: Eve Arnold (1955)

Algunos editores (e incluso una buena tropa de escritores reconocidos) se ufanan de no haber leído el Ulises de James Joyce, aunque muchos tampoco han leído El Quijote, Moby Dick, Guerra y paz o Doctor Fausto. De nuestro patio local debe suceder igual con El falso cuaderno de Narciso Espejo, País portátil o Abralapalabra.

Es plausible que cualquier lector renuncie a sumergirse en esas novelas que tienen todos los rasgos de hacer añicos la narración tradicional. Incluso el grosor en páginas conspira para abrir determinados libros. No sin retorcido sarcasmo Borges aseguró que a Cien años de soledad le sobraban como cincuenta años. Es que en un cúmulo de novelas, con perdón de Flaubert, proliferan muchas páginas/años prescindibles.

Se traslada al centro del cuadrilátero al Ulises por ser una novela icónica y que de alguna manera marcó los nuevos itinerarios a futuro de la novela.

La mejor etapa para leer es cuando la juventud desborda los poros. Para batallar con los clásicos, de vigorosas páginas, es mejor la adolescencia debido a que la sed por descubrir está efervescente, y adicional a ello la energía en combinación con el tiempo, que parece sobrar y cuyo requisito es derrocharlo. Con juventud se puede desafiar a esas novelas experimentales; condimentadas con monólogo interior y ese cargante tratamiento con el tiempo y el lenguaje, sin mencionar otros recursos estilísticos (no utilizar puntuación, inventar palabras, etc.) en función de aportar nuevos aires a la escritura de novelas.

Se traslada al centro del cuadrilátero al Ulises por ser una novela icónica y que de alguna manera marcó los nuevos itinerarios a futuro de la novela, igual como lo hizo Cervantes con El Quijote o Laurence Sterne con La vida y las opiniones del caballero Tristram Shandy. Joyce emplea algunos artificios estilísticos y parodias de estilos extraliterarios para armar la novela. No obstante el procedimiento que maneja con gran destreza es el monólogo interior, que por otra parte no le pertenece ya que el primero en utilizarlo fue el escritor Édouard Dujardin en una novela corta, Han cortado los laureles. En esta breve historia encontramos a Daniel Prince, o más bien leemos los pensamientos de un joven estudiante de derecho embelesado por una actriz. La novela es un correr la cortina para que se puedan leer los pensamientos más íntimos de este enamorado, desde las seis de la tarde hasta las doce de la noche y con París como telón de fondo.

Los primeros lectores del Ulises fueron los censores, que hincaron su lupa más en las obscenidades que en el vanguardismo literario ensayado por el autor. Virginia Woolf se detuvo en la página doscientos y se quejó de haber dejado a Proust de lado por pasearse por esa cloaca, o algo similar. La Woolf hizo dos anotaciones en su diario. La primera en este tono: “Miércoles, 16 de agosto de 1922: Debiera estar leyendo el Ulises y formulando mis argumentaciones en pro y contra. Por el momento, he leído doscientas páginas, que ni siquiera representan la tercera parte (…). Ulises me parece el libro propio de un analfabeto, un libro carente de desarrollo; la obra de un obrero autodidacta, y todos sabemos cuán lamentables son esas obras, cuán egotistas, cuán insistentes, cuán primarias, crudas y, en última instancia, nauseabundas”. La segunda va a la yugular: “Miércoles, 6 de septiembre de 1922: (…) He terminado el Ulises y creo que es una obra fallida. A mi juicio, no le falta talento, pero de baja estofa. El libro es difuso. Es enmarañado. Es pretencioso. Es de baja ralea, no sólo en el sentido evidente, sino también en la acepción literaria. Con ello quiero decir que un escritor de primera fila siente por la literatura un respeto tal que le impide servirse de trucos; de sorpresas; de hacer payasadas”. Payasadas y trucos que ella misma utilizaría en su novela Orlando, que no es sencilla de leer y en la cual la escritora hace triquiñuelas de mago callejero con el tiempo y la identidad del personaje principal. Lo escrito por Anthony Burgess es preciso: “A Virginia le parecía tosca y grosera buena parte de la literatura contemporánea; sus propias contribuciones a ésta estaban escritas desde el deseo de purificar, sensibilizar, airear”.

La foto que le hizo Eve Arnold a Marilyn Monroe leyendo el libro me resulta el mejor testimonio de lectura despreocupada que cualquier lector debe asumir.

George Bernard Shaw, en una carta dirigida a Sylvia Beach, la editora del libro, escribe: “Estimada señora: He leído varios fragmentos de Ulises en las diversas entregas. Es un repugnante registro de una etapa desagradable de la civilización, pero un registro veraz, y me gustaría poner un cordón alrededor de Dublín y rodear con él a todos los varones de la ciudad comprendidos entre los quince y los treinta años, y obligarlos a leer el libro, y preguntarles si a partir de la reflexión logran ver algo divertido en esa mofa y obscenidad malhabladas y malintencionadas”. También la novela tuvo sus buenos lectores como Carl Jung y T. S. Eliot. A pesar de que la novela hoy es un libro imprescindible, todavía se continúan diciendo sandeces como las de Paulo Coelho y que no vale la pena citar.

No sé, pero la foto que le hizo Eve Arnold a Marilyn Monroe leyendo el libro me resulta el mejor testimonio de lectura despreocupada que cualquier lector debe asumir, indistintamente del libro elegido.

Leer por obligación (o para demostrar que no se es tan cretino como se aparenta) puede resultar algo infortunado. Lo que es necesario tener claro, creo yo, es que la lectura de libros (sencillos o enmarañados) sirve para descubrir que hay belleza en una historia bien contada, aunque narre lo inefable, en un párrafo con las palabras precisas, en una frase construida con exactitud de relojería; belleza puntual en una metáfora que saca de sus goznes el mundo cotidiano. Leer debido a que somos lenguaje y escritura. Leer para entender que estamos forjados con la luz de muchas historias y de muchas palabras. Leer para que el alma no se pierda en esa oscuridad que a veces se llama silencio. Por lo demás leer para descuidarse por aquello escrito por Ángel Gabilondo: “Una de las consecuencias de leer consiste en que si uno se descuida acaba escribiendo”.

Carlos Yusti
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