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Franklin Fernández, constructor de paisajes

miércoles 5 de agosto de 2020
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Obra de Franklin Fernández

“Allí estaba el río, fascinante, mortífero, como una serpiente”.
Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas

Estaba viendo la película 5 sangres, de Spike Lee, que narra la travesía de cuatro ex combatientes afroamericanos en Vietnam. Son cuatro experimentados sexagenarios que se reagrupan en Ciudad Ho Chi Minh (Saigón) para recuperar, en mitad de la selva, un cargamento de lingotes de oro y el cadáver del quinto integrante y líder de un batallón de infantería que combatió contra el Viet Cong entre 1967 y 1971.

Estos viejos guerreros van en una lancha cruzando un río y suenan de fondo esos acordes inconfundibles de La cabalgata de las valkirias de Wagner. Por supuesto esto es una clara alusión a la cinta Apocalypse Now de Francis Ford Coppola. Como tengo la película la volví a ver. El estuche de dos CD tiene el famoso afiche del río con un crepúsculo (entre rojo y naranja intenso) en la cual apenas se detalla una bandada de diminutos helicópteros. La película de Coppola es una recreación/adaptación de la novela El corazón de las tinieblas de Conrad; como es un libro de pocas páginas, volví a releerlo de un tirón.

Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola
Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola

El río del que escribe Conrad es el río de la película, salvando, claro, lo geográfico, ya que el paisaje descrito por Conrad es del Congo y el otro es de ese Vietnam de utilería del cine (sin duda es algún río de Filipinas o de alguna de esas locaciones del sudeste asiático con selvas y ríos). Con estos datos todavía no tenía nada claro y no vislumbraba cuál era la conexión de todo esto con los paisajes de Franklin Fernández, pero el río me perseguía y seguía fluyendo en mi memoria hasta que recordé al pintor Joachim Patinir y busqué en la biblioteca un viejo catálogo que adquirí cuando visité el Museo del Prado.

De paso por Madrid me dispuse (con mi Currunca) efectuar un recorrido (atropellado) al Museo del Prado. Iba como es lógico a por el Bosco, quería perderme un poco en El jardín de las delicias. No obstante en la sala 56-A hice un alto. Me detuve ante una tabla pintada al óleo: Caronte atravesando la laguna Estigia, de Joachim Patinir. Esa pequeña tabla de Patinir es sin duda atrapante por la serena alegoría de un paisaje que parece inventado y de esa decisiva elección entre el bien y el mal que el cuadro representa. Está un río que viene atravesando/dominando la escena. Hay una vegetación con árboles y afluentes menores de agua. Dominando el centro se encuentra Caronte sobre su barca, especie de anciano con barba y cubierto con una túnica que el viento mueve dejando al descubierto partes de su cuerpo desnudo. Lo acompaña un alma, de menor tamaño. A la derecha una torre, y detrás, llamaradas de fuego que parecen consumirlo todo. A la izquierda el paisaje es más luminoso, hay algunos ángeles, se divisa a lo lejos una especie de torre transparente, rocas, montículos y un azul que se funde al blanco en una línea lejana del horizonte. También se divisan algunos ángeles, flores y animales. La pequeña barca con las dos figuras cruza con parsimonia, mientras con levedad las aguas se agitan.

Caronte atravesando la laguna Estigia, de Joachim Patinir
Caronte atravesando la laguna Estigia, de Joachim Patinir

En la tabla el pintor mezcla ese mundo religioso con el universo clásico grecorromano de Caronte cruzando las aguas hacia el inframundo. También está el Cancerbero que cuida las puertas del infierno. Esa diminuta alma que acompaña al barquero no mira lo que el espectador del cuadro observa a la perfección como es en cuál de los lados se encuentra el cielo y en qué lado se ubica el infierno. Pilar Silva Maroto, en su texto Patinir: estudios y catálogo crítico (Museo Nacional del Prado, 2007, pp. 150-163), escribe: “Patinir sitúa la escena en el momento en que Caronte ha llegado al lugar en que se abre un canal a cada lado de la Estigia, momento de la decisión final, cuando el alma a la que conduce tiene que optar por uno de los dos caminos. Debe conocer la diferencia entre el camino difícil, señalado por el ángel desde el promontorio, que lleva a la salvación, al Paraíso, y el fácil, con prados y árboles frutales a la orilla, que se estrecha al pasar la curvatura oculta por los árboles y conduce directamente a la condenación, al Infierno. El modo en que Patinir representa el alma, de estricto perfil, con el rostro y el cuerpo girado en dirección al camino fácil, que lleva a la perdición, confirma que ya ha hecho su elección y que esa es la vía que va a seguir”.

Al parecer Joachim Patinir es considerado como el primer artista en darle preeminencia al paisaje. Antes de él los paisajes estaban en un segundo plano, eran sólo un complemento de relleno en toda la composición del cuadro. Patinir trajo el paisaje al primer plano, lo convierte en protagonista principal y ahora lo que constituye el complemento son los distintos personajes que interactúan en él.

El río, las rocas, las pequeñas colinas y promontorios que pinta Patinir no son de una selva, pero sí de ese paisaje real de la región de Dinart al sur de Bélgica. Región dominada por un río (y en la cual hubo un gran incendio) donde nació el pintor y en el cual quizá transcurrió parte de su infancia. Mirando unas fotos actuales de Dinart se observan esas enormes rocas que en los cuadros de Patinir se convierten en su impronta, debido a que se repiten en algunos de sus cuadros, y en que él al parecer las reelaboró, una y otra vez, desde la memoria; dándoles ese toque fantástico, surrealista y alegórico que las caracteriza. Esto que hizo Patinir con el paisaje luego se haría normal en el arte. Por ejemplo Picasso dijo en una ocasión que él pintaba lo que veía, y su paisaje cubista Fábrica en Horta de Ebro parece calcado de una foto de dicho paisaje.

El pintor de paisajes no se encuentra dentro del paisaje, sino que está afuera. Él observa el paisaje como desde una ventana imaginaria, que tendrá la dimensión del lienzo. Cuando mira un paisaje al aire libre lo que observa es su tiempo interior. John Berger ha escrito que la perspectiva espacial está estrechamente relacionada con la cuestión del tiempo. Ese tiempo interior permite visualizar el paisaje desde el concepto. El pintor mira el paisaje no como un naturalista, sino como alguien que necesita acumularlo, comprimirlo, desde lo tridimensional hacia un plano bidimensional. El naturalista vive el paisaje, lo estudia para dibujarlo. El pintor lo expresa, lo piensa para dibujarlo.

Obra de Franklin Fernández

En los paisajes de Franklin Fernández hay tiempo metafórico acumulado, hay discurso poético que se ensambla desde la idea y la emoción. Algo así como hacía Armando Reverón al pintar el paisaje de la playa. Reverón no pinta el contorno físico, ni la arena, ni el azul del agua, y más bien se detiene en la luz; pintaba esa luminosidad enceguecedora del paisaje del litoral, no veía otra cosa que una luz blanca dibujando una poética que él trataba de llevar al lienzo.

Franklin Fernández tampoco se detiene en el color de la tierra ni en las nubes, o en esa línea del horizonte donde la mirada hace equilibrios de funámbulo. Franklin sólo ve el poema que se estructura a lo lejos como si de un rompecabezas se tratara. Luego él trata de armar todo aquello desde lo metafórico y con materiales diversos; como es lógico no se trata de un paisaje visto desde una ventana, sino de un paisaje visto desde la ventana del imaginario poético, pensado desde ese recogimiento del poeta. Un paisaje desde la memoria en el cual fluyen ríos, se yerguen árboles, donde el sol se levanta o la luna ilumina la noche con sus ruidos de grillos y ranas. Aunque Franklin simplifique todo en sus paisajes, con pasión memorizada, el espectador descubre los árboles, el color del suelo, la lejanía con el tiempo que transcurre y cambia los colores del entorno, jugando con la luz y la oscuridad.

Obra de Franklin Fernández

El arte es una posibilidad de explorar lenguajes nuevos o nuevas manera de mirar. A Franklin Fernández le atrae del paisaje esa noción de rompecabezas, y desde esta perspectiva arma (literalmente) sus paisajes. Algo parecido hizo Patinir en su Caronte atravesando la laguna Estigia, cuadro que está construido a partir de la tabla utilizada (64 de alto x 103 cm de ancho; en realidad son dos tablas transversales de roble del Báltico a aristas vivas y unidas con espigas de madera cilíndricas internas) hasta lo plasmado en ella y donde el paisaje está “construido” por planos paralelos escalonados. El formato apaisado de la tabla permite al pintor dividir verticalmente el espacio en tres zonas/partes bien diferenciadas, una a cada lado del ancho río, en el cual Caronte navega en su barca con un alma y donde lo terrible está sujeto a una serena belleza.

Darle forma al paisaje con objetos diversos entra en ese estadio de lo creativo por otras vías, de la posesión del paisaje a través de otros elementos, y para Franklin Fernández la poesía dejó el papel para transmutarse en un objeto y de igual modo el paisaje saltó hacia dentro de la ventana para convertirse a su vez en un poema-objeto que trata de captar el paisaje desde otra posibilidad.

Obra de Franklin Fernández

Franklin Fernández mira el paisaje construyéndolo con retazos de color, maderas, trozos de hierro y otros materiales. Son paisajes que existen en su memoria, que se recrean, de alguna manera, desde su recuerdo. Los paisajes que se viven en la infancia viajan con nosotros y estos paisajes inventados/recreados por Franklin Fernández han viajado en el equipaje de su mirada y luego con esa sencillez del artesano los ha ido ensamblando, y el espectador puede distinguir puestas de sol, atardeceres, árboles, montañas y terraplenes con ese inconfundible amarillo de la tierra. El paisaje cambia con el pasar de las horas y siempre adquiere tonalidades distintas en el transcurrir del día, pero permanece inamovible en la memoria.

Platón en una ocasión le dijo a uno de sus discípulos, que se extasiaba ante un paisaje, a manera de reprimenda: “Nunca me ha interesado la naturaleza, ni las montañas, ni las piedras y mucho menos los árboles jamás me han enseñado nada”. El pintor de paisajes no busca ningún aprendizaje, no pretende la sabiduría al contemplar un paisaje; más bien trata de captar ese incomparable belleza ordenada de tal manera para que la mirada entienda lo que significa la armonía de las formas convertidas en un instante siempre cambiante, siempre único.

Quizás estos paisajes construidos de Franklin Fernández no remitan a un paisaje en particular, mucho menos creo que se aboque el artista a una representación verosímil de algún paisaje determinado. No obstante en estos paisajes, de una simplificación exquisita, se capta con gran nitidez esa metáfora implícita en todo paisaje real.

Carlos Yusti
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