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El escritor de solapas

jueves 8 de julio de 2021
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El escritor de solapas, por Carlos Yusti
Escribir con exactitud de brevedad no es sencillo y la solapa requiere cierto tacto y una grandilocuente delicadeza.

En uno de esos diálogos casuales con Carlos Villaverde (poeta, médico, siquiatra, editor del Fondo Editorial Predios y diletante portentoso), me contó su intención de reunir como libro sus textos escritos para las solapas y contraportadas de los libros que con esmero editó. Eran alrededor de cuatrocientos breves escritos que sintetizaban, de forma sintetizada/apresurada, el contenido del libro, y en ocasiones una semblanza de estrella fugaz del autor.

Editar libros es una operación compleja, plena de minucias, contiendas y tropiezos de toda índole. Mario Muchnik, en su libro Oficio editor, relata un poco este engranaje y en un aparte de la obra detalla en categorías las características de algunos escritores, sus manías y perturbaciones de divismo trasnochado al momento de publicar. Así, tenemos a escritores que no admiten que se les toque una coma de su texto, aunque no se entienda bien lo que escriben. Están los que intentan imponer su propia idea de cubierta. También los autores extranjeros que, sin saber una palabra de español, pretenden corregir una traducción. Por supuesto, hay escritores convencidos de que el editor se enriquece a costa de ellos. Y así una lista larga de un pintoresco zoológico en el que los egos bordean lo maniático. A pesar de ello Muchnik acota: “Y, sin embargo, en este oficio de editar libros, lo peor no son los autores”.

El poeta Villaverde como editor tuvo que lidiar muchas veces con los autores. Recuerdo un incidente del que fui testigo. Fuimos a casa de un poeta, del que no diré su nombre, pero sí de su gran solvencia como poeta y de su gran aplomo estilístico como escritor; Villaverde quería comunicarle en persona el retraso de la publicación de su libro. Así, comenzó a explicarle todos los intríngulis del retraso, pero subrayó que el libro tardaría todavía más debido a que los herederos del pintor Alejandro Otero le habían entregado un manuscrito, Papeles biográficos, para su publicación. Argumentó la importancia de editar aquel libro autobiográfico de quien aparte de gran pintor vivió durante algún tiempo, en su infancia, en Upata. Yo mientras tanto degustaba un Jack Daniel’s en el sosiego zen total. Por su parte, la cara del poeta se volvió un rictus de pocos amigos y se tornó rojo de ira y, sin levantar la voz, dijo: “Poeta, usted insinúa que Otero es mejor escritor que yo; usted piensa que la obra de Otero tiene más valor que la mía y por ese motivo publicará sus paparruchas biográficas antes que mis poemas. Si es así, gracias por la visita y los acompaño a la puerta, pero debo atender otros asuntos”. Apuré como pude el trago y salimos sin decir palabra. Ya en la calle el poeta gritó: “Adiós, ex editor, y sobre el libro haga lo que mejor le parezca”. Al cabo de algunos días el poeta llamó por teléfono a Villaverde para disculparse. Casi simultáneamente se editaron los Papeles biográficos de Otero y el libro del poeta.

El poeta Villaverde me aseguró que escribir las “solapas” tiene más truco que técnica en sí.

Carlos Villaverde como editor tiene algo de extravagante y tampoco es ahorrativo en eso de las manías. En una ocasión eliminó algunos ensayos del primer libro que me publicó en Predios. Aducía que eran redundantes, endebles y además abultaban más de lo previsto el libro, y procedió a podarlo sin que le temblara el pulso. Ese montón de textos huérfanos e inconexos fueron de nuevo al quirófano de la reescritura y armé un delgado libro. Sin saber qué hacer con semejante Frankenstein lo envié a un concurso. El libro ganó el primer premio en metálico y publicación. Una cualidad que admiré de Villaverde como editor era que nunca tuvo simpatía por los subsidios y prebendas que otorgaba el gobierno; jamás comulgó con ese engranaje cultural, repleto de trampas y engreimiento burocrático, para su trabajo de edición.

El poeta Villaverde me aseguró que escribir las “solapas” tiene más truco que técnica en sí. Su procedimiento consistía en leer los manuscritos, hacía las correcciones preliminares y en ese intervalo iba tomando notas sobre las particularidades de la obra, y luego, cuando ya el libro estaba en la imprenta, retomaba las anotaciones y la solapa salía con fluidez.

Roberto Calasso dice que el antepasado de la solapa es la epístola dedicatoria, que tuvo su despunte en el siglo XVI y en la que el autor (o el impresor) se dirigía al príncipe que había dado su protección a la obra. Calasso escribe: “La solapa es una forma literaria humilde y difícil, que espera todavía quien escriba su teoría y su historia. Para el editor suele ser la única ocasión de señalar explícitamente los motivos que lo han impulsado a escoger un libro determinado. Para el lector, es un texto que se lee con sospecha, temiendo ser víctima de una seducción fraudulenta. Sin embargo la solapa pertenece al libro, a su fisonomía, como el color y la imagen de la portada, como la tipografía con la que se lo ha impreso. Una cultura literaria se reconoce también por el aspecto de sus libros”.

Escribir con exactitud de brevedad no es sencillo y la solapa requiere cierto tacto y una grandilocuente delicadeza. Para escribir solapas lo primero es sortear los consabidos tópicos del elogio lambiscón; a continuación debe seducir y al mismo tiempo debe ser una invitación. Que la solapa no sea una publicidad que vende un producto con el elogio de virtudes engañosas. Villaverde, por su parte, intentó con sus solapas dejar el estilo rotundo de los críticos de página cultural e intentó que cada texto fuese creativo, ameno, buscando la complicidad del lector hacia el libro y su autor. Villaverde buscó escribir una breve misiva para el lector por aquello escrito por Calasso: “Observemos a un lector en la librería: toma un libro en sus manos, lo hojea y, durante algunos instantes, está del todo ausente del mundo. Escucha que alguien habla y que sólo él lo oye. Acumula fragmentos casuales de frases. Cierra el libro, mira la portada. Después, con frecuencia, se detiene en la solapa, de la que espera una ayuda. En ese momento está abriendo —sin saberlo— un sobre: esas pocas líneas externas al texto del libro son, en efecto, una carta: una carta a un desconocido”.

Las razones que inducen a un poeta a convertirse en editor pueden ser muchas. Pero me gustaría pensar que lo hace por descubrir esa metáfora traspapelada que tiene cada libro impreso.

Villaverde, en la solapa del libro Tela de araña, de Pedro Téllez, escribió: “…propone catorce abordajes, en forma de notas breves, de leer por gusto, de leer y apreciar de muchos modos, de ensayar la agudeza tras la entrelínea, en donde llega a recrear no pocas de las variables que comporta toda lectura…”. En la solapa del libro Textos de la prisa, de José Carlos De Nóbrega, ediciones del Gobierno de Carabobo, escribe: “En literatura el ensayo es una voluntad, siempre insatisfecha, de conocer. Es en esencia actividad del ingenio, en afán, por acceder a una experiencia. El escritor hace en el ensayo desde el ejercicio crítico como aguda manera de solidaridad hasta la precisión de lo oculto como forma más intensa de pasión”. Para el libro Taumaturgias del verbo, de Josefa Zambrano Espinosa, anota: “Zambrano escoge el ensayo para ratificar con agudeza la perfecta compatibilidad del juego y la indagación, adentrándonos en el pasadizo-espejo donde las palabras y los signos se intercambian, se potencian y desgastan, como la vida misma en su tráfico de días”.

Las razones que inducen a un poeta a convertirse en editor pueden ser muchas. Pero me gustaría pensar que lo hace por descubrir esa metáfora traspapelada que tiene cada libro impreso, esa magia de carpintería y fragua que tiene la edición de un libro. Editar libros es un arte y un negocio, sólo que a veces a muchas editoriales (o editores) se les nota más el negocio. En los libros que editó Villaverde se notaba, claro, el arte y el esmero organizado. Para él fue un desasosiego y un aprendizaje; puede que las solapas sean su huella en la arena de la edición, su visión particular de alabanza y crítica. Quizá los libros de Predios eran el poema y las solapas eran esas desprendidas y apuradas notas al pie.

Para un escritor el universo cabe en un poema, en una novela o en un cuento; para el editor el universo debe entrar con apretado equilibrio y sensibilidad en una solapa.

Carlos Yusti
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