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Formato Bacon

sábado 21 de agosto de 2021
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Francis Bacon
Pienso que Bacon escribió los ensayos para demostrar que era un hombre abierto, un pensador con cierta agudeza y originalidad. Frontispicio de “Sylva sylvarum”, obra póstuma de Francis Bacon (1670)

El interés que tengo por el ensayo es distinto al que pueda tener, por ejemplo, un profesor de cátedra de literatura o un crítico literario. Me atañe el ensayo desde su maleabilidad creativa y no desde esa flexibilidad profesional y académica o desde su ponzoña educativa.

Volví a leer los ensayos de Francis Bacon y caí en cuenta de su permanencia estilística. Existe un trecho bastante amplio entre el estilo ensayístico de Michel de Montaigne y el empleado por Bacon. Montaigne (como es sabido) inventó el género, pero Bacon le limpió un poco de ese barroquismo de florituras personales y citas hasta dejarlo como una reflexión breve, impersonal y concisa que tiene bastante similitud con el columnismo practicado hoy por muchos poetas y escritores. Montaigne siempre fue el conejillo predilecto de sus ensayos; sus comentarios apuntaban sin guardarse nada y escribía ensayos para ventilar los trapos sucios de su pensamiento y de sus menudas intimidades; era una exploración del yo hacia las circunstancias externas. Bacon con sus ensayos hizo lo contrario y nunca dejó alguna mirilla abierta para que el lector hurgara en su oscura (y a veces siniestra) personalidad. Comparto esa observación de Pedro Téllez según la cual, en apariencia, mientras Montaigne iba hacía sí; Bacon, por su parte, iba hacia las cosas; “divergiendo en el enfoque lo que a veces son temas comunes, pero convergiendo en el género que inventó el primero y descubrió el otro para sí y para toda una tradición de escritores ingleses que usarán el termino ensayo para los suyos, mientras los coterráneos de Montaigne llamaran discours a los ensayos”.

El libro tenía por título Essays or Counsels, Civil and Moral, traducido como Ensayos sobre moral y política. Extraño título debido a que Bacon fue en su vida, como funcionario de Estado, en dirección opuesta a los postulados morales y políticos suscritos en sus ensayos. Hoy se editan con el escueto y desnudo título de Ensayos.

Al parecer Bacon utilizó menos su intelecto que su capacidad para la maquinación, la traición para con algunos de sus amigos y las maniobras de las más bajas estofas para lograr lo que su excesiva avaricia le dictaba.

Del libro se realizaron (en vida de Bacon) tres ediciones. Luis Escobar Barreño en el prólogo escribe que “la primera, en 1597, contenía diez ensayos. La segunda, de 1612, suprimía el que lleva el número 55 y agregaba otros 29, en total 38 ensayos; la tercera edición, de 1625, volvió a incluir el 55 y agregaba otros 19 ensayos, que da un total de 58”. Esta última versión es la que continúa editándose hoy día. Téllez aclara: “La segunda edición está escrita en su meseta impregnada por el poder y el maquiavelismo renacentista. Son los escritos del ascenso y la entronización. Allí están los grandes temas y desde la perspectiva de lo alto: De la muerte; De la unidad de la religión; De los padres y los hijos; Del matrimonio y la soltería; Del amor; De los grandes puestos (…). En total 29 nuevos ensayos y 28 años de diferencia con el autor del primer libro”.

Su desmedida ambición política hizo que fuese el principal saboteador de sus principios, si es que tenía alguno. Realizó un buen número de actos de suma vileza para obtener los favores de la reina Isabel I, quien nunca le tuvo ninguna pizca de consideración. Muerta la reina, sería Jacobo I, su sucesor, quien lo llevaría a la cúspide de distintos puestos en el gobierno. Al parecer Bacon utilizó menos su intelecto que su capacidad para la maquinación, la traición para con algunos de sus amigos y las maniobras de las más bajas estofas para lograr lo que su excesiva avaricia le dictaba. No llegas a lo más alto en política sin pisotear a varios contrincantes.

Al final los enemigos, ganados a pulso en su ruta política, se desquitaron y fue acusado de corrupción y abuso de poder. Defenestrado de todo, terminó retirándose a una apartada comarca para dedicarse a la investigación científica y la escritura.

Pienso que Bacon escribió los ensayos para demostrar que era un hombre abierto, un pensador con cierta agudeza y originalidad. Fueron su máscara para promocionarse y hacer ver que era una mansa paloma capaz de reflexionar sobre ética y moral con decantada y aforística transparencia. No obstante detrás de esa máscara literaria estaba una especie de Mr. Hyde que se saltaba todas las vallas éticas para lograr sus metas, más mundanas que filosóficas.

Con los ensayos de Bacon ocurre que uno admira su relojería inteligente, pero en el fondo son algo fríos y como construidos con cierta sincronizada metodología. Bacon no busca comprender, explorarse a través de la escritura, más bien intenta presentar puntos de vista (aforismos, diría Téllez) chispeantes y que el lector puede también elucubrar sus propias ideas. Bacon puede considerarse como uno de los primeros en ser brillante en cuanto a escritor, pero deleznable como persona. La historia de la literatura está plagada de especímenes parecidos o peores. No son escritores malditos, sino malditos escritores, ironías aparte.

Montaigne fue el artífice por excelencia del ensayo, pero Bacon le buscó nuevos derroteros haciéndolo algo flexible y menos abrumador.

No obstante, el aporte de Bacon para sacar al ensayo de los parámetros inventados por Montaigne es puntual, y el interés por el cual se siguen leyendo no es tanto por las cuestiones tratadas, sino por el modo, por ese formato tan particular de abordar los más variados asuntos, con características bastante especificas como brevedad, prosa clara, fogonazos reflexivos y sobre todo ese relajado desapego para tratar cualquier tema y donde destaca ese distanciamiento de un observador perspicaz, pero que no cree para nada en los juicios que escribe.

En lo personal tengo el ensayo como un juego, especie de partida de ajedrez; es decir, que dentro de la simplicidad del juego se pueden fraguar jugadas complejas, y en esto Bacon fue bastante versátil, creando jugadas de impecables filigranas de dificultad. Bacon diseñó su propio formato para escribir sus ensayos y de eso se trata: expandir las formas ya delineadas creando nuevas. Montaigne fue el artífice por excelencia del ensayo, pero Bacon le buscó nuevos derroteros haciéndolo algo flexible y menos abrumador. Se busca siempre en literatura que el formato ceda, se amplíe, derrotando cualquier inamovilidad. Que todo fluya fuera de la cuadrícula para que la expansión de los géneros literarios pruebe el mágico elixir de la renovación.

Carlos Yusti
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