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Pocaterra descolocado

domingo 12 de septiembre de 2021
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José Rafael Pocaterra
José Rafael Pocaterra (1889-1955) siempre fue un escritor que estuvo en el ojo del huracán de los acontecimientos de su tiempo.

Escribir de la realidad acuciante que nos rodea ya como que no se estila; además, los bodrios producidos por el realismo socialista, que nadie lee ni por curiosidad, son la prueba de ese abismo en el cual hoy los escritores no quieren caer. La realidad a veces resulta un aluvión caótico, sobre todo para el escritor de novelas y cuentos. Para algunos escritores puede servir como decorado para mover a sus personajes; para otros, la realidad es ese condimento crudo que sazona con vigor su narrativa; pero para los escritores con espíritu artístico, la realidad es sólo una obviedad bostezante, en ocasiones mediática más que sabida, que es necesario cernir con mucha literatura imaginativa y extravagante para darle un sentido estético envolvente en el que el lector también haga sus aportes para salir de la asfixia.

En un artículo el escritor nicaragüense Sergio Ramírez anota sobre el fracaso de esa novela que toma partido, esa que deja de ser ecuánime para mostrar las taras sociales y políticas convirtiéndose en una pancarta para la denuncia. Para Ramírez, mantenerse neutral con los acontecimientos es su regla: “Nunca tomar partido. Quizás los asomos de fracaso que uno encuentra en la novela de denuncia que se escribió en América Latina en la primera mitad del siglo está precisamente en que esa denuncia, demasiado obvia, llega hasta la imprecación discursiva. Novela militante, novela de tesis. Novela de partido”.

Desde esta óptica, un escritor como José Rafael Pocaterra (cuyo prontuario de no ser un escritor neutral es leyenda de hemeroteca) al parecer pasará al desván del olvido, si no es que ya está allí para alivio de la realidad y de la implosión política que se ha entronizado como una materia corrosiva en todos los intersticios sociales. Con todo esto del escritor como mirón neutral Pocaterra queda un poco descolocado, algo movido de ese pedestal del escritor como retratista imparcial de la sociedad que le tocó en suerte.

Las novelas y los cuentos de Pocaterra no podían escapar a su postura de contienda contra los desmanes políticos y contra esa literatura plagada de evocaciones proustianas.

En su artículo, Ramírez escribe: “La intención deliberada de que la obra de ficción funcione como vehículo de propaganda política resulta condenada de antemano, porque la novela es el instrumento menos adecuado para esa tarea que se convierte en patética. La ahoga la obviedad, que es enemiga mortal de la complejidad, y el discurso narrativo arriesga a volverse infantil, por su simpleza didáctica…”.

Pocaterra siempre fue un escritor que estuvo en el ojo del huracán de los acontecimientos de su tiempo e incluso sus novelas y cuentos no podían escapar a su postura de contienda contra los desmanes políticos y contra esa literatura plagada de evocaciones proustianas. No por azar Pocaterra escribió: “Ni rectifico, ni sacrifico: narro”. A pesar de que sus libros tienen muchos de esos defectos que señala Ramírez, conforman una página destacada de la literatura venezolana, y uno de los mejores estudios sobre la vida y la obra del escritor es el escrito por María Josefina Tejera: José Rafael Pocaterra, ficción y denuncia.

En Pocaterra se combinó, no siempre en dosis equilibradas, el luchador social con el escritor, y en comparación con otros autores de su tiempo su estilo literario puede resultar pedestre. Sin embargo, su actitud de hombre de letras que no hace mutis frente a la abominación dictatorial puede decirse que es su mejor (y peor) escritura.

Algunas novelas de Pocaterra se quedaron patinando entre la denuncia y el panfleto, nunca calzaron los puntos suficientes para obtener el estatus de obras de arte y devinieron a la postre como novelas pancartas, donde la denuncia y la ironía dejaban al descubierto los trapos sucios de una sociedad miedosa, obsecuente y dispuesta a someterse a los caprichos de los sátrapas que usurpaban el poder para seguir medrando y sobreviviendo.

A pesar de todas las adversidades Pocaterra escribe su libro Cuentos grotescos, en el que retrata su mundo inmediato y su idea sobre una sociedad deformada (a veces con una monstruosidad esquiva y como oculta) que conforma algo así como una comparsa retorcida hasta la caricatura. Siempre he considerado éste un libro de cuentos como un mapa en negro de la ciudad de Valencia, una guía para llegar al lado oscuro del espíritu de una ciudad siempre pacata y conservadora, donde hay siempre algo oscuro (grotesco lo definió el escritor), bituminoso, que daña todos los sentidos.

Pocaterra percibió lo grotesco, o más bien lo vivió en carne propia, y lo convirtió en veta para su cuentística. Supo como ningún otro escritor ver ese lado poco amable de las historias con personajes algo deformes y cuya existencia opaca, o que roza los límites de lo inverosímil, subrayaba un horror en el que la desigualdad, la insolidaridad y el miedo eran los atributos sociales muy bien disimulados. No es gratuito que Josefina Tejera escribiera: “…se vale de la deformación grotesca para destacar, en determinado momento histórico, las desigualdades sociales, con el fin preciso de incitar un cambio y contribuir al progreso social. Con esa intención describe los aspectos más sórdidos y repulsivos de la vida humana e intensifica el desequilibrio de la realidad hasta sacudir al lector con lo desagradable…”.

La crítica canónica tiene a Pocaterra como un narrador que sacó al cuento de ese empaque preciosista y literario para encontrar el hueso de historias realistas sin efluvios metafóricos, o algo por el estilo. Es decir, un cuentista imprescindible que cualquier narrador debe leer para cumplir con la tarea. Y aunque algunos de sus cuentos pecan de intencionalidad, o tienen alguna moraleja, están algo alejados de ese realismo duro pregonado por su autor. Alba Lía Barrios destaca que en sus cuentos “…una y otra vez volvemos a tropezar con frases y párrafos enteros del romanticismo más farragoso y descubrimos ejemplos de una elegancia modernista orgullosa de sí misma”. Barrios también anota, como una característica a favor, el distanciamiento al momento de narrar; un distanciamiento “en el sentido brechtiano para significar ese efecto de lejanía emocional, de falta de identificación entre personajes y receptor…”. Ya esto le otorga cierto certificado de actualidad a sus cuentos. A pesar de ello Pocaterra no legó ningún decálogo del perfecto cuentista ni nada parecido, pero el prólogo para sus Cuentos grotescos dejó algunas pinceladas de su concepción narrativa: “El cuentista, es decir, el escritor que logra encerrar en pocas páginas lo vital, lo artístico y lo que necesite dos o trescientas para comunicar al lector en dos o tres días lo que él logre en pocos minutos, es la simiente del novelador copioso cuyo mérito es extenderse, explicar, explicarse, y cuando lo logra es porque la simiente prendió. De lo contrario, la generalidad de ‘fabricantes’ de intriga novelesca con sus tres clásicas dimensiones y la cuarta en veremos, no pasan de ser festones más o menos vistosos de un arco de cartón que al marchitarse toman la más triste forma de la basura: la marchitez vegetal y el papel sucio”.

Lo que hace actual a Pocaterra es que escribió siempre el mismo libro con la mirada fija en esa realidad retorcida en lo grotesco.

El otro libro de Pocaterra, especie de eje central de toda su peripecia creativa, es sin duda Memorias de un venezolano de la decadencia. Obra que resiste todas las clasificaciones sumarias posibles. Obra polifónica por excelencia y que dentro del cuerpo escritural incorpora pequeñas historias. La que siempre ha llamado mi atención es la del fotógrafo Nerio Valarino, quien preso en La Rotunda se hizo pasar por loco y con una lata de sardinas comenzó a tomar fotos de todo. Lo que era un ardid de Valarino, ya que su intención era fotografiar el horror de La Rotunda, amargamente célebre cárcel de la dictadura gomecista. Valarino, con la complicidad de familiares y amigos, armó una pequeña cámara que disfrazó en su lata de sardinas. En la cárcel, cuando los guardias lo veían, asumían que el pobre hombre había perdido la razón y su manía era creerse fotógrafo, y lo dejaban en paz. Pocaterra cuenta este episodio de Valarino con genialidad magistral. Las Memorias son un compendio de muchas cosas. Inigualable vademécum que puede leerse, aunque incurra en un tópico, como crónica histórica, novela, panfleto, testimonio carcelario y un etcétera variado, pleno de sutiles complejidades.

Lo que hace actual a Pocaterra es que escribió siempre el mismo libro con la mirada fija en esa realidad retorcida en lo grotesco. Que sus Memorias no son historia, ni memorias, ni diario, ni novela, sino un libro que fue hacia distintas direcciones y que él se ocupó en reescribir sobre la marcha como buscando un nuevo procedimiento para narrar su experiencia y ese instinto particular que tuvo para ser un participante activo de los vaivenes sociales y políticos.

No fue nuestro clásico más sobresaliente, pero sí el que forjó una manera de ejercer de escritor desde ese sentido de la confrontación. Supo reconfigurar con su escritura, algo rústica, una realidad sociopolítica en extremo paralizada (y paralizante). Pocaterra creía con firmeza que la realidad saldría de esa dureza de ladrillo impuesta utilizando la literatura como mandarria, y más que escribir libros escribió fuertes mandarriazos para que la realidad adquiriera su movilidad gelatinosa, huidiza. Escribió para situarse en ese lugar difícil donde la literatura produce esa sensación incómoda de parecer servir para algo. Su agenda como escritor fue tachar de su agenda, a través de su escritura, la realidad.

Carlos Yusti
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