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Amigos y palabras

domingo 19 de septiembre de 2021
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Zanco Panco (Humpty Dumpty)
Zanco Panco (Humpty Dumpty) en su encuentro con Alicia le otorga a las palabras un uso arbitrario y bastante inusual.

Tuve un amigo que me reprochó siempre esa manera tan intrincada que utilizo para escribir. Le resultaba petulante de mi parte que él no me entendiera y sobre todo que no disfrutara a sus anchas mis textos. Aunque este amigo no era un lector duro, es decir que apenas había leído uno que otro libro y de los clásicos ni hablar, me recomendaba que escribiera de forma normal como muchos otros escritores, nunca me dijo cuáles. Me excusaba argumentando que cada escritor tiene su estilo, su manera particular de armar las palabras en un escrito, y como para burlarse me decía: “Tú estilo es lo que se podría llamar como enmarañado”. Y soltaba una risa. La actitud burlesca de este amigo me recordaba esa frase de W. H. Auden: “Como lectores, la mayoría de nosotros somos, hasta cierto punto, como esos granujas que dibujan bigotes a las chicas de los anuncios”.

En una entrevista Jorge Luis Borges dijo que en un principio se le consideraba un autor de relectura y que poco a poco fue podando su escritura de adjetivos innecesarios, de una que otra floritura gramatical y de esa manía sentenciosa que tenía de escribir hasta lograr una limpieza textual aceptable, una suerte de música menos embotada, y así adecuarla al oído del lector. Y es bastante atinado lo escrito por él: “Uno lee lo que quiere, pero no escribe lo que quisiera, sino lo que puede”.

Tengo otro amigo que me reclama si lee alguno de mis artículos y éste no calza con sus expectativas como lector. Para él tengo una excusa perfecta: “La musa me está poniendo los cuernos con otro escritor que vive a tres calles de mi edificio”. Mi amigo replica sin pensar: “Usted es un caso perdido, siempre confunde a las musas con zorras y a las vírgenes con prostitutas”.

Se molestaba cada vez que acertaba con el significado de la palabra, pero se alegraba sobre las lecciones con respecto a las palabras que le impartí a cada tanto.

De eso se trata. Escribir (o leer, indistintamente) para aclarar un poco ese torbellino de confusiones cotidianas. Otro amigo escritor lee diccionarios como si se tratara de una novela de aventuras o de esas con terror de fondo al mejor estilo de Stephen King. Se sorprende de forma teatral cuando le digo que no tengo diccionarios y que en la casa no está esa Biblia obligada de las palabras que es el Pequeño Larousse.

Esto me recuerda a Ricardo Celli, escultor y pintor, con quien trabajé en una dependencia de cultura. Nos hicimos amigos a cuentagotas. En un principio mantuvimos cierta distancia circunscrita al plano laboral. Cuando Celli ya tuvo algo de confianza me preguntó sobre mi actividad de escritor. Le dije cuestiones banales acerca de este oficio con las palabras.

Cada mañana Celli me preguntaba por alguna palabra. La pregunta entraba en esos intercambios casuales que entablan los compañeros de trabajo. Le respondía que determinada palabra significa tal y cual cosa, que además era necesario tomar en cuenta el contexto (el ambiente) en el cual se utilizaba. Mis respuestas eran naturales. Mucho tiempo después nos hicimos buenos camaradas y entonces confesó que cada día buscaba en el diccionario las palabras más complicadas y extrañas para intentar dejarme insolvente (esa fue la palabra que utilizó) como escritor. Se molestaba cada vez que acertaba con el significado de la palabra, pero se alegraba sobre las lecciones con respecto a las palabras que le impartí a cada tanto. Para Celli eso era un juego y lo que nunca le expliqué fue que eso es lo que siempre hacía el escritor: jugar con las palabras. Hacer juegos combinatorios hasta lograr las frases con la solvencia suficiente para comunicar, que las palabras trabajen de manera armónica y hagan que los textos se conviertan en agua cristalina y comprensible.

Esto me lleva a otro amigo, pero éste pertenece a la ficción literaria, que tiene una relación de jefe, algo despótico, con las palabras. Me refiero a Zanco Panco, personaje de A través del espejo, segundo libro de Alicia en el País de las Maravillas. Martin Gardner considera a este personaje una suerte de filósofo, experto en lingüística, abundantes en el tiempo de Lewis Carroll como ahora, en el ámbito de Oxford. Zanco Panco en su encuentro con Alicia le otorga a las palabras un uso arbitrario y bastante inusual:

—¡Pero “gloria” no significa “argumento aplastante”.

—Cuando yo empleo una palabra —dijo Zanco Panco— significa exactamente lo que yo quiero que signifique: ni más ni menos.

—La cuestión es —dijo Alicia— si puede usted hacer que las palabras signifiquen tantas cosas distintas.

—La cuestión es quién manda —dijo Zanco Panco—, nada más.

Gardner recomienda que si estamos interesados en comunicarnos con precisión se debe tener una especie de obligación moral y evitar la práctica de Zanco Panco, y cita a Roger W. Holmes, quien en un artículo escribió: “Las palabras son nuestras dueñas; de lo contrario sería imposible la comunicación”.

Escribir es la búsqueda adecuada de un tono, de un estilo.

Uno que hace lo que puede con las palabras para comunicar sabe que las mismas van a su aire, y si algunos de mis amigos consideran lo que escribo abstruso, mea culpa. No obstante hay que recordar lo escrito por George Steiner, quien aseguraba que toda literatura es simplemente cierta combinación de palabras potencialmente disponible, como lo están todas las combinaciones, en el vocabulario total y en los conjuntos gramaticales de una lengua dada.

Tratando de organizar, a través de la escritura, mi experiencia humana (leída, bebida y vivida), he perdido algunos amigos, he ganado otros nuevos y algunos enemigos, de esos que denominan gratuitos y sin rembolso. No hay que mortificarse tanto, a fin de cuentas son sólo palabras para que lo efímero permanezca. Escribir es la búsqueda adecuada de un tono, de un estilo. En mi caso trato de que sea profundo sin las oscuridades de un pozo, apasionado sin rictus telenoveleros y completo sin llegar a despachar todos los argumentos. Italo Calvino lo escribió mejor: “Si el mundo es cada vez más insensato, lo único que podemos intentar hacer es darle un estilo”. Y eso se hace escribiendo, a pesar de los chiflidos y el griterío enardecido de las gradas.

Carlos Yusti
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