
Cuando los remates de libros existían y proliferaban en los recovecos más inesperados de la ciudad, los buscaba sin mapas ni brújulas. Me interesaban por múltiples razones, pero la que más me resultaba seductora era conocer a qué lector perteneció determinado libro. Me intrigaba ese destino de los libros abandonados en una mesa formando montañas irregulares de papel y palabras. Como soy propenso a no desprenderme de mis libros, tenía los remates de libros como lugares tristes y extraños donde el olvido y el abandono adquirían significados nunca cristalinos.
Me detenía horas revisando las primeras páginas y allí estaba, casi siempre, una dedicatoria, una firma, una fecha o una frase anónima que daba cuenta de su dueño. Maniático como soy, aunque tuviese el libro lo compraba debido a esa nota caligráfica estampada en esas páginas de entrada del libro, especie de señal, de jeroglífico que de alguna manera intentaba decirme algo.
Me inclino hacia esas dedicatorias hechas por sus dueños, amigos y demás fauna lectora.
Con la dedicatoria se podría armar un libro que recopile (o reúna) las menos previsibles. Y no me refiero a esas que hacen los autores; más bien me inclino hacia esas dedicatorias hechas por sus dueños, amigos y demás fauna lectora.
El escritor Diego Rojas sobre este asunto de las dedicatorias escribe que las mismas fueron utilizadas por los escritores desde la antigüedad para ganarse el beneplácito de los mecenas, y cita el ejemplo de Cervantes, cuya sagaz dedicatoria al Conde de Lemos, en la segunda parte de Don Quijote, “resulta en una astuta forma para solicitar y agradecer el financiamiento para la escritura y edición de la obra”. Cervantes escribe en su dedicatoria:
…y el que más ha mostrado desearle ha sido el grande Emperador de la China, pues en lengua chinesca habrá un mes que me escribió una carta con un propio, pidiéndome, o, por mejor decir, suplicándome se le enviase, porque quería fundar un colegio donde se leyese la lengua castellana, y quería que el libro que se leyese fuese el de la historia de don Quijote. Juntamente con esto me decía que fuese yo a ser el rector del tal colegio. Preguntéle al portador si su Majestad le había dado para mí alguna ayuda de costa. Respondióme que ni por pensamiento.
—Pues, hermano —le respondí yo—, vos os podéis volver a vuestra China a las diez, o a las veinte, o a las que venís despachado; porque yo no estoy con salud para ponerme en tan largo viaje; además, que, sobre estar enfermo, estoy muy sin dineros, y emperador por emperador y monarca por monarca, en Nápoles tengo al grande Conde de Lemos, que, sin tantos titulillos de colegios ni rectorías, me sustenta, me ampara…
Con esta dedicatoria Cervantes aseguraba el apoyo del conde, quien de seguro no dejaría de favorecerlo ya que podría quedar como un soberano pichirre.
Agrega Diego Rojas que las dedicatorias también fueron utilizadas como el terreno ideal para el desquite y la venganza: “En la novela La familia de Pascual Duarte, el español Camilo José Cela incluyó la siguiente dedicatoria como resumen de los numerosos obstáculos que tuvo que enfrentar para su publicación: ‘Dedico esta edición a mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera’. El poeta estadounidense E. E. Cummings, cansado de ver rechazado su manuscrito por parte de las editoriales, decidió él mismo publicar su poemario titulado No Thanks, e incluyó los nombres de las catorce editoriales que no aprobaron su obra. En forma de caligrama, los catorce nombres de las editoriales simulan la figura de una urna funeraria”.
Me inclino por esas dedicatorias que realizan los autores cuando les obsequian los libros a colegas y amigos, o esas que estampan los amigos al regalarte un libro. Revisando mi biblioteca descubro algunas dedicatorias y así tenemos la de otros escritores que se ven “obligados” a una dedicatoria de gatillo rápido.
En el libro Elogio en cursiva del libro de bolsillo, su autor Pedro Téllez escribe: “a carlos justi, con la amistad de siempre (inteligible) 13 agosto 2019”. En la dedicatoria de su otro libro, Valencia Sulaco, el estilo se acerca mucho a receta de médico:
Hay dedicatorias con un tono bromista. El fotógrafo Yuri Valecillo tiende a este tipo de dedicatorias y en el libro Comandante Carlos, de Vittorio Vidali, escribe: “Hermano y camarada. Este fue el galán de Tina la fotógrafa. Lea y escriba (firma) P.D. ¿Usted lo reconoce?”:
Están las dedicatorias de los amigos. En el libro Todo tiempo pasado fue… ¡peor!, del caricaturista Carlos Galindo, Sancho, está escrito: “A Ana y Yusti, amigos, hermanos, compañeros, camaradas para el disfrute compartido. ¡Felicidades! Clemente y Yajaira. Diciembre de 2012”.
Esta otra de mi amigo y escritor Diego Casanova, ya en el cosmos celeste, en el libro Falsísima antología de Verísimo, de Luis Fernando Verísimo: “Amigo Yusty, con gusto te mando este ejemplar de un libro que significa mucho para mí pues gracias a él publiqué mi primera reseña en El Nacional. Suerte… Octubre de 1993”.
En una noveleta policial de Paco Ignacio Taibo II, Sintiendo que el campo de batalla, Jocabeth Ochoa escribe: “Para Carlos como recuerdo de una escapada caraqueña, con mucho afecto. Diciembre 20, 1993”.
En el libro Elegías a Wölfin, el poeta Roger Herrera Rivas escribe: “Para el hermano de tantas odiseas: Carlos Yusti. De Roger con profundo afecto. ¡Salud!”.
También están esas dedicatorias que aunque no son para uno representan un espécimen raro e invaluable.
Hay libros que tienen sólo un nombre, un sello o la etiqueta de la librería. Así, en el libro facsimilar de Calendario manual, y guía universal de forasteros en Venezuela, para el año de 1810, está un nombre: “Scandro Laodo, Cd Bolívar, enero 1976”. En el libro Las mejores páginas de Simón Bolívar, recopilación de Arturo Uslar Pietri, encuentro: “T. Santaella. Isla de Tacarigua, 10-11-65 (Cárcel)”. En el libro de Raymond Roussel Como escribí algunos libros míos, hay apenas un sello redondo: “Atelier Belkis Mora” y una etiqueta: “Librería Ijuma. Av. 5 de julio. Local 6 Pto La Cruz”.
También están esas dedicatorias que aunque no son para uno representan un espécimen raro e invaluable. Por ejemplo, tengo un libro de la madre de Alfredo Maneiro que fue escritora, poeta y autora teatral, y se llamaba Margarita Rubio. Ana Bruclick, la esposa de Alfredo, me obsequió el libro. Cuando leí la dedicatoria no quise aceptarlo, pero ella insistió tanto y ahora el libro Ventana de mis angustias: poemas reposa en un lugar de privilegio en mi biblioteca: “Para mis cuatro hijos: dos anas, un Manuel y un Alfredo, con todo afecto. Margarita Rubio. 3-4-76”. A esta poeta y autora teatral le debemos una lectura desprejuiciada.
Este mínimo recuento sirva para sopesar lo interesante que tienen estas dedicatorias, las cuales de alguna manera fijan los recuerdos en la memoria que quizá se perderían a no ser por esas dedicatorias de vuelo rasante de la improvisación.
En una oportunidad Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato estaban en una firma de libros y en una pausa Borges le dice a Sábato: “Hemos firmado tantos ejemplares, que en un futuro de seguro tendrán más valor los libros sin nuestras firmas”.
Con otros amigos poetas y escritores instalamos una mesa en una universidad para desprendernos de algunos libros. Muchos pertenecían al poeta Francisco Arévalo. Los que yo incluí para la venta fueron casi todos de autoayuda y otras publicaciones en ese tono. Vendimos algunos libros, pero la gente insistía en que les firmáramos los libros y el argumento para convencernos fue que era una manera de recordar ese momento.
Esto de las dedicatorias puede entrar en eso que ahora se denomina “literatura expandida”. No sé, pero la literatura que fluye en ese plano de lo irreal y ablandado es lo que siempre me ha permitido salir de ese confort tieso de la cotidianidad. Esa literatura marginal que transita otros ámbitos, que chorrea lentamente en esa metafísica inquietante de lo perfectamente delineado, sólido y permanente, viene por la revancha.
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