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En modo cortazariano

viernes 5 de mayo de 2023
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En modo cortazariano, por Carlos Yusti
Quizá he sido (soy) cortazariano sin saberlo, pero sin duda me hubiese gustado escribir este texto en glíglico.

La realidad cotidiana, llamada también de todos los días con sus horarios e imperceptibles rutinas, tiene sus rendijas por las cuales se filtra un mundo como desnivelado, con sus vibraciones inverosímiles que para la mayoría pasan inadvertidas. Pero en eso llega la literatura y coloca todo en perspectiva. Uno de los escritores que supieron captar esas vibraciones, y tuvo la capacidad de ver por esas rendijas, sin duda fue Julio Cortázar.

En buena parte de los cuentos de Cortázar lo fantástico opera desde situaciones normales y cotidianas. Hay un horror subyacente en sus relatos, un algo misterioso que respira en el día a día más rupestre y que permite al lector penetrar en ese tupido bosque de lo asombroso.

Otro aspecto en Cortázar es ese humor subterráneo que se lee a cada línea y que va deletreando el absurdo cómico de la vida, de sus situaciones en la que todo parece que se ha movido de su lugar.

Cortázar fue un gran experimentador de lo literario, especie de ludópata de la escritura. Su novela Rayuela es una especie de caja narrativa que contiene otras cajas que el lector puede ir desplegando a cada nueva lectura, algo así como un universo múltiple que se repite, que gira y serpentea buscando nuevas formas de comunicar ese sentido de lo humano con sus tragedias y sus lados risibles.

Mis libros preferidos de Cortázar son esos en los cuales combina cortos ensayos, cuentos e ilustraciones. Especie de bazar de curiosidades, o de tienda de ultramarinos.

Fue también un gran admirador de los oulipianos. OuLiPo es un grupo de escritores que asumieron la literatura desde su experimentación combinatoria donde el juego y la matemática eran imprescindibles. Este grupo realizó algunos experimentos literarios de gran acierto y de enorme versatilidad. Estaba conformado por escritores como Raymond Queneau, François Le Lionnais, George Perec e Italo Calvino, entre otros.

Mis libros preferidos de Cortázar son esos en los cuales combina cortos ensayos, cuentos e ilustraciones. Especie de bazar de curiosidades, o de tienda de ultramarinos, donde textos misceláneos y algo azarosos se van recopilando sin una unidad temática determinada. Libros que le deben mucho a esos libros-almanaques que contenían una amplia compilación de informaciones de todo tipo: novedades literarias, rarezas del mundo, recetarios de cocina e indicaciones para la crianza y cuidado de aves, chistes, remedios caseros. Todo aderezado con una buena cantidad de ilustraciones, fotos y un prolijo etcétera. Libros en los que se encuentra ese Cortázar lúdico/lúcido y que he considerado algo así como una especie de gaveta que al abrirla el lector puede encontrar un poema, un cuento, un aforismo, un breve ensayo (sin mencionar el sonido de una ilustración). A fin y al cabo son libros que se saltan los géneros para convertirse en innegables apuntes cortazarianos.

Cuando escribo trato de hacerlo desde esa orilla cortazariana y en este empeño me anima más el caradurismo que el talento. Sin duda fracaso en mis intenciones (o intentonas literarias), pero en realidad trato de ser un lector agradecido con ese estilo insuperable que lleva la impronta Cortázar. Además cortazariano podría ser una de las maneras de aprender los asombros que trae la realidad cotidiana. Cortazariano es una manera zen de leer, de estar en la vida y de percibir la realidad desde una perspectiva alejada de las nociones aprendidas. Una realidad que puede leerse desde esas crisálidas sutiles de lo fantástico.

Hace algún tiempo escribí algunos ensayos con los temas más diversos. Luego, en una nueva relectura de Último round y La vuelta al día en ochenta mundos, caí en la cuenta de que mis ensayos (entre comillas) tenían un nexo con esos libros. Una frase, la mención de un nombre, etc., era el fino hilo que conectaba mis textos con los escritos de Cortázar.

Lo primero que hice fue agrupar todos mis ensayos hasta estructurar un libro. Luego fue elegir un título: La gaveta cortaziana. Sería un libro homenaje al gran Cronopio. Lo tercero era hacer un libro menos común. Por esos días trabajaba en otro proyecto para una escuela y estaba ideando la elaboración de libros de artistas con material reutilizable (cartón, revistas viejas, periódicos, libros de textos obsoletos).

En este trance se me ocurrió hacer un libro de ensayos como un libro de artista, pero que combinara a su vez la técnica de los libros pop-up infantiles en las cuales las páginas saltan hacia al lector hasta convertirse en objetos tridimensionales.

Esto me trajo un problema adicional. Como no sabía nada de la técnica del pop-up tuve que investigar y así comencé la confección de un libro de ensayos que era una especie de gaveta que contenía gran variedad de textos. El corolario de todo este esfuerzo fue un mamotreto libro único (en dos tomos) de ensayos bastante personal. Además, mientras confeccionaba el libro tuve presente siempre esa frase de Cortázar: “…hay hombres que en algún momento cesan de ser ellos y su circunstancia; hay una hora en la que se anhela ser uno mismo y lo inesperado, uno mismo y el momento en que la puerta que antes y después da al zaguán se entorna lentamente para dejarnos ver el prado donde relincha el unicornio”. Cualquier atento a las curiosidades bibliográficas puede ver los dos ejemplares en estos videos:

La gaveta cortaziana
Tomo 1


La gaveta cortaziana
Tomo 2

La noticia que llegó finalizando el año 2022 fue que la RAE incorporó al diccionario los términos “cortazariano” y “garciamarquiano”. Según el diccionario: “cortazariano, cortazariana; adj. Perteneciente o relativo a Julio Cortázar, escritor argentino, o a su obra”. En lo que se refiere a “garciarmarquiano: 1. adj. Perteneciente o relativo a Gabriel García Márquez, escritor colombiano, o a su obra. La prosa garciamarquiana. 2. adj. Que recuerda el estilo o algún aspecto de la obra de Gabriel García Márquez, caracterizada por presentar historias reales y cotidianas”.

Cuando estructuré La gaveta lo hice pensando en esa actitud tan especial y desmarcada de Julio Cortázar de asumir la escritura.

Como es lógico cambiaré el título del libro por La gaveta cortazariana. Aunque la RAE no dice mucho sobre ese sentido de lo “cortazariano” cuando estructuré La gaveta lo hice pensando en esa actitud tan especial y desmarcada de Julio Cortázar de asumir la escritura. Donde se nota una estilización trabajada del lenguaje, pero sin descuidar el juego, el humor y el compromiso político siempre deslizado entre líneas. Por otra parte, tuvo esa capacidad de ver la realidad como un apéndice inquietante de lo fantástico, de ver lo real desde esa hipertextualidad literaria tan personal y de la búsqueda del lector para ubicarlo como sujeto dentro la historia para desarmarlo desde su interior, o como lo escribió con mejor ojo Saúl Yurkiévich: “Su literatura está sumamente personalizada, porque Cortázar anhela habitar cada signo, anular la distancia retórica entre el autor y el lector, para que quien lo lea se instale pronto y por salto simpático en el centro del sujeto expresivo, en el plexo solar de la subjetividad comunicante”.

Gabriel García Márquez también mira lo maravilloso en la realidad circundante con ese tono de los primeros cronistas de Indias (o de los exploradores europeos) por esos andurriales de selvas y ríos del nuevo mundo. También está curtida su escritura con ese cuento desencuadernado de las abuelas, que mezclan el chisme de comadres, los cuentos de velorio y los mitos quiméricos de las ilusiones perdidas (con sus dragones de relato infantil) para que la realidad sea menos descarnada. En García Márquez se notó siempre esa mancha periodística de crónica en sus novelas y cuentos, sin mencionar ese vallenato de fondo como una impronta poética. En Cortázar el jazz marca las pautas de la escritura y en ambos escritores hay, por antonomasia, una autopsia de la realidad buscando sus nervios fantásticos y maravillosos.

Quizá he sido (soy) cortazariano sin saberlo, pero sin duda me hubiese gustado escribir este texto en glíglico y es que, a fin de cuentas, las palabras son artefactos, puzles para el juego y el humor y para inventar esa realidad otra donde sucede la vida impregnada con ese perfume inigualable de los sueños. Garciamarquianos, hacer su fila respectiva, hay mucha ficción en la realidad con sólo cruzar la calle y alcanza para todos.

Carlos Yusti
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