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De la peor forma posible

viernes 30 de junio de 2023
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Ed Wood
Ed Wood quiso ser director de cine y alcanzó su sueño. No obstante sus filmes hoy se consideran películas de culto no por sus inteligentes argumentos o sus sobresalientes actores, sino por sus carencias y errores garrafales. Fotograma del filme “Glen o Glenda” (1953), de Ed Wood

El arte siempre ha tenido su galería de engendros y raros de rigor. Artistas y escritores de distintos pelajes que se aproximan bastante a la paradoja, que rozan a tal punto la caricatura hasta convertirse en personajes imprescindibles para conocer la naturaleza humana y esa ansia de formar parte de esa ruleta rusa del arte y la literatura.

En el arte parecen existir muchas posibilidades, pero hay dos que son más visibles: el fracaso rotundo en alguna disciplina artística o esa de ser el peor del gremio, pero a pesar de ello alcanzar cierta notoriedad y prestigio.

En esa galería de pésimos notables están el director de cine Edward D. Wood Jr. y el poeta William Topaz McGonagall, y es pecado venial no incluir a la cantante lírica Florence Jenkins Foster.

Edward D. Wood Jr., de quien Tim Burton realizó una película sobre su vida, quiso ser director de cine y alcanzó su sueño. Se especializó en películas serie B; el misterio, el terror y lo realmente singular fueron los ejes de unas cintas donde se notaban el bajo presupuesto y la impericia estética del director. No obstante filmes como La novia del monstruo, Glen o Glenda y, sobre todo, Plan 9 del espacio exterior, hoy se consideran películas de culto no por sus inteligentes argumentos o sus sobresalientes actores (un vidente, un luchador sueco, una presentadora de televisión de películas de terror, una excavador de tumbas y una gloria en decadencia del cine como Bela Lugosi), sino por sus carencias y errores garrafales.

William Topaz McGonagall
No contento con escribir poemas de un sublime atroz, William Topaz McGonagall se fijó como tarea ofrecer recitales. Como es lógico los locales en los cuales se presentaba se abarrotaban.

Cuando uno tiene quince años es capaz de escribir poemas almibarados y plenos de suspiros y primaveras, pero después uno se disuade y se olvida de esa poesía mala que no es apta ni para los baños públicos. No obstante el poeta William Topaz McGonagall a la edad de 47 años tuvo una iluminación y se desató a escribir, sin haber leído poesía, y una de sus primeras creaciones dice:

El cerdo, si es que no estoy equivocado,
Nos da salchicha, jamón, tocino ahumado.
Por mucho que los demás no estén de acuerdo,
Me parece muy estúpido este cerdo.

No contento con escribir poemas de un sublime atroz, se fijó como tarea ofrecer recitales. Como es lógico los locales en los cuales se presentaba se abarrotaban. La gente iba a pasar un momento de carcajada escuchando los poemas más horribles y las rimas más absurdas: “En Nueva York / comí salchichas de pork…”. Hoy en su Dundee natal en Escocia se le festeja como una gloria incomparable y orgullosos sus habitantes le dejan flores a su busto y saben que William Topaz McGonagall es la suma de la mala poesía sin rival en el mundo.

Florence Foster Jenkins
Al cumplir los 72 años, la noche de consagración definitiva de Florence Foster Jenkins ocurriría en el Carnegie Hall. La sala estaba hasta el tope. Con una naturalidad y una altivez de artista con dominio de su arte, Foster Jenkins salió al escenario. Unas ridículas alas de cartón brillante salían de su espalda.

Cantar es un arte complicado, aunque con la tecnología actual cualquiera puede hacerse de una voz más o menos coherente en armonías. El canto lírico es todavía mucho más exigente ya que se educa la voz y el cuerpo para alcanzar notas altas de excelencia y prodigio. Florence Foster Jenkins no tenía voz, pero como tenía dinero hizo todo lo posible por convertirse en cantante lírica. Hay una película biográfica dirigida por Stephen Frears, escrita por Nicholas Martin y su protagonista es Meryl Streep, quien interpreta a Florence Foster Jenkins.

Aunque Florence fue disuadida por familiares y amigos sobre su voz nada adecuada y su estilo un tanto desentonado, nunca hizo caso a las recomendaciones para que dedicara sus esfuerzos a otra empresa menos exigente. Ni siquiera cuando comenzó a dar recitales y los críticos musicales la destrozaban. Patricio Lennard escribió: “Se puede cantar mal. Se puede cantar pésimo. Pero no se puede cantar como Florence Foster Jenkins”. Por Internet se pueden encontrar grabaciones de esta mujer aferrada con vehemencia a su arte.

Lo espantoso de su voz dio paso a la leyenda. De los íntimos recitales privados entre amigos y conocidos fue adquiriendo confianza y se presentó en el auditorio del Ritz-Carlton de Nueva York.

Al cumplir los 72 años su noche de consagración definitiva ocurriría en el Carnegie Hall. La sala estaba completamente hasta el tope. Esa noche recaudó seis mil dólares. La gente pagó para reírse, otros por curiosidad y los más crueles para abuchearla. Foster Jenkins, con una naturalidad y una altivez de artista con dominio de su arte, salió al escenario. Unas ridículas alas de cartón brillante salían de su espalda. Acompañada de un pianista inició su histórico recital. Durante el espectáculo vocal hubo risas, carcajadas, chiflidos, pero al final la cantante hizo la venia de gran diva del bel canto y la sala estalló en un aplauso increíble. Foster Jenkins murió unas semanas después convencida de su grandeza como cantante.

Ella está entre las pocas cantantes líricas que han interpretado el aria de la reina de la noche de La flauta mágica de Mozart, un verdadero reto para cualquier cantante lírica. Sin duda que ella masacra el aria como nadie, pero nadie puede quitarle su coraje de haberla interpretado. En una oportunidad Foster Jenkins dijo con pasmosa naturalidad: “La gente puede decir que no sé cantar, pero nadie podrá jamás decir que no canté”. No sé qué asusta más, si esa persistencia obstinada o ese no atreverse. En cualquier caso el arte es un gozo, un placer que debería estar por encima de críticas y oscuros rencores de quienes nunca se han atrevido a cantar, escribir o pintar, de quienes nunca se han atrevido a pisar esa luz temblorosa de ser el mejor practicando una actividad artística de la peor forma posible.

Carlos Yusti
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