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Poemas de Ana Gervasio

viernes 24 de mayo de 2019
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Poemas de Ana Gervasio

Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2019 con motivo de arribar a sus 23 años.

En la trinchera

leo lo que escriben y no escribo
oigo lo que escriben y tampoco escribo
así se pasan estos días del desasosiego
para qué escribir la pesadumbre,
la pena de este lugar inhabitable
que expulsa,
que devora hasta el hartazgo,
que nos vuelve invisibles.

la patria se derrumba,
se convierte en escombros
mientras escriben.
a mí me crece un dolor entre los huesos
a veces pienso ¿para qué?
a veces me retiene un poema que no dice nada
¿por qué escriben? ¿por qué escribo?

me quedo afuera. en el borde.

hay una rebelión de estrellas ahí arriba
un perfume a naranjos
que me trae la fe obstinada de mi padre
su empeño en los gestos de ternura
el amor por su pueblo, la esperanza.
y no escribo.
no escribo y se me lastima el cuerpo
me hostiga un frío punzante
me deja hecha jirones
en esta frontera en la que gobierna la muerte.

intento una palabra, un signo en el renglón
una cuerda que sostenga
la frágil consigna que es la vida
en este territorio desolado,
usurpado por pájaros rapaces.

intento una trinchera: escribo, no escribo.
leo lo que escriben y a veces me estremecen,
me salvan, nos salvamos.
después seguimos aquí, inmóviles,
en el país de la emboscada.

 

¿Es tuyo ese rostro?

[les arrancaron la cara a pedazos
les comieron los gestos,
apedrearon su canción de cuna,
les borraron el corazón,
apagaron su lámpara,
la revuelta en el cuerpo que
los hacía vibrar]

ay compañera
tus huesos refulgen
en el fondo del pozo
un montoncito brillante
pisoteado en el barro
que duele, que duele.

ay compañero
el aire devora tu voz
te quiebra la garganta
remonta una palabra,
la hace caer
va y viene, va y viene
y duele.

la silueta dibujada en la plaza,
ese grito que tiembla en la calle,
una sombra al fondo de otra sombra
los vestigios del río que arrastra la sangre.

¿es tuyo ese rostro que va y viene
va y viene va y viene?

 

Ya nada habla

¿recuerdas aquella patria
en la que el viento hablaba?
los árboles, las calles, los campanarios
y hasta los muertos hablaban.

era una ofrenda al mundo.
un temblor adolescente,
una rebelión de espejos.

después un poema insumiso
nos arrancó las voces.

(si me vieras, amor.
en la quietud de mis ojos
hay una sedición incomprendida,
esa nostalgia del aire
que nos llevaba a un destino de barco.
si me vieras en este paisaje de muelle dormido,
en este silencio de papel)

ya nada habla.
ya no hablo.

a veces habla la tristeza, una voz muda
que tiembla en el amanecer,
en la dulce inocencia de los primeras flores.

 

En el mismo lugar

parecen iguales. sin señas particulares y sin amparo.
lloran canciones en los subterráneos
o aspiran la muerte en las hamacas de la plaza
junto a un perro perdido
(en el mismo lugar donde mueren los pájaros).

oigo su voz en medio de los gritos:
no es su voz, es otra que aturde su canción de llanto.
una plegaria, un ruego:
“déjame una vez más mirar las flores y la lluvia”.

tal vez no todo se ha perdido, pienso
y acaricio su pequeña mano de abrigar miseria.
quizás vuelva a cantar el grillo
entre las cenizas de aquel jardín de soles.

mientras tanto, la farsa que puebla las esquinas
proclama el cielo incierto de los tribunales,
conspira promesas inconclusas,
venera el mármol de todos los altares
y en un cálido gesto de abandono
les regala el artificio del mundo en dos o tres monedas.

 

¿Qué nos pasó?

gritamos. un poco más fuerte. después más y un poco más. no se inmutaron. ¿no oían? gritamos más fuerte. una y otra vez. el grito atravesó el vidrio. tomó las calles. fue piquete y marcha multitudinaria. y nosotros con él. nuestro grito. ¿no oyen? esa mujer nos miró fijo. el grito se envalentonó. trepó por su vestido. le arañó la piel. la aturdió. no nos miraba a nosotros. pasó de largo, esa mujer.

el grito se estrelló contra la pared de un hospital. nos estrellamos con él. crecimos mancha de humedad y musgo. prosperamos. sin límite, inmensos. cirujanos, artistas, cartoneros, maestras y niños, enfermos y locos; nos vieron prosperar con desmesura pero nadie se detuvo.

un día se evaporó la mancha. también el grito y nosotros. nos convertimos en una partícula de polvo. rodamos por las veredas. sucumbimos en las alcantarillas. emergimos en los baldíos. nos devoró el fuego. fuimos cenizas. antes aullamos ¿no oyeron? aullamos hasta sangrar. hasta rompernos.

nos astillamos en las plegarias de los fieles y los justos. en las cuevas de los delincuentes. detonamos en mínimos residuos. nos hicimos miniatura en una tienda de baratijas. ínfimos. indecibles. un gritito labrado en la cuenta de un collar multicolor. minúsculo. minúscula. imperceptibles, después, agazapados en la garganta de los mudos.

 

Que nos salve

tiene que haber un jardín,
un sol que nos alumbre el corazón
donde no duela tanto
la sombra en los retratos
donde los muertos
dejen de rasguñar el alma.

tiene que haber un sitio
donde nuestros latidos giren
y una lluvia fecunda
enarbole el amor en el vacío.

tiene que haber un país
en el que las palabras no se inmolen
donde construyan nidos
y canten como pájaros.

algún pequeño pueblo
que ampare nuestros gestos,
que guarde en la letra redonda
de su nombre
nuestro perfil difuso,
nuestros ángeles
arrullando al viento.

quizás un faro en la penumbra,
un puerto atiborrado de barcos y de bruma.
una patria, una isla,
un mínimo paisaje
que nos cobije en su ternura,
que nos funde en sus flores y en su música.

que nos salve.

Ana Gervasio
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