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Salka Viertel: una vida en el exilio

lunes 21 de mayo de 2018
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Salka Viertel
Salka Viertel, al igual que otras mujeres judías de su época, vivió el genocidio desde el exilio.

Exilios y otros desarraigos. 22 años de LetraliaExilios y otros desarraigos. 22 años de Letralia
Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2018 con motivo de arribar a sus 22 años.
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Salka Viertel (Sambir, 1889; Klosters, 1978) fue una actriz y guionista judía exiliada conocida en Hollywood durante los años 30 por ser la guionista de la actriz sueca Greta Garbo y también la salonnière de un reconocido salón que albergaba en su casa de Santa Mónica, California.

La lengua inglesa era para muchos europeos que zarpaban a América un problema. Muchos no se adaptaban, había quien entendía algo de inglés pero no lo hablaba.

En 1969 Salka Viertel publicaba unas memorias que llevaban por título The Kindness of Strangers,1 las cuales fueron escritas en inglés, idioma que aprendería de adulta. No obstante, cuatro décadas antes, a su llegada a los Estados Unidos en 1928, la comunicación que mantenía con los norteamericanos parecía más bien una película de cine mudo, pues gesticulaba con las manos o hablaba con la mirada, sonriendo a veces o bien poniendo mala cara para que la comprendieran. Como ella, muchos artistas europeos emigraban a los Estados Unidos debido al nazismo. Y aunque muchos de ellos eran escritores muy creativos en sus lenguas nativas, una vez en América, limitar sus vidas a unas pocas palabras de inglés llevaba consigo un enorme tormento.

La lengua inglesa era para muchos europeos que zarpaban a América un problema. Muchos no se adaptaban, había quien entendía algo de inglés pero no lo hablaba. En lo que concierne a Salka, su carrera como actriz se vería truncada nada más llegar a Hollywood porque no era guapa ni lo suficientemente joven para el cine, y se relacionaba casi todo el tiempo en francés o en alemán con esa gran comunidad recién llegada de Europa. Pero, si quería trabajar en algo, los americanos insistían en que debía mejorar el idioma cuanto antes. Sus hijos se adaptaban rápido al colegio y a la vida californiana, y le ayudaban. El inglés de su marido, el poeta y director cinematográfico y teatral Berthold Viertel, era bastante limitado pero se amoldaba con los años. Sin embargo, había otros, como Nelly Mann, esposa de Heinrich Mann, que lucharon con un idioma que nunca lograrían aprender. O Bertolt Brecht, aclamado mundialmente, sólo que al otro lado del charco la vida resultaba dura para él, no lograba adaptarse y no hablaba inglés en público porque no lo dominaba como el alemán, esa lengua materna con la que él hacía malabares. Aun cuando había otros como el escritor Thomas Mann o la musa Alma Mahler-Werfel que, viviendo en los Estados Unidos, nunca se relacionaron con sus vecinos norteamericanos pese a que tenían buenos conocimientos del idioma.

Muchos europeos renombrados, tanto músicos como directores, actores o escritores, si no se amoldaban a aquello exacto que se les pedía en sus respectivos trabajos en los estudios de Hollywood tenían los días contados. Por consiguiente, aprender inglés era el único modo de encontrar un trabajo. Mientras tanto, el antisemitismo se extendía, Europa estaba empobrecida, envenenada por la política y por el odio. Ciudades como Londres despertaban repletas de refugiados alemanes que estudiaban inglés frenéticamente mientras esperaban un visado para los Estados Unidos.

Muchos de ellos estaban en peligro por ser judíos, otros, por su oposición al nazismo. Luego, estaban los refugiados de la talla de Heinrich Mann o Franz Werfel, huidos al sur de Francia cuando caía París, que fueron de los últimos escritores rescatados de emergencia. U otros como Bertolt Brecht, intelectuales expurgados de la cultura del Tercer Reich. Su mujer, Helene Weigel, actriz en Alemania, pasaría a convertirse en América en la mujer y madre que cosía, cocinaba, fregaba y se ocupaba del jardín. Pero había otros refugiados de clase alta a quienes les resulta violento llevar una casa como criados y tener que comer en la cocina. Aunque, en general, los refugiados aceptaban en América cualquier trabajo para mantener a su familia, también a la que habían dejado en sus respectivos países.

Luego, los domingos por la tarde, Salka Viertel abría su salón y acogía a muchos compositores, directores de cine y teatro, actores, físicos y escritores. Su salón era el lugar idóneo para hablar con otros emigrantes en su lengua nativa, y su casa en el 165 de Mabery Road se convertía en el puerto y el refugio de la libertad intelectual de muchos expatriados europeos. Su huésped de honor, el escritor alemán Thomas Mann, quien solicitó refugio en Suiza antes de exiliarse en los Estados Unidos, escribió en 1941: “¿Cuál es hoy el significado de extranjero, el significado de patria? (…). Cuando la patria se vuelve extranjera, el extranjero se vuelve la patria”.2

Salka Viertel, al igual que otras mujeres judías de su época, escritoras y poetas en lengua alemana tales como Vicki Baum, Gina Kaus, Hilde Spiel, Nelly Sachs o Else Lasker-Schüler, vivieron el genocidio desde el exilio o bien presenciándolo en los campos de concentración.

 

La incierta situación política de Alemania con el auge del nazismo obligaba a los Viertel a quedarse en América y en 1932 solicitaban cuotas de Inmigración. Con el inicio del éxodo alemán, Salka recibía cartas de gente que pedían su ayuda. Ella protegía a unos cuantos, la mayoría desconocidos. Gente que de pronto vivía en su casa, les ayudaba. Para ella no eran una carga económica porque actores y directores lo garantizaban con sus cuentas corrientes, gracias a la Liga Antinazi de Hollywood.

Salka quería ir a Polonia a ver a su madre pero todos le aconsejaban que no lo hiciese; la Segunda Guerra Mundial era inevitable. Y a ella le costaba seguir con su ocupación, pensar con claridad, pasaba la mayor parte del tiempo pegada a la radio, escuchando los horrores de la guerra: “El pasaporte americano me hacía sentir culpable de que mi país adoptivo no tuviera corazón, y negara la entrada a los oprimidos, a los perseguidos y a los pobres”.3

Una culpabilidad a su vez presente en un poema de Bertolt Brecht dedicado a su amiga Salka. “Lo sé, evidentemente: es una cuestión de suerte / Haber sobrevivido a tantos amigos. Pero esta noche en sueños / Oía a estos amigos míos que decían: ‘Los más fuertes sobreviven’ / Y me he odiado”.4

Salka Viertel, al igual que otras mujeres judías de su época, escritoras y poetas en lengua alemana tales como Vicki Baum, Gina Kaus, Hilde Spiel, Nelly Sachs o Else Lasker-Schüler, vivieron el genocidio desde el exilio o bien presenciándolo en los campos de concentración, como sería el caso de la joven Ruth Klüger en Auschwitz. Son mujeres que sintieron la necesidad de escribir unas memorias. Y, a través de su escritura, existe en todas ellas un factor común: la crónica de un tiempo que sigue agitando conciencias.

Núria Añó
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Notas

  1. Holt, Rinehart and Winston, New York, 1969.
  2. Durante el septuagésimo aniversario de Heinrich Mann, celebrado en una cena en casa de Salka Viertel.
  3. Los extranjeros de Mabery Road. Ediciones del Imán, Madrid, 1995, p. 354.
  4. Ibid., p. 360.
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