
Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2020 en su 24º aniversario
La literatura se caracteriza por su heterogeneidad, por un complejo vínculo entre tendencias, influencias, preferencias, que influyen no sólo en el autor de una obra literaria sino también en los lectores, y este proceso no necesariamente es estático sino dinámico, porque esas preferencias pueden variar, cambiar o actualizarse en el devenir.
Una de las características de la literatura es que se corresponde con la expresión de un estado moral colectivo vinculado no sólo con un conjunto de circunstancias individuales o subjetivas, sino también políticas, sociales, económicas, y el escritor no está aislado, sino que está integrado a una sociedad que no ignora o desconoce.
Camus recibiría el Premio Nobel de Literatura a la edad de cuarenta y cuatro años, evidencia de una obra consolidada a esa edad.
Lucien Goldmann considera la existencia en la obra literaria de una coherencia interna que permite aproximarse a los problemas que plantean las relaciones interhumanas, la relación entre los seres humanos y la naturaleza, además de estructuras significativas vinculadas con el pensamiento, la afectividad y el comportamiento de los seres humanos.
La interdependencia de los elementos constitutivos de una obra no hace sino expresar en su dominio propio la interdependencia, en el interior de una y la misma visión del mundo, de las respuestas a los diferentes problemas fundamentales planteados por las relaciones interhumanas y las relaciones entre los hombres y la naturaleza (Goldmann; 1977:66).
Albert Camus es uno de los escritores caracterizados por una obra literaria y filosófica que no deja de sorprender, porque a pesar del tiempo transcurrido se actualiza debido a las circunstancias cambiantes de la sociedad contemporánea, y como si fuese un visionario de los tiempos modernos, reflexiona en su obra sobre una temática que siempre está vigente, que es la “existencia” del ser humano, sus conflictos y dilemas.
Camus recibiría el Premio Nobel de Literatura a la edad de cuarenta y cuatro años, evidencia de una obra consolidada a esa edad para ser premiado con el importante galardón. Una de las características de su obra es su vínculo con los dilemas más importantes de la existencia de los seres humanos, y cómo a partir del “absurdo” existe la posibilidad de un nuevo orden; sin embargo, como sucede con Meursault, el protagonista de El extranjero, los seres humanos se encuentran en una incómoda soledad a pesar de formar parte de una sociedad con infinitas maneras de comunicarse y establecer vínculos; no obstante, esa soledad es más evidente en ciertas circunstancias, caracterizadas porque, desde el caos que produce una ruptura con esa idílica rutina que aliena al ser humano, surgen acontecimientos inesperados que develan las ocultas facetas de un prisma, y lo aparentemente irrelevante por su aparente sencillez comienza a adquirir un nuevo sentido.
Pero un día surge el “porqué” y todo comienza con esa lasitud teñida de asombro (Camus; 1999: 25).
Son absurdos, para Camus, la inhumanidad, la falta de solidaridad y el aspecto mecánico de la vida de los seres humanos.
Un hombre habla por teléfono detrás de una mampara de cristal, no lo oímos, pero vemos su mímica sin sentido (Camus; 1999: 27).
Camus, en “Los muros absurdos”, cuestionará la temporalidad, ese tiempo futuro, esa esperanza transmutada en “espera”, que promete una infinidad de disfrute y alegría; sin embargo, Camus enfatiza que se nos escapa y abandona.
Mañana, ansiaba el mañana, cuando todo él hubiera debido rechazarlo (Camus; 1999: 26).
Meursault, como el nombre de la novela de Camus, El extranjero, permanecerá extranjero de sí mismo; sin embargo, desde esa soledad encontrará su afirmación personal, a diferencia de su segunda novela, La peste, que enfatiza en el efecto que tiene una situación de desastre que, luego de su resolución, pareciese no producir mayores cambios en una sociedad hedonista, materialista e individualista.
La enfermedad implica una situación de ruptura del equilibrio vital, y la obra literaria permitiría reconstruir desde la ficción la experiencia de la enfermedad como se evidencia en La peste, de Albert Camus; La montaña mágica, de Thomas Mann, y Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago.
Albert Camus en La peste describe la vida en la ciudad de Orán, caracterizada por una atmósfera frenética, que enfatiza en los negocios y el enriquecimiento; una ciudad sin nada pintoresco, sin vegetación y sin alma.
Orán, por el contrario, es en apariencia una ciudad sin ninguna sospecha, es decir, una ciudad enteramente moderna (Camus; 1970: 11).
Camus devela en La peste esa sombra, esa mácula, que se encuentra detrás de esa ciudad alegre y hedonista; el doctor Rieux, el 16 de abril, al salir de su habitación, tropieza con una rata muerta, y cientos de roedores moribundos comienzan a invadir las calles, los hogares, las tiendas.
A partir del día 18 la situación es crítica; fábricas y almacenes se desbordan de cadáveres de ratas.
6.231 ratas recogidas y quemadas en el solo transcurso del día 25 (Camus; 1970: 19).
Rieux sospecha que no es una enfermedad que afecta exclusivamente a los roedores, sino también a los seres humanos, al examinar a Michel, el portero del edificio, quien presenta nódulos en el cuello.
El doctor comienza a darse cuenta de un incremento del número de personas con síntomas similares que fallecen, y notifica al secretario de médicos para el aislamiento de los nuevos enfermos; sin embargo, se niega a tomar alguna medida.
Pero mientras se hablaba se perdía el tiempo (Camus; 1970: 30).
La indiferencia en una sociedad que pensaba en su propio beneficio, que no creía en plagas o epidemias, que era irreal, simplemente un mal sueño, comienza a transformarse en una certeza con la diseminación de la epidemia.
Continuaban haciendo negocios, planeando viajes y teniendo opiniones. ¿Cómo hubieran podido pensar en la peste que suprime el porvenir, los desplazamientos y las discusiones? Se creían libres y nadie será libre mientras haya plagas (Camus; 1970: 36).
Rieux comienza a experimentar la incertidumbre, el desconcierto, la inquietud ante el incremento de las cifras de enfermos; existen dudas acerca del origen de la epidemia, no obstante, Rieux sospecha que se trata de La peste.
La peste produjo en la ciudad de Orán un sentimiento de exilio en la propia ciudad, una especie de vacío.
A pesar de las advertencias de Rieux, éstas son ignoradas y los obstáculos burocráticos impiden tomar las medidas necesarias en el momento oportuno. En los matutinos apenas se hace referencia a la epidemia y los ciudadanos de Orán continúan con sus actividades habituales; sin embargo, debido al incremento del número de personas afectadas por la epidemia, se declara “el estado de peste”, que resulta en el cierre de la ciudad.
Esta situación imprevista del cierre de la comunicación con la ciudad de Orán ocasiona la súbita separación de madres, hijos, esposas y amantes.
Madres e hijos, esposos, amantes que habían creído aceptar días antes una separación temporal, que se habían abrazado en la estación sin más que dos o tres recomendaciones, seguros de volverse a ver pocos días o pocas semanas más tarde sumidos en la estúpida confianza humana, apenas distraídos por la partida de sus preocupaciones habituales, se vieron de pronto separados, sin recursos, impedidos de reunirse o de comunicarse (Camus; 1970: 56).
La peste produjo en la ciudad de Orán un sentimiento de exilio en la propia ciudad, una especie de vacío, un deseo de volver el tiempo hacia atrás o por el contrario de apresurar su marcha. Los habitantes de la ciudad comenzaron a sentirse prisioneros en su propio espacio, en una especie de esclavitud; el combustible estaba racionado, eran frecuentes los cortes de electricidad, y sólo algunos productos eran transportados por las carreteras.
Existía en los habitantes sentimientos y emociones encontradas debido a la negación de la enfermedad, y algunas personas continuaban con sus actividades cotidianas, caminaban por las calles, se reunían en los cafés, y con humor se referían a la enfermedad como una situación pasajera.
Por el momento, nadie se sentía cesante, sino de vacaciones (Camus; 1970: 65).
Muchos de los habitantes de Orán eran de la errada opinión de que el licor era una alternativa adecuada para lograr la destrucción del microbio, y era frecuente la presencia de personas ebrias en las calles de la ciudad.
Los comerciantes comenzaron a acaparar los productos para venderlos posteriormente a precios más elevados, y las autoridades eclesiásticas consideraron luchar por sus propios medios mediante la organización de una semana de plegarias colectivas.
El padre Paneloux se dirigía a los fieles y enfatizaba en la necesidad de asistir con una mayor frecuencia a los oficios religiosos; sugería un posible efecto benéfico de la peste, a diferencia del doctor Rieux, quien era de la opinión contraria al observar la miseria y el sufrimiento producido por la epidemia.
El descontento no cesaba de aumentar, los diarios publicaban decretos que prohibían salir y amenazaban con penas de presidio a los infractores; entre las medidas se incluía aislar a ciertos barrios de la ciudad, y muchos de los habitantes consideraban esas decisiones como una burla.
La peste se tradujo en una transmutación de los valores; las personas dejaron de preocuparse por la calidad de los trajes o alimentos, y los equipos sanitarios eran incapaces de solventar la situación.
En un evento crítico, en un niño quien padecía la enfermedad, comenzó a utilizarse un suero como terapéutica por tratarse de una situación desesperada sin tener mayor experiencia o resultados previos de la aplicación del mismo.
Rieux era escéptico acerca del futuro de la enfermedad, y su misión era diagnosticar, mas no curar; en el Teatro Municipal se presentaba el Orfeo y Eurídice de Gluck, y en el tercer acto el cantante se desplomó, la orquesta enmudeció e inmediatamente la gente de las butacas se levantó y abandonó la sala.
La peste en el escenario, bajo el aspecto de un histrión desarticulado, y en la sala los restos inútiles del lujo, en forma de abanicos sobre el rojo de las butacas (Camus; 1970: 158).
Los escritores, de una manera similar a místicos, soñadores, como sugiere el filósofo Michel Maffesoli, son sensibles a esas especies de extrañas fuerzas que afectan a una época determinada.
La cuarentena organizada por el doctor Rieux para controlar la diseminación de la enfermedad inicialmente fue considerada como una simple formalidad sin mayor importancia o trascendencia; sin embargo, a medida que transcurrían los días con un incremento del número de muertes, los habitantes de la ciudad de Orán perdían las esperanzas del fin de la epidemia.
El doctor Richard se sentía reconfortado al observar un gráfico de los progresos de la peste con una subida incesante que fue sustituida por una larga meseta.
“Es un buen gráfico, es un excelente gráfico”, decía. Opinaba que la enfermedad había alcanzado lo que él llamaba un rellano (Camus; 1970: 184).
La situación con el transcurrir de los días era crítica, los artículos de primera necesidad como consecuencia de la especulación alcanzaron precios exorbitantes, y las familias pobres se encontraban en una situación penosa; la mejor alternativa en la epidemia era el control de la diseminación de la enfermedad mediante la prevención.
Y sé que hay que vigilarse a sí mismo sin cesar para no ser arrastrado en un minuto de distracción a respirar junto a la cara de otro y pegarle la infección (Camus; 1970: 198).
El doctor Rieux comienza a evidenciar un descenso del número de nuevos casos; sin embargo, los habitantes de Orán no se apresuraban a estar contentos. En un período de tres semanas, el número de casos comenzó a descender y en el mes de enero la prefectura anunció que la epidemia se podía considerar contenida.
Se hablaba en las plazas, el tránsito de automóviles se incrementó progresivamente, las campanas de la ciudad comenzaron a sonar; sin embargo, de improviso se produjo un tiroteo, y el responsable fue un individuo presa de la locura.
Los escritores, de una manera similar a místicos, soñadores, como sugiere el filósofo Michel Maffesoli, son sensibles a esas especies de extrañas fuerzas que afectan a una época determinada.
Sus creaciones están, por supuesto, adelantadas al saber establecido, pero no se hallan menos en congruencia con lo que es ampliamente vivido en la vida social (Maffesoli; 2001: 52).
Albert Camus, como enfatiza Robert Zaretsky, especialista en historia francesa de la Universidad de Houston, en A Life Worth Living, recuerda que existimos en un indiferente y silencioso mundo; el absurdo como estado sería el resultado de una especie de abismo que divide, fracciona y separa, y que se devela en situaciones de crisis existencial, social, política, religiosa, sanitaria (Zaretsky; 2013: 13-14).
Zaretsky (2013) es partidario, en Albert Camus: elementos de una vida, de la existencia de un vínculo entre La peste, de Camus, y la descripción de la peste que afectaría a Atenas en la Historia de la guerra del Peloponeso, de Tucídides; entre las similitudes entre ambas obras destacan la presencia de la objetividad como técnica narrativa y las oscilaciones emotivas como consecuencia de la presencia de la peste, que involucran esperanza y decepción.
Camus enfatiza, a través del personaje del doctor Rieux, en la necesidad de conocer nuestras limitaciones como seres humanos y en las situaciones que lo ameritan, como La peste, se requiere actuar con justicia y enfocar las acciones a una situación concreta en lugar de entretenerse en abstracciones o divagaciones; ese es para Zaretsky uno de los grandes méritos de La peste.
Camus nos recuerda en La peste la vulnerabilidad del ser humano, su fragilidad, y ante las expresiones de euforia de la ciudad de Orán por la desaparición de la epidemia, el doctor Rieux tiene presente que esta alegría siempre estará en riesgo de transmutarse en tristeza y decepción.
Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada (Camus; 1970: 240).
Albert Camus devela en La peste las consecuencias de una dinámica en los seres humanos impregnada de silencio, indiferencia, superficialidad, materialidad, enfrentados de improviso a una situación límite que desmorona los esquemas preconcebidos, que se manifiesta en la desventura de los habitantes de la ciudad de Orán, expresión de la tragedia de la humanidad que involucra a una epidemia, la incertidumbre y el caos.
Bibliografía
- Camus, Albert (1970). La peste. Buenos Aires: Editorial Sur.
— (1999). “Los muros absurdos”. En: El mito de Sísifo. Madrid: Alianza Editorial. - Goldmann, Lucien (1977). “El concepto de estructura significativa en historia de la cultura”. En: Literatura y sociedad. Introducción, notas y selección de textos: Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.
- Maffesoli, Michel (2001). El instante eterno. Buenos Aires: Editorial Paidós.
- Zaretsky, Robert (2013). Albert Camus: Elements of a Life. Ithaca, NY: Cornell University Press.
— (2013). A Life Worth Living. Albert Camus and the Quest for Meaning. Cambridge, Massachusetts, and London: The Belknap Press of Harvard University Press.
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