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La masajista de Cosón

domingo 10 de enero de 2021
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La masajista de Cosón, por Pedro Espinal • Taller de Cuento de Letralia: Antología Nº 1
Una mujer de 58 años cuenta cómo se hizo masajista y habla de los cambios que esto trajo a su vida en este relato del autor dominicano. Playa Cosón, en República Dominicana

Taller de Cuento de Letralia: Antología Nº 1

Este texto forma parte de la antología publicada el 10 de enero de 2021 con textos de 15 autores que cursaron el Taller de Cuento de Letralia

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Yo debería ser millonaria, de verdad se lo digo, he ganado mucho dinero frente a esta lindura de playa, como usted bien dice, debajo de estos cocotales; así como usted me ve, sólo con estas manos y esta camillita. Yo vivo bien con mi familia, pero si no fuera por eso, no le digo yo, multimillonaria sería.

Yo he hecho tantas cosas para ganarme la vida, pero, a decir verdad, este ha sido mi premio. Imagínese, que yo me fugué de la escuela sólo con trece años y Mingo ni dieciocho había cumplido. Así como usted lo oye. Fue un veintitrés de diciembre, era la celebración del Día del Niño en la escuela.

Yo era una niña y eso fue un alboroto en mi casa ese día; eso se regó por todas partes. Ya usted podrá imaginarse. Pero Mingo me ha salido un hombre, póngase a ver que ya tenemos cuarenta y cinco años de casados, con siete hijos, quince nietos y cuatro biznietos. Sí, usted me ve joven todavía pero recuerde que eran trece años que tenía; era una bichita.

Lo que tenía era una toallita y así empecé: tiraba mi toallita en una grama a la orilla de la playa y ahí fueron llegando los turistas.

Ay, mi hijo, yo he hecho tantos oficios, porque desde que uno se mete en familia hay que sacar de abajo, y Mingo lo que sabía era de agricultura. Mire, lo primero que yo hice fue sembrar en el conuco con él, si era sembrar yuca ahí yo estaba, él hacía el hoyo y yo tiraba las plantas, después el venía atrás y las tapaba. Cuando había que quemar carbón, ahí yo estaba, y quien salía a pregonarlo para venderlo en los poblados vecinos era yo. Y no vaya a usted a creer que era fácil, al principio era a pie, después fue que pudimos comprar un burro.

—Voltéese, que ahora se lo daré en la espalda.

Pues, como le iba diciendo, así eran las cosas, pero después le dejé todo eso a él y me puse a hacer otros oficios, a buscar vida, mi hijo. Y empecé hacer dulce de coco y de naranja y salía a pregonarlo; también compraba mondongo, lo cocinaba y me iba para la calle.

Pero la dicha me la trajo esa tía que me invitó a hacer ese curso de masajes, y mire que yo no estaba animada. Hice mi curso y vaya usted a ver: ha sido una bendición. Llegué primero a Playa Bonita con mi aceite y mi crema. Lo que tenía era una toallita y así empecé: tiraba mi toallita en una grama a la orilla de la playa y ahí fueron llegando los turistas. Después me vine aquí, a Playa Cosón, y son muchas las ballenas jorobadas que he visto pasar por ese frente. Usted sabe que ellas empiezan a llegar el quince de enero y se van en marzo. Cuando vemos las primeras eso es una alegría, hacemos una bulla. Es que traen el dinero, las cosas se mueven. En nueve días empiezan a llegar, eso no falla.

Nunca olvido el primer masaje, fue a un alemán. Qué emoción, yo tenía una alegría, no encontraba qué hacer, cómo empezar. Fue por quince dólares, pero usted lo que no sabe es que yo con tal de terminar y coger para mi casa a enseñarle los quince dólares a Mingo, le dejé un brazo sin darle masaje al alemán, y él me hablaba, pero yo no entendía lo que me decía, y me hacía señas con el brazo hasta que me di cuenta, porque al inicio era así: yo no entendía esos idiomas, eran como lenguarajes para mí, y era con señas y muecas que me entendía con ellos. Ya yo sé hablar muchas cositas, he tenido que aprender y son muchos años. Cuando eso ni se hablaba de euros, los de Europa traían dólares. Son veinticinco años que tengo en esto, y a decir verdad me ha ido bien, no me puedo quejar porque Dios me ha ayudado.

Y mire que en el principio Mingo no quería por nada que yo viniera aquí, por la fama de estos trabajos, y me decía: “Mira que ahí las mujeres se dañan”. Yo le comprendía, pero le respondía: “Te voy a demostrar que no es todo el mundo”.

Y mire que tentaciones no me faltaron. Al principio a mí me ofrecían de todo, así como usted me ve. Yo estaba joven y esas gentes de para allá, esos europeos, son débiles con las morenas y lo que se dice de nosotras. Hay que se vuelven como locos, un desespero; mire que eso era ofreciéndome vacaciones en hoteles, viajes para Italia, Alemania, y yo ahí. Y se lo he demostrado, Mingo no puede decirme que le ha llegado una queja, yo no le he mancado.

Como le dije, ahora en diciembre hizo cuarenta y cinco años que estamos juntos y ya somos uno, ya estamos que si él se enferma, yo me enfermo.

Mi hijo, yo estoy en creer que eso está en la cabeza, y ¿cómo uno se saca eso? Mingo tiene razón, eso es como una maldición.

Y yo sigo aquí, ya usted ve, con mi camilla. Ya de estas he desbaratado tres. Yo debería ser multimillonaria, como le dije, si no fuera por eso, porque eso es como una enfermedad en la cabeza, y mire que yo he luchado con eso. Pero como le digo, de aquí compré una parcela para Mingo, hice mi casa, tengo un colmado. Me he defendido. Hasta un motor compré para Mingo, para que no me vaya a pie a la parcela, porque esa agricultura él no la deja. Ese motor se lo compré a un francés que vivía en Las Terrenas y vendió todo. Hasta un carro tenía, pero por eso que le digo tuve que devolvérselo a la agencia, por los atrasos de las cuotas, me lo quitaron, a decir verdad.

Y mire que Mingo era un hombre de trago y fumaba como un murciélago. Y se limpió de todo eso, de todo, con unas oraciones que hacía el padre Emiliano Tardif, cuando estaba en Sánchez. Ese padre tenía un misterio, un poder que hacía milagros. Y Mingo hoy es un hombre de la Iglesia, pero de los que se dicen de alante, con decirle que hasta comulga, y en la misa él se sienta ahí, en los bancos de la primera fila, acechando, y me dice que hasta que no deje eso no debo comulgar, porque para él eso viene de lo malo. Yo estoy en creer que sí, y me dice: “No te pares, que si te paras te voy a dar por el jocico delante del padre”.

Mi hijo, yo estoy en creer que eso está en la cabeza, y ¿cómo uno se saca eso? Mingo tiene razón, eso es como una maldición. Mire que yo he luchado, yo he orado mucho. Le he hecho promesas a la Virgen. Yo no he perdido la esperanza, pero no me ha valido. Le soy sincera, lo dejo por par de días, como mucho una semana, y que va, ahí vuelvo con él.

Yo digo que el pájaro malo sabe escribir. Ese hace de todo. Y yo de tonta no dejo de estar mirando los troncos de los palos a ver qué me dicen. Miro al suelo y ahí aparecen ellos, en cualquier hilacha; le echo una mirada al cielo y ahí están, entre las nubes. Yo las miro y ahí aparecen. Usted verá, yo las descifro. Mírelo ahí, el siete pintao, y en ese otro copo, ahí está, el cincuenta y seis, caray.

 

Pedro Espinal

Pedro Espinal

Escritor dominicano (El Guanal, República Dominicana, 1963). Es profesional de la Agronomía. Hizo estudios de Administración Pública y Ciencias Políticas, además de Alta Dirección Empresarial. Inició su trayectoria profesional en el sector público y la ha desarrollado básicamente en el sector privado, primero como colaborador y luego con sus emprendimientos empresariales. Compiló la obra literaria de su padre, el poeta y decimero Josián Espinal, que publicó en dos libros: El olor de mi campiña (2010) y La vaquita de Emiliano y otros versos (2017). Ha publicado además el poemario La voz que han visto mis ojos (2018) y el libro de cuentos Puyalejos y otros relatos (2019).

Pedro Espinal
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