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Rubén Carrasco
“La industria enseña que lleva consigo un ingenio que nos aleja de la estética”

domingo 28 de agosto de 2016
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El artista Rubén Carrasco (derecha) acompañado del poeta venezolano Juan Calzadilla, bajo la Sopraelevata de Génova.
El artista Rubén Carrasco (derecha) acompañado del poeta venezolano Juan Calzadilla, bajo la Sopraelevata de Génova.

“Cuando el arte colorea la ciudad” es el lema de un proyecto de arte urbano llamado “Walk The Line” (Camina por la línea) ideado por un grupo de profesionales genoveses y que tiene como objetivo realizar una galería de arte al aire libre en los pilones de la Sopraelevata, un elevado que atraviesa la ciudad de Génova, en Italia. Dicho proyecto involucrará a 100 artistas internacionales quienes realizarán sus obras en las paredes de 100 pilas de esta estructura construida en los años sesenta.

La Sopraelevata, como se le llama en italiano, es un viaducto de hormigón y acero cuya altura se encuentra entre 5 y 6 metros, con 13 metros de ancho, y se extiende por seis kilómetros para conectar la zona de La Foce con la Camionale de Sampierdarena. La existencia de este elevado suscita aún hoy, pasados cincuenta años de su construcción, fuertes debates, ya que por su ubicación atraviesa el frente de la ciudad; la obra siempre ha sido cuestionada y es una fuente de controversia, por ello existen dos puntos de vista que constantemente se interrogan sobre su existencia, uno es partidario de que la Sopraelevata se elimine de Génova definitivamente y el segundo desea que se mantenga.

El primer artista internacional que ha inaugurado el proyecto “Walk The Line” haciendo su obra en el 82º pilón de la Sopraelevata es el mexicano Rubén Carrasco y con él conversé al concluir su trabajo.

—¿Es la primera vez que vienes a Italia?

—No, esta es la cuarta, vine en el año 2000 por primera vez y me quedé por tres semanas. En esa primera ocasión me enamoré de Italia y de su idioma, en particular modo me quedé prendado de Florencia, la magnífica cuna del Renacimiento y de la lengua italiana, además porque siempre me interesó la obra de Dante Alighieri; no hablo bien italiano porque no tengo la oportunidad de practicarlo, pero me interesa mucho como idioma. La primera vez que vine a Italia me dije: “Quiero quedarme acá”, pero como no pude me fui a Montreal. Volví otra vez en 2007, vine a participar en la Bienal de Florencia, en esa ocasión pude decirme a mí mismo: “Finalmente volví a llegar a la ciudad que quería”. Para mí como artista el Renacimiento es un período artístico muy importante como estética y Florencia como ciudad también, pues es un pedazo de historia fundamental.

—¿Viajas mucho?

No puedes entender la escultura si no la ves, si no la tocas, ¿dónde está?, ¿qué la circunda?, comprobar no de qué está hecha en la materia sino qué la consolidó en espíritu.

—Más o menos —dice sonriendo y contándome que de Génova se va para Nápoles, de Nápoles para China y de China volverá a Italia, esto en el lapso de pocos días—. Considero que viajar es muy importante —añade— porque me permite investigar y husmear, en pocas palabras puedo “pitufar”, como yo defino al arte de viajar, de encontrar gente, de encontrarse a uno mismo, de recibir; eso es lo que más me gusta de viajar que según yo tiene dos aspectos fundamentales, el primero, ir a un lugar nuevo para descubrirlo: descubrir sus frisos, sus frescos, sus esculturas, y el segundo, descubrir sobre todo la gente y sus puntos de vista, ya que uno nunca ve lo que observa y ve el otro.

Una de las cosas por las que me alejé de la universidad fue porque yo quería viajar y para ello necesitaba ganar dinero, y ¡cuánto me criticaron por eso!, todos me decían: “Es que es muy pretenciosa tu idea de querer ir a Europa para ver esculturas si las puedes mirar en un libro”.

Pero tú no puedes entender la escultura si no la ves, si no la tocas, ¿dónde está?, ¿qué la circunda?, comprobar no de qué está hecha en la materia sino qué la consolidó en espíritu. Ver el David de Miguel Ángel en una foto no es nada, ver una escultura donde Hércules está peleando con un centauro en una foto no es lo mismo que verla en persona; el David de Miguel Ángel es impresionante por su altura, pero el Hércules peleando con un centauro que está ubicada en las afueras de Palacio Medici en Florencia es una escultura absolutamente increíble.

—¿De qué parte de México eres?

—De Puebla —responde Rubén, y añade—: es una ciudad bastante grande y se encuentra localizada al sur del Distrito Federal, en el altiplano; lo que divide a Ciudad de México de Puebla es el volcán Popocatépetl, es un altiplano a 2.300 metros sobre el nivel del mar.

—¿Cuál es el gentilicio de los que nacen en Puebla?

—Poblanos. Puebla es una ciudad que tiene mucho que ver con Génova, se le parece desde el punto de vista social, pues su sociología es complicada, un tanto híbrida por ser un territorio de cruce. Admito que realmente hoy es muy difícil encontrar una ciudad que no sea híbrida, o pura. Puebla, como está en el altiplano, es la primera ciudad grande en el sur antes de llegar a Distrito Federal; en su territorio se instala toda la gente que viene de Veracruz, es una ciudad de paso, además en Puebla comienza el corredor Nafta (North American Free Trade Agreement) y es la sede de la industria automovilística, allí está la Volkswagen, por citar un ejemplo.

Mas como la industria siempre enseña que lleva consigo un ingenio alejado de la estética dado que constantemente anda en busca de una producción y está ligada a un capitalismo y a su pensamiento, en un contexto como el de Puebla, la gente antes de inclinarse por las artes se inclina por la ingeniería, de hecho mi padre un tanto me obligó a estudiar ingeniería química, tanto me sentí obligado que estudié ingeniería química una semana —Rubén lo dice sonriendo.

A mí no me podían obligar a nada —confiesa—: mi padre es un ingeniero metalúrgico que trabajó para la industria telefónica, un experto en materia de cables para la telefonía, era un ingeniero de alto nivel, por trabajo viajaba mucho a Estados Unidos o España, no obstante su ejemplo no seguí una vocación industrial sobre la cual en mi propia casa tenía un gran ejemplo.

—¿Cuántos habitantes tiene Puebla?

—Dos millones y es una sociedad que está todavía impregnada de lo que fue el período político de Porfirio Díaz (1876-1911). En Puebla todavía existe una “visión porfiriana”, es decir, una visión racista y clasista, donde la gente del campo y los indígenas pertenecen a un sector y jamás podrán remontar a un nivel social más alto; hay que ser de una línea blanca y muy española para poder acceder a un cierto nivel y eso es muy complicado, Puebla tiene todavía esa visión, un tema que explica muy bien el escritor J. J. Benítez en el libro México profundo, texto donde analiza la sociedad mexicana.

—¿Y tú piensas que Génova se parece a Puebla?

—Siento que es así por lo que la gente me ha contado, me dijeron que fue una potencia a nivel industrial, además es un puerto de mercancías, de gentes y culturas que se suman. Que Génova haya sido una capital industrial de alto nivel y que haya perdido su industria no lo analizo así no más, pero si la comparo con Puebla puedo contar que mi ciudad natal era un lugar donde la industria textil predominó fuertemente, que antes de convertirse en ciudad textil fue un territorio donde hubo una buena agricultura a su alrededor, pero la industria le ganó a la agricultura, porque la gente en un determinado momento abandonó el campo y se interesó más en la industria. En Puebla se pierde la tradición agrícola por el impacto de la industria, mas también sucedió que la industria comenzó a perder poder y fue entonces que los poblanos empezaron a anidar una nueva inquietud que nacía de hacerse la siguiente pregunta: “¿Y ahora para dónde vamos?”.

Es en ese momento donde se empieza a abandonar Puebla, yo pertenezco a esa generación poblana que empezó a preguntarse: “¿Y ahora para dónde vamos?”. Por eso, volviendo al ingenio de la industria que aleja de la estética, es que quiero decir que hablar de artes en Puebla es algo que parece muy alejado de la realidad; claro, allí existe una tendencia que sigue la definición del arte clásico y hay gente que practica la pintura, incluso la escultura y el tallado, pero sólo en lo clásico, en el aspecto contemporáneo no hay escuela.

Me opongo a que destruyan este puente, mejor embellecerlo, porque todavía como obra tiene mucho que aportar.

—Regresemos, Rubén, al objeto de nuestro encuentro: la Sopraelevata, este viaducto es muy importante para Génova, como ves la ciudad nace en un territorio que se desarrolla en vertical, sube del mar hacia las colinas, es un paisaje estrecho que cuenta con pocos espacios para la construcción de vías modernas, o alternativas a las ya existentes. La Sopraelevata fue la solución más idónea que encontraron para conectar el poniente de la ciudad con el levante, así construyen este puente de seis kilómetros que corta en horizontal la visual de la ciudad, por este hecho estético siempre ha provocado discusiones que aún continúan, ya que existe el grupo defensor de la Sopraelevata y el detractor; existe quien opina que hay que demolerla y quien considera que es importante que se mantenga tal como es.

—Sobre lo que me cuentas, si dejarla o destruirla, ¡no!, yo me opongo a que destruyan este puente, mejor embellecerlo, porque todavía como obra tiene mucho que aportar, incluido este proyecto “Walk The Line” si es que lo concretizan como está concebido, pintando las cien columnas por ambos lados y con los tiempos que se requieren; va a representar algo muy interesante para la ciudad.

—En su época uno de los aspectos vanguardistas de la Sopraelevata fue la adopción de una pila única para sostener la calzada dado que el puente pasa por La Ripa, toda la zona frente al puerto. Este tipo de pila, o columna, que sostiene la Sopraelevata, fue la solución ad hoc para que las pilas ocuparan poco espacio, cuestión que generó el temor de que no soportaran el peso. Para ti que eres un artista de rango, ¿qué tal ha sido esta experiencia de hacer un mural en la 82ª pila de la Sopraelevata?

—La pila donde hice el mural tiene 6 metros de altura por 2 metros de ancho y la extensión de arriba es de 5,30 metros aproximadamente. Han sido pocos días para hacer una pieza tan grande. Sí, es verdad, son columnas que se ven muy ligeras, de hecho la pila donde trabajé es extremadamente estrecha, uno la puede abrazar tranquilamente. Pero en los días que yo estuve pintando ahí nunca sentí que cimbrara, a pesar de que me imagino que el terreno donde se construyeron las bases del puente no era terreno firme. Todas las veces que he trabajado en elevados he sentido las vibraciones, pero en la Sopraelevata no. Este detalle tiene que ver mucho con los materiales que usaron, estas columnas son de una solidez impresionante, no se ve una que esté temblando o que presente decadencia.

—¿Supiste con anterioridad algo sobre la historia de la Sopraelevata?

—No, de hecho la primera persona que me habló bien de la estructura fuiste tú. La Sopraelevata es un símbolo, una referencia de como vemos las cosas desde un punto de vista muy binario, o es bueno o es malo, nosotros difícilmente decimos: “Voy a ir al medio a ver qué hay”, pero como yo siempre he sido curioso, después de que me contaste un poco de su historia me interesó. Inclusive sin saber nada de ella, me llamó mucho la atención por la tecnología que observé, ya que trabajando en la pila me encontré con una mira de Sicma. Sabía que la obra estaba hecha en los años 60 porque pregunté la fecha de construcción, pero nadie me dijo más y a mí me interesó mucho ver la mira, tanto que le pedí a un amigo fotógrafo que se acercara con el teleobjetivo a tomarle fotos al logo de Sicma, ¿y qué significa esto que estoy diciendo?, que poner miras Sicma en los años 60 para nivelar la Sopraelevata significa que en la construcción de este puente se usó tecnología de punta.

 

Rubén Carrasco
Carrasco: “A mis diecinueve años me di cuenta de que los proyectos me permitían la práctica”.

El tema del mural

—Hablemos del tema de tu obra, ¿lo escogiste tú o te lo sugirieron?

—Lo escogí yo porque inicié una nueva serie de pintura que está ligada a la escultura, es decir que tomo una escultura universalmente famosa y la reinvento considerando que la escultura está ligada a la mitología y la filosofía y esta última al pensamiento. No la reinvento desprendiéndome por completo de su origen, pues todo origen de arte es literatura y sin literatura no hay arte. Claro, sin literatura se pueden dar expresiones técnicas que parecen artísticas, pero a un nivel intelectual en el que supuestamente tendríamos que estar hoy no, unas flores por más que sean bellas no son consideradas arte, y para mí la literatura es eso, arte, sobre todo la escultura que está ligada a la filosofía o a la mitología, que son una combinación de ambas y que fue muy típica del Renacimiento y del estilo neoclásico.

Esta obra que he hecho en la pila de la Sopraelevata pertenece al neoclásico, habla del mito de Espartaco como libertador y el tema que trata es la libertad. Pero por el contexto en el cual se encuentra ubicada es un poco ambigua, pues tenía que considerar que al frente del lugar donde pintaría se encuentra el Galata Museo del Mar con su pabellón “Memorias y migración”, y sobre todo que yo estaba realizando la obra en el ámbito de la 22ª edición del Festival Internacional de Poesía de Génova, fue una pura casualidad que esta obra sobre Espartaco que escogí tenga características coherentes con los elementos que tenía que considerar.

Espartaco era un migrante búlgaro que trabajó para el Imperio Romano, siendo soldado le piden que ataque su ciudad; él se niega, entonces lo castigan y así es como llega a ser esclavo, le quitan su familia, lo esclavizan, después de esclavo pasa a ser un gladiador que enseguida se distingue como político, porque era innato en él ese instinto de hablar con los demás, de saber de política, de persuadir transmitiendo ideas. Espartaco era un personaje que compartía, no pensaba sólo en sí mismo, él se sumaba a la labor de los demás, compartía todo lo que iba logrando, fue un excelente libertador de esclavos, entonces en este aspecto de él está el tema de la libertad; obviamente la historia de Espartaco es violenta por la época y porque las circunstancias así lo requerían. A mí siempre me ha gustado el pensamiento revolucionario, pero el pensamiento revolucionario que se deslinde de la violencia, que sea exclusivamente una revolución intelectual, por eso en el mural en lugar del puñal que debería tener Espartaco en la mano le he dibujado un lápiz; también, claro, para ligar la obra al tema del festival de poesía. El arma, un lápiz que es símbolo de arte, símbolo de creación literaria.

La obra de Juan Calzadilla nos hace ver dónde estamos situados a nivel humano, destruye el pensamiento para construir otro.

Lo único que me sorprendió en la realización de esta obra es que se me pidiera, de manera sesgada, que no metiera armas en el mural, y yo como artista siempre he hecho alusión a la violencia, porque no se puede esconder la realidad, no se puede evitar decir las cosas y yo siempre las digo con mis obras. En el arte mural se ven armas por todos lados, y no se ven armas porque uno como artista las quiere promover sino porque hay que hacer reflexionar a la gente sobre de dónde vienen las armas y para qué son. Las armas vienen de la ingeniería; por ejemplo, Bélgica, como tantos otros países, es un país productor de armas. Bélgica las produce y a la sociedad belga no le importa si van a África o si van a donde tienen que ir, es algo muy difícil de comprender y yo creo que la violencia depende de la educación escolar, de la moral, de la familia; una bomba detona un discurso, un pensamiento, una idea; tengo un mural que se llama “El arma maravillosa, o milagrosa”, es bastante crudo como argumento, pero es sarcástico y hace reflexionar.

—En el momento en que se construye este elevado de Génova, el puente más largo del mundo era el puente General Rafael Urdaneta sobre el lago de Maracaibo, y mientras estuviste pintando te vino a visitar el poeta venezolano Juan Calzadilla, que se encontraba en Génova porque participó en el Festival de Poesía. Calzadilla es, además de poeta, un excelente artista plástico, ¿cómo fue ese encuentro bajo la Sopraelevata?

—Fue un encuentro excelente, su obra es devastadora, devastadoramente hermosa, él a nivel artístico tiene una deconstrucción de la realidad, destruye el pensamiento para construir otro. La obra de Calzadilla nos hace ver dónde estamos situados a nivel humano, destruye el pensamiento para construir otro; no destruir sino deconstruir.

Rubén Carrasco
“Cuando el arte colorea la ciudad” es el lema del proyecto de arte urbano llamado “Walk The Line”.

La deconstrucción que hace Calzadilla es impresionante, lo que leí de él hizo que conociera la instalación más impresionante hecha con basura —aquí Rubén Carrasco hace referencia al poema “Prólogo de los basureros”, de Calzadilla, y agrega—: Él llega a un nivel impresionante, tengo la certeza y siento que lo que leí en su poesía cumple completamente con las expectativas de lo que alguien desea ser como artista, cambiar el pensamiento; ahora no puedo regresar a México, o a Montreal, e ignorar lo que leí de él, lo voy a leer, me llevo su libro, buscaré sobre él más información, voy a investigarlo, porque llena, toca a las personas y cambia todo, la dirección, y por cierto él me hizo recordar mucho al artista griego Jannis Kounellis.

—¿Cómo entras en el mundo del arte?

—Como todos, porque de niños cada uno de nosotros es artista, y luego decidimos si dejar el arte o continuar. En mi caso yo no lo decidí, pero siempre de pequeño, como cualquier niño, estuve interesado en dibujar, en hacer manualidades. Cuando era niño mi madre hacía manualidades con muchos materiales, poseía una manualidad impresionante, trabajaba con migajón y yo viendo las piezas que ella realizaba con un nivel impresionante siempre quería copiarlas, entonces le preguntaba: “Mamá, ¿cómo hiciste eso?, ¿cómo hiciste aquello?”. Ya cuando crecí ella no se dedicó más a este tipo de trabajo, pero esas manualidades fueron las que me llevaron al arte.

También entrar en el camino del arte —para mí— fue como la forma de subsistir; sabemos que todos en la vida, por una cuestión neurológica, necesitamos la aceptación de los demás. Existe el niño que se hace agresivo, existe el niño que se hace chistoso, yo era el niño que dibujaba y cuando empiezas a tener la validación de los otros de alguna manera te llevan por ese lado: es que tú eres fuerte y puedes ser levantador de pesas, es que tú eres veloz y puedes ser atleta, es que tú eres muy inteligente y puedes ser…, y yo tuve la suerte de que encontré esa burbuja del arte en la que me sumergí y que me fue llevando a la pintura, gracias a que siempre fui muy curioso.

Ya de adulto, y gracias a una amiga con quien conviví y que nutría una pasión enorme por el artista José Villalobos, a quien conocía personalmente, ella me permitió conocer de cerca a este gran artista y yo observaba que Villalobos vivía muy bien, que viajaba, que estaba en las galerías, y pude comprobar que no tenía las carencias que podían tener los que no habían llegado a ese nivel de producción, mercadeo y venta de arte; observar la vida de José Villalobos me dio certezas e inspiró mucho, además de que ocurrió que en la escuela me mostraron que el camino no era estudiar con los profesores, pues enseguida noté que los profesores tenían libertades que nacían de otras necesidades, y con esto no estoy diciendo que los profesores no eran buenos sino que pensé que si yo quería ser artista tenía que tomar riesgos para ser artista, y tomé esos riesgos, de hecho los asumí no con la gallardía de decir: “Yo lo voy a lograr”, sino más bien con la cobardía de decir: “¡Vamos a ver qué pasa!”, y con mucha cobardía a los 18 años me fui de casa de mis padres porque quería aventurarme, quería viajar, y de Puebla me fui a Cancún.

—Te vas de Puebla a los 18 años, ¿te vas a vivir a Cancún?

—Sí, en Cancún viví nueve años. Yo nunca he querido pertenecer a un lugar en particular, mis desplazamientos han sido uno detrás del otro; cuando llegué a Cancún no tenía nada, la única cosa que sabía es que me gustaba pintar; lógico, tenía ciertas capacidades, aunque para pintar en grandes formatos no me sentía preparado, así que recién llegado a Cancún empecé a trabajar como camarero, como lavacoches, como repartidor de pizzas, porque en ese momento no me sentía capaz de hacer otra cosa, pero todos me decían: “Mira, es que tú no tienes el perfil para lavar coches o entregar pizzas”. Pues, como no tenía perfil para realizar ese tipo de actividades, ¡concluí que tenía que hacer algo diferente!, y es ahí cuando empiezo a pensar en proyectos, entonces presento uno a un empresario hotelero, lo presento de manera estratégica dado que si lo presentaba yo sólo pensé que no iría a funcionar; sabía que tenía que acoplarme a alguien más, por lo que me uní a una pareja de españoles, una chica vendedora de profesión y su novio que era pintor, yo pintaba más que él, pero ellos tenían treinta años cada uno y yo sólo ¡19!, entonces les dije: “¡Ustedes vendan el proyecto que yo lo hago!”, y así comencé.

Rubén Carrasco
La 82ª pila de la Sopraelevata, donde trabajó Carrasco, tiene 6 metros de altura por 2 metros de ancho.

—Rubén, estamos llegando al final de nuestra conversación, te agradezco por el tiempo que me has dedicado, y para concluir, tú que no quieres ligarte a una ciudad en particular y que en Cancún encontraste la vía, la manera de transitar en el mundo del arte con estrategia, ¿qué les puedes aconsejar a los jóvenes que como tú hoy quieren tomar la vía del arte?

—Sí, en Cancún tomé conciencia de que no tenía perfil para lavar coches y terminé encaminándome por los proyectos. Hice mi primer proyecto, con el cual gané lo suficiente para vivir seis meses porque tenía pocos gastos; a partir de ese momento empecé a buscar proyectos como manera de practicar la pintura y también para aprender y poco a poco entré de lleno en los proyectos comerciales. Era una vía que a mí me atraía porque podía practicar la pintura; practicar es muy importante, de hecho Araike, el chico que me ayudó en la realización del mural de la Sopraelevata y que estudia en el liceo Paul Klee de esta ciudad, me dijo cuando nos conocimos: “Es que estoy estudiando teoría del color y ayudarte en la realización del mural me sirve como práctica”. Las teorías del color, como otras teorías, son simplemente teorías, nadie hace música con la teoría y es cien por ciento matemático que existe también un nivel instintivo muy importante, y uno no puede despertar el instinto solamente con la teoría sino que también tiene que lanzarse a la práctica. Fue por eso que a mis diecinueve años me di cuenta de que los proyectos me permitían la práctica y en el caso de Araike, que me ha ayudado aquí, él en una experiencia de una semana se dio cuenta de que podía encontrar otro camino. Con tan sólo dieciséis años Araike es buen dibujante y buen escultor y yo inclusive lo quiero jalar para otros proyectos, es un chico con un talento impresionante, así que lo que aconsejo a los jóvenes de hoy es que hagan como Araike, que no se queden estáticos en teorías y fluyan inventando y proponiéndose para acceder a la práctica, que es la verdadera escuela del arte.

—¿Qué te deja el proyecto “Walk The Line”?

—Para mí pintar la 82ª pila fue como una locura por el tiempo tan corto que tuve a disposición, pero lo que vale es esa primera intención de dar el primer paso del proyecto aunque parezca tan complejo, esta galería a cielo abierto en las pilas de la Sopraelevata puede representar un nuevo elemento turístico para la ciudad, una nueva atracción. De hecho cuando yo regrese a México, o esté en Montreal, les hablaré de Génova no sólo por los monumentos históricos o el paisaje que tiene la ciudad sino también les hablaré de la Sopraelevata, porque el proyecto “Walk The Line” es algo que a nivel turístico abre muchos horizontes.

Mayela Barragán Zambrano

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