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Entre los bastidores de las letras
Una entrevista, siete correctores de Hispanoamérica

viernes 16 de junio de 2017
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Siete correctores hispanoamericanos
La española Ángeles Pavía Mañes, el lusovenezolano Ricardo Tavares Lourenço, la argentina Valeria Colella, el nicaragüense Lesli Nicaragua Álvarez, la venezolana Lesbia Quintero, la mexicana Mariana Mejía Elizalde y el peruano Ricardo Vírhuez Villafane son los correctores que respondieron a la consulta del periodista venezolano Gabriel Mármol.

No considero como amantes de los libros
a quienes los esconden en sus baúles y nunca los tocan,
sino a quienes (…) prefieren las marcas de un error
que ellos mismos han borrado en vez de
una copia pulcra llena de faltas.

Carta de Erasmo de Rotterdam a un amigo desconocido

Todo comenzó durante una conversación casual con un conocido que para ese tiempo era estudiante de Comunicación Social. “¿Qué haces en el periódico donde trabajas?”. “Soy corrector de estilo”, le contesté. “¡Qué bien! ¿Podrías mandarme a mi correo electrónico una descripción de tu puesto? Es para una tarea”, continuó. “No hay problema”, le dije sin titubear y sin imaginar que ese simple deber de universidad me llevaría a redactar estas líneas.

Escribir sobre algo que ni siquiera merecía una descripción de cargo en el departamento de recursos humanos me abrió los ojos. Antes de ese momento, estaba seguro de que podría esbozar un escrito satisfactorio al respecto en unos pocos caracteres. “El corrector de estilo tiene como responsabilidad la corrección de errores en los trabajos periodísticos por ser publicados, en los campos gramatical, semántico, estilístico y fáctico, siguiendo los lineamientos establecidos en los principios editoriales del diario”.

El problema surgió cuando me percaté de cuánto había pasado por alto. ¿Por qué no había mencionado que un corrector es el más sigiloso defensor de la cultura gracias a la minuciosidad de su lectura? ¿Dónde estaba mi referencia a su tenaz aptitud para sortear los laberintos del idioma y al mismo tiempo valorar la capacidad generatriz de los autores más diversos? ¿Acaso habría sido risible definirlo como un “terapeuta lingüístico” cuya existencia está justificada por los errores recurrentes de los escritores, como nos lo plantea el español Felipe Benítez Reyes? Concluyo que mi primer escueto planteamiento —donde algún lector notará que la frontera entre el corrector y otros miembros del equipo editorial luce difuminada, como el editor de contenido— nació sin duda de mi limitado punto de vista, tanto por mi inexperiencia como por mis propias circunstancias.

Para ser corrector hace falta ser más humano.

Para ser capaz de retratar ese ámbito fascinante, siempre podría seguir curtiéndome y volverme el mejor en mi área. Del ensayo y del error se aprende, por supuesto, al igual que de las observaciones de los mismísimos creadores, como le sucedió alguna vez a Julio Cortázar, para quien un “corrector de estilo” resultó ser una fuente inagotable de comas sobre las pruebas de imprenta de una de sus obras. El novelista reconoció que el corrector tenía razón desde un punto de vista lingüístico al agregar nada menos que 37 comas en una sola de sus páginas; pero la puntuación propuesta por el argentino era distinta a la de los cánones por “una obediencia a una especie de pulsación”. “Tengo que dejarlo salir así porque justamente es así que estoy acercándome a lo que quería decir”, afirmó el autor de Rayuela en una clase de literatura allá por 1980 al relatar cómo devolvió esas pruebas a la editorial con sendas anotaciones para deshacer los signos ortográficos sobrantes.

Ahora bien, ¿en qué se equivocó el susodicho corrector de esa anécdota? La mayoría de los manuales dirá que éste debe caracterizarse por una sobresaliente atención al detalle, una cultura general superior e incluso “un poco de malicia en la lectura” según el editor Bulmaro Reyes Coria, algo que le permitiría surcar el texto y pescar los errores ajenos con destreza. No obstante, es allí donde puede distinguirse el desliz. Éste no supo adaptar su propio estilo al de Cortázar (y cualquier otro autor serviría de ejemplo), por lo cual actuó tal como uno esperaría de un programa informático: con una eficiencia inmisericorde hacia un texto que no necesitaba ni una coma más ni una idea menos. Para ser corrector, entonces, hace falta ser más humano.

La corrección —sin importar el calificativo que adopte: de pruebas, de estilo; de prensa, literaria, jurídica…— es una de las actividades más complejas en las que puedo reflexionar. Por esa razón, habría sido aventurado de mi parte proponer aquí una teoría seudoacadémica que recopile todas las ideas que pueden encontrarse sobre la corrección en el proceso de edición de textos.

Sin embargo, tenía otra opción; aún quedaba acercarme a aquellos que la practican —o la han practicado— y entrevistarlos para conocer de primera mano sus opiniones, inquietudes, expectativas… Así, por medio de las voces de colegas provenientes de todos los rincones de Hispanoamérica adquiriría un panorama más claro acerca de mi profesión y cómo nos enmarcamos en ella quienes, en palabras del escritor Jorge Gómez Jiménez, custodiamos celosamente un tesoro que nadie codicia.

A continuación, he aquí la visión de cada uno de ellos sobre una vocación que personalmente me abrió las puertas al desafiante mundo de las letras.

 

¿Cuáles han sido sus pasos en el campo literario o editorial? ¿Quiénes le dieron el empujón final para entrar de lleno en ese mundo donde los “buenos sentimientos” no producen el mejor resultado —si nos atenemos a André Gide—?

Ángeles Pavía Mañes: Llegué un poco de casualidad. Comencé como forera aficionada a la literatura que, en páginas web dedicadas a diferentes géneros, comentaba y se ofrecía a leer lo que escritores noveles producían. Las críticas y comentarios gustaban tanto que buenos amigos del mundillo literario me recomendaron dedicarme a esto de forma más profesional. Me gustaba mucho, pero era consciente de que me faltaban conocimientos para realizarlo bien, así que, en cuanto tuve oportunidad, realicé un curso de corrección profesional y otro de crítica literaria. No pensé hacer de ello una profesión. Lo hice al descubrir una actividad que me gustaba y que quería realizar lo mejor posible, pero poco a poco ha ido convirtiéndose en un trabajo más serio. Ahora mismo, Teloseditamos, la agencia, está creciendo y se va a convertir en una empresa que abarcará todo tipo de servicios al escritor: análisis de textos, edición de los mismos, corrección, maquetación, realización de portadas, edición digital para portales…

Ricardo Tavares Lourenço: En la carrera de Letras descubrí mi pasión por la lingüística, y encontré que una aplicación práctica de esos conocimientos estaba en la corrección. Mis inicios como corrector se dieron en una revista literaria que varios compañeros creamos en la carrera, pero mi incursión formal se dio tiempo después, justo al entregar mi tesis de grado. En aquel entonces, Alberto Márquez, quien fue mi profesor en un seminario llamado “Aproximación al proceso editorial”, me contactó para trabajar con él como su asistente de corrección. Fue mi primer trabajo y en él estuve seis años. Fue una escuela para mí, al punto de que puedo decir que prácticamente todo lo que sé sobre la corrección se lo debo a él. Tanto me apasionó la corrección que hice mi tesis de maestría en Lingüística Aplicada —en la Universidad Simón Bolívar— sobre la corrección. Fui más allá y la presenté como una ponencia en el primer Congreso Internacional de Correctores de Textos en Español (Cicte) en Argentina (2011). Eso me catapultó internacionalmente, al punto de que he acabado por ser la cara visible de los correctores venezolanos en ese congreso en las ediciones de México (2012), España (2014) y Perú (2016). Como consecuencia de ello, escribo sobre estos temas en la revista Deleátur, de la Unión de Correctores de España (UniCo). Esta experiencia no sólo laboral sino también investigativa me llevó a comprender que tenía un compromiso con mi país para profesionalizar al corrector venezolano, lo que me impulsó a crear un diplomado en el Ciap-Ucab y así poner a mi gente en sintonía con lo que se está haciendo ahora en el extranjero. Van doce años de dedicación a la corrección y creo que en los años venideros me esperan cosas interesantes que ojalá sean de gran impacto.

Valeria Colella: Cuando terminé mi educación secundaria, y sin saber exactamente qué hacer con mi vida, comencé la carrera de Derecho en la Universidad Nacional de Córdoba. Cuando cursaba mi tercer año, me consiguieron una entrevista de trabajo en una editorial jurídica que buscaba “un estudiante de Derecho con buena ortografía” para corregir libros destinados a abogados, magistrados y otros estudiantes de Derecho. Fue así que pasé una increíblemente simple prueba de ortografía y me quedé con el puesto. A partir de allí, descubrí un mundo nuevo y caí en la cuenta de que, antes de pertenecer a esta industria, nunca me había planteado siquiera cómo era que llegaban los libros hasta nuestras manos. Consciente de la insuficiente preparación académica para el puesto y convencida de que era realmente lo que quería hacer, al año siguiente abandoné Derecho y comencé a estudiar Letras Modernas.

Para 1999, mientras cursaba la licenciatura en Letras Modernas en la Universidad Nacional de Córdoba, me desempeñaba como correctora y editora en Alveroni Ediciones, una de las más importantes editoriales jurídicas de Córdoba. En dicha empresa llegué a ser editora en jefe, responsable de la gestión, selección y formación del personal a cargo. En 2007 renuncié a esa empresa y comencé en Nuevo Enfoque Jurídico, una editorial en ascenso que publicaba la revista Actualidad Jurídica. Allí me desempeñé también como correctora, editora y responsable de la comunicación institucional de la empresa. En 2010, luego de que naciera mi tercera hija, decidí independizarme. Como profesional independiente seguí trabajando con Nuevo Enfoque Jurídico, Mave Editora (de la provincia de Corrientes), la Universidad Nacional de Córdoba, la Universidad Católica de Córdoba, la Universidad Nacional de Cuyo y en proyectos independientes. Actualmente me encuentro emprendiendo en proyectos de publicaciones digitales, que incluyen revistas independientes, servicios para autores y editoriales, comunicación empresarial y mercadeo digital para editoriales.

Lesli Nicaragua Álvarez: Comencé como todos, en tierra de poetas, versando bohemio, organizando festivales de poesía, dictando cursos de escritura libre, escribiendo pequeñas crónicas con los dos pies en la literatura y los ojos en la realidad del genotexto. He editado poemarios y algunos libros de cuentos y revistas digitales de forma independiente para personas que publican de forma independiente. Un maestro, que luego fue mi amigo, español de ascendencia, nicaragüense de adopción y decisión, me dio la oportunidad de colaborar para la revista Carátula, de Sergio Ramírez, y desde entonces…

Lesbia Quintero: Comencé a trabajar en el año 2000 en la editorial Tercer Milenium, de Néstor Filipini, en Los Teques. Allí comencé a enamorarme del oficio. Luego fui productora independiente del programa Mundo editorial, en el canal Mira TV, donde hacía entrevistas a escritores. Pasé por otras editoriales, incluyendo una del Estado, hasta que, en 2011, mi amiga Marisol Marrero me dio ese “empujón final” y determinante para que yo abriera y trabajara con mi propio sello.

Mariana Mejía Elizalde: En resumen, (mis pasos) han sido sobre todo en el campo del periodismo y en áreas donde se usa el lenguaje técnico, legal y administrativo fundamentalmente. Y existen los buenos sentimientos: el empujón para que me adentrara por completo en este mundo fue de un gran jefe y amigo, Carlos Acosta, actual colaborador de la agencia Apro, de la revista Proceso y, en ese entonces, editor del periódico El Universal. Por él y por la complicidad afortunada de quien en ese momento era coeditora en ese mismo diario, publiqué mis primeras notas periodísticas.

Ricardo Vírhuez Villafane: Primero tuve la tradición oral de mis padres y tías para llenarme el corazón de ficciones, historias fantasmales, terrores nocturnos y una forma de contar que atrapaba con los silencios, los giros repentinos de la trama, los secretos, las sorpresas y, sobre todo, la intriga. Luego, la lectura de libros fue un paso inevitable y de ahí a la escritura todo iba cayendo por su propio peso. Tuve un maestro de juventud, el escritor Mario Luna, narrador cusqueño de estilo preciso, quien me introdujo con más seriedad en el arte de crear ficción y me prestaba libros cada semana. No sé qué fue de su vida. Dejé de verlo unos años y cuando volví nadie sabía de él. Quizá fue otro de los hermosos fantasmas que poblaron mi infancia. Luego trabajé en el diario La República, que me dio una idea concreta de la producción editorial y una práctica que no hubiese encontrado en ninguna universidad. De ahí a publicar libros fue sólo un paso.

 

¿Cómo definiría la corrección profesional: un oficio, una profesión, un arte..? En Diario de un mal año, del nobel de literatura J. M. Coetzee, el señor C. se pregunta quién juzga lo que suena o no suena bien luego de haber jugueteado con una frase en una jornada de trabajo literario; ¿“el quid de la corrección” se encuentra en esa sentencia a la que se refiere el autor surafricano?

ÁPM: Para mí, la corrección es un trabajo técnico, no artístico. El arte lo pone el autor, mientras que el corrector aplica sus conocimientos en beneficio de los intereses de quien lo contrata. El corrector no crea. Por lo tanto, no necesita capacidad artística alguna para corregir correctamente un libro, del mismo modo que un mecánico no necesita la habilidad de un piloto de carreras para ejercer bien su oficio; aunque sí que ha de saber escribir con precisión, dominar los recursos de la lengua y conocer las herramientas de consulta más apropiadas para cada caso. También debe tener mucho leído a sus espaldas y, de ser posible, de calidad, para poder afrontar la lectura de cada texto como es debido.

El trabajo del corrector debe resultar en un hilado fino e invisible que haga lucir la obra del otro, ya sea escritor, científico, oficinista… Cuando nuestro trabajo se nota, está mal hecho.

RTL: El corrector es un profesional que garantiza que el mensaje del escritor llegue claro al lector. En otras palabras, salvaguarda la imagen del escritor y le brinda al lector un texto de calidad. Me gusta mucho citar a Alicia Zorrilla, eminente correctora e investigadora argentina, para señalar los límites del oficio: “El corrector no es coautor”. El quid de la corrección es, por tanto, asegurarse de que la palabra suene bien para el autor y para el lector.

VC: La corrección es, primeramente, una pasión. Nadie sueña de niño ser corrector de textos. El amor por la lectura primero, y por los libros después, es lo que nos trae a esta —ahora sí— profesión. Independientemente de las regulaciones de algunos países latinoamericanos, donde lo profesional está dado por la pertenencia o no a un listado de artes o colegios matriculados, ciñéndonos a la definición de la Real Academia Española, somos profesionales desde el momento en que la corrección se transforma en una fuente de ingresos. Personalmente, y esto es totalmente discutible, dejo la palabra oficio para los empleos mecánicos y la palabra arte para los procesos creativos. No obstante, si tuviera que definir nuestra actividad, echaría mano a una muy atinada sentencia de la doctora Alicia Zorrilla: “Los correctores estudian y se preparan para ser médicos de las palabras. Los correctores son aquellos a quienes puedo ir y decirles ‘tengo esta oración descompuesta’”. Otra analogía que me gusta asociar a nuestra actividad es la de mediador: los correctores “mediamos” entre el autor y el lector tratando de resolver conflictos pacíficamente.

LNÁ: Pienso que es un oficio que ha adquirido un nivel de profesionalismo por lo arduo, lo complicado, lo especializado que puede llegar a ser. Del empirismo en que se ha hecho siempre, ahora se buscan profesionales de las letras o afines para la corrección, aunque el grado de subjetividad que se requiere en el estilo es el que sobresale en el quid, no lo maquinal, lo lógico o sintácticamente correcto. Las licencias siempre nos auxilian cuando el editor ha secado sus ideas y no puede más. La funcionalidad y versatilidad del corrector ayuda.

LQ: Voy con la primera. (La corrección) es un oficio, pues aún no hay una carrera universitaria para formarse como corrector(a), al igual que la de escritor(a). Respecto a la segunda, considero que el trabajo literario es el resultado de horas de vida. Decidir qué se queda o se debe cambiar es una responsabilidad enorme. Hay correcciones que se aplican para subsanar una falla ortográfica, gramatical o de sintaxis, siempre y cuando no sea intención del autor. Particularmente llego al texto con respeto y consulto con el autor cualquier cambio.

MME: No es un arte porque el trabajo del corrector debe resultar en un hilado fino e invisible que haga lucir la obra del otro, ya sea escritor, científico, oficinista… Cuando nuestro trabajo se nota, está mal hecho. Tampoco es una profesión porque no requiere una carrera para ejercerlo, sino más bien amor por la cultura escrita, aunque en varios de mis empleos piden la licenciatura para contratar un corrector. En todo caso, se trata de un oficio que se va dominando con mucha práctica, lecturas y observación, y con el ejercicio crítico de la propia escritura.

RVV: La corrección es un oficio en la medida en que estamos obligados a aplicar reglas de manera personal. Luego aprendemos que en realidad no son reglas inamovibles, sino principios básicos que nos dejan muchas ventanas abiertas, pues el lenguaje literario es constante creación y sorpresa. Entonces, la corrección profesional se convierte en arte porque hay que ir con la marea de la buena escritura. De esta manera, oscilamos entre oficio o técnica y arte según los textos corregidos. La buena literatura no necesita de nuestra aprobación para brillar. De hecho, nuestro mayor aporte como correctores profesionales consiste en desaparecer por completo dejando un campo limpio y depurado.

 

¿Cuál es su metodología de trabajo? ¿Qué trucos o atajos forman parte de su rutina?

ÁPM: Para la corrección no uso trucos ni atajos normalmente. Pido el texto en Word, le activo la función “control de cambios” y empiezo a leer y a corregir sobre la marcha. Antes, cuando había terminado esa primera corrección, la más extensa y completa, aceptaba todos los cambios y hacía una segunda corrección. Hoy, la agencia ha crecido, somos un equipo y esa primera corrección la hacen mis compañeros y yo realizo el repaso definitivo, a veces dos o más veces. Siempre se ha dicho que cuatro ojos ven más que dos. Si un autor cuenta con un equipo de ojos extra para prestar atención a su obra, el resultado es siempre mucho mejor, más detallado.

En esto de la corrección no conozco atajos. Rutinas sí, sólo una, la de leer detenidamente, con ojos de corrección, sabiendo diferenciar totalmente lo que te están contando de cómo te lo están contando, que es lo importante para el corrector. Aquí la trama da igual; que los diálogos sean tontos no importa mientras estén bien escritos. Si hay gazapos gordos, no cuesta mucho señalarlo sobre la marcha; por ejemplo, si dicen que el protagonista es rubio al principio y luego es moreno. Pero cuando corriges debes centrarte en cómo se está contando la historia.

Otra cosa es que realices una función de edición de textos, que también la hacemos. Ahí sí que se incide ya en una profundidad mayor, ayudando al escritor a mejorar su novela en todos los aspectos: estructura, ritmo, personajes, trama… Pero para poder hacer bien este trabajo, suele ser necesaria la realización previa de un análisis detallado y profesional del texto, lo que llamamos un “informe de lectura”.

RTL: Mi metodología suele ser así. Primero corrijo originales en computadora y en esta primera corrección hago la mayor depuración lingüística. De ser necesario, hago consultas de mis dudas al autor o, en su defecto, al editor o coordinador de la edición. Estos originales luego se envían a diseño y seguidamente retornan a mí como primeras pruebas. En esta segunda fase ya toca corregir ortotipografía, verificar que el índice se corresponde con las páginas y los títulos, además de otras erratas que hayan podido escaparse. En esta fase mantengo más comunicación con el diseñador. Cuando todo está listo, la obra sigue su curso a imprenta. Un truco es no corregir todo de un solo vistazo; es decir, dividir el trabajo en partes, pues nuestra atención no se enfoca en todo a la vez. Por tanto, conviene primero corregir el contenido del texto, luego la foliación, luego los encabezados, luego los cortes de palabras, luego el índice y así sucesivamente. Otro truco fundamental que aprendí de Alberto Márquez es desconfiar de la propia cultura general, pues a veces leemos en el texto cosas que desconocemos y que malinterpretamos como erróneas pero que son correctas. Una anécdota es con la palabra inconcuso: la primera vez que la vi pensé que sería inconcluso, pero decidí revisar el diccionario; pues, resulta que la palabra existe y además se correspondía con lo que el autor decía. Al hacer esto, evité “descorregir” el texto. Así que, en síntesis, debemos seguir un orden en la corrección, aprender a trabajar en equipo y consultar fuentes confiables ante cualquier duda por mínima que sea.

VC: En los últimos dieciocho años, mi metodología de trabajo ha ido cambiando. Para bien o para mal —seguramente para mal—, actualmente no sigo los mismos procesos que al principio. Antes corregía sobre una impresión del libro ya maquetado, el autor revisaba la corrección, el diseñador pasaba luego cada una de mis correcciones y nuevamente yo confrontaba que hubieran sido realizadas; posteriormente, otra persona, o yo si no existía esa posibilidad, iniciaba una segunda lectura, enfocada también en cuestiones de forma. Hoy día, corrijo directamente desde la pantalla, con control de cambios, y rara vez puedo hacer una segunda lectura.

Para poder realizar una mejor lectura sobre un texto más depurado, previamente utilizo macros para solucionar de un paso esos errores más comunes; he podido establecer ambientes y horarios de mejor concentración; no me obsesiono con párrafos complejos, sino que prefiero tomar distancia de ellos y releerlos en otro momento; tengo mi arsenal personal de diccionarios y recursos web y, principalmente, no doy nada por sentado: si tengo dudas, consulto.

LNÁ: Trabajamos en caliente, con minutos apenas entre el periodista y el corrector, porque a veces el editor no hace su verdadero trabajo. Ortotipografía y estilo. Supresión.

LQ: No tengo trucos ni empleo atajos. Uso diccionarios, lectura metódica y trabajo con disciplina.

MME: No existen como tal. Las pautas va dándolas la naturaleza del documento. No es lo mismo revisar un documento fiscal en formato electrónico que el cuento de un escritor novel. El eje de este trabajo es hallar los caminos que muestren de forma transparente las ideas de los autores y, al mismo tiempo, respetar de forma apropiada, no irreflexiva ni tajante, las reglas del idioma.

RVV: Siempre me ha dado resultado empezar por una lectura atenta y con la mente despejada. A menudo, el trajín del día y el cansancio juegan malas pasadas a nuestra lectura. Y la frase dudosa expresada en voz alta ayuda mucho a encontrar su mejor ritmo y su mejor sentido.

 

Avanzar con seguridad en la dirección de los propios sueños y esforzarse por vivir la vida que se ha imaginado llevan, citando a Henry David Thoreau en Walden, a un éxito inesperado. ¿Qué experiencias han sido las más importantes para usted a partir de la corrección?

ÁPM: Creo que lo más importante para mí ha sido la gente que vas conociendo, todo lo que esa gente te aporta, bueno y malo, y las enseñanzas que sacas de ellas. De mi etapa como correctora me llevo las experiencias que me proporciona la gente con la que trato, algunas muy buenas y otras nefastas. De todas se aprende y estoy ganando grandes amigos. Algunos de ellos comenzaron siendo simples clientes y otros han surgido por contactos afines y relaciones literarias. Es un mundo que me enriquece mucho como persona.

Corregir es aprender constantemente. He tenido la suerte de leer trabajos inéditos de gente que admiro muchísimo.

RTL: Como ya lo relaté, mi tesis de grado de la maestría, titulada Estrategias y soluciones en la corrección de textos en el campo editorial: dos estudios de caso, fue un hito clave en mi vida. Hasta donde tengo noticia, es la primera tesis en este nivel en Venezuela y fue mi carta de presentación ante Hispanoamérica. Participar en las cuatro ediciones del Cicte me ha permitido conocer gente talentosa, entusiasta y entrañable de España, México, Guatemala, Costa Rica, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil, Argentina y Uruguay, y comprender de primera mano que nuestros problemas en la corrección en Venezuela también los padecen ellos, por lo que debemos unirnos para dignificar este oficio y propiciar su profesionalización.

VC: La participación en el primer Congreso Internacional de Correctores de Textos en Español, llevado a cabo en Buenos Aires en septiembre de 2011, me mostró, principalmente, que no estaba sola en esto. Fue una experiencia magnífica de camaradería e interacción con colegas de tantos países. Vimos que, a pesar de las distancias, nos unía la pasión por el texto correctamente escrito, enfrentábamos los mismos problemas, sentíamos las mismas dudas y estábamos dispuestos a trabajar en pos del crecimiento y reconocimiento profesional de nuestra tarea. Posteriormente, y gracias a la amabilidad y consideración de las asociaciones de correctores de México y España, tuve la oportunidad de participar con ponencias en las siguientes ediciones: Guadalajara 2012 y Madrid 2014. Mucho se ha avanzado en los objetivos propuestos en el Acuerdo de Buenos Aires para la Alianza Internacional de Profesionales de la Corrección en Lengua Española, pero aún falta mucho por hacer. Por mi parte, y desde un humilde lugar, gestiono los perfiles sociales de Correctores por sus Derechos en Facebook y LinkedIn, y me encuentro trabajando, junto con un magnífico grupo de colegas, en la formación de una asociación profesional para los correctores de Argentina.

LNÁ: La demencia lectora cuando descubro inconsistencias no sólo de sentido, sino a veces errores temporales en algunos escritores ya sembrados en la fama de la escritura. A veces, no lo niego, un poco de egocentrismo por saber un poco más y de mucho, como dijo Gutiérrez Nájera, partirse en mil pedazos y seguir entero.

LQ: El aprendizaje. Corregir es aprender constantemente. He tenido la suerte de leer trabajos inéditos de gente que admiro muchísimo.

MME: Superar o resignarme al hecho de que hay que respetar las decisiones del autor, aunque uno sepa que no son las más apropiadas o definitivamente no son correctas en términos de redacción o lógica de las ideas.

RVV: La única experiencia deseable ha sido encontrarme con textos hermosos, con sorpresas que llenan y nos convierten en lectores privilegiados. Con textos mal escritos sabemos que el trabajo será arduo, pero también básico. El verdadero reto está ante la belleza de los buenos textos porque pondrá a prueba nuestro conocimiento no sólo del idioma, sino también del lenguaje en general, del ritmo de las palabras, de saber captar metáforas y sentidos que se devoran lo literal.

 

¿Cuáles considera como los sucesos más curiosos en su día a día?

ÁPM: Este trabajo no tiene muchos sucesos curiosos, pero sí que te encuentras con que, de golpe, estás corrigiendo un relato de alguien ilustre, o que resulta que ese otro autor con dos apellidos que te suenan mucho es el hermano de un antiguo compañero de colegio.

RTL: Cada libro o revista que corrijo es una nueva aventura. Corregir textos sobre temas tan diversos me permite tener una cultura general amplia y conocer usos lingüísticos que luego llevo al aula. Lo coincidente en todos los casos es que siempre impera la premura para entregar, lo cual es estresante si el texto está muy mal redactado. Aunque por fortuna no es frecuente, algunas veces descubro que el escritor sigue escribiendo la obra por su cuenta mientras yo la estoy corrigiendo, lo que causa no pocos quebraderos de cabeza. Por tal razón, le advierto al autor que debe entregarme la versión definitiva de su trabajo para así evitar contratiempos. Y como última curiosidad, la pregunta que todos me hacen y que me cuesta cada vez más responder: “¿Cuál es la tarifa?”. En esta economía hiperinflacionaria (la venezolana), es harto difícil establecer un presupuesto que agrade a las dos partes; de hecho, la inflación ha generado un desbarajuste tal que en la última edición de una revista que corrijo me pagaron 100% por adelantado, algo inédito.

VC: Creo que muy pocas profesiones son tan desconocidas como la nuestra. Ya dejó de sorprenderme tener que añadir una breve explicación a mi también escueta afirmación de a qué me dedico. Durante mucho tiempo cambiaba frecuentemente algunas de mis sentencias, siempre en pos de evitar la repregunta, pero finalmente comprendí que está en nuestras manos hacer conocer nuestra profesión, y que cada persona que se cruza en nuestro camino va sabiendo que existe —o debería existir— el proceso de corrección como etapa ineludible de la industria editorial, y que lo lleva a cabo —o debería ser así— gente capacitada para ello.

LNÁ: Tal vez toparme con la misma falla en tres textos de distintas secciones. Que me pregunten cualquier dato existiendo Internet, entre otros.

LQ: Me asombra encontrar gente que improvisa sin conocer los recursos literarios ni los elementos estéticos; por supuesto, no tienen conciencia del lenguaje. Aun así, escriben y publican.

MME: Precisamente, que pidan mi opinión experta para que, al final, queden por encima de ella criterios editoriales o inclusive personales, cambiantes o que no tienen sentido alguno.

RVV: A veces, la corrección se convierte en el trabajo más aburrido del mundo, generalmente cuando nos topamos una y otra vez con textos insufribles. No es lo mismo corregir libros técnicos que corregir literatura; no es lo mismo corregir en un periódico que corregir poesía. Lamentablemente, muy pocas veces elegimos los textos que nos llegarán y esa sorpresa es ya una curiosidad cotidiana.

 

En El libro de los abrazos, Eduardo Galeano asevera: “Somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”. ¿Qué cambios ejerció en usted la corrección?

ÁPM: Me ha hecho tomar mucha más conciencia de mí misma como persona y plantearme mi relación con mi entorno de una manera diferente. También me ha hecho afianzarme más y ha conseguido que la opinión que los otros tengan de mí me afecte mucho menos que antes. Al mismo tiempo, me ha vuelto mucho más humilde y más consciente de las necesidades y limitaciones de los demás. En otros niveles, la corrección te hace ser metódica, concienzuda, organizada y tenaz. Son muchas las horas que trabajas de cara al ordenador, y muchas las distracciones que éste puede aportarte. Como es un trabajo que se realiza en casa, has de ser muy responsable para llevarlo a cabo y dedicarle todo el tiempo que necesita. Los plazos siempre aprietan.

RTL: ¡Vaya que me ha cambiado! Cuando comencé en esto, tuve un problema conmigo mismo, pues venía de una formación en la cual se establece que la lingüística es una ciencia descriptiva, pero luego encuentro que la corrección se enfoca en la norma lingüística, es decir, es prescriptiva. ¿Qué hacer ante dos ideas antagónicas? Lo que me ayudó a resolver el asunto fue entender que la escritura no es igual que la oralidad (enfoque principal de la lingüística moderna) y que la variación lingüística hay que tomarla en cuenta para la adecuada construcción del mensaje. Hay que valorar un texto bajo tres ángulos: género literario, audiencia a la que va dirigido y el idiolecto del escritor. Entonces, procuro corregir aquello que no se corresponda con el género literario, que no se adecúe a las expectativas de los lectores y respetar las peculiaridades del lenguaje del autor, ya que están supeditadas a su dialecto, profesión y nivel sociocultural. En síntesis, la corrección me ha hecho mejor lingüista.

VC: Siempre me sentí atraída por la literatura y la lectura en general, pero al comenzar a trabajar como correctora de textos de una editorial jurídica sentía que ya no disfrutaba los libros de la misma manera. Cada errata me desconcentraba y me encontraba releyendo párrafos enteros buscando aquella falta que “me hacía ruido”. Además, después de trabajar durante ocho horas diarias leyendo y corrigiendo textos jurídicos poblados de errores, comillas, signos de exclamación y paréntesis que no abrían o no cerraban, faltas de todo tipo y color, llegué a abandonar la lectura recreativa por un par de años. Con la práctica comprendí y aprendí a separar las distintas miradas —de lectora y de correctora— que pueden hacerse sobre un texto, y ahora valoro aún más el esfuerzo de los autores al volcar su alma en esas palabras exactas que llegan a la nuestra. Defiendo vigorosamente la bibliodiversidad y su valor en la construcción de la identidad cultural de una nación.

LNÁ: La forma de escuchar, leer, mirar es otra, más aguda, y en consonancia mi forma de escribir y hablar; tal vez sea lo más básico en términos evidentes.

LQ: La corrección me condujo hasta el mundo editorial y aquí estoy. Aunque ya no trabajo como correctora, salvo algunos trabajos ocasionales, me desempeño como editora y amo mi oficio.

MME: En sí, siempre supe que la escritura era lo mío. Mis padres me rodearon de libros desde que recuerdo, así que crecí considerando que una forma de respeto es escribir correctamente; sobre todo, un respeto a uno mismo, pues comunicamos con claridad nuestro sentir y pensar, sin lugar a dudas, y de alguna manera provocamos que el otro lo haga igual, aunque no siempre pasa. La corrección de estilo no ha hecho más que reforzar ese principio en mí.

RVV: Me dio una mayor conciencia del lenguaje, como quien mira desde fuera el juego que otros juegan. Las inevitables consultas a diccionarios, enciclopedias y las dudas eternas me convertían un poco en historiador de la lengua; mejor dicho, de los usos de la lengua. Ya no se escribe literatura de la misma forma después de haber realizado corrección de textos.

 

La resistencia de parte de los autores, especialmente los creadores literarios, ante los cambios, es un hecho siempre esperable en nuestra profesión. ¿Qué actitud debe tomar un corrector ante la naturaleza transgresora y transformadora de la literatura?

ÁPM: Lo primero, aceptarla siempre que cumpla las reglas básicas. Una palabra deberá llevar la tilde cuando toca o escribirse con unas determinadas letras; eso es fijo. Las mayúsculas se deben poner cuando toca y eso es independiente de la naturaleza transgresora y transformadora. La gramática también tiene unas reglas que se han de respetar. Nuestro lenguaje es un código que sirve para transmitir un mensaje. Si el emisor y el receptor no usan el mismo código, el mensaje puede ser malinterpretado. Es lo que pasa muchas veces con las comas, que dependiendo de dónde se ponen, o si se ponen o no, pueden variar el significado de la frase. En Teloseditamos hemos corregido poesía moderna, de verso libre, y revisar la puntuación junto a los poetas es algo que ha ayudado a mejorar el ritmo en algunas ocasiones.

Podemos señalar los problemas, asesorar y sugerir expresiones que se ajusten más a la idea o intención del autor, pero ello no puede implicar nunca una reescritura o cambio del contenido.

RTL: El corrector que corrige literatura debe tener olfato para detectar que una transgresión lingüística tenga claramente una intención estética y debe asegurarse de que sea coherente y consistente. Ante la duda, es mejor consultar al autor. Por ejemplo, José Saramago, para introducir un diálogo o las palabras de un personaje en sus novelas, pone una coma y de inmediato escribe la primera palabra con inicial en mayúscula. Es un método propio que, si bien es transgresor, está hecho de un modo constante. En estos casos, el corrector debe verificar que al autor no se le haya escapado nada.

Otro ejemplo es el de Mario Vargas Llosa, quien en su libro La civilización del espectáculo menciona que las personas, cuando leen revistas de farándula como Hola, “se la pasan muy bien sobre cómo se casan, descasan, recasan (…) los ricos triunfadores y famosos”. Pienso que si un corrector hubiera cambiado descasan por se divorcian y recasan por se vuelven a casar le habría restado mucho a la expresividad y a lo mejor le habría causado un disgusto al autor. Asimismo, hay escritores que tienen ciertas preferencias lingüísticas heterodoxas que hacen saber de antemano y que debemos respetar, así no estemos muy de acuerdo. A fin de cuentas, es su obra.

VC: La corrección es una actividad técnica, y dentro del marco normativo que nos fijan la gramática, la ortografía y ciertas reglas de expresión, tomamos decisiones entre muchas soluciones posibles, y para ello debemos considerar la creatividad del autor.

Podemos señalar los problemas, asesorar y sugerir expresiones que se ajusten más a la idea o intención del autor, pero ello no puede implicar nunca una reescritura o cambio del contenido. Si el texto necesitara una intervención más profunda, debemos informarlo al editor para que sean éste y el autor quienes tomen la decisión.

LNÁ: Creo que determinante y poco flexible cuando se tiene la razón, a pesar del gusto del autor, que defiende su trabajo a toda costa, e igual debo hacerlo yo con mayores razones.

LQ: Hasta ahora he tenido la fortuna de trabajar con escritores que no se oponen a correcciones. Si en un futuro me tropiezo con alguno que no desea que revise su texto, no lo haré; respeto las decisiones de los demás. Ahora bien, si es para publicarlo bajo mi sello editorial, simplemente no lo publicaré.

MME: Respeto, observación y evolución propia de la mano de esos autores, pero sólo cuando realmente hay una propuesta seria y personal de su parte y su resistencia no es producto del ego lastimado o el narcisismo.

RVV: Sólo dejarse llevar por la corriente. Es preferible estar al lado del escritor que al lado del preceptor de la lengua. La literatura como la oralidad seguirá modificando el idioma, siempre y sin pausa. Y aun así es una batalla perdida. Libros hermosamente escritos hace un siglo son ahora piezas de museo para nuestro uso de la lengua. Trabajamos para nuestro tiempo. Eso es todo.

 

¿Cuál es el género literario más difícil de afrontar de parte de un corrector? ¿Tiene en mente algún autor en particular al hablar de las complejidades en el arte de la palabra?

ÁPM: El género literario más difícil siempre es el ensayo técnico, aquel que tiene su propio vocabulario que debes aprender y conocer para poder revisar correctamente el manuscrito. En el otro extremo, situaría también, como difícil de corregir, la poesía libre, la poesía moderna, pues muchos poetas creen, erróneamente, que pueden no puntuar sus versos o saltarse las normas ortográficas. Si lo hacen así, como ya hemos comentado, se puede alterar el significado del mensaje.

RTL: Probablemente la poesía. Es un género que se presta para cualquier tipo de innovaciones y de usos que se alejan de la norma lingüística, y esto hace que uno se paralice, pues a primera vista no se sabe qué es correcto y qué no lo es, en especial si es poesía contemporánea. Toca asesorarse con el propio autor para que explique la intencionalidad poética planteada por él. Si va a corregirse poesía tradicional, el corrector debe conocer de métrica, pues ya se trata de estructuras estándares, como sonetos, décimas, octavas y coplas, entre otras. En estos casos, los errores se centran en asimetrías en los versos o rimas mal estructuradas. De nuevo, el corrector debe tener un olfato para saber distinguir el error de la licencia poética y para ello debe leer muchos poemas y conocer sobre el género. Hay quien dice que debe ser también poeta.

Con respecto a la siguiente pregunta, pienso en Erasmo de Rotterdam, quien en el Elogio de la locura plantea que la locura (o la necedad) es la que hace que la gente se vanaglorie de cosas que acaban por ser absurdas para la sociedad, pero que ésta acaba por aceptar.

VC: Los textos de filosofía y la poesía. Nuestra comprensión está tan acostumbrada a los discursos prácticos o técnicos que olvidamos que las formas teóricas y artísticas de pensamiento transcurren por senderos diferentes. El conocimiento científico, en tanto universal y no cuestionado, se apoya en la inteligibilidad y en la objetividad del mundo material. En cambio, la literatura, así como expresiones artísticas como la música, son ininteligibles y sólo se pueden comunicar, y comunicarán algo diferente a cada persona que lo lea o contemple. El conocimiento artístico es otra forma de comprender la realidad, y ésta no puede ser tomada por los correctores con la literalidad propia de los textos técnicos o científicos.

En cuanto a la narrativa propiamente dicha, muchos autores piensan que es necesario un estilo oscuro y complicado para parecer que se dice algo serio, cuando en realidad no se dice nada en absoluto. En palabras de Schopenhauer, “quien piensa bien escribe bien, y quien sabe algo con claridad lo dice claramente”. Se me vienen a la mente algunos autores cuya lectura (como lectora) he encontrado “compleja”, por decir lo mínimo, pero es exclusivamente a título personal: Styron, Joyce, Alighieri, Dostoievski, y entre mis compatriotas, Julio Cortázar y Jorge Luis Borges; pero sin duda en estos casos no se aplica la máxima de Schopenhauer.

LNÁ: El poético, porque cada palabra o verso puede cambiar todo el sentido semántico. Hace unos meses edité y corregí el poemario de Alexander Reyes, un poeta que ha ido ganando algún renombre acá (Nicaragua), pero me fue difícil porque su poemario llevaba mucha influencia de Baudelaire y algo de Spinoza, y me resultó tediosa su aceptación de algunos irrespetos literarios camuflados de propios y algunos sinsentidos que no abonaban a la imagen que él pretendía construir.

LQ: Todos los géneros tienen su nivel de complejidad, unos en mayor grado que otro, pero todos lo tienen.

MME: La poesía. Es el más transgresor de los géneros, donde hay que hilar más fino aún. El trabajo es ahí más riesgoso.

RVV: Podría decir que los narradores o poetas experimentales, que felizmente son pocos. Pienso en Joao Guimarães Rosa, por ejemplo, que inventaba palabras, modificaba la sintaxis, juntaba neologismos con palabras en lenguas extranjeras. Por suerte, en poesía casi todo está en manos del poeta; en narrativa, en cambio, por su extensión, tenemos más trabajo y quizá mayor participación. Para el Perú, la situación es especial por la gran variedad de lenguas originarias que han transformado el castellano estándar. ¿Y si el autor castellanohablante decide utilizar una lengua distinta, el quechua, por ejemplo, que no domina bien, y el corrector sí domina —digo, es un decir—? Pero las cosas no son tan graves. Al final, cualquiera que sea el experimento lexical del escritor siempre terminará en una sintaxis castellana y en un sentido que podremos equilibrar. Porque los libros se escriben para lograr la comunicación, no lo contrario. Y nuestro trabajo es ayudar en ese objetivo.

 

Respecto a los ámbitos económico y laboral, ¿qué acciones deben emprender los correctores para mejorar su situación? En vista de los cada vez más frecuentes encuentros, talleres y seminarios relacionados con la actividad, ¿podría hablarse de una eventual federación internacional de correctores?

ÁPM: Ya se está en ello. Existe UniCo, una organización de correctores que lleva unos pocos años funcionando, pero mi experiencia previa con asociaciones similares me lleva a evitar ese tipo de iniciativas y preferir una apuesta más personal. Como corrector, tienes dos opciones de trabajo: para una editorial o para el escritor. La primera te permite trabajar como asalariado, con una nómina, o como autónomo contratado por obra. Para realizar el trabajo, te exigen una licenciatura más un máster en corrección o edición (eso las serias), pero el convenio de editoriales lo contempla como un trabajo técnico, por lo que está muy mal pagado en relación con la formación que exige. Si te decides por la segunda opción, estás expuesto, por un lado, a una guerra de precios en la que, si entras, todos salimos perdiendo. Por otro, es posible que, una vez realizado el trabajo, la editorial no quiera —o alegue— no poder pagarte. Y como el importe no suele ser elevado, por desgracia, con la nueva ley de tasas judiciales de este país (España) te sale mucho más caro demandarlos que lo que puedas llegar a cobrar. Aun así, prefiero afrontar esta clase de riesgos. Me permite mantener una iniciativa propia, una ética profesional y una forma más directa, cercana y personal de tratar con el cliente, con la que me siento mucho más cómoda.

RTL: La principal acción es reunirse y conocerse mutuamente. Sonará paradójico, pero el corrector se caracteriza por trabajar en equipo desde la soledad. Si bien interactúa con otros actores del mundo editorial, interactúa muy poco con otros correctores, por lo cual los esfuerzos están disgregados. El corrector novato u ocasional no siempre conoce el protocolo de acción en el trabajo ni mucho menos cómo se cobra su servicio, pues, aunque estudie carreras humanísticas como Letras o Comunicación Social, ese know-how no lo aprendió en ellas. En España y varios países americanos advirtieron este problema y desde 2005 se ha generado un boom de asociaciones de correctores: UniCo (España), Ascot (Perú), Correcta (Colombia), Acorte (Ecuador), Auce (Uruguay) y Pleca (Argentina). Peac, en México, aunque con más años y con un espectro mayor de los profesionales de la edición, también ha trabajado al respecto. Si bien se ha pensado en conformar una alianza de asociaciones de correctores, esto aún no se ha materializado del todo. Por ahora, el congreso ha resultado ser el evento que aglutina internacionalmente todos estos esfuerzos. ¿Y Venezuela? Todos me preguntan cuándo surgirá nuestra asociación. Ojalá pueda reunirse un capital humano verdaderamente comprometido para echarlo a andar y que se convierta en un instrumento de profesionalización y de impulso por un uso idiomático óptimo en el país, que buena falta que hace.

Sería genial la idea de una federación internacional de correctores, aunque primero habría que empezar por asociaciones nacionales o locales.

VC: En mayor o menor medida, todos los textos pueden ser corregidos, y ello surge de la necesidad de claridad y corrección de todos quienes tienen la misión de comunicar: editoriales, medios de comunicación, organismos públicos y privados, anuncios publicitarios, discursos políticos, trabajos científicos, instructivos de productos y servicios, cartas y oficios legales y administrativos, todo tipo de trabajos académicos y todas las publicaciones de todos los géneros y temáticas; no obstante, si bien podemos coincidir en que donde hay texto puede —y debe— haber corrección, la realidad es que nuestra profesión no es de las más solicitadas; quienes trabajan en relación de dependencia cobran uno de los salarios más bajos, y los independientes no laboramos de manera constante. Sólo de nosotros, los correctores, depende el crecimiento de nuestra profesión; de nuestra unión, del fortalecimiento de asociaciones profesionales (como UniCo, Profedi, Ascot, Auce, Acorte y aquellas que se formen en adelante) a partir de la participación. Para que se produzca un cambio en la situación laboral y profesional de los correctores de texto, tenemos la responsabilidad de hacer estas asociaciones fuertes, participativas, con voz y voto en la industria cultural de cada país, fomentando la bibliodiversidad, la edición cuidada, independiente y respetuosa del contenido intelectual y la forma gráfica, la priorización de la calidad y el valor cultural de nuestros libros, el cuidado artesanal y la articulación de la unidad discursiva.

LNÁ: Acá, la mayoría se dedica más a impartir clases o cursos de español. En mi caso, imparto clases en la universidad desde hace quince años en periodismo y literatura, lingüística y semiótica. Es un sueño una federación, que debería existir, porque las hay para todos los gremios.

LQ: Como te dije antes, ya no trabajo en corrección, salvo algunas ocasiones. Me dedico tiempo completo a la producción editorial. Quien vive de la corrección debe ajustar sus honorarios. Muchos profesionales están trabajando como taxistas, por ejemplo. Si el monto mensual que recibe un corrector no le alcanza, debe explorar otras alternativas de acuerdo con su formación, habilidades y aspiraciones. En cuanto a una posible asociación de correctores, en Venezuela no tengo noticias al respecto, pero es posible que se organicen, lo cual sería formidable.

MME: Defender su punto de vista profesional, cada uno desde su trinchera, contra criterios editoriales absurdos o caprichosos. En sí, la mejor forma de defender su trabajo es desde una postura independiente, así que lo mejor es desenvolverse en el mundo freelance. Mucho más allá de agrupaciones formales, considero que hay una hermandad silenciosa que poco a poco se extiende a través de redes sociales como Facebook.

RVV: Sería genial la idea de una federación internacional de correctores, aunque primero habría que empezar por asociaciones nacionales o locales. Nuestros tiempos han quitado el espíritu colectivo y gremial de muchos profesionales, y sería bueno recuperarlo. Una agremiación evidentemente defiende con mejores instrumentos los derechos y mejoras económicas de los correctores, más aún tratándose de un oficio sin origen académico directo y sin colegio profesional que lo sustente. Cuántas batallas por presentar todavía.

 

¿Qué les recomendaría a los correctores noveles o aquellos que quieran comprender el quehacer de “la sombra del escritor”?

ÁPM: A los correctores noveles les recomendaría que lean mucho y muy variado, pero sobre todo a los clásicos, pues va a desarrollarles muchísimo el vocabulario y hará que se acostumbren a estructuras gramaticales complejas, correctas y a la vez hermosas, con ritmo. También les recomendaría que estudien mucha gramática, mucha estructura gramatical, y que no den ningún aspecto por sabido; que ante la más mínima duda consulten mil diccionarios, manuales y todo lo que tengan a mano, pues de todo se aprende. Que cuiden mucho su expresión escrita. Que escriban mucho para corregirse a sí mismos. Y que no piensen que por haber publicado unos pocos relatos en alguna antología y haberse sacado un curso por correspondencia saben corregir un texto. Es un trabajo duro y complejo que requiere mucha humildad y mucho tesón.

A aquellos que quieren comprender lo que somos o hacemos, una advertencia. Solemos ser tipos muy maniáticos, fanáticos del detalle, a los que un acento fuera de sitio saca de sus casillas, capaces de encontrar la aguja de una coma perdida en el pajar de un mamotreto de quinientas páginas. Por lo demás, a todos los que conozco nos gusta disfrutar la vida. Una buena charla sobre literatura delante de unas buenas cervezas es algo que nos pone de muy buen humor.

RTL: Ante todo, formarse. Además de conocer muy bien la lengua española (ortografía, gramática y léxico), es menester que conozca sobre la producción editorial, sus fases, quiénes intervienen, etc. Debe ser detallista hasta en los detalles más insignificantes, sin caer en un perfeccionismo que impida concluir el trabajo. El corrector debe ser muy paciente, muy humilde y tremendamente respetuoso con el autor. El corrector no está para reprocharle al autor sus faltas, sino para brindarle un servicio, porque debe saber tratar a alguien que escribe su obra con una ilusión infinita, y si el corrector le demuestra un interés sincero por su obra, la combinación será ganadora. El corrector debe saber trabajar en equipo y tener sinergia con todas las personas. El corrector debe ser la tranquilidad del escritor. Además, debe aprender a consultar las dudas en fuentes confiables.

VC: Que sean respetuosos con cada eslabón de la cadena de producción de un libro, pero principalmente con el autor. Es su alma o su saber intelectual lo que llega a nuestras manos; ellos confían en nuestros conocimientos y en nuestro criterio, pero somos colaboradores, no coautores. Ello no implica abandonar nuestros principios, sino que podamos cumplir nuestra misión: mediar entre el autor y su lector, “curar” el texto para que esté sano, asesorar lingüísticamente sobre las mejores opciones para transmitir aquello que el autor desea decir. Que trabajen con el entusiasmo de quien colabora con el quehacer cultural de su país, cuyo trabajo lo trascenderá temporal y personalmente, y que ello los llene de orgullo. Que sean profesionales y no permitan que clientes o empleadores desvaloricen o menosprecien nuestra actividad, ya sea porque pretendan pagar menos de lo que corresponde, ya sea porque no estén dispuestos a darle a esta etapa el tiempo y la importancia que demanda.

LNÁ: Somos a veces los escritores fantasmas también. Es una buena experiencia en cuanto a cultivo de conocimientos y datos, de inserción en el terreno literario desde las costuras, como pedía Gabo, o desde los detalles, que habría de acariciar de cada “cuento de hadas”, como dijo Nabokov de los textos literarios de largo aliento.

Lo que debería tener siempre a mano un corrector es un buen diccionario.

LQ: Leer muchísimo. Armarse con buenos diccionarios y no depender jamás de Google.

MME: Lean mucho, escriban más. De todo lo que encuentren y todo lo que se les ocurra. Busquen sobre todo irse haciendo un nombre en el ámbito independiente, pues este oficio tiene mayor éxito y libertad de acción, aunque no sin su respectivo sacrificio, en el mundo freelance.

RVV: Que han elegido un oficio que exige constante actualización y andar sumergido en los pequeños secretos de la lengua. Paciencia para todo. Pero eso sí, sin la mente despejada y la mirada atenta, tendremos muchos problemas. Dicen que el cerebro suele “rellenar” los vacíos y “corregir” los errores en la escritura para que podamos leer de corrido, pero eso ocurre más a menudo debido al cansancio. La atención lo es todo, o casi todo, en los cimientos de la corrección.

 

Si existe una lectura obligada para el corrector profesional, ¿cuál es? Finalmente, y emulando una pregunta de Jean-Claude Carrière a Umberto Eco en Nadie acabará con los libros, ¿qué textos debería salvar un auténtico corrector en caso de una catástrofe?

ÁPM: ¿Lectura obligada para un corrector? Todas. Si nos limitamos a las herramientas de trabajo, te diría que la Ortografía, el Diccionario panhispánico de dudas o la Gramática de la lengua española. Desde luego, lo que debería tener siempre a mano es un buen diccionario. Hay muchos, con precios muy variados y de reputación contrastada, y el de la RAE no es necesariamente el mejor de todos ellos, aunque resulte imprescindible. También existen herramientas más específicas, pero las dejaremos como secreto profesional. Este mundillo ya es demasiado complicado como para allanarle demasiado el camino a la competencia.

RTL: En caso de una catástrofe, los primeros por salvaguardar son los libros de José Martínez de Sousa, porque son considerados las biblias del corrector por su amplitud y confiabilidad en aspectos lingüísticos y editoriales, en especial en lengua española. Luego seguirían el diccionario de María Moliner, la gramática de Andrés Bello y las obras de la RAE, del Instituto Cervantes y de la Fundéu.

VC: Existen muchas lecturas útiles para el corrector profesional, mas no las considero obligadas. La experiencia con los libros es tan personal como el resto de las experiencias de nuestra vida. Personalmente, releí varias veces El libro y sus orillas, de Roberto Zavala Ruiz; Describir el escribir y Reparar la escritura, de Daniel Cassany; Gramática esencial del español y otros libros y diccionarios de Manuel Seco; Normativa lingüística española y corrección de textos y otros textos de Alicia Zorrilla; los manuales y diccionarios de la RAE, por supuesto, pero todo, y siempre, con una mirada crítica. No somos el robot de Corrector de galeradas de Asimov; nuestro pensamiento racional y creativo entraña también la duda y el disenso.

Con respecto al libro por salvar en una catástrofe, también es personal. Salven el libro que más haya tocado su alma, por el motivo que sea. En mi caso, salvaría El principito, y así los sobrevivientes podrían ver más allá de lo que ven sus ojos, relacionarse respetuosamente con su entorno y caminar por la vida con ilusión y sin miedo de los tropiezos.

LNÁ: De mi parte, recomendaría la obra periodística del Gabo y de Yasunari Kawabata, para estilo periodístico y literario. Salvaría las lecciones de literatura de Nabokov y las clases de literatura de Cortázar, y en lo poético, las lecturas de la cátedra Charles Norton de la Universidad de Harvard, además de toda su obra ensayística y poética.

LQ: Nunca he creído en lecturas obligadas. Un corrector debe leer mucho, pero siempre géneros y temas que lo apasionen. Puedo sugerirle libros de Manuel Seco, manuales de estilo y diccionarios, pero doy por sentado que tiene una biblioteca bien equipada con esos libros fundamentales para un corrector. En caso de que la casa se le inunde, que salve los diccionarios de María Moliner.

MME: Todas las que pueda hacer sobre cualquier tema. Y los textos que debe salvar en caso de una catástrofe son aquellos que hayan dejado una huella imborrable como parte de su diaria labor o desde un punto de vista personal. No puedo imponer aquí esos títulos; es algo muy subjetivo.

RVV: Los diccionarios son nuestra lectura obligada, especialmente los de dudas, los etimológicos, los de castellano regional. Después, leer toda la buena literatura que sea posible. (Respecto al libro por rescatar), definitivamente Las mil y una noches; los hay muchos más y quizá mejores, pero uno sólo salva lo que ama.


Ángeles Pavía MañesÁngeles Pavía Mañes (1964), nacida en España, lleva más de cuarenta años leyendo de forma compulsiva todo tipo de libros. Se describe como muy perfeccionista y con un ojo muy entrenado para descubrir gazapos. Su andar por el campo de la corrección ha sido, según sus propias palabras, “una senda tortuosa en medio de un bosque frondoso”. Se inició leyendo novelas a los siete años y desde entonces no ha parado de hacerlo continuamente. A los once años leyó su primer ensayo histórico y a los catorce su primer ensayo sobre literatura y narrativa. Cofundadora de la agencia Teloseditamos, todo lo relativo al arte de contar historias la apasiona, y aunque no fue la profesión que eligió en un primer momento —por ignorar que existiera—, ha ido descubriendo que las de correctora profesional y crítico literario son las que más le gustan de todas las que ha desempeñado en su vida, que ya han sido varias.

Ricardo Tavares LourençoRicardo Tavares Lourenço (1981), lusovenezolano, es licenciado en Letras, magíster en Lingüística Aplicada y cursa un doctorado en Educación. Además de corrector, es profesor de Gramática, Redacción y Procesos Editoriales en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Católica Andrés Bello y profesor de Portugués en la Universidad Metropolitana. Asevera que las palabras en español y en portugués son su camino y que todo lo que hace está relacionado con las palabras: “Las leo, las escribo, las traduzco, las investigo, las corrijo, las enseño”. “Cada idioma posee un camino que conecta a muchas culturas diseminadas por todos los continentes, y ello enriquece la visión de mundo, pues descubro que un objeto o una situación pueden ser expresados de diferentes maneras”, manifiesta.

Valeria ColellaValeria Colella (1976), de nacionalidad argentina y madre de tres niños, descubrió hace veinte años que, además de leer libros, quería ser parte de la industria que ponía a disposición del público aquello que nacía de la sensibilidad o el saber de los autores. Comenzó como correctora de textos de una editorial jurídica y a los pocos años ya era editora y colaboraba en la formación de nuevos correctores para esa empresa. Desde hace siete años trabaja de manera autónoma para otras dos editoriales jurídicas, una de Córdoba y otra de la provincia de Corrientes. La crisis del mercado editorial en su país la obligó a reinventarse profesionalmente e inició un emprendimiento de publicaciones digitales, convencida de que la edición digital no sustituirá la tradicional, sino que cubrirá sus deficiencias y dará nuevas y mayores oportunidades, siempre en pos de la “bibliodiversidad”.

Lesli Nicaragua ÁlvarezLesli Nicaragua Álvarez (1978), corrector y articulista nicaragüense. Egresado de Filología y Comunicación por la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (Unan) y magíster en Lexicografía Hispánica por la Real Academia Española. Ejerce como docente de literatura y periodismo, semiología y redacción de la Universidad Americana (UAM). Ha laborado para tres medios de comunicación nacionales, entre ellos El Nuevo Diario. En sus propias palabras, se define como “un tipo al que le gusta leer y, de a poco, escribir, sobre todo periodismo narrativo, a la vez que un obsesivo con la corrección de todo documento”. Al hablar acerca de cómo ha avanzado en su camino profesional, afirma sobre éste: “Un tanto a traspiés, entre los deseos de inanición laboral para sumergirme en la lectura de tiempo completo y clases de latín y griego e historia de la lengua española que debí impartir para subsistir, pero que a la vez abrieron una muy ancha puerta de amistad entre el español en sus orígenes y su desarrollo hasta hoy”.

Lesbia QuinteroLesbia Quintero (1966) es una escritora y docente universitaria venezolana. Creadora de la Fundación de Estudios Literarios Lector Cómplice, es licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela (UCV) y cursa una maestría en Literatura Latinoamericana por la Universidad Simón Bolívar. “El azar se ha encargado de llevarme por riscos y veredas sin que mi voluntad tenga mucho dominio en esa travesía hacia escenarios íntimos que me constituyen, como todo viaje hacia el interior de sí mismo”, comenta sobre su trayectoria la autora de Trances y ceremonias de la crisálida mayor (2007) y Los umbrales de Rayuela (2009). “Recuerdo ‘Viaje a la semilla’, un cuento de Alejo Carpentier, o el viaje de Odiseo, entre otras metáforas literarias que muestran ese viaje vertiginoso”, asevera.

Mariana Mejía Elizalde Mariana Mejía Elizalde (1979) es una periodista y correctora de estilo mexicana, quien “siempre trata de ser la mejor versión de sí misma”. Fue redactora de la revista Tepantlato, ha colaborado para el blog Círculo Azul y es la coautora de un libro sobre la historia de México antes del Porfiriato. Sobre su camino en el mundo profesional, lo describe como “complicado” debido a su decisión de vivir en pareja y tener hijos. No obstante, aspira a estudiar Letras Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Ricardo Vírhuez Villafane Ricardo Vírhuez Villafane (1964) es un escritor peruano nacido en Lima. Estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, y posteriormente Lingüística en la misma universidad. “He pasado de ser un joven que deseaba estudiar muchas carreras sólo por el placer de estudiar a ser una persona adulta sumergida en el lenguaje, sea la corrección de textos, la literatura escrita o las investigaciones independientes”, dijo Vírhuez Villafane sobre su trayectoria, “un camino de muchas contradicciones”. A los dieciséis años obtuvo sus primeros premios nacionales de cuento y de ensayo. “La corrección de textos ha sido una gran escuela, mientras que la literatura es un largo proceso en el que todavía sigo aprendiendo”, señala el autor del libro de crónicas Las hogueras del hombre (1992), la pieza de teatro El cielo azul (1993), la novela El periodista (1996), el poemario Voces (1998), el libro de cuentos El olor del agua (2000), la novela Volver a Marca (2001) y el ensayo Marca: Historias y tradiciones (2003). “Todos aterrizamos de nuestros sueños, pero no por ello dejamos de soñar”, indica el fundador de la Revista Peruana de Literatura en 2004 y actual director del sello Editorial Pasacalle.


Fuentes

  • Álvarez Garriga, C. (ed.) (2013). Julio Cortázar. Clases de literatura. Berkeley, 1980. Buenos Aires: Alfaguara.
  • Benítez Reyes, F. (2001). Papel de envoltorio. Sevilla: Editorial Renacimiento.
  • Mynors, R. A. B., Thomson, D. F. S. (trads.) (1974). Collected Works of Erasmus: The correspondence of Erasmus. Letters 1 to 141. Oronto y Buffalo, University of Toronto Press.
  • Reyes Coria, B. (2003). Metalibro. Manual del libro en la imprenta. México, D. F.: Universidad Nacional Autónoma de México.
Gabriel Mármol

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