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Paula Winkler, una autora desbordada por lo real

jueves 21 de noviembre de 2019
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Paula Winkler
Winkler: “Un escritor se identifica por las distintas versiones, correcciones y críticas que es capaz de hacerse”.

Convencida de la necesidad de corregir sus textos tanto como sea necesario, autora enamorada de la literatura de su país —que considera “grandiosa”—, capaz de escribir dos o tres relatos al mismo tiempo y que descree del narcisismo en las letras, la argentina Paula Winkler es una de las voces más originales de la actualidad. Su formación como jurista, que la llevó incluso a ser juez en su país, le ha dado una perspectiva particular de la realidad que ha terminado condimentando sus obras, como se puede apreciar en libros tan profundos e interesantes como El marido americano (Simurg, 2012) o Fantasmas en la balanza de la justicia (Moglia Ediciones, 2017).

Nacida en Buenos Aires, donde reside, Winkler ha publicado además el libro de cuentos Los muros (1999), el libro-objeto Cuentos perversos y poemas desesperados (2003), la novela El vuelo de Clara (2007) y las novelas cortas Cartas escritas en silencio para el viento (2001) y La avenida del poder (2009). Por la calidad de su trabajo literario ha recibido el premio Jorge Luis Borges de la Fundación Givré (1989), el premio de publicación en la categoría cuento de Ediciones Nuevo Espacio (2003), y el mismo premio en la categoría cuento breve (2005), y ha sido incluida en diversas antologías y revistas.

Hoy conversamos con ella sobre su obra y sus convicciones en materia literaria, las relaciones que ha sabido establecer entre las letras y el ejercicio legal, sus preferencias como lectora y otros temas.

 


 

En cada momento que dedicamos a leer su obra nos llevamos la misma impresión: Paula Winkler es una mujer apasionada no sólo en su oficio, sino también en la comprensión de las emociones de las personas, sus rutinas, sus problemas, la vida misma. ¿Así es como quiere que sus lectores la sientan también? ¿Cómo se define como autora?

Vengo del cuento, y terminó atrapándome la novela porque me permite construir personajes e historias que se abren como un abanico, aunque con la disciplina propia de la cuentista en sus textos. Soy ensayista, pero me valgo de distintas herramientas para decir e interrogar. Sobre todo, interrogar… En definitiva me veo como a una escritora/escribiente desbordada por lo real. Por eso, a menudo, se trasluce en mis textos una especie de realismo desesperante. (La vida se juega en los detalles.)

 

Nos gustaría conocer su proceso creativo. ¿Cómo es Paula Winkler al momento de escribir? ¿Se dedica por entero a cada proyecto o, al contrario, le apuesta a desarrollar varias historias al mismo tiempo?

Las novelas me insumen mucho tiempo. Sí, puedo escribir dos o tres cuentos a la vez. El tema es la corrección… A mi juicio, un escritor se identifica por las distintas versiones, correcciones y críticas que es capaz de hacerse. Sólo un loco y de discurso muy cerrado…, estaría orgulloso de un texto de primera mano.

 

El narcisismo, pésimo consejero

Cuando da una mirada a sus novelas, ¿cuál es su impresión? ¿Siente que está cumpliendo su objetivo o se declara una escritora mucho más ambiciosa?

Nunca releo nada a no ser que me lo pidan, y entonces corrijo y hago nuevas versiones de cuentos, poemas. Tengo la ligera impresión de que he ido creciendo en mi narrativa y ensayística cada vez. En la literatura, el narcisismo es un pésimo consejero: un obstáculo auténtico para poder inspirarse y hacer bien las cosas.

 

En una entrevista concedida en 2017 al escritor Rolando Revagliatti, usted declaró que era bastante difícil conciliar la jurisprudencia con la literatura, algo que, sin embargo, usted logró unir en su novela Fantasmas en la balanza de la justicia. ¿Puede contarnos más sobre ese difícil ejercicio de dejar de ser la Paula abogada para convertirse en la Paula escritora?

El discurso jurídico y el literario difieren sustancialmente. Por empezar, la literatura no nos asegura lectores; las sentencias y los escritos de los abogados, sí. Los abogados, a veces, creen, acaso por un exceso de autosatisfacción, que por tener un conocimiento acabado de la lengua están legitimados a contar historias como cualquier escritor avezado, pero se equivocan: imaginar historias, crear personajes, es común a todos; el problema radica en cómo hacerlo, construir los personajes, sus acciones, elegir el nivel de habla, el punto de vista, etc. Por lo demás, alguien que acepte la realidad en sí misma alegremente debería dedicarse sólo al Derecho. Hay que tener una voz propia, algo para decir. Y aunque jurídicamente existan ficciones (las llamadas “presunciones” tributarias, civiles, procesales y tal), las literarias constituyen un modo de procesar, resistir o hasta modificar la realidad. En el orden del Derecho, las ficciones persiguen un objetivo concreto de autovalidación, lo que produce, asimismo, efectos bien reales. No tengo la fortuna de escribir como ellos, pero cito como ejemplos de jueces escritores (hay muchos más, a Dios gracias) a Bernhard Schlink y Héctor Tizón, este último fallecido.

 

Siempre hacia la vida

Nos gustaría conocer su visión sobre la literatura actual en su país, Argentina, que consideramos como una de las más sólidas de la región en cuanto a la producción editorial.

Qué difícil resumir semejante tema… Desde Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Manucho Mujica Lainez, tan distintos entre ellos y magistrales, y pasando por Abelardo Castillo, Liliana Heker, César Aira y tantos más, hoy diría que la producción de consagrados y no tanto, de escritores de culto y “del mercado” es, en efecto, grandiosa en Argentina. Por citar sólo a algunos de mis preferidos: Ariel Magnus, Gabriela Cabezón Cámara, Luisa Valenzuela, Samantha Schweblin, el fallecido trágicamente Salvador Benesdra (El traductor, una obra maestra); Washington Cucurto, Alan Pauls, Luis Sagasti, Luis Benítez y sigue la lista. Mi país produce artistas todo el tiempo, escritores, ensayistas. Algo debemos de tener, y ustedes dirán…

 

¿Podría adelantarnos sus proyectos literarios para 2020?

Me encuentro escribiendo una novela para mi nieto sueco. Necesito dejarle testimonio del cruce cultural entre porteños y suecos; dos mundos, en apariencia irreconciliables, dos polos… Mi gran interrogante: ¿dónde están el sur y el norte, en definitiva? Depende de la mirada, de la experiencia intransferible de cada uno. Se trata de una crónica de viaje con varios personajes, creo coloridos, que me están “dibujando” la trama llevándome de las narices.

 

También nos gustaría conocer un poco sobre sus preferencias literarias. ¿Cuáles son sus autores favoritos? ¿Cuáles son esas cinco obras que no pueden faltarle en su biblioteca personal?

Voy a responder pensando en que sólo puedo rescatar cinco obras para sobrevivir (si me dieran los tiempos y el lugar en una valija improvisada para huir, por ejemplo, de alguna impensada catástrofe, siempre hacia la vida, me llevaría también los clásicos en lengua castellana, inglesa y alemana). Aquí van los cinco: Bergkristall, de Adalbert Stifter; Una forma de vida, de Amélie Nothomb; Patria, de Fernando Aramburu; Eclipse, de John Banville, y Linterna mágica, las memorias sobre el cine, Suecia y los germanos, de Ingmar Bergman. Como se ve, soy caótica. (¿Qué es la vida, después de todo, si no un caos constante que tratamos de paliar con paradigmas ingenuos de orden?).

Letralia

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