
Hace unos años escuchó una conversación en un autobús que tensó los hilos de su sensibilidad y lo forzó a embarcarse en el proyecto de escribir una historia que retratara las crudas vivencias de los barrios caraqueños. Ese es el origen de Nuestra tierra tan pobre, una novela cuyos personajes viven a diario la tragedia de la muerte hasta asimilarla como destino cierto y cercano.
Lee también en Letralia: reseña de Nuestra tierra tan pobre, de Jan Queretz, por Alberto Hernández.
El venezolano Jan Queretz (Caracas, 1991) pasó cuatro años escribiendo esta obra que se encuentra disponible gratuitamente en Internet para que sus lectores se internen en el mundo demencial y desesperanzado de los barrios de la capital de su país. En esta entrevista conversamos sobre el proceso de escritura de Nuestra tierra tan pobre y sobre el oficio de un autor que fue profesor de literatura y que partió de su país, como tantos de sus conciudadanos, en busca de un porvenir.
Escuché a una mujer contar por teléfono que en una semana el barrio había liquidado a su familia. Desde ese momento la novela me acechó.
Nuestra tierra tan pobre, un universo cruel
—Has escrito dos poemarios, Vértigos Labios y Más lejos, continuamente más lejos, más allá, y ahora te arriesgas con una novela. Ahora bien, ¿cuál es su origen? ¿Cómo saltas de la poesía a la narrativa de largo aliento?
—Leer y escribir poesía me enseñó a escribir novelas. El cuidado de la palabra y la profundidad simbólica y metafórica que sólo puede ofrecer la poesía me mostró un camino narrativo insólito para mis lecturas y prácticas. Pude ver cada día cómo los poemas escribían y transformaban la novela. Ahora entiendo que no salté de un género a otro sino que simplemente entré a la habitación contigua.
—Nuestra tierra tan pobre es una obra de corte realista en la que retratas la vida —y la muerte— en los sectores más pobres de Caracas, que bien podrían representar a todos los de Latinoamérica. ¿Cómo fue el proceso de investigación para escribirla?
—La idea principal de la novela surgió en un autobús que salía desde Chacaíto. Escuché a una mujer contar por teléfono que en una semana el barrio había liquidado a su familia. Desde ese momento la novela me acechó. No hice una investigación periodística, no entrevisté a nadie. Revolví y cavé hondo en el imaginario barrial que tengo en mi mente de caraqueño. Sentí dolor, angustia y vergüenza. A esas sombras e imágenes les di forma escribiendo.
—Al principio de la novela, el cuerpo sin vida de un hombre al que han dejado sin rostro —a balazos— irrumpe desde el techo en una iglesia. Es una imagen muy fuerte que plantea desde la primera página la rudeza de una historia áspera, nada fácil de digerir. A partir de esto, ¿qué puede esperar el lector de Nuestra tierra tan pobre?
—Puede esperar un mundo cercano y lejano a la vez; un universo cruel que necesita encarecidamente ser pensado para existir. Puede esperar violencia, desesperanza y muerte: una radiografía humana de las periferias amontonadas de la ciudad.
—Y ahora desde la otra perspectiva, ¿qué espera Jan Queretz del lector de su novela? Una novela que, por otra parte, puede descargarse gratuitamente; es decir, que su lectura está al alcance de todos.
—Espero que el lector se indigne. Que sufra y que piense. Mi intención con esta novela es romperlo todo: enojar a los aludidos, darles problemas a los que piden al Santo Niño de los Rencores. Por eso espero que el lector mire hacia un mundo que no tiene salvación y que con su asco salve a aquellos personajes (o quizás personas) que no han logrado hacerse paso en este mundo. La novela es gratuita porque, mientras encuentro editor y logro publicar, quisiera entregarla como regalo a mis hermanos venezolanos. Es la manera que tengo de ayudar desde la trinchera de la escritura: abrir el debate, molestar a todos, dignificar a las víctimas. La función de la literatura es defender a la humanidad.

Nuestra tierra tan pobre, novela nacida de la indignación
—“A los pobres no nos quieren en ninguna parte”, sentencia uno de los personajes de la obra. Hay a lo largo de sus doscientas páginas un sentimiento de desamparo que no hace sino crecer con cada tragedia y con cada muerte. ¿Qué desafíos como autor te representó escribir una historia como esta?
—De fondo el desafío fue mantener la templanza necesaria para escribir la novela. Hice un esfuerzo muy grande para no quebrarme junto a ella. Durante la escritura sufrí con los personajes cada paso de sangre. En muchas ocasiones me sentí indefenso ante el texto. Pude oler el plomo reciente de las balas. Por otro lado, la forma fue el reto más grande: cuando comencé a escribirla no tenía demasiada experiencia de escritura. Sí tenía en mente la idea de estructurar la novela como está formado el barrio: casas sobre casas como historias sin historias. Me costó mucho tiempo armar ese caos demencial que plantea la novela.
—Un lector desprevenido podría pensar que la novela plantea un cuadro exagerado de la realidad en el barrio, ese territorio mítico de la angustia y la desolación. Lo cierto es que, como toda obra literaria, quizás se queda corta. ¿Cuánto de realidad y de ficción hay en la novela?
—La realidad está en la muerte perversa que inunda las calles de Caracas y que no se detendrá, por como van las cosas, nunca. Y en los incendios. Y en la desidia gubernamental que nos ha abandonado. Después de ahí, todo es ficción. A veces tengo miedo de leer en las noticias que ha nacido el Santo Niño de los Rencores. Venezuela parece tenerlo en el vientre como una maldición.
La tarea fundamental de los escritores es hablar por quienes no pueden hablar.
—Nos gustaría que nos hablaras un poco del amor en Nuestra tierra tan pobre, pues es el hilo a través del cual se desarrolla la historia desde el personaje de La Mortal.
—Si bien la muerte y la desesperanza pueblan la novela de murmullos, todos los personajes están enamorados y tienen un corazón. Una de las secciones es narrada por el corazón de José Mercado, durante la escena del incendio, cuando añora y le regala el mundo a La Mortal. Me interesó plasmar que a pesar de todas las adversidades, el ser humano es invencible y que puede seguir amando (a sus enfermizas maneras) así el mundo esté en llamas.
—La construcción del “hombre nuevo”, expresión que ha terminado convirtiéndose en un eufemismo que encierra toda la oscuridad del poder en la Venezuela del siglo XXI, es también uno de los temas de la novela. ¿Cuánto de denuncia hay, también, en Nuestra tierra tan pobre?
—La novela nace también de la indignación. De la pregunta “¿cómo esto es posible?”. Creo que en cierta parte la tarea fundamental de los escritores es hablar por quienes no pueden hablar. Desde la literatura, que es arte y como expresión es humana y potente, tenemos una brecha para decir lo indecible. Y si hay que gritar alto la palabra Muerte para que el mundo nos oiga, que así sea.
Lee también en Letralia: extracto de Nuestra tierra tan pobre, de Jan Queretz.
La narrativa, primero en papel
—Hablemos de ti en el trance creativo. ¿Eres un escritor disciplinado, con horarios, o escribes cuando las ideas se te presentan?
—Escribo todos los días, sin falta. Si por fuerzas mayores no puedo me siento culpable. Tengo un método algo complicado de escribir narrativa: primero escribo en papel, donde me siento pleno y libre; intento utilizar cuadernos que me gusten y lápices. Al terminar, transcribo ese primer borrador. Luego edito y reescribo con fervor. Con la poesía ocurre algo distinto, escribo en el computador de una vez y no reescribo.
—¿Quiénes son tus autores de referencia? ¿Cuáles son las lecturas que han forjado al Jan Queretz escritor?
—Me gustan las novelas y los poemas largos. En este mundo donde todo es fugaz y rápido me gusta sumergirme en un texto y no salir. Mis maestros son Octavio Paz, Juan Rulfo, William Faulkner y John Steinbeck. Creo que nunca podré parar de leerlos. El problema es que los cuatro están muertos. De los vivos admiro a Orhan Pamuk, a Murakami, a Álvaro D’Marco. Anaïs Nin y Gertrude Stein me impactaron.
—Eres parte de la diáspora venezolana, pero mientras viviste en Venezuela llegaste a trabajar como profesor de literatura. ¿Qué impronta dejó esa experiencia en tu trabajo creativo?
—Transmitir el amor por la literatura me hizo amarla de forma más profunda. Mis alumnos, a los que recuerdo con cariño, me ayudaron a forjar un camino interesante, aquel donde hablaba todo el día de libros y de literatura. Esas conversaciones me permitieron leer libros que eventualmente acabarían preparándome para la novela.
—Como ya comentamos, tu obra previa se enfocó en la poesía. Ahora que has incursionado en la novela, ¿qué otros proyectos tienes en mente?
—Por ahora tengo tres novelas terminadas en papel. Estoy transcribiendo dos. Una de ellas ya pasó ese proceso y la estoy reescribiendo y editando. Es mucho trabajo pero estoy agradecido de la oportunidad de tener un lugar donde escribir todos los días. Al finalizar este año quisiera terminar otra novela y seguir adelante también con la poesía.
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