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Carlos Canales relata la historia de su familia en Faustine Azul y otros cuentos:
“Escribir es un acto de libertad suprema”

jueves 11 de febrero de 2021
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Carlos Canales
Carlos Canales: “Mi hija me pedía todas las noches que le narrara cuentos de su familia de padre”.
“Faustine Azul y otros cuentos”, de Carlos Canales
Faustine Azul y otros cuentos, de Carlos Canales Disponible en Amazon

El puertorriqueño Carlos Canales se planteó un día dejarle un legado a su hija: la historia de la familia. Lo hizo primero en la forma de una obra teatral, pues él es un reconocido dramaturgo con más de treinta de sus obras estrenadas en varios países. Luego convirtió ese texto en una novela y finalmente en un libro de cuentos, el libro del que conversamos en las siguientes líneas: Faustine Azul y otros cuentos.

Nacido en Río Piedras en 1955, Carlos es también docente. Se graduó magna cum laude de la Universidad de Puerto Rico en Ciencias Políticas, Drama y Educación, y es magister en Español por la Universidad de Connecticut. Ha enseñado actuación y dramaturgia en la Escuela Especializada de Bellas Artes de Arecibo. Asimismo, ha enseñado español, cine latinoamericano y cultura hispánica en la Universidad de Connecticut, en la Universidad Estatal del Este de Connecticut y en Manchester Community College.

Aunque ha destacado en el teatro, Carlos ha publicado ya dos títulos en narrativa: el libro de cuentos Los hombres de los rostros tristes (2015) y El pájaro rojo (2018). En el libro que hoy nos ocupa, la historia familiar es el vehículo a través del cual él retrata una realidad en la que las vivencias conviven con facilidad con el realismo mágico y con el drama. “Hay más ficción en todos esos hechos reales que la que yo pueda imaginar”, nos dice en esta entrevista. “Porque los hechos reales de mis familias parecían ficciones”.

 

La historia de la familia de mi padre fue tomando cuerpo en otro género narrativo, y me brindaba la oportunidad de añadir nuevos relatos.

Los relatos contenidos en tu libro Faustine Azul y otros cuentos comparten escenarios y personajes pues se trata de los miembros de una familia, lo que de alguna manera se explica en el primero de ellos con ese padre convocando a su hija a escuchar la historia. ¿Puedes contarnos un poco sobre el origen de este libro?

El origen del libro está basado en una obra de teatro (La familia entrañable de don Ciro Roble) que escribí en junio de 2004 en Puerto Rico. En 2014 retomé la historia de la obra de teatro y la adapté a la narrativa, una novela breve titulada La familia de don Piro Noble. En 2017, sometí la novela a Palabra Pórtico Editores y Marta Emmanuelli me advirtió que la novela era muy fragmentada y podía dificultar la lectura y la comprensión. Después de meditarlo (también resistirme), acepté la sugerencia de la editora. Fue en ese momento que me planteé la posibilidad de transformar la novela corta en un libro de relatos.

Para ese tiempo que terminé la novela, mi hija preguntaba por su familia de padre y yo le contaba las historias, y sus hermanos le relataban también. Entonces, la historia de la familia de mi padre fue tomando cuerpo en otro género narrativo, y me brindaba la oportunidad de añadir nuevos relatos no escritos hasta entonces, como el relato largo acerca de la familia de mi madre y el relato de mi padre, ambos ausentes en la novela breve. Además, debo decirte que el cuento “Faustine Azul” lo escribí en 2009 y se publicó en el periódico El Post Antillano; además está incluido en mi libro de cuentos Los hombres de los rostros tristes (2015). También mi hija me pedía todas las noches que le narrara cuentos de su familia de padre y yo le contaba esos cuentos que giraban en torno a mi padre, cuentos que no están incluidos en Faustine Azul y otros cuentos. Estos fueron los orígenes del libro.

 

¿Qué retos representó para ti convertir la obra de teatro original en un texto de narrativa?

En 2014 yo hacía tiempo que estaba escribiendo narrativa, pero sólo había publicado dos o tres cuentos en periódicos. Pero venía ensayando el lenguaje narrativo que de alguna manera quería preservar y que era representativo de la comunidad donde me había criado. Lo más complicado fue encontrar los narradores adecuados que pudieran narrar (no escribir) la historia de la familia de mi padre; y, posteriormente, relatar la fábula de la familia de mi madre que se desarrollaba en una comunidad similar. Una vez al mes mi madre y yo visitábamos ese otro barrio. En la novela corta, la narradora era mi madre. En Faustine Azul y otros cuentos mi madre cuenta también, pero hay narradores múltiples, incluyéndome (niño, adolescente y adulto), y otros miembros de las familias. Cuando identifiqué a los narradores, procedí a escribir los cuentos que fueron fluyendo y profundicé en el pasado de los personajes.

 

En tu libro conviven relatos con historias muy cotidianas, casi anécdotas, con otros compuestos sólo por diálogos, o incluso otros en los que te permites jugar con la experimentación formal, como “¿De quiénes son?”, dedicado a tu padre, y que publicamos en Letralia la semana pasada. Podría decirse que cada uno de los relatos tiene su personalidad. ¿Cómo definiste esa diferenciación mientras los escribías?

“Faustine Azul” y “¿De quiénes son?” estaban escritos antes de darle forma al libro de cuentos y no estaban incluidos en la novela, como tampoco el relato “Mai”. Cada narración es un universo definido, pero todos los relatos están relacionados, lo que no se cuenta en una de las narraciones se narra en la otra; lo que un narrador omitió, quién sabe el porqué, el otro narrador lo completó. Los cuentos se definieron con los narradores múltiples, que tenían perspectivas opuestas de los personajes y de los hechos. Además, la nueva información que iba despertándose en mi memoria durante el proceso creativo. Porque en la obra de teatro, el pasado de los personajes estaba casi excluido de la acción dramática. Conocer la historia de mis familias y haber escrito la obra de teatro y la novela breve me ayudó a marcar las diferencias.

 

Hay más ficción en todos esos hechos reales que la que yo pueda imaginar. Porque los hechos reales de mis familias parecían ficciones.

Ficción, realidad y realismo mágico

Uno de tus personajes dice comunicarse con Dios y conoce los secretos de todo el posible. ¿Qué papel juegan en tus cuentos la religión y elementos sobrenaturales como la magia?

Viví casi toda mi vida en una comunidad que tenía siete iglesias en aquellos tiempos. Hoy en día se han sumado tres o cuatro templos. En la casa de mi abuelo se practicaba el catolicismo. Mi madre visitaba la Iglesia Bautista, que estaba ubicada a media cuadra de la casa de mi abuelo de padre. En mi teatro es un tema recurrente el tema de la religión, específicamente la protestante (los fundamentalistas). En los años sesenta, los años setenta y a principios de los años ochenta los ministros y evangelistas predicaban en todas partes el discurso del fin del mundo. Fue la masificación de las religiones protestantes fundamentalistas. Los inconversos tenían que convertirse a Cristo y ganarse la vida eterna antes de que sonara la trompeta. En mis obras María del Rosario (1985), Vórtice (1991), El señor exige tu presencia (2001) y ¡Qué bueno está este país! (2004), entre otras, traté la influencia de la religión en la formación de la personalidad, como principio de vida; la transformación que causaba en los recientes convertidos y los conflictos y contradicciones que provocaba en los conversos.

La familia de mi madre alegaba que tenía poderes psíquicos y podía penetrar en lo arcano. Mi madre, cuando se volvió loca, no se cansaba de repetir que era la hija de Dios y venía a salvar el mundo. También decía que tenía el don de la sanación y alegaban maridos de otras dementes recluidas en Psiquiatría que ella, mi madre, había curado a sus hijos enfermos. Antes de que mi madre sufriera la esquizofrenia le revelaron en tres ocasiones los seis ganadores del hipódromo y ella sería la única jugadora que acertaría los seis ganadores. En las tres ocasiones a mi padre se le olvidó jugarlos en la agencia hípica y ganaron los caballos que le revelaron en el sueño. A mí me dijo que no fuera a la casa del vecino porque me mordería el perro y no se equivocó. Una hermana de mi madre trabajaba la obra (era espiritista) en Nueva York. Así podría contarte más relatos donde se manifiesta lo arcano en mi familia de madre. Esos elementos religiosos y sobrenaturales marcaron mi vida y son fundamentales en mi teatro y en mi narrativa.

 

¿Qué posibilidades creativas te ofreció el hecho de estar contando historias reales? ¿Cuánta ficción hay en estos textos?

Esos hechos reales de mi familia nunca los consideré como material literario. Escribí María del Rosario en 1985; Salsa, tango y locura en 2003, y ¡Qué bueno está este país! en 2004 como historias autorreferenciales, pero aún no había descubierto todas las historias de mis familias y del barrio. En 2008 nos mudamos a Connecticut. Habíamos recibido una beca para estudiar una maestría en español en la Universidad de Connecticut y la completamos en 2010. Decidimos permanecer viviendo en Estados Unidos. Los hechos reales se impusieron por diversas razones: la distancia del país, los recuerdos involuntarios que me asaltaban por motivos disímiles y la muerte de miembros de la familia me condujeron a esa exploración del pasado. Hay más ficción en todos esos hechos reales que la que yo pueda imaginar. Porque los hechos reales de mis familias parecían ficciones.

 

Cruzando los géneros

Has publicado antes otro libro de cuentos y una novela, pero además eres un reconocido dramaturgo, con importantes galardones en tu haber. ¿Cómo se imbrican en tu trabajo creativo ambos géneros, la dramaturgia y la narrativa?

En los últimos años, tal vez empezando con la obra de teatro La familia de don Ciro Roble, comienzo mi proceso de adaptar de un género a otro, del cuento paso al teatro (como lo hicieron Antón Chejov, Tennessee Williams y René Marqués, por sólo mencionar unos autores) y del teatro cruzo a la narrativa (proceso poco frecuente). Digamos que en los últimos cinco años es una práctica constante en mi escritura. En una entrevista para el Periódico Claridad, el poeta Marioantonio Rosa me señaló que la narración era parte inherente de mi teatro y auguraba que yo escribiría narraciones. Y no se equivocó, el narrador se desarrolló en Connecticut.

 

Además de tener estudios en dramaturgia y educación, tienes un grado magna cum laude en Ciencias Políticas. ¿Cómo ha influido tu formación en la creación literaria?

En mis obras Corrupción (1984, 2019), La casa de los inmortales (1986), Tiempo siniestro (1989), Trilogía de los dictadores caribeños (2006), Antígona Barrio (2017) y Persecución y represión… en la Perla de los mares (2019) esa influencia de mis conocimientos en Ciencias Políticas es más patente que en las demás obras; en otros textos está presente también, pero de manera alusiva. En la narrativa se puede percibir esa influencia en la novela corta e inédita El hombre de los espejuelos, que explora el comportamiento social de una comunidad donde ha llegado un personaje histórico, Nathan Leopold (1904-1971), que salió en una libertad condicional después de haber pasado treinta años en una prisión de Chicago porque cometió el crimen del siglo en 1924. En mi monólogo Sopas Campbell, que se desarrolla en el MoMA de Nueva York, el personaje explica su conflicto cuando se enfrenta al cuadro emblemático de Andy Warhol. Relata que ellos vivían en el campo y luego se mudaron a una urbanización de clase media, y revela cómo irrumpieron las sopas Campbell en su familia. Cuando se lee el monólogo de primer momento, el lector no se percata de que dentro de la narración se trasluce un discurso político y económico que se originó con el proyecto gubernamental Manos a la Obra. Al leerlo con detenimiento descubrí todas las implicaciones políticas implícitas en el texto.

 

Antes de sentarme a escribir una historia tardo mucho tiempo escribiéndola en la cabeza, madurando el principio.

Escritor de madrugada

¿Cómo es Carlos Canales al escribir? ¿Te ciñes a una rutina de trabajo o escribes de acuerdo a como se te presentan las ideas?

Escribir es un acto de libertad suprema. En la escritura no tengo pruritos morales, ni censuro ni me autocensuro. Si escucho una historia fascinante que despierta mi imaginación y entiendo que debo escribir una obra de teatro o una narración, aunque sea aberrante, vaya en contra de lo social y político, la escribo, porque soy propenso a escribir de manera transgresora e incomodar a los espectadores y a los lectores. Sí, tengo una rutina de escritura inviolable. La narrativa la escribo empezando a las 2 de la madrugada y el teatro lo escribo a las 5 de la madrugada. En la tarde reviso lo que escribí en la mañana, pero de noche no escribo, porque la escritura altera mi sistema y me provoca un insomnio crónico. Escribo todos los días hasta que termino ese primer borrador que es fundamental finalizarlo en poco tiempo, antes de que yo pueda perder la intensidad y la compulsión irrefrenable. Después que escribo ese primer borrador, releo y empieza un proceso más sosegado donde voy descubriendo misterios ocultos y discursos de los que no estaba consciente en el proceso de composición. Antes de sentarme a escribir una historia tardo mucho tiempo escribiéndola en la cabeza, madurando el principio. Cuando escribo los primeros parlamentos de una obra de teatro o las primeras oraciones de una narración, yo sé si la historia seguirá adelante o quedará trunca.

 

¿Cuáles son tus lecturas? ¿Cuáles son esos autores de los que se ha nutrido tu estilo?

En narrativa, mis lecturas son los narradores del Boom, los caribeños y los puertorriqueños también. Además, los norteamericanos, los rusos y los irlandeses. En teatro, Augusto Strindberg, Eugenio O’Neill, Tennessee Williams y Arthur Miller fueron mis primeras influencias; luego vinieron Shepard y Mamet, los dramaturgos que pertenecen al teatro del absurdo, los dramaturgos latinoamericanos, el teatro latinoamericano de creación colectiva y los dramaturgos de mi país. Últimamente releo a Samuel Beckett, Eugenio Ionesco, Harold Pinter, Edward Albee, David Mamet y Bertolt Brecht. Cuando quiero familiarizarme con la narración oral releo Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante; La guaracha del Macho Camacho y En cuerpo de camisa, de Luis Rafael Sánchez, y los libros de cuentos Démosle luz verde a la nostalgia e Hilando mortajas, de Juan Antonio Ramos.

 

¿Qué otros proyectos tienes en mente?

Seguir escribiendo teatro y narrativa. Continuar publicando mi narrativa, mis obras de teatro y estrenar nuevas obras escritas durante la pandemia.

Jorge Gómez Jiménez

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