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Faustine Azul y otros cuentos, de Carlos Canales

jueves 28 de enero de 2021
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“Faustine Azul y otros cuentos”, de Carlos Canales
Faustine Azul y otros cuentos, de Carlos Canales (Palabra Pórtico Editores, 2019). Disponible en Amazon

Faustine Azul y otros cuentos
Carlos Canales
Cuentos
Palabra Pórtico Editores
San Juan (Puerto Rico), 2019
ISBN: 978-1097511761
133 páginas

“Mi padre llenó la vida de mi madre de relatos que ella escuchaba con arrobada emoción”.
Miguel Szinetar: Expediente familiar
“Todo lo que está contenido / en la ronda de los años se derrama. / Así, como el cuento del niño, / bien valdría, con las puras imágenes / no dormir, y salvarlas”.
Yolanda Pantin: “Vasija”, de Bellas ficciones

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En medio de alguna crisis o cuando la inocencia ronda aparecen los cuentos familiares, los de los mayores esquinados en algún lugar de la casa, a la vuelta del patio bajo la sombra de un árbol o en el lecho cuando el final se acerca. Abuelos y padres han sido consagrados a relatar sus vidas, a contarlas a los hijos y nietos para que quede en sus oídos lo que podría ser después parte de otra historia, oral o escrita, que habrá de ser, a la vez, trozo del legado de los que serán capaces de bajar de la biblioteca el registro íntimo del antiguo domicilio, de los tonos y acentos, de los cuentos que contaron y se convirtieron en lo que son hoy: parte de una historia que jamás terminará.

La literatura es una fuente rica de ejemplos acerca de la puesta en marcha de eventos acontecidos al resguardo de paredes, habitaciones, lechos y hogares que muchos han olvidado. Eventos que se renuevan en la imaginación de los que los escuchan y los convierten en parte de su existencia, habida cuenta de que somos palabras, respiramos palabras, nos alimentamos con palabras. Definitivamente, venimos de esas inflexiones, tonos, tesituras, ecos.

Faustine Azul y otros cuentos, de Carlos Canales, un libro donde un padre le cuenta a su hija las aventuras y desventuras de la familia.

El ser humano es producto del instante en que alguien le cuenta una historia, se abre a una revelación.

Muchos de los libros que han antecedido a esta época devoradoramente tecnológica tienen su origen en la palabra oral. Desde la voz de un anciano, la de un padre que pasea al hijo y éste al nieto, desde ese instante, el mundo es otro, se hace otro en la voz de esos personajes que pasan a ser luego formato de un álbum de recuerdos.

Cuando el narrador/personaje de Pedro Páramo expresó “Mi madre me lo contó”, abrió la espita de una historia familiar que desembocó en un misterio. Así pasó con los cuentos de caminos, los de Las mil y una noches, los de Sherezade, los de Boccaccio y los tantísimos más que nos rondan cuando abordamos un libro donde la genealogía, los rumores hogareños y sus fantasmas llenan las páginas que aparecen para acercarnos a sus tragedias o victorias.

En este momento, al amparo de lo anteriormente dicho, abordo Faustine Azul y otros cuentos, original de Carlos Canales, un libro donde esta tradición encuentra cupo en la boca de un padre que le cuenta a su hija las aventuras y desventuras de la familia.

El relato, que se construye con el eco de los personajes, es nominado por el autor como cuento, pero tiene cuerpo de novela. Cuerpo que se distribuye en capítulos donde los nombres de los personajes navegan por unas páginas trepidantes, como si se tratara de los mismos que hacen vida en La región más transparente, de Carlos Fuentes. Pero mientras Fuentes caotiza la historia, Canales la organiza desde la estructura de la misma familia o sujetos cercanos a ella, la resuelve a través de una linealidad cuyas curvas encuentran —felizmente— espacio en la memoria de quien habrá de deshilvanar después estas revelaciones.

La niña será mañana quien relate estos cuentos, que se han hecho novela en el lector.

 

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Publicado por Palabra Pórtico Editores en su colección Astrolabio, en 2019, este volumen de Canales se contiene en toda esa tradición de explayar el relato desde la intimidad hasta hacerlo público, como si se tratara de la revelación de un secreto.

Desde el instante en que el padre toma de la mano a la niña Faustine Azul hasta una de las últimas palabras: “Hay culpas que se quedan para siempre”, puestas en boca de Amelia, el libro es un compendio de sucesos: locuras, viajes interiores, diálogos, monólogos, voces dislocadas, suerte de esquizofrenia verbal en la que se desarrollan los más intrincados segmentos de vida, de existencia desmesurada, de tanteos, de amagos, pero sobre todo de dislocaciones. Una familia que sobresale por su carácter díscolo, poco o muy permisiva, testaruda, vibrante, rica en matices, histérica. Un relato que es muchos relatos hasta convertirse en una historia que redondea el espíritu de una comunidad cerrada a veces, abierta otras, pero con la mirada puesta en los pecados, en la vigilancia, desde un control que sólo tiene sentido en las palabras que ha usado el narrador para contar lo que ha pasado y de qué manera pudo haber llegado a los oídos de la niña Faustine, quien no solamente ya es parte de estas existencias sino receptora de lo que le aconteció a su familia raigal y lo que podría ser, desde una perspectiva psicológica, para ella como recipiente de estas confesiones del padre/narrador.

Y, precisamente, todo inicia con la presentación del sujeto receptor, como suele pasar con obras en las que las primeras líneas ofrecen pistas o espacios de comprensión, Faustine Azul es una justificación para que se hagan “realidad” los hechos que el sujeto/padre/narrador desarrolla desde su memoria, en una suerte de complicidad con quien será el lector. Ella, la niña, la primera “lectora”, personaje de apertura, deja correr la voz del padre a través de la personalidad de cada uno de los actantes que le dan cuerpo y densidad al volumen.

 

Son doce cuentos, doce relatos, doce rasgaduras, doce paseos, doce instantes que la niña Faustine Azul escucha con atención.

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Canales cuenta con sencillez, con esa sencillez que entraña profundidad, hondura en cada evento donde la familia (que es la que maneja los hilos de esta novela de cuentos) se juega el todo por el todo, porque el narrador lo dice sin ambages: lo bello y lo feo, lo afable y lo desagradable. Y mientras cuenta imaginamos a la niña concentrada en cada palabra, en cada relevo de voz, en cada parpadeo del padre, en cada gesto, en cada silencio, porque los silencios también cuentan en estas historias que hilan el espíritu del lector hasta tener un tejido completo de esta gente que se mueve en las páginas del narrador antillano.

Son doce cuentos, doce relatos, doce rasgaduras, doce paseos, doce instantes que la niña Faustine Azul escucha con atención, así como los escuchan quienes pasan los ojos por las líneas que su padre ha ido repasando hasta convertirlos en libro.

Y así, quien lee, es también esa niña.

La pronunciación del padre/narrador, a quien presumimos personaje, marca estos intertítulos: “Faustine Azul”, “Las verdades evidentes”, “¿De quiénes son?”, “Pa’ que lo sepas”, “Mai”, “El sapo”, “Charo”, “Don Piro I”, “Lelín y Justino”, “Blanca”, “Don Piro II” y “Carta de viaje”.

El escritor —nacido en Puerto Rico en 1955— nos entrega estas hojas en las que el lector se hace parte de esa familia.

Canales cuenta con una larga trayectoria como escritor, docente e investigador. Con esta pieza coral, por la presencia protagónica de todos los personajes que trazan sus asperezas y señales particulares, debemos afirmar que se trata de una narrativa en la que el autor abre las puertas de otras posibilidades futuras, en el sentido de que esta familia crecerá como seguirán creciendo sus lectores.

 

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Los personajes que ambulan por este libro, algunos tan reales como los lectores, y otros como fantasmas, se aproximan tanto a quien los convoca que parece tenerlos al lado, como lectores también de sus peripecias. Los actantes propician de muchas maneras la lectura: son sujetos de ficción capaces de materializarse en el mismo instante de la lectura.

Para un lector que haya entrado en estas páginas podrá advertirse como espectador de primera fila. Rostros, sonidos, pronunciaciones, desplazamientos: el cuento —como todo artilugio que compendie o resuma la vida— es un compuesto de emociones, caracteres, simulacros: Carlos Canales es llevado por ellos. Sucede que los personajes son los que gobiernan, no el autor. Porque cuando el autor es el que lleva las acciones de manera explícita, el cuento pierde. En este caso, los personajes tienen una personalidad autónoma: el escritor ya no es quien escribe, es quien los siente, quien se asume como parte del milagro de relatar desde afuera cuando en realidad está en el interior del relato.

 

El lector se quedará con algunos personajes. Tendrá a la mano sus diálogos, sus maneras de hablar, los insultos y querencias, el tono y registro de sus voces.

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Otro aspecto que revela la presencia viva del cuento está centrado en los diálogos. Son instancias que emergen para componer un espacio, un escenario donde las voces legitiman la anécdota. En algunos textos se pueden encontrar rastros de una suerte de dramaturgia en la que quienes actúan son los lectores cuando se reconocen en el tono y tesitura de los personajes. Es decir, si el lector lee en voz alta podría construir una pieza teatral, una suerte de teatro express muy personal, íntimo, solitario, lo que garantiza entonces que los cuentos son una esencia que anima a quien los descubre: el lector es el actor de su propia lectura.

 

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Existe un desplazamiento territorial que emplaza a los personajes a quebrantar la “geografía”, y como todo paisaje es interior, los sujetos que se mueven en estas historias frecuentan la acción y la idea de viajar, es una suerte de peregrinación en la que no faltan los distintos perfiles y comportamientos de los personajes en cada relato. Esto permite avizorar también una novela: Faustine Azul podría ser una justificación puesto que su ánima está en todos los cuentos. Los personajes se resisten a salir de ellos. La insistencia del autor los mantiene al tanto de su oficio, de su rigor: son personajes tan vivos que se sustentan hasta la última página, aun cuando no sean mencionados porque los que quedan los llevan en su memoria.

¿Existe una memoria en quien transita por este libro?

El lector se quedará con algunos personajes. Pasará mucho tiempo con ellos. Tendrá a la mano sus diálogos, sus maneras de hablar, los insultos y querencias, el tono y registro de sus voces.

Mientras tanto, los personajes seguirán intactos unos, cambiantes otros en la memoria del lector, tanto que reclamarán más lecturas, más salidas a escena, más temblores, más palabras, más silencios, más tiempo para ser otro libro que, seguramente, Canales tiene entre ceja y ceja.

Alberto Hernández
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