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El humor y lo sobrenatural se dan la mano en su novela Cinco camas para un muerto
Gladys Ruiz de Azúa Aracama narra las reencarnaciones de un donjuán

domingo 19 de diciembre de 2021
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Gladys Ruiz de Azúa Aracama
Gladys Ruiz de Azúa Aracama: “La literatura es la libertad absoluta”.

Al protagonista de la segunda novela de la escritora venezolana Gladys Ruiz de Azúa Aracama (Caracas, 1953) lo obsesionan cinco mujeres. Pero llegar a ellas implicará el tránsito de este donjuán por la muerte, esa instancia que consideramos el punto final de la existencia pero que, en la realidad alterada de Cinco camas para un muerto, no es más que una bisagra entre una heroína y la siguiente.

Publicada este año por Caligrama y escogida para la red de bibliotecas del Instituto Cervantes, esta novela no es la secuencia de episodios eróticos y cómicos que podría inferirse del título (y, por qué no decirlo, de la estética de su portada). Es, sí, una aproximación a la sensualidad femenina pero también masculina a través de la lujuria, un retrato de diversos aspectos de la sociedad venezolana como reflejo de preocupaciones universales, una incursión en el misterio de la muerte y una rica exploración del lenguaje.

Periodista egresada de la Universidad Católica Andrés Bello, hasta sus cincuenta años las letras fueron sólo una de las herramientas de su trabajo. Pero a esa edad decide hacer literatura, específicamente narrativa, y ya ha publicado otra novela, El disfraz de los sueños, y un libro de cuentos, Arcamia, donde los dragos sangran. Además, por sus relatos ha obtenido ya unos cuantos premios —uno de los cuales, el Encarna León de Melilla, lo reseñamos en Letralia 228. Hoy, desde su casa en Tenerife, Islas Canarias, nos habla de esta novela pero también de la aventura que ha sido para ella convertirse en escritora.

 

Lee también en Letralia: primeras páginas de Cinco camas para un muerto, de Gladys Ruiz de Azúa Aracama.

Cinco camas para un muerto o las posesiones de Calixto

—Tu novela Cinco camas para un muerto es narrada desde una primera persona deliciosamente autoconsciente, que se solaza no sólo en los aspectos terrenales de la sensualidad de sus protagonistas, sino en el misterio de la muerte que atraviesa todo el libro. ¿Cómo llegas a esta estructura?

—Fui tejiendo minuciosamente una estructura de telaraña engañosa y sensual que deberá seducir y atraer a sus víctimas. Pero… ¿quién es verdaderamente la araña y quiénes los insectos que han ido cayendo en su red? Que no se engañe el lector… ¿Acaso no estamos todos atrapados en ella?

—Alberto Hernández escribe en su reseña que si se lee Cinco camas para un muerto sin saber quién es la autora podría pensarse que la escribió un hombre. ¿Se te hizo difícil escribir desde la perspectiva masculina? ¿Hay algo de ti en la figura del protagonista?

—En su relato “El inmortal”, Borges dice: “…en un plazo infinito a todo hombre le pasan todas las cosas”. De modo que también hay dentro de mí la más firme convicción de que, en la incuestionable Inmortalidad de la Literatura, el escritor puede, en ese plazo infinito, ser hombre o ser mujer, ser el anticuario Cartaphilos o una transcriptora de pausada caligrafía en el arrabal de Bulaq, ser el perro de Ulises o la gata que duerme en la entrepierna de Calixto en alguna de sus cinco camas frente a la playa de Macuto o junto al puente de Stamford. Yo nunca tuve problema en meterme en el cuerpo de Calixto. ¿Pero cómo se sentiría Calixto si supiera que fue poseído por la mente de una mujer? Esa respuesta también la encontrará el lector al final de la historia.

—Sixto Calixto Escudero (el alter ego de Calixto Ortega) cumple en la obra ese doble papel de personaje principal y narrador. Pero a medida que se avanza en la lectura se ve cómo las verdaderas protagonistas son las cinco mujeres cuyas vidas se entrelazan con la de él o, dicho con más propiedad, con las de él. ¿Representa esto en la novela un discurso reivindicativo en esta época de profunda revisión de géneros?

—Ciertamente ellas son las auténticas protagonistas. Sin proponérselo, se reivindican por sí mismas. Mientras Calixto salta por sus cinco camas con su preponderantemente reivindicado pendón masculino, ellas son preponderantemente poderosas, únicas, incalificables, excesivas, telúricas, salvadoras y mortales, transgresoras, inevitablemente reivindicadoras y reivindicadas. No necesitaron de mi ayuda.

 

“Cinco camas para un muerto”, de Gladys Ruiz de Azúa Aracama
Cinco camas para un muerto, de Gladys Ruiz de Azúa Aracama (Caligrama, 2021). Disponible en Amazon

Esta no es una novela erótica

—Nos gustaría que nos hablaras de estos personajes femeninos. Cada uno tiene características muy definidas, distintas entre sí, aunque las une el paso de Sixto Calixto Escudero por sus vidas.

—El ser humano siente una fascinación natural por lo raro, lo anormal, lo monstruoso, lo exagerado, lo marginal. Le atrae ese ser, objeto, defecto, mutilación o exceso que responda a sus más oscuros, privados y desaprobados fetichismos. Tula Casilda es la dominación; la negra Severa, la bondad gozosa; la calva Adelaida, la taimada indiferencia; la mujer Montaña es la barbarie, y Berenice la Blanca… ¿qué es Berenice la Blanca? Todas son especímenes de colección, rarezas fuera de catálogo, excentricidades que cautivan y atraen sin remedio a Sixto Calixto, mujeres que se reinventan y emancipan tras una máscara sin sentirse culpables; son raras e irrepetibles; pero, sobre todo, son auténticas. A pesar de sus poderosos y peculiares atractivos, si las saboreamos individualmente las cinco son sorbos exquisitos, embriagadores pero inofensivos. Pero… ¿Y si las juntamos en un mismo vaso? Entonces podrían convertirse en un antídoto salvador… o en una pócima mortal.

—Con honrosas excepciones, la novelística venezolana ha obviado el sexo como motivación narrativa, o lo ha abordado de forma deficiente. Sin ser una novela erótica al uso, Cinco camas para un muerto se despoja en este sentido de lo convencional. ¿Puedes hablarnos de este tema?

—Nunca pretendí escribir una novela erótica. No es una novela erótica. Es una historia sensual, dispuesta como una mujer desnuda a ser leída con todos los sentidos. El erotismo es algo tan natural en esas cinco camas —donde se revuelcan tan disparatados personajes— que hubiese sido antinatural, y hasta un pecado, no pecar de “lujuriosos”. Aunque parezca mentira el tema principal de la novela no es el sexo… sino la redención. Todos podemos redimirnos incluso a través de nuestros más turbios o excesivos vicios. Calixto, más allá de reencarnarse para poder disfrutar de nuevo en las camas de sus cinco diosas, a lo que aspira por sobre todo (aunque quizás ni siquiera lo sepa) es a redimirse con su lujuria. Por eso mi erotismo tiene, también, sus orgasmos estéticos, místicos y metafísicos; mi erotismo apela a cualquier artificio, el sarcasmo, lo sutil y lo poético, lo sagrado y lo sacrílego para lograr un resultado sutilmente inocente y juguetón, nunca obsceno. En mi historia el lúbrico acto de la atracción carnal con todos sus despliegues y fantasías es la máscara divertida, pícara y suculenta bajo la cual se esconden nuestros miedos de caverna y nuestras dudas existenciales, nuestra incesante búsqueda de trascendencia.

 

El periodismo no puede desviarse del carril objetivo y fotográfico de los hechos; la literatura es omnipresente, omnisciente, eterna, todopoderosa, inescrutable, infinita.

Gladys Ruiz de Azúa Aracama y la decisión de hacerse escritora

—¿Cómo es eso de que cumplidos los cincuenta años decides escribir? Y no sólo eso: ganas premios y, lo más importante, demuestras con una obra bien zurcida que no eres una advenediza de la literatura.

—Soy una advenediza de la literatura. No tengo empacho en reconocerlo. Soy una paracaidista. Las preguntas serían: ¿quién me enseñó a volar?, o… ¿cuándo y cómo descubrí que tenía alas? ¿Por qué me atreví a volar con unas alas recién descubiertas y sin saber si sabría usarlas o si podrían sostenerme? ¿El escritor nace o se hace? Yo comparo mi iniciación en la escritura como el parto ineludible de un embarazo de cincuenta años. Fue brutal, ineludible, casi inexplicable. Una concepción milagrosa. Cuando tuve que dejar Venezuela y emigrar, de pronto me vi desnuda de mí, sobre un suelo desconocido e inestable que no me sostenía, sin contexto, sin identidad. Fue un momento terriblemente crucial y confuso de mi vida. Ahí comienzo a escribir. Sin metas claras, poseída de una compulsión que me arrastraba. No recuerdo haber querido ser escritora en ningún momento pasado de mi primera vida, durante mi infancia o juventud. Ni siquiera poseo las condiciones que según los entendidos son imprescindibles para ejercer este oficio o para sufrir de esta enfermedad. No he sido una lectora excesivamente compulsiva y voraz; mi vida carece de experiencias tan extraordinarias que pudieran originar historias de interés; mi memoria es lamentable… En mi descargo, admito que con las monjas adquirí el dominio del castellano; mi amor por las palabras es genuino; soy ambiciosa en mis retos, terca como una mula, implacable conmigo misma y con mi escritura; de lo único de lo que podría alardear es de mi imaginación. Soy un sinsentido.

—Tienes otra novela, El disfraz de los sueños, en la que también es Caracas el escenario y también entrelazas historias que conforman la historia principal. ¿Cuánto ha recorrido Gladys Ruiz de Azúa Aracama desde entonces?

—Esa novela fue lo primero que escribí al comienzo de mi “destierro”. Desde entonces he intentado aprender releyendo a los grandes, pero sin pretensión de imitarlos, pues cuanto más los leo más me cercioro de mis limitaciones, de mi insignificancia, de que no tendré el tiempo suficiente para aprender lo necesario… Por lo tanto, al mismo tiempo que evoluciono en experiencia y práctica como ser humano y escritora, también me niego a cambiar, para así conservar íntegros mi estilo, mi libertad, mi voz, mi inocencia.

—Eres periodista y además tienes formación musical. ¿Cómo incide esto en tu obra?

—En el periodismo la protagonista es la noticia. En la literatura el personaje es el fascinante e ilimitado cosmos del ser humano. El periodismo no puede desviarse del carril objetivo y fotográfico de los hechos; la literatura es omnipresente, omnisciente, eterna, todopoderosa, inescrutable, infinita. El periodismo es esclavo de la verdad. La literatura es la libertad absoluta. En un concreto relato como “El Aleph”, en una humilde nivola de Unamuno, en las contadas páginas de Pedro Páramo, en ese simple “Muero porque no muero” están la totalidad, todo lo realmente significativo y trascendente. Mi carrera musical me fue impuesta. De esta experiencia traumática (yo siempre quise ser bailarina o actriz de teatro), de las largas horas frente al piano, mi oído aprendió otra música más importante: la música de las palabras. También gané en carácter, disciplina, paciencia y tesón: músculos invalorables para un escritor.

 

Lee también en Letralia: reseña de Cinco camas para un muerto, de Gladys Ruiz de Azúa Aracama, por Alberto Hernández.

La pandemia y el dolor cósmico

—¿Puedes comentarnos cuáles han sido tus lecturas, de qué autores sientes que has recibido influencias en tu trabajo?

—Cuando salí de Venezuela escogí para llevarme unos pocos libros de mi biblioteca: la mayoría latinoamericanos, venezolanos los más: Rómulo Gallegos, Uslar Pietri, Otero Silva, Garmendia, Meneses, Massiani… Ellos me acompañaron en mi diáspora particular. Luego llegaron otros de todos los estilos y nacionalidades, pero al final, junto a mi cama, mis amantes preferidos siguen siendo los mismos: Unamuno, Rulfo, Virginia Woolf, Gabo, Donoso, Alejo Carpentier, Sábato, Borges, Cortázar, Onetti…

—Hace casi dos años se asentó en el mundo la inusitada realidad de la pandemia. ¿Cómo te ha tratado? ¿Escribes más, escribes menos? ¿Sientes que ha cambiado en algo tu forma de escribir?

—Durante la pandemia no escribí una sola palabra. El encierro no fue un problema para mí: soy bastante ermitaña y disfruto del silencio y la soledad. Me afectó sobre todo emocionalmente. El no saber cuándo podría ver y reencontrarme con mis hijos y mis nietos (todos viviendo en lugares muy lejanos) fue lo más difícil. Por otro lado, me embargó un dolor de índole cósmico por todo, por todos los seres humanos, las víctimas, los que agonizaban en los hospitales, las muertes en soledad, sin abrazos ni despedidas. Esa hipersensibilidad emocional, ese desasosiego global me paralizó. Pero después, la experiencia me ayudó a tomar decisiones que nunca imaginé tomar: me atreví a salir del armario. Me atreví a desenterrar y publicar “mis cinco camas”.

—¿Puedes hablarnos de lo que viene? ¿Qué nos espera a tus lectores? ¿En qué proyecto te encuentras embarcada en este momento?

—Nunca hablo de mis sueños o proyectos literarios futuros. Es como una superstición: los sueños y los proyectos es mejor que se retroalimenten a sí mismos, aislados y puros. Tan aislados y puros que, cuando surgen de su crisálida y me muestran sus alas, me asombran a mí misma.

 


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Jorge Gómez Jiménez

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