Cinco camas para un muerto
Gladys Ruiz de Azúa Aracama
Novela
Caligrama Editorial
Madrid (España), 2021
ISBN: 978-8418787201
232 páginas
Y es que la vida, que muestra con desfachatez todos los absurdos, pequeños y grandes, de que felizmente está llena, tiene el inestimable privilegio de poder prescindir de esa estúpida verosimilitud que el arte se cree obligada a respetar.
Los absurdos de la vida no necesitan parecer verosímiles porque son verdaderos; al revés que los del arte que, para parecer verdaderos, necesitan ser verosímiles. Con lo que, siendo verosímiles, dejan de ser absurdos.
Luigi Pirandello: El difunto Matías Pascal: “Advertencia sobre los escrúpulos de la fantasía”
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Si el lector de esta novela no se aplica al afirmar que se trata de una obra fascinante, que atrapa el ánimo y lo subvierte hasta convertirlo en un ser alucinado, dice poco. Se trata de una lectura en la que intervienen muchos factores, muchos referentes que a este cronista se le ocurren cercanos a algunos autores y personajes también cercanos al imaginario de Gladys Ruiz de Azúa Aracama, una venezolana residenciada en España que ha hurgado en unos personajes ubicados en un período histórico lejano, que atiende a la atmósfera de su desbordamiento creativo. Una novela en la que Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez nos ofrecen la pista para saber que la historia se mueve en un espacio y un tiempo determinados, juzgados por datos culturales y geográficos que el lector podrá sentir como propios, sobre todo si es venezolano.
Pero más allá de esos referentes, la novela es un compendio de lenguajes, una novela rica en voces que nos dirigen al pasado cuando se hablaba con estas voces y se reiteraba en la riqueza de un idioma que hoy se ha ido perdiendo por la influencia de ingredientes por los que el castellano ha perdido espacio: la tecnología como lenguaje, la mitificación de lo suplementario, el carácter portátil de una cultura inmediatista.
Esta novela es importante porque viaja por los laberintos de nuestra idiosincrática verba, por nuestra enrevesada elipse de nuestros hablantes, por el a veces barroquismo expresivo en la enumeración de elementos que enriquecen mucho más las anécdotas, aventuras y eventos que aquí se narran.
Esta inicial lectura relacionada con el estilo nos conduce a otras en las que nuestra autora se luce al trazar una línea narrativa que se crece en la medida en que arma el escenario donde los personajes se multiplican en calidad actuante.
De no saberse su nombre, se podría pensar que quien escribió la novela es, precisamente, un hombre, quien retrata a un macho cargado de entusiasmos sexuales.
Para algunos lectores podría tratarse de una novela decimonónica, pero para quien esto escribe se trata de la recuperación de una memoria donde lo increíble, lo inverosímil, se avizora en la concepción de mundo de una cultura que siempre ha prevalecido en nuestra geografía espiritual: lo hiperbólico, la exageración, la desmesura, conceptos que son comunes en el diario conversar del venezolano (por tratarse de una novela escrita desde lo venezolano) o de las culturas donde la vida y la muerte sólo distan pocos centímetros para ser lo mismo. Es decir, la ambigüedad como poética. En este caso de un venezolano con nombres y apellidos que emerge de la imaginación de la escritora: Sixto Calixto Escudero Canvas, alter ego de Calixto Ortega, el narrador masculino que tal vez podría provenir de una mujer y que desaparece totalmente de la historia para resucitar ¿en el personaje que siempre quiso ser? La carnavalización de la narrativa concluye en que Ruiz de Azúa Aracama se viste de hombre para narrar, como un hombre, la historia de un hombre rodeado de cinco mujeres que, al final, resultan ser el resumen de una sola.
Se siente la experticia de la autora, el oficio de una narradora que, de no saberse su nombre, se podría pensar que quien escribió la novela es, precisamente, un hombre, quien retrata a un macho cargado de entusiasmos sexuales. Esta habilidad de la novelista hace que el lector no se despegue de las páginas de esta historia de la que se desprenden muchas lecturas, de la que se sugieren (seguramente sin pensar en ellas) historias de otros autores que este cronista trae a colación como materia para una lectura más amplia.
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Cinco camas para un muerto es un recorrido por varios territorios narrativos, debidamente conectados (el lector no está al tanto de este propósito hasta que el personaje lo advierte como sospecha, luego como confirmación), en los que cada una de las mujeres que allí participan son las dueñas de las muertes de Sixto Calixto: Tula Casilda Vergara, la negra Severa, la india Adelaida, Dionisia Montaña y Berenice Ventura, la Blanca, quienes hacen de la vida del semental Sixto Calixto un personaje en el que se concentra la atracción sexual gracias al tamaño de su miembro, y a quien ellas le sacan provecho corporal pero con la intención de convertirlo en un muerto, quien, desde la muerte misma, asumida como la voz de un vivo, cuenta los despropósitos de una existencia exagerada, disipada, cubierta por la magia de las mujeres que se acuestan con él y quienes son las responsables de sus distintas muertes, juego de sucesos en los que se conjugan costumbres, razones y sinrazones, ficción y realidad, perversión y santidad, todo eso en una suerte de confabulación barroca que termina siendo surrealismo, suprarrealismo y pantagruelismo. No deja de sentirse la presencia de un discurso donde una atmósfera decadente pronostica el futuro del personaje protagonista, un simulacro del hombre que ha sido embrujado, tanto por la realidad como por el afiebrado mundo de la disipación, las creencias de los encuentros en el submundo de la hechicería, en un clima sádico masoquista.
Las cinco mujeres que Sixto Calixto usa para su desahogo sexual van más allá del hecho de la fornicación.
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Unos versos de un tal Stigliani, citados por uno de los personajes de Pirandello en El difunto Matías Pascal, dicen:
Soy una y dos a un tiempo mismo,
Y hago dos de lo que era uno antes.
Con sus cinco me aferra la una,
Contra infinitos que piensa la gente.Toda soy boca de cintura arriba,
Y más muerdo sin ellos que con dientes.
Tengo en sitios contrarios dos guerreros,
Los ojos en los pies y en los ojos los dedos.
Una relación comparativa nos aproxima a estos personajes grotescos, legendarios, prometeicos y hasta sabios de la novela Cinco camas para un muerto. Los versos arriba aludidos casi describen la novela que en este instante tratamos: lo inverosímil, como afirma Pirandello, es parte de la vida del arte, y quien pretenda ponerlo en duda se convierte en lo que niega. En el caso de la novela de la venezolana radicada en España, estamos frente a un mosaico de posibilidades que nos conducen a referirnos a otros autores como Julio Garmendia, quien escribió el excelente cuento “El difunto yo”, en el que, desde la muerte, desde la pérdida de su otro yo, es posible ver la vida ajena y la propia. Desde la muerte es posible volver a la vida porque el arte lo posibilita, lo hace posible. Las cinco muertes de Sixto Calixto en cinco camas distintas, y sus respectivas resurrecciones, son parte de la verosimilitud con que se cuenta lo imposible, con que se narra la libertad de crear, imaginar, burlarse de lo imposible y hacerlo posible.
Las cinco mujeres que Sixto Calixto usa para su desahogo sexual van más allá del hecho de la fornicación: se trata de una visión de mundo donde se confabulan, no tanto el deseo como expresa el personaje sino la demostración de tener un pene gigantesco, como gigantescas son las ganas de tener los secretos de esas mujeres que terminan siendo sus muertes. Muertes que, al parecer, el hombre disfruta porque sabe que va a resucitar con el mismo pene. En uno de los tantos segmentos el narrador/personaje habla de “la Gran Novela de la Putería”, y desde aquel otro, Farnesia Torcido, la pudibundez extrema, tan realismo mágico, en el que ella conserva colgado en el cuello un certificado de virginidad. También un ambiente un tanto dejado a vuelta de página, un prostíbulo en La Guaira que nos hace mirar hacia Guillermo Meneses.
Un recogimiento del personaje lo acerca en la ambigüedad de su comportamiento:
Ahora sé que no era a ellas a quien temía, sino el ver en ellas lo femenino que había en mí.
Esta declaración describe a quien desde su disipación se reconoce provisto de un inmenso clítoris que no aparece en la novela, pero sí en la conciencia del actante.
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Otra lectura tiene que ver con el calendario. Cada mujer tiene un día, un horario preciso para la fornicación, para el reconocimiento mutuo de los cuerpos, pero también de los sentires: deseo y odio se juntan en Tula Casilda, quien mata casi destripado, cubiertos de arrugas, a quien la penetra con ese inmenso pene: se destrozan a mordiscos, se despedazan.
Pantagruel nos avisa un poco de su presencia referencial.
La negra Severa se acuesta con Sixto Calixto. Se desahogan en orgasmos casi siderales mientras le introduce por el ano un tubo lleno de laxantes en procura de que pueda expulsar la mierda que ha acumulado durante toda una semana. Es estreñido, estítico. También aparece el desprecio como cuña para una relación exagerada, inverosímil pero creíble luego de la tanta vida vivida, no sólo por el personaje sino por los lectores que respiran en un mundo dislocado. Nada escapa de la imaginación de un artista, de un escritor.
Y si ha dicho Sixto Calixto que él ya está muerto, bien cierto es que sigue viviendo desde la muerte, porque relata el resto de la historia, desde su primera muerte, embutido en una urna. Negocia con la muerte y recuerda su competencia con Toribio Cipote, quien también ostenta un inmenso pene, tan pantagruélico como La dignidad de las braguetas que Rabelais esgrime en su desordenada narración:
Pues sabed que este libidinosuelo sobeteaba a sus gobernantas por delante y por detrás, y arre, borrica, pues ya en su bragueta se notaban señales de vida. Un día se la adornaron con bellos ramilletes, bellas cintas, bellas flores y bellas vedijas, y se regocijaban pasando por ella las manos como si fuera un rodillo de hacer ungüentos. Luego se retorcían de risa cuando levantaba las orejas, pues el juego les gustaba. Una la llamaba mi espita, otra mi tallito de coral, otra mi morcilla, otra mi tapón, otra mi taladro, mi agitador, mi flauta, mi colgante, mi tormento, mi colita.
La riqueza lingüística de esta novela se desliza hacia otros temas cuyos referentes tienen en Céline (Viaje al fin de la noche) la cueva de las momias en Toulouse, en el personaje Diógenes Trillo, quien hace de los cadáveres imágenes religiosas, y la india Adelaida, calva de nacimiento, recibe las pelucas cuando Trillo se regresa a morir a Andalucía, su región de origen.
Sixto Calixto confiesa:
Mis dos primeras muertes fueron demasiado repentinas. Ni siquiera tuve tiempo de acostumbrarme.
Porque desde ellas, desde esas muertes, pudo volver a la vida, muerto, para hacer de la muerte la vida de otras tres mujeres que se sumaron a las iniciales y transformarse en una.
La riqueza expresiva de esta novela de Gladys Ruiz nos conduce a pensar en su oficio, en sus galardones, pero también en el desconocimiento de su obra en Venezuela.
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Viernes, jueves, miércoles, martes y lunes. Cada día con una mujer. Cada día para las muertes del personaje, que moría para resucitar en otra cama. Desde la muerte vivía en cada una hasta volver a morir. No como Matías Pascal, quien desapareció por varios años luego de haberse casado y fue dado por difunto con tumba y todo. Y cuando regresó tuvo que hacerse reconocer por sus vecinos y hasta visitar su pedazo de parcela en el cementerio para poder cerciorarse de que estaba vivo. Y hasta querer reclamar a la viuda el derecho de estar con ella pese a que ella se había casado con otro y haber engendrado una niña. Finalmente, Pascal entendió que para ellos seguía muerto. No para él que buscaba confirmación de su vida en las autoridades y en él mismo.
La riqueza expresiva, repito, de esta novela de Gladys Ruiz nos conduce a pensar en su oficio, en sus galardones, pero también en el desconocimiento de su obra en Venezuela.
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¿Es que no iba a dejar de vivir y de morir nunca?
¿Acaso no estaba muerto? ¿Desde cuándo los muertos se mueren de miedo?
Preguntas que mantienen en vilo la muerte de Sixto Calixto. Preguntas que ontológicamente lo mantienen muerto en vida ante el temor a una de las mujeres. A la india, pero también a la Dionisia Montaña, una mujer de casi dos metros, “descomunal, gigantesca, imponente”, tan grande como Pantagruel, el hijo de Gargantúa.
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Las mujeres, su descripción:
Tula Casilda, Severa (la negra), Adelaida (la india), Berenice (la Blanca), Dionisia (la Montaña):
Un álbum de inventos estrafalarios o de un compendio de curiosidades fuera de catálogo, obras de la creación que se torcieron por los desvaríos del artista, engendros que portaban en los genes el principio de la extinción, rarezas parlantes.
Y así:
Tula Casilda no era para mí sino el reflejo de mi feminidad dominadora, la negra Severa era el purgante de sabor agradable que me libraba de mi mierda interior, la india Adelaida representaba la reencarnación gozosa de mis peores vicios, pero sin un pelo de sublimación, en Dionisia Montaña tomaban vigor y dimensión agigantada mis más ocultos miedos, y en cuanto a Berenice la Blanca, aún no me había atrevido a analizarlo; ¿sería porque temía ver en Berenice la Blanca lo peor de Sixto Calixto Escudero o porque aún no había muerto lo suficiente como para poder entenderlo?
Abundancia de lenguaje, rico en diversos matices, Cinco camas para un muerto merece un espacio para más lecturas, tantas como ha merecido un libro tan desmesuradamente criticado como Gargantúa y Pantagruel, del que se dijo estar mal escrito y mal ensamblado. Titulado como Les grandes et inestimables croniques du grant et énorme géant Gargantua, escrito en Lyon en 1532 y cuyo autor era anónimo, representaba una parodia de los libros de caballería. La novela de Gladys Ruiz es una parodia que recrea el mundo masculino, también el femenino, el exagerado universo de las creencias, de la magia y de las revelaciones corporales.
Si Pantagruel, el voraz, nació cuando Gargantúa tenía 484 años, no es de extrañar que Dionisia Montaña reventara corsés con la fuerza extraordinaria de sus tetas, rodeada de público, en un espectáculo tan desmesurado como las batallas libradas en el libro de Rabelais.
Como todo personaje de novela donde lo increíble revela la capacidad imaginativa de la autora, el narrador sostiene su existencia en una muerte que culmina en la novela de la venganza.
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Sixto Calixto llevaba un diario de ultratumba, escrito en su cómodo féretro, según él mismo ha señalado. Y, seguramente, el mismo narrador (la autora continúa su labor reflexiva) ha convocado a todos los fantasmas para dejar escrito este documento que contiene los mismos datos que ya hemos leído (¿será un guiño para decirnos que el mismo narrador ha escrito su vida desde sus distintas muertes?).
Ya casi al final de su última vida, de su última muerte, Sixto Calixto participa en una fiesta de carnaval, un martes. La Montaña, la mujer pantagruélica, va disfrazada de negra, pintada con carbón, y carga, colgada de una teta, a Sixto Calixto, en representación de un bebé.
Drogada, con una bola de opio en el ano, ambos pasean por las calles de aquella ciudad de fantasmas y duendes, embrujos de un martes carnestolendo. Poco después muere aplastado por el cuerpo de la Montaña, como la primera vez bajo el cuerpo arrugado de Tula Casilda.
Resucitado, sentado en una silla como una momia y con una cánula en el rabo, procurado por la negra Severa y embrujado por la india, el hombre se tropieza en un parque con Berenice Ventura, a quien él bautiza como la Blanca, porque era casi transparente y “levitaba sin huesos” en la Plaza de las Palomas de Macuto. Especie de fantasma o duende que tenía una extraordinaria capacidad de captar los diferentes tipos de perfumes. Encantado, alucinado, Sixto Calixto cae en las redes de este otro fenómeno flotante. La mujer escribía en El Cojo Ilustrado. Corrían los días de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez.
Como todo personaje de novela donde lo increíble revela la capacidad imaginativa de la autora, el narrador sostiene su existencia en una muerte que culmina en la novela de la venganza, porque esta última mujer es la consagración de las anteriores. Es decir, ella es todas en una. Ella es capaz, como en la obra de Süskind, de encontrar el secreto del aroma más seductor y ¿mortal?… ¿Es Berenice la Blanca una asesina?
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¿Cuántas veces volveré a resucitar?,
se pregunta el hombre de inmenso pene, de deslucida estampa, de traicionada existencia.
Una vez más, la muerte: ahora infectado de garrapatas por las palomas de la Blanca.
Una muerte más. ¿Habrá una resurrección o es sólo una pesadilla la que ha abarcado la vida de este sujeto a quien, al parecer, le esperan otras vidas y otras muertes? ¿Podrá Calixto redimirse al fin?
(***)
En un lugar de Viaje al fin de la noche, la voz de un personaje de Céline afirma:
Terminé por dormirme sobre la pregunta en mi noche particular, una tumba, tan fatigado me encontraba de andar sin encontrar nada.
Y para no olvidar a don Julio Garmendia, estas líneas que, al comienzo de su cuento “El difunto yo”, nos ofrecen otro evento referencial:
Examiné apresuradamente la extraña situación en que me hallaba. Debía, sin perder un segundo, ponerme en persecución de mi alter ego. Ya que circunstancias desconocidas lo habían separado de mi personalidad, convenía darle alcance antes de que pudiera alejarse mucho.
(***)
Estas lecturas se ofrecen como una recomendación: esta novela bien vale la pena ser conocida en nuestro país por su calidad escritural y por la descomunal imaginación de su autora.
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