
Cuando, hace dos décadas, se subió a un avión para irse a España, el escritor cubano H. G. Quintana llevaba consigo el manuscrito de una novela en la que se concentraban, a partes iguales, su admiración por Hermann Hesse y su dominio del oficio. Ya tenía premios y libros en su haber, pero el proyecto relacionado con el autor de El lobo estepario era sin duda su obra más ambiciosa.
Porque El último secreto de Hermann Hesse es un libro ambicioso en forma y fondo. Está construida sobre dos historias paralelas: por un lado, la del joven Leopold, quien viaja a Suiza para conocer a Hermann Hesse; por el otro, la de Ricardo, el periodista y escritor cubano que está obsesionado con la obra de Hesse y viaja a España con el fin de establecerse allí, pero además para intentar conocer a un anciano sacerdote que habría tenido relación con el escritor alemán. Y en este entramado será el lenguaje una de las marcas que orientarán al lector.
H. G. Quintana apenas comenzaba la treintena cuando llegó a España en 2002, e ignoraba entonces que tardaría veinte años más en ver impresa su novela. Reposos y correcciones, aparte de las peripecias de todo migrante que se aventura a establecerse en una tierra extraña, se sucederían hasta su publicación en 2022 con el sello madrileño El Barco Ebrio.
Profesor de literatura, cine y lengua española, y también traductor, el autor tiene un máster de Historia por la Universidad de La Habana (1995) y uno de Investigación en Mundo Ibérico y Latinoamericano por la francesa Universidad de Tours (2015). Tiene publicada otra novela, Una gota de agua sobre la roca (2013), y el libro de cuentos No sucedió en el downtown (2022). Además se ha decantado por la producción de los manuales Cómo se escribe una novela (2006) y Cómo escribir ficción (2016). En YouTube, y también como pódcast, lleva adelante el canal Realificción, y mantiene su propio espacio literario en hgquintana.com. Hoy conversamos con él sobre El último secreto de Hermann Hesse y la importancia que ha tenido para él como autor.
Lee también en Letralia: reseña de El último secreto de Hermann Hesse, de H. G. Quintana, por Jorge Gómez Jiménez.
H. G. Quintana y la curiosidad como materia prima
El último secreto de Hermann Hesse es un relato profundo sobre el legado del autor de El lobo estepario, pero además es una novela emocionante que se lee de un tirón. Sin embargo, quienes te conocemos sabemos que hay alrededor de dos décadas de trabajo en este libro. ¿Puedes hablarnos de cómo llegas a esta historia y cómo la escribiste?
Muchas gracias por los comentarios a la novela. La verdad es que sí me llevó mucho tiempo. Fue un empeño personal que comencé en Cuba, quizás en el año 2000, y que terminé casi diez años más tarde. La literatura alemana me deslumbró cuando comencé a leerla en serio, y digo en serio porque ya la había estudiado en la universidad como parte de la carrera de Historia, pero no es lo mismo que te la presenten en la frialdad académica de un aula que disfrutarla por tu cuenta con ánimo de deleitarla y de descifrar sus trucos técnicos y argumentales. El impacto de Hermann Hesse fue tal que quería dedicarle algún ensayo o una biografía o algo parecido, pero tras reflexionar mucho, comprendí que iba a ser absurdo que un cubano, en su islita física y mental, pudiera aportar algo novedoso a un autor que había sido muy estudiado y a cuya información tenían acceso montones de estudiosos europeos y que yo jamás iba a tener en mis manos. Así que decidí aprovechar lo que había investigado para hacer una novela donde se mezclaran la vida de Hermann Hesse con la investigación que se suponía que yo mismo iba a realizar sobre él.
El grueso de la novela ya había sido escrita cuando salí en 2002 a España, donde le puse punto final aprovechando nuevas experiencias vividas en Madrid, Cantabria y Asturias. Pero el borrador no fue aprobado por nadie de los que lo leyeron entonces. Sólo un amigo y colega que ya no está entre nosotros, Orlando Valdés, me dijo que tenía una joya en las manos y que debía trabajar algunas cuestiones de ambiente y diálogo en la historia que ocurre en presente. Otros me dijeron que mejor me centraba en la historia de Hesse y olvidara la otra, que no tenía ningún valor. Conclusiones, metí la novela en una gaveta, donde guardo montones de cosas escritas que nunca he sacado a la luz, y me olvidé de ella, porque creía que ya no había mucho que hacer. Y así habría quedado si no fuera porque diez años después Carlos Cuesta, otro amigo y colega, me dijo que era imposible que tantas páginas escritas que tenía olvidadas, fueran inservibles. Así que revisando llegué al manuscrito de El último secreto de Hermann Hesse, que tenía otro título, y pude intuir lo que me habían intentado decir o me habían dicho, y que yo fui incapaz de comprender años antes. No reescribí demasiado, porque cada párrafo era un descubrimiento ajeno, como si no hubiese sido escrito por mí, pero sí reorganicé mucho. Lo demás es lo que ya se pueden imaginar.

Algo que impacta de la novela son esas dos tramas que se van desarrollando con una separación de sesenta años entre sí y que terminan imbricándose. ¿Puedes hablarnos de los retos que representó para ti esa estructura?
Fue bastante trabajo desde el punto de vista investigativo, no tanto desde el punto de vista técnico. No soy un intelectual, o siquiera sé que es eso. No escribo con lenguaje ni técnicas académicas ni me considero que sepa demasiado sobre las pocas cosas que sé. Pero estudio y trabajo como pocos y tengo una curiosidad insaciable. Cuando comencé la novela tenía la cabeza llena de estructuras ficcionales y técnicas literarias aprendidas en un taller de técnicas narrativas muy útil que dirigía el escritor cubano Juan Ramón de la Portilla, y que se realizaba en el Centro Hermanos Loynaz, de Pinar del Río, en Cuba, y en especial, más que nada, en el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, organizado por el escritor y maestro, recientemente fallecido, Eduardo Heras León.
Quería escribir una novela aprovechando todo lo aprendido en la carrera de Historia, en la asignatura de Historia de la Literatura y el arte, y tratando de encontrar algo útil en la decena de técnicas que me daban vueltas en la cabeza. Pero quería una historia que fuera disfrutable, que no se notaran las costuras ni los trucos estilísticos ni técnicos, que muchas veces se hacen visibles cuando se estudia de forma excesiva la literatura creativa.
Organicé las dos historias por separado, busqué los momentos que creía que podían ser obligatorios y los concebí como escenas, y luego fui escribiendo en función de llegar a ellas. Lo que sí puedo asegurar es que no las escribí por separado. Es decir, salvo algunas escenas que estaba seguro de que iban a suceder y las escribí sabiendo que eran obligatorias, todo lo que está escrito fue hecho de manera lineal. Un capítulo detrás de otro.
Así pues, la novela es una hija de todo lo que era yo mismo en ese momento.
Lee también en Letralia: un capítulo de El último secreto de Hermann Hesse, de H. G. Quintana.
La investigación tras El último secreto de Hermann Hesse
Ricardo Aguilar, el periodista y escritor cubano que emprende la búsqueda del anciano sacerdote que habría conocido a Hesse, funciona como una representación de quienes somos lectores de Hesse y admiradores de su obra, pero además se parece demasiado a H. G. Quintana. ¿Cuánto de ti hay en él?
Esa identificación de la que hablas no fue buscada. Probablemente haya sucedido por esa magia que se consigue muy pocas veces en la literatura de sentir que el autor nos habla. Ojalá lo haya logrado. En realidad, hay mucho de mí en Ricardo, aunque no puedo decir que sea yo. Cuando concibo a un personaje cercano a mí suelo colocarlo en situaciones, hechos y conflictos que yo no he vivido y le exijo que responda de formas que yo no hice o no haría. Pero hay muchas escenas que le ocurren a Ricardo que las viví yo, su misma caracterización, engloba muchos de mis miedos, aprensiones, rencores, amores, vivencias, pero también de muchos cubanos que conocí en esa época, y que se hace extensible a no pocos latinoamericanos que luego he conocido. Creo que gran parte del éxito, o mejor, de la calidad de una novela, tiene que ver con tomarse con paciencia la caracterización de los personajes.
El Hesse de tu novela es tal como lo imaginaríamos: un hombre reflexivo pero descreído, que se siente impotente ante los errores de una sociedad que marcha alegre hacia el abismo, que deplora el fanatismo, pero sabe cuán inútil es hacer entrar en razón a un fanático. ¿Cómo fue el proceso de construir este personaje?
El principal obstáculo de usar a un personaje histórico como personaje ficticio es la opinión formada que tenemos de él. Errónea o verdadera, pero todos tenemos opinión sobre Teresa de Calcuta, Churchill o Hitler. El otro obstáculo es igual de importante, pero menos preocupante desde el punto de vista literario, que es la cantidad de información que existe sobre nuestro personaje histórico. Para un escritor con formación de historiador esto reviste un problema porque debemos intentar conocer lo más que podamos sobre el personaje en toda esa bibliografía, pero esto es un trabajo no diferente de cualquier trabajo histórico que realices. En el caso de Hesse, tras asumir ese obstáculo, creo que fue más fácil de caracterizar que al resto de personajes. Hay muchísima información sobre él, biografías, reseñas, memorias de quienes lo conocieron, cartas, los propios rastros biográficos que existe en su obra literaria, etc… El inconveniente que tenía yo, como escritor, era quitarme de encima la admiración. Cuando se escribe sobre alguien a quien admiras corres el peligro de hacer un panegírico sobre su vida, y yo no quería eso. Ya tenía claro que una cosa es el personaje histórico, y otra la persona. Así que lo que hice fue entresacar en esa abundante información aquellos aspectos de la vida de Hermann Hesse, no siempre virtudes, que conforman a un ser humano integral. No tenía que ser todo aspectos negativos, pero tampoco dejarlos de lado. Así que entre tanto que leí, pude sacar esa posible crítica que a veces le sale hacia el sexo femenino, que era además muy común a cualquier hombre europeo blanco nacido y criado a medio camino entre los siglos XIX y XX; sus dudas como hombre, como político, como profesional; su aparente desapego de la realidad de su país, cuando lo razonable, debería ser algo más de cercanía hacia tus raíces. Con todo eso pude conformar un personaje real, y no una estatua, que era lo que podía haber salido si me dejara llevar por la fascinación al escritor.
Como contraparte, Leopold es un chico ingenuo e impetuoso que, más allá de los motivos que lo arrastran al pueblo de Montagnola, admira al gran escritor que es Hesse, pero al mismo tiempo lo desafía pues está convencido de que Hitler es la expresión del pueblo alemán. Al margen de lo necesario que es este personaje para el desarrollo de la trama, ¿en qué te inspiraste?
Leopold, si lo analizas con detalle, es como Ricardo, el protagonista de la historia del presente, aunque con diez años menos. La idea de Leopold primero fue crear un antagonista a Hesse. Una especie de némesis que permitiera a mi personaje Hesse polemizar con alguien y opinar sobre todo tipo de cosas que normalmente no haría. Luego Leopold creció como personaje y termina ocupando un lugar que yo mismo no me esperaba. Para caracterizarlo intenté retratar a una generación a la que yo mismo pertenezco, pero que se puede trasladar a casi cualquier país y a muchas épocas históricas. Jóvenes comprometidos, patriotas, entusiastas con los cambios que ocurren en su país, deseosos de hacer cosas por ayudar, por prestar hasta su vida, si es necesario, por tratar de dejar una marca en la historia. El problema es cuando ese ímpetu es manipulado por el poder con intenciones aviesas. Alguien convencido por una causa equivocada es capaz de casi cualquier acto por inmoral o ilegal que sea.
De alguna forma, yo mismo sentí esa idea en Cuba, y tuve suerte de no haber pasado nunca la línea, porque también tenía unas fuertes convicciones morales, que me frenaban y me creaban un conflicto interno que busqué repetir en Leopold. Así que, para aportarle realismo, busqué trasladar ese ambiente tóxico vivido en mi entorno de la Cuba de los 80 y 90 a la Alemania de los años 30 y 40 del siglo XX, algo que, además, se puede entresacar en la bibliografía que uno lee sobre esa Alemania de preguerra.
Si un autor no expone al público algo que ha dejado, debería ser, aparentemente, porque cree que no aporta ningún valor a su obra. Pero si hubiéramos seguido esa máxima a rajatabla, no conoceríamos la obra de Kafka.
Escribiendo de Hesse escribí sobre mí mismo
Hay un tema que planea sobre toda la obra y es el del legado, esa aspiración a tener algo que decir sobre lo que fuimos y lo que hicimos, incluso después de morir. Es uno de los más profundos planteamientos de la novela y nos gustaría que nos hablaras de esto. ¿A quién pertenece la obra de un autor desaparecido?
Es un tema bastante interesante sobre el que he reflexionado. A ver, legalmente no hay dudas. En función de cada país, cuando un autor muere pasan una equis cantidad de años, normalmente son sesenta o setenta, y la obra sigue perteneciendo a sus herederos.
A mí me gusta ir un poco más allá en esta reflexión. Y tiene que ver, sobre todo, con lo que un autor deja escrito, pero no publicado. Es sugestivo porque, si un autor no expone al público algo que ha dejado, debería ser, aparentemente, porque cree que no aporta ningún valor a su obra. Pero si hubiéramos seguido esa máxima a rajatabla, no conoceríamos la obra de Kafka o la de Lovecraft, ni hubiéramos conocido La conjura de los necios, y quizás, aunque por otras razones, nos habríamos perdido la obra fotográfica de Vivian Maier o la música de Sixto Rodríguez.
Y al mismo tiempo te hace pensar la cantidad de buenas obras de arte que podrían haber desaparecido, incluso a veces sin conocer a un autor, que podrían ser clásicos hoy.
En esto, es cierto que funciona el cristal de la frase de Campoamor. Los críticos y estudiosos dirán que para ellos toda la obra de un autor debe ser expuesta y es fundamental porque es parte de un proceso del trabajo profesional de un autor, pero para los lectores pasivos que disfrutan del argumento, sin pensar en estructuras ni técnicas ni aspectos formales o estéticos, ya no estoy tan seguro. Si tuviéramos en nuestras manos el poder de publicar o no un libro inédito de un autor ya fallecido, que él mismo nunca publicó, ¿deberíamos sacarlo a la luz o no? Yo no sé la respuesta.
En El último secreto de Hermann Hesse es posible identificar similitudes entre la sociedad germana que asiste a la formación del dominio nazi y la sociedad cubana tras más de medio siglo de dominio de los Castro y el régimen que construyeron a su alrededor. Pareciera que las tiranías terminan pareciéndose entre sí. ¿A qué crees que se deba esto?
Una de las máximas que se le suelen decir a un escritor es que escriba de las cosas que conoce. Creo que no es verdad, porque si todos hiciéramos eso, nos habríamos perdido muchas obras que son pura imaginación, como la ciencia ficción o el futurismo, etc., pero incluso no pocas utopías, distopías y novelas realistas. Pero si le damos la vuelta al argumento, podríamos decir que yo terminé escribiendo de Hesse porque, de alguna manera, estaba escribiendo sobre mí mismo, o mejor, sobre mi entorno. A ver cómo lo explico, porque no existe comparación posible entre la obra de Hesse (una montaña) y la mía.
Encontré similitudes histórico-sociales entre muchos de los conflictos que vivió Hesse y algunos que yo mismo vivía. El que exista un gobierno dictatorial marca mucho, pero no pocos tienen que ver con las sociedades donde nos tocó vivir. Así que, al escribir de Hesse, de alguna manera estaba escribiendo sobre lo que conocía.
Sí, existen muchas similitudes entre la Alemania nacionalsocialista y la socialista Cuba de los Castro. En especial, los inicios de ambos regímenes, pero no sólo. Ese afán de convencer a las personas de que existe una única idea correcta, y si no estás de acuerdo, te obligamos a asumirla; la identificación del concepto de patria con la ideología de un partido nacionalsocialista, y toda idea crítica contraria, por tanto, es un ataque a la patria; los conflictos sociales que llevan a una polarización excesiva de la sociedad, porque ninguna dictadura sobrevive si no tiene una mínima base social. Son muchísimas similitudes que se repiten en cualquier régimen tiránico autocrático o dictatorial. Probablemente, parte de la idea de escribir la novela iba por tratar de poner a varios personajes en una atmósfera similar a la que yo vivía.
La búsqueda espiritual, la identidad y la trascendencia son temas que atraviesan toda la obra de Hermann Hesse y que lo han convertido en uno de esos autores imprescindibles de la literatura universal. ¿Qué marca ha dejado en tu trabajo?
No estoy muy seguro de saber identificar cuánto puede haberme dejado la obra de Hermann Hesse. Hay algo general que me ha aportado la literatura que es el pensamiento crítico, la capacidad de analizar el mundo de forma objetiva y menos emocional, lo cual es contradictorio, porque la literatura vive de las emociones del lector, pero esa es la magia de leer, que ya sea por contraste o espejo de la realidad, lo que leemos en un libro nos hace incómodos hacia los hechos. O quizás sea el hecho mismo de la creatividad, de ponerte en la piel de muchos personajes, con disímiles ideologías, opiniones y formas de actuar, y tratar de que sus razones, por alejadas que sean de las tuyas como autor, suenen igual de razonables. Permíteme una anécdota.
Para unos soy un comunista encubierto y para otros un ultraderechista peligroso. Mientras sea así, estoy en paz conmigo mismo.
Recuerdo una vez, trabajando en un servicio de atención telefónica en Madrid, en una pausa para merienda, mis compañeros de trabajo se quejaban de algo, que ya no recuerdo, no sé si era algo de horarios o salario. La cuestión es que me preguntaron por qué no opinaba y mi respuesta fue simple: miro diez años atrás y me veo mejor que entonces, y miro diez años delante y me veo mejor que ahora. Probablemente esa forma de ver la vida la tengo del autor alemán. En el caso concreto de Hesse hay algo que ya he esbozado. El hecho de haber descubierto a una persona que admiras y consideras sabia, y que está por encima del bien y del mal, y que también dudó, que también fue criticada en su época por no dejarse arrastrar por una ola que todos seguían y a quien la historia terminó por darle la razón.
Pues todo eso me ha ayudado a no sentirme raro cuando a mi alrededor todos siguen una opinión que me resulta extraña. Lo viví en la Cuba de los años 80 y 90, pero lo sigo asumiendo hoy en día cuando cubanos de todo tipo de ideología te llaman una cosa y su contraria por tener opinión propia. Para unos soy un comunista encubierto y para otros un ultraderechista peligroso. Mientras sea así, estoy en paz conmigo mismo, y no sería posible si no tuviera un fuerte pensamiento crítico, tras muchos de años de lectura en filosofía, neurociencia, arte, historia, en literatura, y casi cualquier cosa que me cae en las manos, y como tuvo el propio autor alemán, y quizás eso me ayudó a mí también, ver que Hermann Hesse fue capaz de sobrevivir como persona y como autor, y que su obra ha perdurado más allá de los ataques que recibió por tener una posición contraria a la mayoría, pero objetiva con respecto a su entorno.
El ingrato oficio de escribir
Has incursionado en el mundo del pódcast y tienes un canal en YouTube en el que hablas del oficio y entrevistas a otros autores. ¿Cómo ha sido para ti esta experiencia?
Es muy raro. Soy tímido por naturaleza. Desde niño odio que me señalen para criticarme o para alabarme. Cuando estudiaba inglés en la secundaria, venía con una mínima formación básica que me aportó mi padre en sus viajes. Y mi profesor, Orlando, me ponía como ejemplo en el aula de cómo había que pronunciar, leer, etc., y aquello me desencajaba, quería hundirme en la silla. Luego, en la universidad me moría de miedo y me volvía un guiñapo de nervios cuando debía responder en clases. Pero un día me dije que eso no podía continuar. Me sobrepuse como antes tuve, y luego he tenido, que sobreponerme a otros tantos obstáculos. La escritura, quizás, fue también una forma de romper con mis escasas habilidades sociales y mis temores de hablar en público.
Cuando mis amigos leían mis opiniones me decían que debía hacer lo mismo en pódcast, y yo me negaba porque lo mío es escribir, no la expresión oral. Pero la vida me ha llevado a ello. Enfrentarte a noventa estudiantes en un anfiteatro para dar clases en un idioma que no es el tuyo, presentar libros de otros o leer fragmentos del tuyo frente a un público, exponer una tesis sobre cine o literatura en un coloquio universitario… Tenía que buscar formas de enfrentarme a esos miedos y los encontré. El salto a abrir el pódcast y luego el canal de YouTube no fue más que parte del mismo proceso.
Te soy sincero, ambos me quitan tiempo de lo que realmente quiero, escribir, pero a la vez te impiden olvidar que te debes a un público, por disímil y pintoresco que sea, y te obliga a dos cosas que son necesarias para un escritor en este mundo actual: enfrentarte a ese público de formas que van más allá del texto escrito, y obligarte a estar actualizado e informarte de cosas a las que, de manera natural, ni prestarías atención.
El oficio de escribir es ingrato, exige tiempo y sacrificio y, salvo excepciones, no puedes vivir de él.
Eres autor de libros formativos sobre el oficio literario. ¿Qué le recomendarías a un autor novel que quiera incursionar en el difícil género de la novela?
Me cuesta dar opinión a escritores noveles. El oficio de escribir es ingrato, exige tiempo y sacrificio y, salvo excepciones, no puedes vivir de él. Por eso si alguien quiere dedicarse a esto creyendo que puede vivir de él, lo mejor que debe hacer es intentar probar antes a montar un negocio, ganar la lotería, trabajar como ejecutivo o invertir en bolsa. Si luego de todo eso, abandona y quiere seguir escribiendo, entonces puedo decirle algunas cosas. Que lea mucho, y no sólo literatura, que lea de todo lo que pueda, desde cómo se fabrica un lápiz hasta de por qué un cohete es capaz de romper la gravedad terrestre; que trabaje mucho, que escriba, revise, rompa, reescriba y vuelva a revisar, romper y reescribir, porque no todo aquel que tiene libros publicados es escritor; que no se compare con sus contemporáneos, que sus competidores sean Hesse, Balzac o Dickens; que no tenga miedo a romper las reglas, pero que lo haga conociéndolas bien; que no se deje vencer por las críticas, que aprenda a filtrarlas y que busque el método para que la siguiente vez no le puedan hacer la misma crítica.
Nos gustaría saber cómo es H. G. Quintana al sentarse a escribir. ¿Eres un autor disciplinado, que trabaja de acuerdo con un horario, o abordas la escritura conforme se te ocurren las ideas?
Soy disciplinado para escribir, pero me guío por la inspiración para escoger los temas. Puede parecer una boutade lo de escoger los temas, pero es que no escribo de nada por moda, porque me lo pidan o porque me fuercen a ello. Si un tema no me toca el alma no lo escribo. Pero cuando lo escojo, soy como un historiador: investigo, leo, voy de libro en libro, si existen baches o puntos oscuros en la historia que quiero escribir, trato de encontrar alguien que haya escrito antes que yo sobre eso, o que haya dado su opinión, organizo la historia basándome en aquellos momentos que son inevitables y a partir de ellos voy concibiendo los capítulos en escenas o resúmenes, y cuando me siento a escribir, soy un reloj, todos los días, a horas tempranas y sin parar al menos hasta las 11 o 12 si puedo. No me preocupo del preciosismo de la frase, escribo de manera frenética, sin mirar atrás y sin ocuparme de cuestiones gramaticales ni estéticas ni de redacción. Pero cuando vuelvo sobre lo escrito, soy puntilloso, radical, exagerado, trato de mirar lo escrito con rabia, como si fuera de un aprendiz, y me preocupo entonces de esas cuestiones formales.
¿En qué proyecto trabajas actualmente?
Estoy con varias traducciones de libros de escritura y memorias del francés (Antoine Albalat) y del inglés (William Somerset Maugham) y preparando unos textos propios. Tengo dos novelas ya completamente concebidas que tan sólo es sentarme a escribir cuando me libere un poco de la locura con esta novela, y estoy en las preliminares de una novela que está a punto de salir publicada que se llama Un chelo bajo dos lunas, algo un tanto diferente de lo que he escrito hasta ahora, pero que ha tenido buena acogida entre mis lectores de prueba. Me gustaría sentarme a escribir un par de ensayos sobre escritura que me vienen dando la lata hace tiempo, pero prefiero terminar las novelas y luego veré, si la vida me lo permite.
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