
Un dragón y otros poemas
Luiz Carlos Neves (compilador)
Ilustraciones: Lilian Maa’Dhoor y Peli
Poesía para niños
Fundación Editorial el perro y la rana
Caracas (Venezuela), 2019
ISBN 978-980-14-4070-3
22 páginas
El poema permanece despierto a la espera del lector que le consagrará su tiempo vital; el que le ungirá con aceites y aromas todo el cuerpo místico que compone su armadura. El poeta, viejo soñador, se mueve entre la imaginación y su deseo de comunicar; entre los vestigios ancestrales de la palabra y los cantos perdidos en el devenir de la historia.
El poema no tiene delimitaciones ni fronteras. Su voz se mueve sin ataduras por el universo de la escritura. Niños, niñas, hombres y mujeres tienen la posibilidad de disfrutar de sus bondades; de sus encantos. Así lo vemos en el libro Un dragón y otros poemas compilado por el poeta y escritor Luiz Carlos Neves publicado en 2019 por la Fundación Editorial el perro y la rana y con ilustraciones de Lilian Maa’Dhoor y Peli. Esta compilación reúne textos poéticos de escritores venezolanos de diversas épocas históricas. La variedad temática y las diferentes visiones a que aluden permite al lector pasearse por recurrentes ámbitos donde la palabra demuestra su capacidad de cambiar, evolucionar o mimetizarse para ofrendar a quien lee un mundo de imágenes e ilusiones.
Abre el poemario un texto de Andrés Bello cuyo referente son los duendes, esos seres mágicos que se mecen constantemente en la imaginación de los pueblos desde los orígenes míticos del orbe. “¿Qué ruido sordo nace? / Los cipreses / colosales cabecean / en el valle, / y en menuda / nieve caen / deshojados / azahares. / ¿Es el soplo / de los Andes / atizando / los volcanes? / ¿Es la tierra / que en sus bases / da balances? / No es la tierra, / no es el aire, / son los duendes / que ya salen”.
El poeta como constructor de imágenes cuida la conformación de sus versos; sintetiza el hado que marcará sus creaciones poéticas.
En “Nocturno”, de Otto D’Sola, se imbrican las imágenes sensoriales con la humanización para describir una visión nocturna del firmamento aterido por el frío y la inmensidad. “Media luna / en la punta de los pinos. / ¡Apaga la luna, muchacha; / el viento anda desnudo; / se va a morir de frío!”. La poesía despliega en sus versos infinidad de acercamientos a la sencillez de la grafía. Jamás se presenta plagada de formaciones incoherentes ni de rebuscamientos que dificulten la comprensión del texto.
El poeta permanece en vigilia; vela constantemente para evitar que sus textos naufraguen en los agujeros negros que bordean los espacios de la imaginación. Se acerca al amor simple, al sentimiento que recrea la pureza del alma. En el poema “Mi niña pintó un velero”, Luis Fernando Álvarez canta: “Mi niña pintó un navío… / Parece que va volando… / Lo pintó de verde-azul / y sobre un mar todo blanco. / Mi niña pintó su alma, / navío que va volando / sobre mar o cielo o sueño, / siempre blanco”.
La brevedad en el poema debe manejarse con maestría. El poeta como constructor de imágenes cuida la conformación de sus versos; sintetiza el hado que marcará sus creaciones poéticas. No economiza palabras, pulimenta, ilumina las pocas que usa cuando así lo considera necesario. “Rayo de sol”, de Ángel Miguel Queremel, es un ejemplo claro. “Rayo de sol, / crencha dorada / en la cabeza del bosque. / Rayo de sol, / amiguito escapado / de la escuela”. En “Las garzas”, de Andrés Eloy Blanco, notamos cómo el poeta comprime en pocos versos una definición poética de estas hermosas aves. “¿Es una nube? ¿Es un punto vacío en el azul…? / No, amigo mío, / es un bando de garzas… / Son las novias del río”. Y en un texto mínimo, lleno de ternura y encanto, Beatriz Mendoza Sagarzazu compara la plenitud de los ojos de la madre y el espejo. “Mamá, dame el espejo, / que en tus ojos, / pequeñita / me veo”.
En “Canción del niño bobo”, Israel Peña nos acerca a la Navidad, nos pinta la obsesión de un niño por poseer la estrella de Belén pero también su decisión de devolverla cuando la obtiene porque pertenece a la humanidad. En realidad no es un niño bobo, es un ser que se desprende del egoísmo al reconocer la fatalidad de su acción. “Vengo del amanecer. / (Oculta bajo mi blusa / la estrellita de Belén.) / Vago en el atardecer. / (Sortijita de mis dedos / la estrellita de Belén.) / Miro hacia el anochecer. / (¡Cómo lloran las estrellas / por la estrella de Belén!) / La tendré que devolver”.
El poeta ilumina la vida con sus versos; es el mediador infinito entre la divinidad y el raciocinio del hombre.
La poesía revitaliza los senderos que a diario caminamos. Lejos de enfrentarnos a una vida vacía y sin rumbo, el poema nos conduce por laberintos ajenos a pasiones nimias; se desdobla, se multiplica en miles de posibilidades que conducen nuestros pasos hasta el lugar donde abdicaremos los deseos y sentimientos para posesionarnos de la palabra. La imagen aparece y se transfigura en bálsamo que alivia las cargas de la existencia y desacraliza las obsesiones. En “Miedo de niñas”, Héctor Guillermo Villalobos dice: “¡Ay, la luna, / ¡la luna de goma! / Tan inflada, tan alta, / tan tranquila, y tan rubia que está. / ¡Pobrecita la luna de goma / si cae en el cardonal! / Eso cantan las niñas en ronda, / esas niñas que aún saben danzar / en torno a la luna lunera y redonda / que se les puede desinflar…”.
El poeta ilumina la vida con sus versos; es el mediador infinito entre la divinidad y el raciocinio del hombre. Gabriel Mantilla Chaparro lo describe así: “El poeta es el único astronauta que penetra la única elipse que no se puede dibujar; la del hondo misterio que las cosas tienen, por donde no pasa el hilo ni actúan los vasos comunicantes. Ni ayudan las líneas de la mano”. Entonces, como artesano de la palabra inventa, crea, comunica y multiplica los mensajes que desde la hondura del pensamiento recrean la visión mística del lenguaje. En el poema que da nombre al libro, Ludovico Silva reivindica el trabajo de orfebrería que hace el escritor; veamos este fragmento: “Un dragón no es un / dragón hasta que / poeta lo decide. / Yo decido que hay un / dragón que no vomita / fuego sino piedras. / Yo decido que hay un / dragón que no vomita / fuego, sino piedras”. Son las potestades asumidas por el poeta para recrear la belleza a partir del manto ilusorio que estremece su escritura.
En “Lago de Maracaibo”, Luiz Carlos Neves contextualiza el ambiente petrolero de las aguas del lago. Diversos referentes que identifican al cuerpo de agua pero además, navegando en él, tres niños perdidos. En su inmensidad, el bote quizás a la deriva lleva la vida de los pequeños en el vaivén del tiempo. “Balancines, / árboles de Navidad / torres de perforación / gabarras / tanqueros / sombras de naos piratas / fantasmas de batallas puente / bongos de contrabando / pescadores horneados por el sol / en un miedoso bote / de media vela / tres niños / perdidos / en el medio / de una calma / chicha”.
Un dragón y otros poemas se constituye en una muestra de la poesía escrita en Venezuela. Textos que caminan abrazados al corazón de los niños que los disfrutan en medio de tantas adversidades. Una compilación para jugar con las palabras y la imaginación. Tal como lo refiere Aquiles Nazoa en “Juego, poema de la plaza”: “Vamos a jugar / a que vivimos en un palomar. / Ala, de espuma, tú; ala, de nube, yo. / Vamos a jugar / a que el aire juega con nosotros dos”.
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