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Orlando Araujo: la persistencia del amor filial
en Cartas a Sebastián para que no me olvide y El tesoro de Lucía

lunes 23 de marzo de 2020
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Orlando Araujo
Orlando Araujo (1928-1987), poeta, narrador y ensayista, dedicó parte de su obra literaria a la escritura para niños y jóvenes.

El género epistolar cumplió durante siglos su función de comunicar a cuantos acudían a él, en razón de acercar las distancias. La lejanía entonces representaba un obstáculo inmenso para saber, conocer y visitar pueblos, ciudades, familia y amigos. Parte de la historia de la humanidad se ha forjado con las relaciones estrechas de tantos seres que habitan el mundo.

La voz de Orlando Araujo se va configurando en imágenes, recuerdos, sabores, olores, sentimientos, costumbres, alegorías, vivencias.

La carta como modo de comunicación constituyó un medio importante para relacionar a su emisor y su destinatario. Con visos de unidireccional, tanto párrafo escrito llevaba en sus páginas noticias, buenas nuevas, informaciones personales, declaraciones de amor; pero también conocimiento y saber que aún perdura a pesar del paso inclemente del tiempo. La carta entonces asume el papel de guardiana de la palabra íntima, cercana, abrumada por los sentimientos de una época; forma de literatura que vence el olvido y permite la persistencia de su contenido.

Orlando Araujo (1928-1987), poeta, narrador y ensayista, dedicó parte de su obra literaria a la escritura para niños y jóvenes. Creador desde la ternura, aborda en su trabajo literario las relaciones filiales como escuela de vida para sus hijos y nietos. Y no se trata de consolidar una pedagogía propia para enseñar en el sentido estricto, sino de cantar con libertad plena el amor que se tiene por Trina, Juan, Sebastián, Lucía, los niños del orbe, la naturaleza, los pájaros, los caballos, Bolívar y tantos referentes que cita en sus cuentos y poemas. Carmen Mannarino, a propósito del trabajo de Araujo, refiere:

En la poética manera de hacerle sentir al niño la muerte, la violencia, el dolor de ausencia, la injusticia, la miseria, el escritor dejó sentado un principio de su poética, el cual contradice con el ejemplo el opuesto criterio de evasión, tan insistentemente sostenido en materia de literatura para niños.

Cartas a Sebastián para que no me olvide (2007) reconstruye desde la memoria la historia familiar, los tiempo idos, la niñez misma del poeta. La cita en los lugares de la nostalgia acerca los recuerdos de tantos días tristes o felices que marcan la vida en los pueblos de la infancia. Cartas estructuradas para mantener el interés del lector niño, joven o adulto indistintamente pues en cada una de ellas el lenguaje poético atrapa sin distinción al ofrecerles la posibilidad de identificarse con referentes cercanos de su propia existencia.

La voz de Orlando Araujo se va configurando en imágenes, recuerdos, sabores, olores, sentimientos, costumbres, alegorías, vivencias. Epistolario construido para rememorar los ríos, los pájaros, el pueblo, la casa de la abuela, el patio de los primeros juegos, las guacamayas, los amigos, los gallos pero también la muerte. Las alusiones, aunque personales, evocan la historia familiar para trasmitirla a su descendencia y a quienes se acerquen al libro como lectores fortuitos. Poesía en prosa, cartas-poemas con una inmensa carga de sentimientos. En “Trina es el canto de un pájaro de fuego” dice a Sebastián:

Tu madre es una hormiga de cinturita de guayaba.
Trabaja y huele a bosque.
Cocina y huele a bosque.
Siembra y huele a bosque.
Tu madre es la selva que te dio la vida (p. 9).

Orlando Araujo se configura en un narrador cercano cuyo testimonio revitaliza las relaciones filiales en casa. Acerca su poesía al cálido ámbito del hogar. Sus cartas dan respuestas a las innumerables preguntas que realizan los niños y niñas en su universo infantil. De las situaciones más nimias surge un texto poético. La poesía acompaña al hombre en su devenir diario. Gabriel Mantilla Chaparro lo confirma cuando dice: “Un poeta tiene ojos. Lo que lo hace distinto es la mirada y el vigor de su imaginación, así como su formación, el ejercicio de la inteligencia y el desarrollo de su sensibilidad; la densidad de sus palabras” (p. 72). En la carta “¿Y que es una palmera?” Araujo despliega todo una cosmogonía poética para responder: “Una palmera es el sol de un patio y va más allá. Una palmera corta el aire y desmenuza la luz. Una palmera es como la libertad: nadie está mucho tiempo junto a ella, no porque la palmera se mude sino porque soñamos con ella”.

La libertad como valor innato del hombre es un referente constante en los textos de Orlando Araujo. La menciona, la puntualiza, la poetiza: “El azulejo es un pájaro de mañanita que tiene el corazón azul. No tiene jaulas, sino el viento y las ramas. Había una vez un azulejo preso y se murió sin brisa. Había una vez otro y otro y otros azulejos. Por eso las montañas son azules cuando las vez de lejos, en las mañanas de tus viajes”. Libertad representada en un corazón azul. Color que marca la extensión del cielo y, por lo tanto, vitalidad que se pierde en el horizonte infinito. Mirada lejana donde pernoctan los astros del inconmensurable universo. Cierra el texto: “Azulejo es un azul de lejos. Libertad es un azul de pueblos sin jaulas ni jauleros”.

La carta como género literario está abierta a su lectura en cualquier lugar, momento y tiempo. Pero además, visualizada por miles de lectores. A pesar de ser una escritura íntima, su mensaje puede ser descifrado en ambientes cercanos o lejanos y por interlocutores diversos. Laura Antillano (2018), al hablar sobre el libro Cartas a Sebastián para que no me olvide, expresa:

Intenta instaurar un orden conceptual a partir de su forma misma de enunciación, de la gramática de su discurso. El escritor-emisor requiere de la inclusión en el texto de su posible lector potencial. Sebastián y Juan, a ambos está dedicado el libro, y este incluir al receptor como “completador” del acto creativo está explícito en el hecho mismo de elegir la carta como propuesta formal literaria (p. 155).

La epístola se convierte en un lugar de encuentro con la palabra, con la poesía.

La poesía siempre asume un lugar privilegiado en los libros de Orlando Araujo. Aun cuando parte de sus textos están estructurados como narraciones, ensayos o cartas, el poema subyace en la escritura como un remolino de palabras que emergen o se sumergen en la medida en que el lector avanza en su lectura. La vida es un tiovivo que gira entre las vicisitudes propias de la existencia y los momentos de felicidad añorados por el adulto. Volver sobre los pasos, velar en el recuerdo los instantes de alegría trae hasta el corazón las voces de la infancia. En “Carrusel” pregona:

Mi primer caballo fue el palo de una escoba y le puse casco de lata y un freno de poesía.
Mi segundo caballo fue mi padre en un caballo turco.
Tuve un caballo de jade que venía del mar.
Y uno de rosa.
Todos los otros caballitos daban vueltas (p. 39).

En Cartas a Sebastián para que no me olvide el autor reivindica el amor; por lo tanto, su tono intimista resulta cercano para quien se sumerge en sus páginas. La epístola se convierte en un lugar de encuentro con la palabra, con la poesía; con el amor a la naturaleza, con la descripción de personajes que poblaron los días de la niñez. Responde preguntas a un interlocutor invisible para conducirle al encuentro con el amor a las cosas más sencillas. Diafanidad que permanece inalterable y determina la pureza del lenguaje poético. La guayaba, fruta olorosa, cálida, próxima a la infancia de los pueblos es motivo de disfrute de la poiesis. Relata Orlando Araujo:

Una fruta. Una guayaba es una guayaba. Yo sé algo de guayabos, pero de guayabas mucho: fruta de oro pálido brillante cuando están maduras, y de un verde cálido de luz cuando crecen hacia el amor de los azulejos.

Muerdes una guayaba y se te vine el mundo encima: todo lo que fuiste cuando comías, todo lo que eres cuando no las comes. La guayaba es una infancia de pájaros y ríos (p. 15).

La carta está estructurada en dos partes. En la primera define la guayaba, la fruta de la niñez. Las imágenes sensoriales desbordan el texto, buscan en la memoria los recuerdos; llevan al lector hasta las orillas del río o los campos donde crecen los guayabos. No sabe mucho de árboles pero sí de frutas. Luego, el autor interrumpe el discurso poético que da respuesta a la interrogante para contar.

Habla de Don Antonio Moreno, hombre de haciendas y de hijas; sembrador de café, con un río y una vega. En sus predios, “la quebrada de El Molino, piedras blancas, espuma de neblinas arriba, arenas de todos los colores y una transparencia de cristal de colibríes”, Araujo describe a las hijas del hacendado en un tono poético que rebasa sustancialmente el colorido propio de un relato; imágenes perpetuadas en un poema en prosa.

Tenía cuatro hijas: Angélica, Antonieta, Elba, Hilda, como decir tucusitos. Y tenía tres hijos; Roberto, Telmo, Rafael, como decir muy hombres.

Angélica era un escándalo de mariposas cubriendo la mañana de las aguas. Antonieta era una fiesta de lunares. Elba era dos ojos para nadar en ellos. Hilda era redondita como una píldora de amor (p. 15).

El amor en las misivas de Orlado Araujo no lo define sólo como el sentimiento que une a una pareja. Aparece más bien en sus múltiples facetas. Se ama a un amigo, a una viejita, un animal, el campo donde se vive, se ama la ciudad; por lo tanto, el amor anida en cada una de las sustancias de la creación. El amor representa la hondura de la palabra, el verbo que cristaliza los reencuentros surgidos del corazón mientras se mira la distancia, los dolores de quienes hurgan en la basura buscando un poco de ilusión.

En “Porque hablo mucho de amores preguntas qué es el amor” responde a la concepción que tiene:

El amor es una viejita pobre, calva y solitaria llamada Victoria, tú la has visto registrando los basureros allá cerca del río, para dar de comer a los perros flacos y realengos que recoge en su rancho.

El amor es un amigo que se muere o que se va o que pelea con uno. El amor son las ovejitas de plata del yagrumo cuando la niebla pasea por los Andes, la lluvia cuando penetra el sol, el sol de las mandarinas en la tarde y un caballo blanco en la mañana (p. 19).

El tesoro de Lucía (1987) es un libro que comparte similitudes con Cartas a Sebastián para que no me olvide. Con una estructura parecida, incluso con la presencia de cartas, textos que parten de preguntas elaboradas y poemas, Orlando Araujo construye un universo de amor para su nieta. La poesía y el amor se entrelazan, indivisibles, sellados por la palabra infinita. El sentimiento profundo celebra la existencia, amanece impregnado por la luz del alba; despeja la oscuridad que producen temores y, sobre todo, mece la cuna donde dormita Lucía.

Somos gente de palabra y en la carga afectiva del ser humano ocupa un lugar preponderante el lenguaje.

La canción de cuna, perenne en la tradición oral, es quizás la primera voz que escucha el niño al nacer. Es el primer acercamiento entre la madre y el hijo. De carga amorosa y filial, trasmite al pequeño seguridad y protección pues la voz, canto, arpegio, poema viene de los labios y el corazón amado. Palabras imbuidas en tiernas melodías que adormecen, velan el sueño, pero también comunican y acercan al niño al lenguaje.

Las canciones de cuna están presentes en todas las culturas. Así, se puede afirmar que somos gente de palabra y en la carga afectiva del ser humano ocupa un lugar preponderante el lenguaje. La madre, abuela, nana u otra persona que le cante al niño, le irá introduciendo en el mundo de la lengua. Le señalará objetos, partes del cuerpo, sentimientos. El ritmo, el balanceo y la canción hará que ambos se fusionen en un solo ser. La madre mira a su hijo mientras él dormita, ternura que hace indivisible a ambos. En “El tesoro de Lucía”, Araujo regala una canción de cuna a su nieta. Tierna, amorosa, se desliza en duermevela:

Ya duerme mi niña
ya se puso el sol
el mundo se cierra
como un caracol

Mi niña despierta
con la luz del día
los ojitos tiene
de lago y montaña
y el pelo de seda
de tela de araña.

La canción de cuna es una composición poética que gusta a los niños. Se canta para tranquilizar, para convocar el sueño, para proteger, para calmar. Su ritmo, la riqueza de su contenido y el balance de sus palabras conducen al pequeño por los resquicios del ensueño. Continúa Orlando Araujo contemplando a la nieta:

Araña, araña
uñitas de cuarzo
un dedo en enero
y un dedito en marzo.

Que duerma mi niña
que duerma Lucía
que duerma en la viña
donde nace el día.

Otro texto en que describe el afecto a la nieta y le brinda su amor es “Lucía dormida”. En la misma temática de una canción de cuna. Poema en prosa donde la ternura escala los valores poéticos y sublima la palabra. Duerme la niña, duerme mientras se vela su sueño.

Duerme con una mano abierta como un lirio. Cruza su brazo de sueño sobre el otro y así trenzados son los maderos indefensos del amor. Conozco sus ojos pícaros y grandes. Ahora duermen bajo la piel de párpados venidos de alguna hortaliza de astros amigos que aún no conocemos.

Lucía es tan pequeña como la mano de una ola cuando duerme en la playa y es, así dormida, como una ovejita perdida en el pecho mío.

Lucía es Lucía, no pregunten más (p. 11).

La presencia de de la nieta marca la vida de Orlando Araujo. Cuando resolvió ir a Nicaragua, acercarse a los frentes de batalla que mantenía la Revolución sandinista en su lucha contra los enemigos del pueblo, Araujo rememora en su libro Viaje a Sandino (2010) el amor a su familia que se traduce en amor a la humanidad.

En la “Explicación” que abre los textos aclara cuál fue su intención al viajar a Centroamérica. Así lo expresa:

Este libro no es libro, soy yo en un testimonio de amor buscándose a sí mismo. Podría decir que me jugué la vida, y es verdad que lo hice, pero eso no tiene el valor de los que vi morir con muerte jubilosa, jóvenes que no alcanzaron los treinta años y vivieron más que los teóricos del mal aliento cómodo (p. 7).

Un legado no sólo para el disfrute personal de sus hijos sino que trasciende el ámbito familiar y se instala en el inconsciente colectivo.

Y en medio de la violencia escribe con la ternura del abuelo, del padre, del ser que es capaz de amar a su semejante ante tanta destrucción y muerte. Dice: “Yo no lloro, me resbalan las aguas por los ojos, como una lamparita de mirar por dentro” (p. 92).

En El tesoro de Lucía está publicado el poema “Juega la niña”, un texto poético con una carga política referida a los pueblos nicaragüenses; a quienes dejaron sus tierras para luchar al lado de Sandino. Con un lenguaje sencillo, cercano, propio para ser leído por niños, recorre algunos pasajes referidos a la guerra. La candidez de la infancia y la ternura se mezclan, propician en el poema una mirada más liviana de los horrores del conflicto bélico.

Juega la niña
con un caballo
juega el caballo.
De tanto andar en su mula
Don Julián no caminaba
y por eso se acostaba
en la cama de la mula
Don Julián se fue a la guerra
con su mula y con Sandino
ganó la guerra y se vino
atravesando la sierra
montando siempre en su mula,
su mula de paso fino.

(…)

Juega la niña
con un soldado
juega el soldado
Juega la niña con la guitarra
y en una estrella
canta una cuerda
juega la estrella.

“Lucía en Nicaragua” es otro poema escrito cerca de los frentes de batalla. En este caso, el texto está cargado de nostalgia. Los recuerdos de la nieta son recurrentes. La vida en la montaña de su país natal fluye una mañana en Nicaragua para rememorar el sentimiento filial que le une a su amada nieta. Es un poema cargado de imágenes sugerentes, una canción para celebrar el amor por la pequeña. Escritura que no se doblega a pesar de la distancia y los peligros que representa la guerra para el poeta.

Lucía, Lucía
allá en la montaña
tu noche es mi día
y alumbra la araña
de tu algarabía
tus ojos son lagos
me los bebo a tragos
se quedan por dentro
tu risa es el centro
de la vida mía
Lucía, Lucía
tu vida es el cuento
de la vida mía

En definitiva el trabajo realizado por Orlando Araujo en Cartas a Sebastián para que no me olvide y El tesoro de Lucía, constituye un legado no sólo para el disfrute personal de sus hijos sino que trasciende el ámbito familiar y se instala en el inconsciente colectivo. Para los niños y jóvenes estos libros son referentes inestimables cuyos contenidos amorosos fungen de bálsamo para aliviar los desencuentros de la niñez. Lenguaje diáfano y sencillo que llega al infante y lo envuelve en una atmósfera de alegría, curiosidad y certidumbres.

 

Referencias bibliográficas

  • Antillano, L. (2018). Las alas de la lectura. Caracas: Instituto Autónomo Centro Nacional del Libro.
  • Araujo, O. (1987). El tesoro de Lucía. Caracas: Impresos Rubel.
    (2007). Cartas a Sebastián para que no me olvide. Caracas: Monte Ávila Editores Latinoamericana, C.A.
    (2010). Viaje a Sandino. Caracas: Fundación Editorial el perro y la rana.
  • Mannarino, C. (1995). Orlando Araujo: violencia, nostalgia y bohemia. Mérida: Consejo de Publicaciones de la Universidad de los Andes-Fundación Cultural Barinas.
  • Mantilla Chaparro, G. (2010). Viaje al poema. Mérida: Ediciones Actual.
José Gregorio González Márquez

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