Una hermosa ave volaba hacia las alturas sin mirar atrás. Lo abandonó todo con el propósito de alcanzar esa bola de fuego, esa que tornaba el cielo de espectaculares colores.
Las nubes se hallaban coloreadas de un amarillo con tonos naranja, que agraciaban la esfera celeste con un toque divino, pues parecía el mismísimo lugar donde, según algunos humanos, se admiraban las presuntas puertas del paraíso.
El cisne volaba más y más alto. Sobrepasó las bellas formaciones etéreas, por lo cual ahora se encontraba con un magnífico paisaje iluminado, provocado por los rayos del sol, que lo estaban cegando un poco.
Voló más alto, y cuando pensó que lo estaba logrando notó que la luz empezó a desvanecerse para luego esfumarse por completo.
El hermoso cisne, desilusionado y, además, cansado, decidió volver a tierra.
Se disculparía con sus amigos y después retomaría su costumbre de nadar en el lago, admirando los colores del cielo y esa bola de fuego, a la que jamás alcanzaría.
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