Primer tiempo
Para la preparación del pudín, coloqué en una olla de poca profundidad 1 taza de leche descremada y calenté el líquido a fuego lento, agregué 1 yema de huevo y agité la mezcla con vigor para cocinar la yema, añadí 1 tableta de chocolate de taza La India cortada en trozos pequeños y agité con una paleta de madera para impedir que se quemara o apelmazara la preparación. Al momento de que el chocolate estuvo fundido por completo puse 1 cucharada de ron y 1 cucharadita de esencia de vainilla.
Mezclé 1 cucharada de Maizina Americana en media de leche descremada líquida y añadí a la mezcla anterior, manteniendo todo a fuego lento por dos minutos. No me gusta mucho lo dulce, así que agregué sólo media cucharada de azúcar.
En un envase apto para la refrigeración, vertí una primera capa del pudín y cubrí esa capa con una primera hilera de galletas María que debían estar humedecidas previamente en poca leche. Repetí ese procedimiento hasta que se acabaron los dos paquetes de las galletas y el pudín. Traté de terminar la torta con pudín, es decir, administrar los materiales.
Guardé la marquesa en la nevera durante una hora.
Segundo tiempo
Probé con ansias mi marquesa de chocolate, el pudín estaba perfecto, pero olvidé humedecer las galletas María y la torta quedó muy seca. ¿Cómo resolver ese olvido? Decidí hacer más pudín con la esperanza de que las galletas se suavizaran, pero no tenía más chocolate de taza La India, así que repetí el procedimiento completo de la confección del pudín pero con una tableta grande de chocolate de leche Savoy; no añadí azúcar, pero sí más ron y vainilla.
Cambié toda la preparación a otro envase y agregué el nuevo pudín, de un marrón más claro y menos untuoso que el anterior, el que, adherido absolutamente a las Marías primigenias, no permitió (muy antipáticamente) que borraran su huella, aunque sí tuvo que soportar ser confinado por una oleada de renovadores vigores.
Resultado: una marquesa de chocolate a dos tiempos y a dos tonalidades de marrón, de extraño aspecto, pero de extraordinario e inusual sabor y que remeda a unas segundas nupcias: un dulzor que se enfría en el tiempo y se recompone con uno nuevo o con lo que se tenga.
La clave está en tener ron a la mano y en suficiente cantidad. Siempre.
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