Exilios y otros desarraigos. 22 años de Letralia
Este texto forma parte de la antología publicada por Letralia el 20 de mayo de 2018 con motivo de arribar a sus 22 años.
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Día púrpura (Decisión)
Regresé antes de caminar. Busqué orquídeas en cada semáforo. Suspiré, pues los capullos de mis árboles no habrá quien los riegue.
Volar se torna indispensable. Aunque sólo con el pensamiento, volar se ha vuelto heroico. Y supe que la premura es lo púrpura.
Busqué animarme con descifrar mi historia. Mis antepasados eran intriga y descubrí que mucho más que la Germania amalgama mi niñez. Mi alma estuvo envuelta en destellos e ilusión. Doblé la luz de aquellas fotografías y rememoré a los ángeles quienes me dijeron:
—Nacer cada día es indispensable.
Tal vez volar sí sea la única verdad y arduo un adjetivo común en el idioma de las aceras que lindan nuestros sueños.
Aquella primera mañana de exilio me acompañaba la vaciedad y escuché mi fascinación por la soledad.
Día de mí misma (Ida)
Las alas se fueron tras las nubes y supe que no había retorno.
Las raíces de mis árboles se extraviaron en la acera de un recuerdo.
Escuché un murmullo en el asiento delantero: —No hay sueño, el arpa cesó. No más corazón que asir. No hay vuelta atrás. No más suelo de mosaicos tricolores. No más ni colinas verdes bordeando al valle.
Y le respondí: —Se llama seguir.
Y pensé: —Hasta despedirme de mí misma.
Día de dudas (Vaciedad)
Aquella primera mañana de exilio me acompañaba la vaciedad y escuché mi fascinación por la soledad. No me comprendí en lo absoluto, pues le temo a la orfandad. Sin embargo, me tranquilicé al pensar que alguien allá, a lo lejos, estaba en mi casa para alimentar a los gatos y regar las plantas.
Al servirme la tercera taza de café, escuché mis miedos reflejados en los rostros de mis abuelos retratados a inicios del siglo veinte. Me fui al dormitorio y entre sueños alguien se asomaba y hablaba con mi boca. Sería un guía, un espectro tal vez. Me desperté sobresaltada y me tranquilicé al pensar que el alma la tengo puesta desde antaño, aunque a veces se me escapa al escuchar mis plegarias.
Me angustiaban las dudas: ¿moriré un viernes o un jueves cuando llueva?
Rogué: —Dios, si la soledad es un reto, hazlo suave, llénalo de flores.
Día en vapores (Nostalgia)
Abrí los ojos. Comencé recordando la luz de su rostro, tras el opaco nocturno del granito. Tres horas me pareció que dijo el olivo y once segundos dibujaron una sombra. Recordé que encontrarle fue lámpara y tocarle, la paz del arrullo. ¡Ah! Su piel junto a la mía. Pensé que sabría nombrarle cual recipiente de amadas horas.
Un timbre sonó al fondo del pasillo y quise escuchar sin ansiedad. Pero no era para mi puerta aquella llamada. Me quedé como un violonchelo vaciado de música y sólo atiné a comerme esa fruta con forma de codorniz y color verde azucena.
Deseé vestirme de revés, verme con los párpados hacia dentro, escuchar mis arterias, y quise no darle nada más al mundo. Todas mis preguntas se quedaron atascadas en mandarinas al ver un avión que traspasaba las cortinas lejos, muy lejos.
Deseé que él quisiera retratarme hasta el cansancio en el baño de mi casa, en la lejana colina que mira al Ávila. Y vestirme de revés con los vapores de nubes y verdes azules.
Día incoloro (Recuerdos)
Detrás del vidrio de una ventana traté de escapar de un sonido incoloro atascado en mi nariz. Pero la explosión fue un intento por profanar el suelo. Sonreí al pensar que era un impulso por dejar una huella que recordase el regreso.
Ahora una curva es una existencia que se teje dentro de su cuerpo y de tanto llorar por su indeseada preñez tiene arrugas estampadas en las retinas.
Frente al mediterráneo, el salobre devenir-yendo, hiere la piel y punza al recuerdo. La fiebre me lleva a una floresta de saltos y ríos hasta llevarme a La cueva del tesoro que se presentó frente a mí con murmullos marinos de herencias fenicias.
Traté de sobreponerme. Salté de la cama, pegué fotos en álbumes y también en mis ojos y en mis coyunturas, a la vez que recordé una receta de mamá: agua de limón caliente y miel debajo de la lengua. Y el milagroso ron con canela de la abuela para un pulmón lloroso.
Este vivir en sobresalto quema, y me acurruqué dentro del espejo, como si detrás del reflejo la semilla germinara.
Día de monos (Pesadilla)
Sueño.
Cuatro movimientos deshojaron poros y espumas. Como jugando quebraron el cielo entre sus dedos. Cuatro monos a dos manos destrozaron sus pliegues.
Silenciosos abrazaron rojos sus latitudes. Y en su boca quedó el azul almizcle y una mandarina a gajos.
Ahora una curva es una existencia que se teje dentro de su cuerpo y de tanto llorar por su indeseada preñez tiene arrugas estampadas en las retinas.
Cerrar los ojos basta para dormir de nuevo.
Día oscuramente brillante (Obligaciones)
Reconocí un aroma pausado sobre mis muslos y clamé en llamas por los prismas que se escurrían por las paredes del baño. Lujuria bañada por la luz del sol. La orientación sur en Málaga es un lujo y el calor natural en invierno es antorcha vital.
Pero los gustos son efímeros algunas veces. Ese día comprendí por qué el blanco es absoluto cuando te caes y tiemblan las membranas de tu materia: te vienes con la pupila adentro.
Estaba todo oscuramente brillante y recordé el dulce silencio del amado.
Me repuse lo mejor posible y luego de amarrar todas las albahacas a mis cabellos, salí al trabajo. Caminé tranquila sabiendo que esa calle estaba abierta y comenzaba a ser mía.
Ya no conté los azahares ni hice de los montes una historia.
Día sin lucha (Depresiones)
Amanecí con los ojos hinchados. Pasé la noche en llanto. Vi a través de la ventana a las gaviotas revolotear en las esquinas del cielo.
El espejo ya no delataba mi alma, pues en el otro yo estaba la faz pétrea, sin ojeras y tranquila. En los lunares no reconocí mis sombras, y ya no podía sostener aquel cansancio carmesí. Deseé no querer más lucha ni desear auxilio, sino amanecer en un cuerpo que no sea el mío, ni pesado redondo, sin respuestas. Recuerdo que el espejo esa mañana me aporreó y mi espalda me dio la espalda.
Resistí a verme desde otro ángulo, me opuse toda y con todo.
Hablé con mi café y mis desayunos. Hablé de mí sin mis diarias convicciones. Porque me prendí del arco iris que dejó un gavilán al volar sobre Caracas. Recuerdo que la refracción me buscaba y yo huía por la escalera. Pudo ser mortal verter mis ojos, pues las suelas de mis párpados pesaban hemisferios.
Capeé, puse comas, me negué, me resguardé en mí, hasta que clamé ante mi espejo: —¿Dónde está? ¿Por qué se fue?
Necesito una mentira.
Día de más (Sueño)
En madrugada, cuando el insomnio me abrumaba, vertí el alma en un cuenco sin bordes. No conjeturé directrices y mis recuerdos volaron a las cartas que no guardé en los armarios, donde crecieron mis huesos y continúan los dobladillos de mis ropas que han recogido mugre y sombras. Me arrepentí de regalar libros, de desechar fotografías, discos, notas amarillas y mi infancia.
Ese Atlántico, ya de por medio y antes surcado por abuelos hebreos, luteranos y católicos, me ha visto en regresos. Soy suma de credos.
Mi memoria es Pandora, un recinto sin adjetivo, un ente supremo con voluntad propia. Con el tiempo supe cómo las voces olvidan los nombres y abandonan el hilo conductor perdido más allá del horizonte metálico que se mira desde la ventanilla del avión. Comprendí que asir las nubes no es prescindible y que las respuestas yacen en la palma para devorarnos. Sin hojas va quedando la piel. La cicatriz del sol bajo el párpado dormido, es telón que abre y cierra la presencia de los actores atrapados en un acordeón que rasga tonos y marca silencios. Es posible que las tijeras rompan vientos, exorcicen sombras y calen valles. Atrás quedaron los bailes que me entregaron los sueños. Abrí los ojos como queriendo ver. Esas cortinas abrieron, pero no hay público. No encontré puente o escalón donde correr, sólo el sin fin. No hay letra, no hay tablas. La historia nos atrapa sin preámbulos.
Imaginé sobre mí el dibujo de una línea elástica desde donde mi cuerpo aspiró otro espacio. Un rictus lento donde el beso acaba y empieza, definió el recorrido. Me arropé sin recuerdos sobre mi vientre. Me vacié en aquel sueño.
Soñar es nacer, es volver, es ser.
Día entre libros (Ancestros)
Me han alcanzado mis ancestros hebreos en noches callejeras de Salamanca.
Música de juglares en piedra fría, violín, guitarra y acordeón. Acompasaron la titilante luz del farol arrimado a la poesía musicada de Meskin, simulando huidas. Eran remedo de persecuciones de guerras terribles, en las que las notas de libertad eran prohibidas. Gad, Adina, Asher, Haim, Miron, Varda, Margalit, me solicitaron una traducción simultánea en tierra castellana, de tiempos iniciados de viajes y de reacomodos fuera de un país al que pertenezco y cuya claridad tropical me inunda aun de lejos. Ese Atlántico, ya de por medio y antes surcado por abuelos hebreos, luteranos y católicos, me ha visto en regresos. Soy suma de credos. Este yo omnisciente es bisagra, periódico sin foto, una ilusión bailando a tientas sin tobillos, sumando uno más dos cinco las metáforas vividas. Ellos me escucharon decir, desflorando ventrículos, respirando lejano, cerrando cofres, que soy esa insaciable sed animal de vida, que soy y que no reniego, sino entrego. Vieron mi párpado niña buscando su sombra adulta al preguntar: ¿seré mi propio retrato o el de mi templo soñado?
Al despedirnos, comprendí ese insaciable vacío de morir viviendo.
Al llegar a casa me sentí harta de confesiones tardías perdidas en baúles de libros de ensueños que me dictaban recuerdos. Esos libros sí duermen acompañados y hacen sus vidas abrazados. Y ¿por qué me dijeron “eras”? Y mis oídos gritaron: ¿Por qué? Si aún sigo viva. Me pulsaron escalofríos y sólo deseé que me trajeran flores y un té.
Día entre llantos (Paseo)
Huelo terciopelo lapislázuli sobre los alisios sin vela y sumergí memorias en tazas de café y parisinos hojaldres, medias lunas, néctares y sonrisas amarillas frente al muelle 1. Pensé a Madrid callada, Roma joven, Londres pulcra, Nueva York sin taxis, Miami sin narcos, a Chopin con bata blanca hundido en su “Nocturno Opus 9, no. 1 in b flat Minor”. Bebí hielo con ginebra y limón. El buque bufó cornetas y lanzó fuegos artificiales. Tuve claro que regresar nunca es ni será continuar, a pesar de dibujar las grietas en mi piel llorosa por la punta del lapislázuli de mi anhelo. Viví un dolor agudo, y a pesar de mis ángulos dulces, torrentes y efluvios manaron en mi boca. ¿Vómito náuseas ancestrales? Mis dedos eran alcachofas verdes vivas de historias. Sufrí de escena y me tragué las lágrimas. Deseé salvarme ante mi espejo y no ser peón de mi miedo o de su antorcha.
Llegué a mi guarida y rasgué las ventanas por donde me había escapado. Grité a las nubes por soles perdidos. Clamé por necesarios atajos, mas la luna, ya dueña del día, se hincó como frontal hembra conocedora de manipulaciones. Lejos quedaron el cunaguaro y el laberinto. Después de la rabia quedaron mandarinas secas en mi boca y ningún ángel rosado vino a buscarme. Mientras rumiaba que de azul no se ama, a pesar de beber todos los amarillos, el balcón vecino orquestaba dentro de sus rejas amores escondidos en velas.
Vi cómo esa noche olió despacio, desplegando mariposas en mis venas y mi lengua.
Mi paseo terminó.
Día en silencio (Voces)
Un silencio titánico devora efemérides, es así, de nada vale desconocerlo. Extrañando a mis amados, las voces de mis vecinos en la escalera de afuera resultaron manjares, pausas de granito ámbar. Tal alisios que desfiguran la desidia. Y yo, que juego a seducir mirando al tiempo, advierto al comensal de este cuaderno de notas, que se ensoberbece la noche, mientras los astros masturban el deseo. Las olas límpidas vestirán de satén las almohadas. Y yo bebí café en el bar de la esquina, para ser mi propia amante. Dudé si al comerme una ciruela mi pensamiento se tornaría rojo. Habrá sido jueves en ese entonces, dos de octubre de dos mil, martes en luna a tres cuartos, y las dos eran doce y la noche un caracol. Ese jueves toqué el cielo, ahuyenté las voces. Añoro saber atajar las cicatrices con un beso, lamer el huerto de la vocal, plegarla en una consonante para que tal vez el calendario deje de escurrir espesas memorias. El alma entorpece los muelles de velas sin faro. Ya no pienso más el tiempo y supe que tocar una flor no basta. Cerré la puerta sin susurro o sombra del cerrojo.
Me pregunté si las otras manos se quedarán, si el antebrazo regará los helechos o limpiará la casa; esa de allá, donde las voces hacían fiesta y alboroto y reclamaban espacio. Donde las copas y vasos se alzaban en celebración y la carne sumergida en las brasas se alistaba para ser devorada. Si robasen las rosas de ese jardín nadie podrá verlas. Espanté los temores y supe que tocar las flores no basta, hay que soñarlas, olerlas.
No recuerdo la última vez que trasgredí una rosa, una orquídea, margarita o clavel.
Día de agua (Hedonismo)
Me sumergí en la bañera junto a las sales aromáticas. El hedonismo me arrastró, no lo niego, así como llorar me hace bien.
Me consolé porque Dios siempre acompañará a mi alma transeúnte.
La víspera se aproximó a mi piel engarrotada que buscaba asilo. Bebí agua. Todo era agua. La cerámica no absorbía los quejidos. Y yo, deseé ser reticente de mi propio cuerpo, ser ausente estando. Supe ser mi no, adolecer de mi propio juicio. Imaginé un Orinoco sin fin, un delta sin límites. Y rogué: —Envuélveme en brumas del Salto Ángel. Precipicios de vapores verdes. Jungla por excelencia. Matriz del planeta.
Sobre la mampara jugué con mi duda. ¿A quién buscaba? ¿A quién abrazaba? Dibujé gotas de lluvia con mi mano extraviada. Mis dedos eran acordeones, prismas coloridos, desvanecidos espejos que recogían nieblas, quizás corpóreas.
Me consolé porque Dios siempre acompañará a mi alma transeúnte.
Desde entonces que nadie me pida la sombra de mis lunares, ni la copa que me la bebo toda. Supe que estoy hecha de esquinas.
Aún con el abrigo de toallas, no logré ver. Suspiré por que quedara algún lugar seco donde colocar estas letras. Mis pestañas dibujaban sombras: —¿Qué habrá tras la mesa, bajo el colchón? Entre las sábanas y el horizonte que dibujé, fui la viruta acontecida bajo la acacia y el moriche, un enjambre lleno de azules y palomas de balcón hartas de alpiste soñado. Me envolví en panes de higos, pero no supe cómo verterme en ese espejo, pues ausentes flores se sumergían en savia prematura.
Día de color (Semana Santa)
En miércoles de ceniza el incienso hecho cruz es espejo vertido en recuerdo. La cruz parda de un recuerdo abrió mi propio entendimiento. Luego de aquel rito, jugué de nuevo con mi duda: —¿Qué hice de mí?
Y divagué ausente hasta el bus. Me repetí: —Estando soy yo, mas no ceniza.
Ese miércoles, ya a lo lejos, disparó el fervor citadino entre palmas verdes.
Avanzaron las horas ya en días y en mi cuarto oscurecía cuando la pared de al lado bebió ginebra. Su viernes comenzaba. ¡Ah! Y se alargó hasta La Resurrección, fecha en la que me bañé en incienso y mirra para orar.
Ya eran varias las jornadas y se aproximaba la superluna azul. Ella me animó y me apresuré a arreglarme para salir, pero otra vez el espejo sedujo a la ojera. Mis ventanas quisieron oler los blancos azahares. A lo lejos un perro dictaba un límite y viendo al balcón de la vecina soñé: ¿Cómo vuelco la mirada si atrás no está mi cuerpo? Y no me importó la respuesta.
Busqué la calle y caminé hasta la playa donde mis pasos turquesas se dibujaron, para ver a la luna sujetarse de una estrella y replicarse sobre las olas plateadas.
De un sorbo la noche entera me embriagó.
Confirmé que nadie me instruiría en cómo colorear al aire y logré alcanzar las violetas del desapego.
Me rescaté a mí misma.
Día sin sombra (Liberación)
Hoy, último día de exilio, no tengo sombra, le atravesé un rayo de luz.
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