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Mis …erables …celáneas

martes 31 de mayo de 2016
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Instantánea I – Golosina del tiempo la memoria

Como un colibrí desaparezco bajo el rayo del día y mi corazón late tan fuerte que parece quieto.

Los grandes lagos y Piedra del Águila quedan atrás, pasan como una mano alzada en la estación, una mano que despide a otra, una que no soy yo.

Los cipreses son los primeros en hacerse a la noche y pronto el resto del paisaje tras la ventana se niega en la pupila del mundo.

¿Cómo guardo, dónde (golosina del tiempo la memoria), tu gesto único?

 

Instantánea II – Invisibilidad

Entre los árboles de la plaza camina un fantasma, no es fiero ni aterrador, incluso es posible que esté vivo. Sé que es un fantasma porque nadie lo ve, las mujeres no pretenden eludirlo y los pibes que fuman no lo miden con desconfianza. ¿Por qué puedo verlo?, ¿por qué su saco de hojas, su pantalón de asfalto, su transparencia?

 

Instantánea III – Una mínima curiosidad sobre las ciudades

A veces, su magia se aprecia muy a lo lejos y de espaldas al sol. Por ejemplo, en un vuelo nocturno o trepados a un cerro. Entonces las ciudades se aparecen como puñados de chispas, remolinos incandescentes, constelaciones de vidas. Así es, aunque la gente no brille por su cuenta, sus intenciones y manos accionan el interruptor y racionan la luz en diodos y bombillas. Será que “así en la tierra como el cielo” alumbran y alumbramos manojos de estrellas.

 

Instantánea IV – Bordes

Contrario a los sándwiches, de la tierra y la gente me gustan los bordes. Quizá porque llegados a un borde sólo nos resta mirarnos, porque en esa ruptura nos empezamos una vez más, porque es un-fin-y-un-comienzo, como cada noche, cada encuentro. Necesito esos bordes, no importa cuán abruptos sean, si la orilla de un lago o la felpa de una mejilla, los necesito para no diluirme en la repetición de la vida y la infinitud de lo que ignoro.

Como un colibrí desaparezco bajo el rayo del día y mi corazón late tan fuerte que parece quieto. Como un colibrí naufrago cada tanto en un sueño frío y resucito al alba, la resucito para que despierte y alumbre orillas en las que se encuentre la gente que sabe de bordes y de sándwiches.

 

Instantánea V – Elogio de una hija de los Mares del Plata

Te camino cuanto puedo y alcanza la vida, te camino siempre distinta, distintas vos y yo. Pero no lo digo por eso de Heráclito y el río, no. Lo digo porque te rehacés con los años, te dejás hacer y cada tanto parece que estás en otro lado, que te quedaste en la rambla de mi niñez, en la arena de las suelas de mi padre, en el faro inaccesible. Porque alojás con amor visitas en otoño y luego las echás, a fuerza de granizo y ventoleras, en esos veranos que hacés sin ganas, para zafar.

Hoy saludaste mi día con un silbido, “Quizás” me dio la clave para tocar esta armoniosa mañana en la que tu cielo de altísimas copas se deshace en un confeti de púrpuras y áureas hojas, y la dama inmóvil, verde y mojada, bendice mis pasos con su mirada.

Aquí el hogar está en la nariz, olés a sopa, a churrascos y a tuco, y sé que sos casa, que sos todas las casas de mis hermanos del Plata, y que además rematás el bouquet con un rastro a salitre. Y si estoy de suerte, por ahí me asalta el acorde de un fuelle en la radio y sé que cambiada o no, “no habrá ninguna igual, no habrá ninguna…”

Emilia Vidal
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