Paisaje interior
Llego sola a la estación. El polvo deshace toda esperanza. Es la liquidación de un sueño.
Arriba, unas nubes grises anuncian la proximidad de la lluvia, una lluvia ansiada pero que nunca llega. Me quedo mirando un largo rato aquellas nubes que se mueven empujadas por el viento, el mismo viento que empuja el polvo hasta mis zapatos, que se mete en los ojos y me cubre la piel.
El polvo de la muerte está en todos los caminos de esta tierra seca y vacía.
Pienso que mi vida es un torbellino como esos torbellinos de polvo que giran ante mi vista. No sé por qué he venido aquí. Pude ir a otro lugar menos seco, menos pobre, más civilizado. Pero decidí venir aquí para encontrarme a mí misma en esta polvareda que contiene tanto dolor y tanta injusticia. Estoy aquí para escribir sobre el drama de los otros y escapar del mío propio. Mi vida es tan oscura como la de los habitantes de este lugar. A veces ocurre que me siento en un desierto y no sé cuál camino tomar para salir de él. A veces pienso que he hecho todo y no he hecho nada. Este polvo y el olvido se parecen. Es como un territorio de muertos convertidos en polvo que el viento levanta como una rebelión de las almas. El polvo de la muerte está en todos los caminos de esta tierra seca y vacía. El mundo se cierra y yo camino sola como si estuviera frente a una muralla inexpugnable, sabiendo que del otro lado está la inmensidad del mar que me llama a sus abismos infinitos.
Nocturno
En el centro de una amplia habitación, me siento extraña, rodeada de múltiples espejos: unos inofensivos, otros acechándome como animales salvajes sedientos de venganza. En algunos espejos se perciben miradas de odio, gestos amenazantes; en otros, se refleja la soledad que me rodea y los últimos, no reflejan ninguna imagen, no reflejan nada, son opacos, sin brillo.
Poco a poco se ha ido apagando una luz interior que me hacía vivir con entusiasmo, cada día me siento como un sol apagado que ha ido muriendo cada instante.
No quiero seguir aquí. Me atemorizan los espejos y la turbulencia del silencio que cubre las paredes. Parece que no hay salida posible. Quiero salir y el aire me aprisiona con brazos poderosos. Estoy inmóvil. Hago un gran esfuerzo y consigo mover una sola mano; sigo intentando soltarme y logro mover la otra mano, repitiéndome que estoy viva todavía.
La risa de los espejos no me ayuda a serenarme. Repito el esfuerzo sobrehumano y, al fin, logro mover todo el cuerpo y despertarme.
Salgo de la habitación. Es de noche todavía. Camino y no veo ningún árbol, ninguna casa, solo la inmensa soledad de la llanura. Siento que alguien me ha seguido. Volteo y allí está un anciano, demasiado viejo, doblado por el peso de los años. “¿Quién es usted? ¿De dónde viene?”, le pregunté al desconocido. “No sé quién soy ni sé de dónde vengo. Ya lo he olvidado. Hubo una época lejana en que sonreía feliz con la luz de un nuevo día. Tenía aspiraciones y muchas ilusiones. Perseguía y me enredaba en los hilos de los sueños. Alegrías y dolores dejaron hondas huellas en mi vida. Siempre tuve fuerza y esperanza para salir adelante en todos los momentos difíciles que tuve que enfrentar. Pero poco a poco se ha ido apagando una luz interior que me hacía vivir con entusiasmo, cada día me siento como un sol apagado que ha ido muriendo cada instante. Así también, poco a poco, empezaron a morir las muchas esperanzas que permanecían vigorosas en el fondo de mi espíritu. Una a una se fueron apagando y se hundieron, finalmente, en un mar de pesadumbre y ya no queda ninguna. Todas mis esperanzas se han muerto, por eso estoy aquí, porque hace mucho la espero a usted y como pasaba el tiempo y no llegaba, decidí salir a buscarla porque solo usted conoce el camino de la huida”.
Ante estas palabras del anciano, yo le pregunté con bastante curiosidad: “¿Cuál camino, cuál huida?”. “El camino de la huida de la vida”, contestó el anciano con una voz de terrible cansancio.
En ese momento recordé mi identidad y la inútil pretensión que tuve un instante de rebelarme, de ocultarme para no seguir haciendo el trabajo de la Muerte.
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