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Descendiente de brujo: la mutación

miércoles 24 de agosto de 2016
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Galliforme heredero, el principal, advierte sorprenderte, prefiere amilanarte.
Hechicero, el actor ubicuo, dueño del tiempo, de los sucesos.
Metamorfosis, Kafka lo alzó victorioso, dejó de ser acción, es ejecutor.

El gallo cantó por tercera vez en la cálida campiña huachana,
el niño luchaba por desprenderse de las confortables sábanas,
terribles pesadillas ocuparon su madrugada,
ensueños duraron más de lo esperado, de lo permitido, de lo pactado.

Su madre afuera, desabrigada, ocupada,
la batea remoja ropa ajena, ahogando el sufrimiento, el frío de la mañana.
“¡Mamá, te prometo que mañana sí me despierto más temprano!”,
“mamá, mañana es mañana y el tiempo puede consentir mis desvelos”.

Refugiado detrás de una carretilla, estiraba el cuello en actitud vigilante,
percatándose del camino despejado se aventuró sobre la vía,
inútil estrategia evasiva.

Un brazo lo interceptó, trastabilló, una fuerza mayor lo arrastró,
un puntapié a la altura del abdomen y un puño aterrizando en su rostro.
Risas triunfantes se alejaban mientras el martirizado examinaba las cicatrices,
los moretones recientes, la zozobra sembrada, el consuelo insuficiente.
Medidas de solución: ¿arrojo?, ¿afrenta?, eso sólo en leyendas.

Con marcha lenta y en medio de lamentos, el dolor escoltó peregrinante,
frustrante ojeriza lo consumía, un hálito de calor invadía su frente,
golpeó cada trebejo cercano, los culpaba, se culpaba.
Exhausto, reparó en la revuelta, producto de la estrepitosa pataleta,
una caja de zapatos entreabierta sedujo su curiosidad.

Fotos en blanco y negro, su abuelo más joven: ¡José Yancunta jubiloso!,
recóndito, un atado de folios polvorientos: ¡un manual de entrenamiento!
Ensimismado en el descubrimiento, la fatiga invadió su consciencia.

La utopía y sus preciados anhelos convergieron en onírica actividad,
un espejo frente a él lo proyectaba: ¡su ideal tenía alas!, su piel mutaba,
la ilusión transformada en delirio: ¡patas sustituyendo sus piernas!,
la estampa configuraba un gallinazo, resplandecientes iris rojizos.
Alzó vuelo, maravillado con la capacidad omnipresente del ascenso,
gozaba del planeo, atravesaría el cielo, sería el rey del elíseo,
el placer de la potencia coincidía con el fuego interior de la venganza.

Lo paralizó una inquietante voz, resonó con saña,
un cuarentón enardecido haló extremidades y cabellos de un conocido infante,
reducido, amedrentado, suplicaba cese la infame palizada,
injusticia y maltrato recrudeció el ardor interno: picoteó, azotó al adulto perverso;
el auxiliado lo inspeccionó, halló en la rojiza mirada, a su víctima anterior,
el descendiente de hechicero propaló un chillido, conquistando a su verdugo.
El eco despabiló sus ensueños, tosió, expectoró la obstrucción:
una nívea pluma.

Una sensación semejante al valor lo acompañó, reemplazó al dolor.
Disfrutó del abrazo de su madre, la cercanía a su pecho,
ella temía las consecuencias de su genética.

El recuerdo de su antecesor, sus hazañas, su tradicional camuflaje corporal,
la fecha de su defunción coincidente con el décimo tercer aniversario natalicio del primer sucesor varón:
el galliforme descendiente.

“Aún queda mucho por volar, mamá”.
“Aún distante está la fecha de mi muerte”.
“Mañana es mañana, el tiempo consentirá mis mutaciones, mis desvelos”.

Rosa Via Bazalar
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