He muerto. He olvidado a los que gimen,
pero sé que este vil remordimiento
es un crimen que sumo al otro crimen
y que a los dos ha de arrastrar el viento
del tiempo, que es más largo que el pecado
y que la contrición…
J. L. Borges
Tenía una misión: salvar almas. Ya era bastante con el sufrimiento que significa vivir en este valle de lágrimas, para que al final éstas penaran eternamente por el Infierno.
Ustedes saben lo astuto que es Luzbel. Penetra en los cuerpos, y allí adentro comienza a carcomer el espíritu. Tiene como objetivo ganar voluntades para su causa. Desea un territorio lleno de seres a los cuales atormentar. Se cuela sigiloso, escondido en la cara de una mujer bonita, de un joven apuesto, o en la aparente debilidad de un anciano.
Cristo exorciza los demonios con las palabras y su poder divino. Nosotros, simples mortales, requerimos de herramientas menos compasivas.
Desde el interior de los seres, trata de confundir a los mortales. Llena los espacios de la mente para que ésta sea dominada por el pecado. El Diablo es poderoso por el lenguaje. Con habilidad construye argumentos, intenta demostrar que Dios es un invento humano erigido para evitar que los hombres sean felices en la tierra y puedan ser dominados por obispos y reyes. En eso reside su encanto. El espejismo de los placeres es un señuelo fácil ante las penurias de la existencia.
Lo trascendente es el espíritu. El cuerpo no importa, lo terrenal es baladí. No hay goce que se pueda comparar con la gloria eterna. Los dolores de este mundo son un leve escozor frente a los tormentos del Hades. Vivimos una prueba; quien logre soportar sus penas sin perder la fe habrá hecho méritos para el mayor premio que pueda pretender cualquier humano: la visión del Altísimo.
Al tribunal del Santo Oficio de la Inquisición lo concebí como la mejor manera de servirle. Si el demonio quería las almas, las recuperaba para el Espíritu Santo. Pero el maligno es astuto. Sus partidarios al colarse en un cuerpo destilan argucias para desorientar nuestras pesquisas. La inteligencia en las respuestas de los herejes es prueba de que allí moran los malos espíritus. Sus arrepentimientos, simples tretas para liberarse y seguir atrayendo inocentes para la causa de Belcebú.
Cristo exorciza los demonios con las palabras y su poder divino. Nosotros, simples mortales, requerimos de herramientas menos compasivas: el fuego, las cuerdas, el hierro y el ingenio que desde tiempos inmemoriales el hombre ha inventado para causar sufrimiento. Soportar el dolor era otra prueba de que ese cuerpo era habitado por alguna de las bestias infernales. Nadie resiste el potro, la pera o la silla de tormentos, a no ser que en él resida una criatura oscura. Cuando los demonios abandonaban el cuerpo del hereje nos compadecíamos. Lo relajábamos al brazo secular, quienes le ofrecían una purificadora muerte en la hoguera. Si antes confesaba, su alma se habría salvado y su fin era más piadoso.
Mi vida la consagré a la adoración de Dios y amar a la humanidad, tal como lo dicta el mandamiento. Los Autos de Fe se realizaron para la gloria del Creador. ¿Qué valen unos pocos cuerpos, si a cambio salvamos miles de almas que hoy se deleitan en la contemplación del Rostro Divino?
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El verdugo interpretó el silencio como el final del discurso y de seguidas comenzó a encender las leñas que se encontraban a los pies del inquisidor.
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