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Viento frío y caliente

jueves 28 de marzo de 2019
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Fue el viento frío y caliente lo que lo mareó. Era abril. El otoño se había empezado a instalar en Buenos Aires, pero en San Juan todavía persistía el calor del verano. Por eso el viento lo mareaba. Era frío y caliente al mismo tiempo, como dos cachetadas seguidas.

Ella escribía todos los días, pero ella ya estaba instalada en junio, en pleno invierno, en algún lugar del sur. Escondida entre árboles altos y montañas. Lo único que le recordaba a casa era el olor a leña y las tazas que había en el estante de la cocina; todas distintas.

Un cuento que jugara con los relojes y el viento, que fuera capaz de convertir ese viento irrespetuoso en algo tangible.

Ella le mandaba sus cuentos porque la ficción era el único lenguaje que conocía. Sólo sabía hablar con historias, mundos en donde todo era al revés, caías por la madriguera y ya nada tenía sentido. Como cuando sopla el viento en San Juan y te da vuelta las ideas.

A él, esa mañana de abril, se le volaron las ideas y comenzó a escribir. Eligió un puñado de palabras de todos esos cuentos que había leído y se dedicó a insultar al viento. Guardó todas las palabras en un sobre y se las envío a ella a un abril en Buenos Aires. Pero ella estaba muy ocupada en su invierno, escondida en una cabaña de madera y hojas secas. Estaba determinada a escribir una novela con las cuatro estaciones. Todo un año resumido en palabras, en personajes, personajes que le cambiarían la vida. Por eso se había encerrado junto a invierno. Necesitaba conocerlo, abrazarlo, para luego poder pintarlo en hojas y hojas de tinta.

Él mientras tanto seguía nadando en el aire frío y caliente de abril. No recibía ninguna respuesta de ella. Así que decidió escribirle de nuevo y le pidió que usara las palabras que le había enviado, en el anterior sobre, para escribir un cuento, uno de esos que ella escribía todo el tiempo. Un cuento que jugara con los relojes y el viento, que fuera capaz de convertir ese viento irrespetuoso en algo tangible.

Pero otra vez el mensaje se perdió en un mayo de Buenos Aires. Mientras, ella terminaba de despedirse de invierno en un agosto seco en la cabaña. Cuando en San Juan recién comenzaba junio y el viento ya cruzaba la cordillera, ella regresó a Buenos Aires a un septiembre que alargaba los días. Se sentó en un balcón con vistas a los edificios de la ciudad y empezó a escribir sobre el aroma de las flores, pero le era imposible olerlo. Extrañaba a invierno, la pequeña cabaña en el bosque y el ruido que hacían los árboles al respirar.

Decidió salir del departamento y en ese momento encontró los sobres que la esperaban desde abril. Abrió el primero y se encontró con polvo y telarañas, lo que pasa cuando las palabras pasan de moda. El segundo también estaba vacío de palabras, pero contenía algo más. En cuanto abrió la pequeña solapa sintió cómo un viento frío y caliente le cerraba los ojos y le daba vuelta las ideas.

En ese preciso momento tomó la decisión de abandonar ese septiembre de primavera en Buenos Aires para volver al sur y vivir un junio eterno junto a invierno.

Al viento seco de San Juan lo volvió a guardar en el sobre y se lo llevó con ella. Para cuando le faltara un poco de inspiración sólo necesitaba abrir apenas el sobre y un soplo de aire le haría cerrar los ojos y le daría vuelta las ideas. Se marearía un poco, pero en seguida las palabras volverían a ella.

María Catalina Jiménez
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