El día se halla teñido de gris por las nubes que lo pintan todo de manera sombría.
Estás en el consultorio de la loquera. Ambas se observan, se amenazan con la mirada. Te aplica la psicología inversa. Has caído en su juego.
—Aunque no lo quieras, él es el jefe.
Das un golpe en el escritorio que las separa y escupes un no.
Vuelves a casa con un mal sabor en la boca. Te encierras en tu cuarto y escribes. Maldices a la loquera. Te convences de que está equivocada. Él no es el jefe, no…
Ocurre otra pelea con ese hombre, ebrio te lanzó los huesos de un pollo. Te encerraste. Escribiste.
La semana siguiente observarás que la gente se transforma gradualmente. Las mujeres tendrán largas colas, bigotes, orejas redondas. A los hombres les saldrá melena.
Y escribes.
Pronto será tu cita con la loquera. Te han salido manchas oscuras en la piel, nadie las tiene. Anotas eso.
Llega el día. Tu madre te despierta. Te mira con sus ojos amarillos. Ves los dientes grandes, las garras felinas, la nariz rosa, los labios pintados. Te admiras en el espejo del baño. Contemplas las manchas, la mirada café, las orejas puntiagudas, la nariz redonda y negra…
***
El día se halla teñido de gris por las nubes que lo pintan todo de manera sombría.
Ambas se observan, se amenazan con la mirada. Has caído en su juego.
Das un golpe en el escritorio que las separa y escupes un no.
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