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Gurú en Tánger

martes 28 de abril de 2020
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Durante algún tiempo fui gurú, coach, autoayudador de cámara, tarotista, la Biblia en verso… el caso era no dar ni golpe y vivir del cuento. ¿Por qué ponéis esas caras de monjas violadas? Nací en Buenos Aires… la única ciudad del mundo que tiene más profesores que alumnos. Los conflictos entre nosotros surgen cuando se nos agotan los clientes. Cuando ya no quedan primos. Le decía a la gente lo que quería oír, cualquier cosa y me adoraban. Era una mezcla de Osho, Paulo Coelho y Nippur de Lagash.

En estando en la cautivadora ciudad de Tánger viví mi momento de gloria. Di una serie de cursos sobre técnicas de autobienestar basadas en la psicología tántrica del amor transpersonal. No tengo la menor idea de lo que significa todo eso pero caló muy hondo. Llenazo. Quedó mucha gente afuera. El curso costaba un dinero absolutamente disparatado, pero daba igual.

Todos pijos forraos, gente interesada en lo alternativo, en la magia del mensaje, la poesía de la inacción, la ataraxia estival, la comida sin átomos, cualquier cosa.

Llegué al aeropuerto de Tánger y ya me esperaba un comité de recepción compuesto por infartantes modelos, artistas locales, entrenadores personales y modistos obsoletos. Hasta milongueros había.

Entré como en trance musitando palabras incomprensibles sobre todo para mí. La gente hizo un silencio de templo. Así los mantuve unos cuarenta minutos.

Me llevaron de fiesta todo el día y, al caer la noche, la luna llena rielaba sobre el mar de manera totalmente embriagadora. Reuní a la tropa en una finca con jardines que daban directamente al mar. La visión de la luna sobre las aguas era magnífica, propia de las Mil y una noches.

Me vestí con una túnica de color azafrán y me calcé unas sandalias que había comprado en San Telmo por cuatro pesos. A esas alturas de la noche estaba muy borracho, pero aún contaba con un gramo de control sobre lo que hacía. Quise poner a prueba a mis fieles.

Entré como en trance musitando palabras incomprensibles sobre todo para mí. La gente hizo un silencio de templo. Así los mantuve unos cuarenta minutos. Cuando me cansé, empecé a correr hacia los acantilados como si llevara el diablo dentro. Todos detrás mío en fila india. Fui de una punta a la otra de la finca cansando al personal. Estaba en plena forma y podía correr durante horas.

Cuando la luna comenzó a meterse en el mar, busqué un punto elevado desde el que poder dirigirme a mis fieles. Y rompí finalmente mi voto de silencio…

—Tengo la íntima convicción… —dije con voz profunda, los ojos entrecerrados y calculada lentitud dramática.

—¿Qué Maestro? ¿Qué tenéis que decirnos…?                            

Dejé pasar dos minutos más y alcé los brazos en dirección a Ganímedes, a ver si venían a por mí. Notaba cómo latían sus corazones esperando la luz, la vida de mis labios. Iluminación.

—En estos precisos instantes… mientras la luna muere en el mar ante nuestros ojos… justo a esta hora, en esta hora cargada de turbios presagios…

—¡Hablad…! ¡Hablad, Maestro…!

—A muchas jornadas de distancia por la mar océana… allí donde da la vuelta el aire… R., mi novia, mi adorada belleza inmortal, mi arma personalizada de placer sexual masivo… ¡¡¡ME ESTÁ PONIENDO LOS CUERNOS!!!

Martín Rasskin
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