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Amor de pareja

jueves 24 de septiembre de 2020
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—¿Qué te parece si hacemos un trío? —escuchar esto después de un día común de trabajo aburrido, rutina de ejercicio, conducir en tediosos embotellamientos, rotondas atestadas de conductores cansados, agresivos, histéricos, de San José subir hasta San Pedro, llegar a la casa, sacar al perro, abrir unas cervezas, maldecir al idiota de mi jefe, acostarme junto a Jorge que probablemente tuvo un mejor día que yo; me hizo la propuesta de viernes que no podía faltar y las palabras eran justo las que no esperaba. No sabía qué responder, después de todo lo que nos había costado recobrar la confianza…

—¿Vos querés hacer uno…? —se me ocurrió responderle sin mucho entusiasmo; estaba cansado: el gimnasio, las birras, fumar, el exceso de trabajo… todo me estaba matando y encima mi “Coso” quería coger conmigo y otro mae: ¿estoy llegando a ese punto en el que sólo me gustaría estar con mi pareja en la casa? Jorge me abrazó y me tomó contra su pecho como solía hacerlo y simplemente me besó, me vio y me dijo:

—No quiero hacer un trío, quiero que hagamos uno: vos, yo, alguien que escojamos. Sólo te estoy proponiendo una idea, para hacer algo diferente hoy. Es viernes: hace tiempo que estamos un poquito apagados en la cama…

Me besó como cuando empezamos, o la sensación del momento me recordó los tiempos pasados, los más alegres.

—Bueno, Coso… dijimos hace tiempo que las ideas nuevas las teníamos que conversar. Podríamos ir juntos al sauna y ver a alguien que nos mueva a los dos… —quise darle a entender que estaba dispuesto a probar cosas nuevas, a recuperar la magia antes de dar el gran paso…

No quería admitirlo porque eso habría afectado el ecosistema gay que habíamos creado juntos; sin embargo, yo sabía que nuestro vínculo se había enfriado lo suficiente como para parecer un par de amigos maravillosamente compenetrados en la rutina. Rubén había sido mi compañero más duradero en muchos años, sin embargo, se nos venía acabando la magia… ¿o a mí se me enfrió sin siquiera contar con lo que esperaba mi “Coso” para el futuro? Él quería un futuro, mientras que yo quería saborear su cuerpo todas las veces que se pudiera y prolongar así quizás el tiempo, un tiempo que iba siendo cada vez menos frecuente por nuestras agendas, sus ganas, las mías, la imposibilidad de irme a escondidas de Rubén porque me hizo prometerle que no usaría Grindr ni ningún otro moridero de playos como él lo bautizó; sin embargo, siempre hay una excusa para aplazar el sexo: el cansancio por su trabajo, por el ejercicio, la limpieza, el perro, excusas y más excusas que me hacen sentir como el malvado por desear atención, cariño, cuando realmente no soy un insensible que dejó de sentir amor… no he dejado de sentirlo aún…

—Pero antes del trío, hagamos el amor como nunca… —Jorge siempre había sabido cómo tomarme de la cintura con la suficiente fuerza para asirme contra su cuerpo, a pesar de ser un poco más bajo que yo, todo para hacerme sentir el calor de su torso junto al mío, ese calor que me hacía sudar como loco y que a él lo ponía eufórico lamer mientras me hacía cosquillas. No podía resistirme y el cansancio se me olvidaba por ratos. Me besó como cuando empezamos, o la sensación del momento me recordó los tiempos pasados, los más alegres, antes de descubrir que Jorge se metía en Grindr y me daba vuelta con varios: la pasión con que me tomaba en sus brazos, la locura con la que me besaba y recorría mis pectorales, mis muslos, cómo me besaba la pelvis…

El país entraba en una etapa en la que sólo imaginé estar si hubiera nacido en un continente distinto: nos aprobaron el matrimonio y creo que mi deseo de formalizar lo nuestro me llevó a pensar que Jorge podría querer lo mismo. Ya habíamos superado la desconfianza, ya habíamos pasado la etapa en la que me inquietaba verlo frente al celular. Por eso llegué a creer que el ansiado día por fin llegaría, que la fecha que aún se encontraba sin pactar se manifestaría de alguna manera, pero todavía no ocurría: el día en el que Jorge y yo nos daríamos el “sí” ante el notario y estaríamos juntos de una manera similar a lo que yo, junto con Jorge, abrazados en la cama, observaba en las películas los domingos.

Ese día indeterminado aún se encontraba en el plano de las ideas; mientras tanto, en el orgasmo, se me salió inconscientemente el anhelado “sí, sí, SÍ” similar al que me imaginaba darle a mi Coso: me vine mientras Jorge arremetía con todo y fue una de las noches más deliciosas de los últimos tiempos…

Por fin rompimos la rutina de no sé cuántos meses de no sentirnos, de no disfrutarnos el uno al otro. No sé si Rubén se dio cuenta al momento del clímax, ese instante en el que su piel y la mía se juntaron de nuevo para ser lo que solíamos compartir al principio, pero habíamos llegado al punto en el que el amor de pareja se estaba transformando en algo más parecido a la relación que tenés con la persona con la que compartís un apartamento y los gastos comunes de la convivencia. Ahora que lo pienso, es probable que Rubén haya llegado a la determinación de que nos casáramos cuando aprueben la ley con la intención de revivir algo de lo que se nos había perdido en los años que compartimos, o tal vez como una forma de que no lo vaya a dejar tirado por irme con alguien más: el perro y la casa ya tienen cuatro años, supongo que se han ido sumando a nosotros también. ¿De dónde sacaría a alguien más? Tengo suficiente con Rubén como para ponerme a pensar en salir con alguien más. Hay una casa en común, nos amamos, la pasamos bien. No es que no me sienta de la misma forma que Ru; tal vez me fui quedando atrapado en la fiesta que vivimos en los primeros años y que

Para desgracia de los que nos consideramos enamorados perdidos, la ficción nos llega a mentir de manera descarada y sin ningún reparo: ¿existe realmente el final feliz para una pareja; vivir todo esto es el mejor término que todos esperan, a lo que nosotros mismos esperábamos hace cuatro años? Ahora que me logro bañar y acomodar un poco mis ideas, luego de haber saboreado a mi Coso dentro de mí, me doy cuenta de que la pasión no se transforma, sino se enfría; los cuatro años de convivencia que llevamos, la casa que compramos juntos, los carros, las tareas del hogar, el perro, las manualidades que empezamos a hacer para decorar la casa: nos habíamos vuelto un par de señores en plenos treinta y nos manteníamos unidos por las deudas en común. Ahora le sumábamos a la ecuación tener que trabajar desde casa y convivir más que en las noches cuando compartíamos la cama, las ganas de quitarnos el estrés con el cuerpo del otro y darnos un beso de buenas noches.

Rubén me llegó a parecer más un compañero de casa que aquel amante fogoso y apasionado del que me había enamorado.

Nunca le reclamé a Jorge de manera directa el hecho de que ya no hacíamos el amor tan seguido, a pesar de que tuve que someterme a varias dietas y ejercicio continuo para sentir que estaba a la altura de su físico, ni mucho menos el hecho de saber que me había sido con gente que encontraba en sus redes sociales; yo no era ingenuo ni nada parecido, sino que siempre había visto a mi madre decir que papi iba a cambiar, que iba a cambiar y desde luego cambió: se fue con una de sus amantes, tuvo otros hijos —unos que no fueran como yo, según entendí— y lo único que recibió mi madre fueron los papeles del divorcio y una pensión de hambre para mantenerme… A veces creo que imito a mi madre sin quererlo porque me da miedo que un día Jorge me deje aquí solo con este montón de tiliches y deudas que acumulamos, como amontonamos la cantidad de reclamos que jamás nos hemos dicho y que me ha costado tanto tragarme. Quizás me aterra verme aquí junto al perro, en un par de años, nada más que revisando los estados y perfiles de Jorge en busca de evidencias de una posible aventura nueva… ¿Es muy probable que, al igual que mi madre, yo tampoco aprendí a estar solo?

Luego de los años juntos en la misma casa comprada con el esfuerzo de ambos en un bello residencial, apartado casi por completo del bullicio de la capital, los saunas y discotecas, mis viejos hábitats, a veces he llegado a considerarla una hermosa cárcel que ambos diseñamos para mantenernos controlados, a la vista, sin que nada se nos escape; Rubén me llegó a parecer más un compañero de casa que aquel amante fogoso y apasionado del que me había enamorado —adoraba sentir su miembro entre mis piernas, su barba abundante cuando rozaba mis muslos, mi ano— nada más para llegar a encontrarme (cuando ambos salíamos de nuestros trabajos y llegábamos a casa) a una especie de “ama de casa” que me decía: hagamos la cena, lavemos los platos, ¿hay ropa para lavar?, ¿ya sacaste a Tobby?, llevá bolsitas para las cacas, hay que pagar la luz, el internet, el agua, los impuestos, ¿vemos una película?…

Esas películas que le había dado por ver en el último tiempo, las series con algún personaje homosexual forzado a calzar dentro de la trama, donde de la nada —sin siquiera una construcción de personaje creíble— se daba una boda gay en algún país que desde luego no es el nuestro, y para colmo de males a Rubén le encantaban las escenas donde se daba a entender el “felices para siempre” (la noción de “siempre” de él y yo no había sido la misma nunca: el tiempo, nuestra cadena con la relatividad y lo que cada uno creía que iba sucediendo en la etapa en la que nos encontrábamos, siempre fue una percepción distinta en los dos). Una noche de domingo empezó una conversación que me confirmó lo que yo temía… Rubén quería algo más de lo que ya teníamos:

—¿No te parece que ya podríamos ir pensando en formalizar, en casarnos, en ir al siguiente paso? —al terminar la pregunta, vio mi expresión atónita; yo estaba perdido en esa pregunta con unos ojos redondos y abiertos… me quedé muerto ante esa pregunta, como si fuera a elegir entre la vida y la muerte, ¿qué estaba eligiendo?, no sabía qué responder y él se dio cuenta de inmediato… ¿el siguiente paso? ¿Es que acaso podía haber otro paso que ya no hubiéramos dado…? Rubén se impacientaba: esperaba una respuesta que yo no iba a darle…

Me esperaba cualquier cosa de Jorge, sinceramente: desde sus infidelidades, las mentiras tontas para taparlas, hasta cierta apatía que él mostraba ante lo que él entendía como compromiso, ¿había algo más comprometedor que lo que ya existía en nuestras vidas? Primero las salidas en donde se escabullía con la excusa de ir con amigos a bares, mientras yo formulaba mi tesis; luego las notificaciones, los mensajes, las fotos en su Instagram, hasta que por fin logré encontrarle la aplicación Grindr instalada y escondida en lo más recóndito de su celular (usé a un amigo para descubrirlo). Cuando por fin pensé que todo se iba a acabar, Jorge me propuso matrimonio, una idea que quedó rondando desde hace dos años en el aire de esta bella jaula que nos complace seguir embelleciendo, entre otros miles de detalles sin importancia que van minando la ilusión que te has construido con los años. Decidí perdonar y continuar porque los celos y la infidelidad no eran tan importantes como sí significaba para mí el arrepentimiento… Me vestí y le pedí que se alistara también para que fuéramos al sauna:

—Movete, guapo, tal vez haya alguien sexy que nos quiera acompañar esta noche… —le dije mientras le tiraba una camiseta y un short que me gustaba cómo lucía puesto en Jorge; no lo pensé mucho, entré en el juego.

—Ya estaba por decirte que estabas durando mucho en el baño. Voy a enjuagarme. Vayamos en tu carro.

—Bueno…

¿Y si a Jorge le gustaba más estar entre invitados a nuestra cama que conmigo?

Creo que la parte más tediosa de abrir una relación y dejar de decirnos mentiras, o de que al menos uno de los dos pare de hacerlo, tiene que ver con el hecho de que tarde o temprano la verdad aflora y es dolorosa para una de las partes: ¿es natural para uno de los dos querer continuar con el mismo esquema de vida después de haberse dado cuenta de que su pareja se ha divertido con otros en aventuras con desconocidos? En mi caso, yo era el de las aventuras y Rubén simplemente se dio cuenta, lloró como una Magdalena por días, hizo sus maletas y cuando por fin me iba a abandonar le pedí que se quedara, que nos casaríamos, que haríamos terapia. Por lo menos esta decisión me dio algo de tiempo.

Ru siempre ha sido el lado cuerdo de mi vida, esa voz de la razón: no nos metamos nada en una disco, no tomemos de más, no, no, mejor no… Vayamos a volcanes, a playas, al cine, a ríos, a montañas, a bosques, a cualquier lugar donde podamos estar juntos o solos… Las fotos, los besos, el estar desnudos donde nadie nos vea y donde pudiéramos tener sexo en contacto con la naturaleza; lo último siempre ha sido cosecha mía. Mi Coso a veces podía ser un poco aburrido y le faltaba que le agregara algo de peligro y emoción a nuestras salidas. Por eso en algún punto, cuando pasaron los reclamos por la infidelidad, las terapias, la propuesta de matrimonio mil veces aplazada (hasta que los magistrados de la Sala Constitucional dieron el ultimátum de que habría matrimonios sí o sí); el tiempo que yo mismo me compré me empezaba a jugar en contra; no obstante, eso no quiere decir que en el camino Ru y yo no podríamos divertirnos con otros maes. Me terminé de bañar, me alisté, me monté al carro, besé a Rubén y bajamos del condominio a San José…

No estaba seguro de lo que estábamos haciendo. A la mitad del camino hacia el sauna llegué a la conclusión de que me equivoqué. Debí dejar a Jorge hace tiempo, pero me encantan sus loqueras, que hagamos muchas cosas juntos y ahora invitar a personas que nos gusten a ambos, sin celos, sin estrés… pensé en todo lo que habíamos construido juntos y creo que está bien tener dudas, pero ya no sé si hacemos lo correcto. Fuimos un poco callados durante el camino. ¿Y si a Jorge le gustaba más estar entre invitados a nuestra cama que conmigo? Llegamos al sauna.

—Sólo quiero que nos relajemos, que tomemos unas cervezas, si aparece alguien, todo bien; si no, nada pasa. ¿de acuerdo? —me dijo Jorge y me besó en el cuello.

—Vos sos el que manda…

—¡Ja ja ja! No, guapo, aquí y en la casa mandamos los dos… —me respondió.

Sus palabras me hacían sentir bien, seguro de que mi parte en la relación le importa: lo más triste de la infidelidad se encuentra al darte cuenta de que te cambiaron por alguien mucho más feo de lo que te considerabas en otra época. Amaba a Jorge, eso es seguro y lo hacía lo suficiente como para meter a alguien por un rato en nuestro ecosistema sólo para divertirnos, o complacerlo a él. Yo mismo ya no sé. Me siento probablemente en la misma manera en la que mi madre entendía el amor de pareja: dar, dar, aceptar, tolerar, la situación va a cambiar, él va a cambiar…

Viernes nudista. Entramos al local y al desvestirnos noté a un moreno alto, una especie de oso un poco musculoso, con pancita, barba, una mirada penetrante, tenía bonitas piernas y un culo bastante rico, velludo; por alguna razón, Ru lo vio al mismo tiempo que yo y por su mirada siguiéndolo mientras se perdía detrás de las columnas que llevan al área de bar, piscina, jacuzzi y por ende al sauna, comprendí que este muchacho probablemente sería nuestro juguete hoy. Nos sonreímos con esa complicidad que ambos encontramos después de que los reclamos y celos terminaron; cualquiera lo llamaría cinismo de mi parte, cualquiera me diría que forcé a mi pareja a querer caminar en el mundo que yo decidí que seguiríamos juntos, pero hubo entre ambos una forma de pasar una noche divertida. Alcanzamos al moreno y pudimos ver que se había metido en el cuarto de fumado del local. Lo vimos sentado en una de las sillas, al lado de una mesa con un cenicero y una cerveza. Él nos vio a ambos, principalmente a mí, y nos dirigió la palabra:

—Disculpen, ¿tienen fuego? Mi encendedor se mojó… —era obvio que él pudo haber prendido su cigarrillo sin problemas, pero por alguna razón nos sonrió a ambos. Es difícil comprender si las demás personas ven que uno demuestra interés junto con su novio por otras personas; se puede creer en las casualidades, pero este muchacho estaba en el momento indicado, en el sitio adecuado, para demostrarle a Ru que podíamos divertirnos con él y seguir en nuestro ecosistema sin cambiar nada más que el decorado y el chico al que invitáramos a jugar con nosotros…

—Claro que sí, tomá… —Rubén se me adelantó. Me vio con cara de que lo aprobaba.

—¿Cómo te llamás? —se me ocurrió preguntarle.

¿Qué es el amor de pareja sino una droga que te da placer y te va matando al mismo tiempo?

—Me llamo Roy, ¿y ustedes? —él nos sonrió y algo parecía iluminarle la cara. Probablemente sería una experiencia genial, pero ¿cómo empezar a atraerlo a nuestra pequeña telaraña? Creo que no hay una receta de lo que pueda funcionar o no en las relaciones abiertas…

—Él es Rubén y yo soy Jorge… —respondí; tanto Ru como yo parecíamos encantados con el muchacho, o eso me dio a entender mi Coso, que fue por unas cervezas (la señal para empezar a atraer al moreno de mirada seductora). Sólo que quien sería seducido se hallaba frente a mí y pronto entre Rubén y yo, sintiendo cómo nos daba placer.

La señal para Jorge era bastante fácil: yo iba por cervezas, él se quedaría platicando un rato con el desconocido sobre que somos una pareja abierta o yo qué sé; nunca le he preguntado cómo los invita o los convence de compartir con nosotros la cama. Yo no soy muy diestro en eso. Cuando alguien me gusta para ambos, dejo que Jorge se haga cargo y yo me voy integrando poco a poco. Quisiera creer que esto va a durar sólo una temporada nada más. Que en verdad esta no es la versión del amor que quiero vivir con Jorge. Pero mientras tanto mi Coso no se aburra de los invitados, será algo que yo puedo tolerar: el amor nos lleva a adorar a las personas que precisamente sentimos que juegan con nuestros corazones sin ningún remordimiento, salvo el de haberte mentido descaradamente… Tal vez este muchacho tenga la respuesta en sus ojos, que brillan como si nunca hubiera sentido la traición del hombre que consideró el amor de su vida… ¿Qué es el amor de pareja sino una droga que te da placer y te va matando al mismo tiempo? Sólo existe una forma de averiguarlo, por lo menos para mí y Jorge: encontrarnos en otros que nos den la respuesta y de paso la pasión que se nos había ido apagando. No lo sé, pero al volver a entrar en el cuarto de fumado me senté en medio del muchacho y mi Coso: ese moreno que a ambos nos había encantado me rozó la pierna con la suya y me vio con una expresión similar a la de Jorge y entendí en el juego de miradas que ambos le apetecíamos. Una sonrisa se dibujó en mi cara y tomé la mano de mi Coso…

Ronald Hernández Campos
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