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Microcuentos de Ricardo Jesús Mejías Hernández

sábado 5 de junio de 2021
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Participando desde su cuenta en Twitter @ricarmeji, el venezolano Ricardo Jesús Mejías Hernández obtuvo el tercer lugar en el 8º Concurso de Microcuentos #C280 2021, que organizó en Venezuela la entidad financiera Banesco Banco Universal para historias que pudieran narrarse en los 280 caracteres que admite una publicación en la mencionada red social. Además, logró que veintisiete de sus microcuentos entraran en la plantilla de 97 finalistas. Hoy los compartimos con nuestros lectores.

 

“Lo maté porque sabía demasiado sobre mí, además, tengo derecho a llevar una vida propia”, dijo el personaje.

Tercer lugar en el 8º Concurso de Microcuentos #C280 2021

 


 

Poeta, lo condeno a redactar comunicados militares por el resto de sus días —dijo el juez.


Frente al espejo escribió un cuento cursi de AMOR. Su reflejo ganó el concurso literario con un cuento acerca de ROMA.


“Al lápiz se le quebró la punta antes de poner el punto final, no es un final abierto”, dijo el escritor a los críticos.


Frente a frente, en el ascensor, advirtieron su olvido. No llevaban mascarillas. Sin duda, fue un beso de alto riesgo.


El escritor fue emplazado a poner los puntos sobre las íes. La confusión con las eles es imperdonable.


En aquel planeta, a un año de la pandemia, todavía se espera la renuncia masiva de todas las pitonisas.


El mosquito, desde chico, escuchó que la vela era una mujer con corona de fuego, que se desnudaba poco a poco y, además, se convertía en estatua. Hoy trató de besarla y ardió de amor.


Un árbol soñaba que los frutos contenían el silencio. Los poetas y los músicos, venían muy temprano a comer bajo su sombra. Un día, al sentir una herida en la corteza, el árbol despertó. Alguien había escrito lo siguiente: “el silencio es la música del poeta”.


Recuerda la humilde casa, los juegos de béisbol con sus amigos en el patio; primera base era el mandarino, segunda el árbol de guayaba, tercera un charco de agua y home la casita del perro. Ahora, en el punto más alto de la ciudad, el millonario se siente perdido.


Siempre se supo que el caso se resolvería en la biblioteca. El escritor marcaba las páginas con los dedos de sus víctimas.


El artista fracasó muchas veces. Intentó hacer un autorretrato, pero desconocía las facciones. Intentó escribir un monólogo, pero sólo era dueño de palabras ajenas. Entonces, dejó la página en blanco.


El minicuento, a través del microscopio, observa al escritor. No entiende su desgano. “Pude haber sido una gran aventura”, piensa. Entonces, acaricia al borrador y desaparece.


Dicen que aquella flor venenosa, harta del romanticismo y la cursilería, mataba a los enamorados, poco a poco, entre cada “me quiere” y “no me quiere”.


El monstruo que vive en la parte de abajo de mi cama ha dicho que tiene miedo. Dice que teme al niño grosero que lo ve desde arriba. Para tranquilizarlo, le dije que vivo solo desde hace años. Ahora ambos estamos preocupados.


Afirmo que las aves no tienen pasado. Lo digo porque nunca he encontrado sus huellas en el aire. También porque, cuando vuelan, sus sombras lucen más lejanas. Y más aún, porque sería inútil llevar piedras a las nubes.


El sicario infalible se encuentra en un dilema. El encargo de hoy es el de su amada. ¡Qué gran contrariedad! —piensa. Se debate entre fingir locura momentánea o, tal vez, eliminar al guionista.


El escritor siente el frío de su exilio. Lo siente como si borrara los mejores versos de un poema. Siente la ausencia del calor de la mano que escribe en la tierra firme. Se pregunta si está en un cielo oscuro o si se ha convertido en un pájaro vendado.


Las moscas se comieron al águila que no cazaba moscas.


El camello apuró el paso, el ojo de la aguja se estaba cerrando.


Ese perro loco del vecino en verdad se creía un gato. Sus siete fantasmas aún me molestan.


Y, así, aquella estrella fugaz pasó de nuevo, una y otra vez, dando chance a aquellos amantes indecisos, pero por miedo u otra causa, nunca pidieron ese deseo de estar juntos para siempre.


El príncipe sintió el frío del agudo metal. Cayó estrepitosamente de rodillas, luego largo a largo sobre su sangre; no era azul.


El jefe de la banda lleva 50 funerales a favor y ninguno en contra.


En aquel país prohibieron la poesía. Entonces los pájaros entonaron nuevas melodías, los araguaneyes incendiaron los días de ramos amarillos, el verde y el azul crearon nuevas fronteras.


El hombre contó tantos ceros a la izquierda que cuando quiso regresar no pudo porque había desaparecido.


Me metí tanto en el personaje de aquel detective implacable que al guionista no le quedó otra alternativa que borrarme cuando se enteró de mis sospechas sobre él.


Aunque las funciones están suspendidas, todos los días se maquilla puntualmente para dar color a la vida. También agranda más sus bolsillos para meter la esperanza. Así, la vida del payaso.

Ricardo Jesús Mejías Hernández
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