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Mis razones

jueves 16 de diciembre de 2021
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Eduardo:

¿Cómo estás? Soy tu adorada tía solterona, la más divertida que tienes. No es necesario ser una lumbrera para notarlo. Ahora voy a contestar las cartas que me mandaste. A pesar de que suelo responder enseguida, me di un tiempo para pensar en las palabras correctas. De cualquier modo, dos semanas de reflexión han sido suficientes. Es por eso que me corresponde empezar: en una de las notas que me enviaste por correo, gesto que tuve la desgracia de inculcarte, me preguntaste por qué no me agradaba la idea de que fueras un artista como yo. Advertí la tristeza en lo que expresabas. Y ese es el quid del asunto: los estados de ánimo grises y la inconformidad.

Ya sé que vas a saltar con un “no te entiendo”. Ustedes los hombres ostentan esa virtud: la de no comprender nada. También señalarás que soy injusta al lado de una turba de peros. Igualmente, te estoy subestimando. Eres un chico listo, demasiado para mi gusto. Eso significa que no quiero que te mortifiques. Además, ese grupo que idolatras, y al que pertenezco, es más sensible de lo normal. Por consiguiente, ese es el problema. Cuando gozas de una personalidad así, observas lo que la mayoría no. Te pongo un ejemplo: siempre me percato de las crueldades de la realidad. Como resultado, soy víctima del pesar de manera constante. ¿Por qué imaginas que prefiero mantenerme encerrada con Azul, mi gata malévola? Por otro lado, hice un esfuerzo para salir contigo cuando pernoctabas aquí de pequeño. Supongo que por ese motivo luces esos intereses, tomando en cuenta que te llevaba a las librerías, permitía que te sentaras en las mesitas dispuestas para los mocosos y te compraba libros. Incluso me lo confesaste en uno de tus textos. Es decir, encendí la chispa de tu creatividad, te ofrecí boletos para viajar a otros mundos cuando te regalaba novelas y escribía cuentos para que los llevaras a tu casa. Me acuerdo de que tu madre se ponía quejicosa. Le exigías que te leyera un trabajo que construí y dediqué. Hablaba sobre un niño y su pelota de puntitos naranjas. Daniela me dijo que te evocaba el momento cuando perdiste tu oso de felpa. Por lo tanto, llorabas a mares.

Bien, vas a pensar que me desvío del tema, mas no lo hago: existe una llama en ti que no tuve la dicha de apagar. Ahora mírate, escribiendo relatos, cartas y otras patrañas, contándole a todo el mundo que quisiste ser tan talentoso como tu famosa y honorable tía. En una oportunidad traté de serenarme y convencerme de que, al menos, no saliste poeta. Te juro que hubiera sido la gota que derramó el vaso.

Sospecho que me convenía ser albañil: así jamás te habrías apasionado por los libros ni hubieses volado por el espacio, sentado en el sofá de mi estudio mientras escribía en el ordenador.

Asimismo, descubrí que eras un niño en extremo sensible, introvertido y tan propenso a la depresión como esta vieja cascarrabias. En cualquier caso, me siento orgullosa. Eso no niega que piense que debiste ser ingeniero: muchos carecen de imaginación. En otras palabras, el artista es alguien que no suele encajar en una sociedad en la que ser feliz (o aparentarlo) es una norma. Emociones como la aflicción y la congoja son muy mal vistas. Es imprescindible que lo tengas en mente. Verbigracia: tu difunto abuelo, un ignorante, solía decir que yo exudaba energía negativa en las etapas en las que me apreciaba chiquita y endeble. A lo que quiero llegar es que el mundo no está hecho para aceptar al raro. Por fortuna, hay quienes proclaman que lo diferente es fundamental, pero considero que todo es más fácil cuando somos piezas del mismo enjambre.

Es importante que agregue lo que ya degustas: pavoneo la forma de pensar de un cuadrado. Existen cosas que no voy a consentir. Sin embargo, es probable que tenga que encogerme de hombros contigo. Además, te he transformado en mi alumno sin darme cuenta. Lo peor es que lo captaste y lo presumes casi con megáfono. En ocasiones, sospecho que me convenía ser albañil: así jamás te habrías apasionado por los libros ni hubieses volado por el espacio, sentado en el sofá de mi estudio mientras escribía en el ordenador. Pese a mis lamentos, asimilo que hice bien algo en lo que ni siquiera me esforcé. Y aún reflexiono sobre tu primer ensayo, en el que debías exteriorizar quién era la persona a la que más admirabas. Te desvelo que me sentí contenta, pero intranquila al revisarlo. Es que vi potencial, me percaté de que podías ser lo que no quería que fueses porque ese camino está lleno de tachuelas. Por supuesto, no tienes un padre psicótico, pero sufres al perder concursos y te sientes desamparado en ciertos instantes. Me lo comentas en tus cartas. En este punto, te invito a seguir aprendiendo y perseverando. Me disgusta, pero tampoco ansío castrar tu amor por la ficción. De hecho, leo esta cháchara y juzgo que desisto. Naciste con esa peculiaridad: la sensibilidad artística, y ya no hay nada que pueda impedir.

Bueno, es mejor que elabore un cierre. Tal vez beba una infusión para tratar de olvidar que mi sobrino es un artista. De cualquier modo, me siento realizada. Al menos te expliqué mis razones de la manera más fina posible.

Por otra parte, espero que vengas pronto. Azul te querrá besar a dentadas. Sin duda, adivina que estoy escribiéndote. Por eso intenta devorar mi brazo mientras trato de concluir mi respuesta. Tienes talento, no lo olvides. También considera lo de la ingeniería. Please, Eduardo. Aún estás a tiempo. Y no te burles. De otro modo, te invito a sumergirte en mi autobiografía titulada: Necesito un té de toronjil, algo que requiero luego de redactar este discurso que tuviste la desgracia de pedirme.

Hablando en serio, observa lo anterior como la perspectiva de una escritora cascarrabias de sesenta años. No estás obligado a reflexionar sobre ello. A propósito, gracias por confesarme que mi novela te partió el corazón, tanto que no lograste abandonar el llanto cuando alcanzaste el final. A veces pienso que nos saliste al revés, mijo, pero esa sensibilidad tuya es la que te dio la cualidad de enternecerme y querer lo mejor para ti.

¡Lo que me faltaba! Vinieron a mi mente los días cuando te acercabas con timidez a la mesa del comedor. No olvido que, enseguida, buscabas una hoja y lápices de colores para dibujar conmigo. Evidentemente, no buscaste el modelo adecuado, pero me siento alegre. También te propongo una idea maravillosa: ser puro y solterón como yo. Piénsalo, niño, así me ahorrarías algunos infartos.

Katherine, tu tía escritora.

Ivanna Zambrano Ayala
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