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Poética de la hispanidad

martes 21 de diciembre de 2021

¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
— La vida es sueño

“Un espectro amenaza al hispanismo. El espectro de la estética”. Esas fueron las últimas palabras del protagonista de una novela titulada Desde Germania, con pavor. Las malas lenguas cuentan que esta obra fue publicada entre los años 1790 y 1810 y que comparte una curiosidad digna de una conjugación entre El Lazarillo y el capítulo IX del Quijote. Esto se ha convertido de gran interés para la comunidad literaria y no erraría en decir que he llegado a contribuir, pero todo culminó en concordar unánimemente la anonimia del texto a pesar de estudios rigurosos. Sin embargo, a pesar del anonimato, el “Prólogo” ofrece una exposición de gran interés; rechaza la posibilidad de haber sido creada por el volksgeist que muchos quieren poner de moda. He aquí una extracción misma del texto:

Veo a muchos querer vender la idea de que La odisea fue una construcción social, hecha por el espíritu del pueblo y no por Homero. ¿A dónde queremos llegar con esto? La literatura, como la vida, no tolera irracionalismos; si los hay, están en el arte, engendrados por la Razón. Bastaría con preguntarle a Alonso Quijano, ya que don Quijote no corresponde ni a la realidad ficticia del Quijote: es un invento irracional por parte de otro invento racional. De lo que leerás, querido lector —que a la vez eres de carne y hueso—, todo origina de una pluma y de una mano (xi).

A todo esto, he llegado a pensar en la indecencia de sólo estar dándole tiempo al origen de la obra, como si lo único a destacar es llegar a saber quién la ha escrito. Me irrita ese afán. Yo siempre he estado maravillado del protagonista, a quien sí se le sabe su identidad: Friedrich Ludwig von Vastonzölch. Si se me permite, gustaría narrar una sección de la novela para dar una fuente rentable que le quedaría corto decir que es de primera mano:

Friedrich había recibido una entrada para un museo de arte hispano-grecolatino. Cuando llegó a la sede del museo, notó que en todas partes del museo había psicólogos preguntando a los observadores por sus estados emocionales. Una psicóloga llegó a preguntarle a Friedrich cómo se sentía y él procedió a mirarla con una mirada entorpecedora. Inmediatamente pasó a unirse al grupo de visitantes para ver las esculturas, pinturas y artefactos históricos. A los diez minutos, ya se le había preguntado a Friedrich por su estado anímico cinco veces; reiteró que no habría razón para estar mal. Lo último del museo fue Las meninas de Diego Velázquez. Friedrich llegó a preguntar sobre las técnicas en la obra; deseaba saber cómo se gestiona el componente metaartístico tan incitante para las líneas divisorias entre realidad y arte. El dirigente del evento llegó a recalcar la ausencia de ese tipo de cosas, y rectificó: “Aquí sólo me dices lo que sientes al ver Las meninas. Tu estado emocional es lo esencial aquí y lo único que me importa. Nada más. Te me callas y te guardas esas ideas de análisis crítico” (33).

Dejando un poco fuera el criterio, Las meninas nunca me ha gustado mucho. Sus complejidades me revuelven lo poco que me resta de cerebro, algo no me ha tratado de lo más bien. Tras haberse quedado huérfano de análisis artístico, Friedrich decidió ir a una casa de dramaturgia el día después del episodio del museo. Buscaba una respuesta. Desafortunadamente, allí en ese lugar infernal, los disfraces no eran sólo para su uso teatral. Las personas de allí eran dioses de la psicología y la metafísica, aseguraban ser y sentirse otros. Una jovencita llegó a revelarle a Friedrich —de hecho, fue un intento incesante para convencerlo— que ella era un anciano con un bastón hecho de caoba y que había estado en una guerra napoleónica. Él había desmontado ese triste argumento por la gran obviedad de que era una niña de unos diez años. Ella afirmaba que se sentía anciano y pensó tener memoria de las guerras. Alonso Quijano también sentía ser don Quijote, caballero andante medieval de la Mancha y todos vimos todo lo que le llegó a suceder al pobre. Friedrich prosiguió a seguir caminando por la casa de dramaturgia donde llegó a verse las caras con un señor gordo y de avanzada edad, de barba muy canosa, bajo de estatura y aspecto cansado. Ese viejo se había disfrazado de Aquiles. El viejo se había puesto en guardia y retaba a Friedrich a un combate a pesar del aspecto físico y su edad. Aquello no había sido obra de la ironía ni de la broma por más que sí se le haya parecido a Friedrich; el señor sentía y pensaba ser en realidad el gran guerrero troyano de la mitología griega. Días después se llegó a lamentar la noticia de un periódico donde al parecer había muerto ese mismo señor por haberse metido con un perro muy bravo y feroz, pensando que era un minotauro.

¿De dónde va a venir la ficción? ¿Del inconsciente? ¿Existe el inconsciente? ¿Porque lo dice Freud?

Siempre he catalogado ese episodio de la novela como una verdadera joya. Los críticos sólo podrán llegar a imaginarse —o hasta inventarse— la intención del escritor. Sería caer en una trampa negar al escritor de esa novela. Estoy un poco preocupado a dónde podría llegar eso, les seré muy franco; he empezado a ver muchos estudios relacionados con la “hermenéutica”, de dar paso a un “yo” repleto de subjetividad literaria. El episodio “La casa de dramaturgia” es, claramente, una especie de homenaje hacia al episodio de “La cueva de Montesinos” del Quijote; pero, por otro lado, erraría en descartar que pueda llegar a ser la crisis de la cual padece la mímesis en el arte. No he decidido lo adecuado de forma definitiva, aunque mis reflexiones me han inclinado hacia la segunda opción. Con tiempo, llegué a la conclusión de no permitir que se prescinda del componente mimético en el arte a pesar de contar con elementos ficticios. La literatura requiere de la ficción, desde luego, y esa misma ficción debe responder —porque no hay otra manera— a la realidad. Maese Pedro, ¡cómo es menester tu retablo!

¿La ficción no forma parte de la realidad? Creo haber encontrado algo de lo contrario en el episodio “La casa de dramaturgia”. La ficción tiene que venir de una parte, ¿no es así? Tal y como el idealismo y el romanticismo emergen actualmente porque la Ilustración fue una realidad tangible y empírica. El futuro así será. Se construirá una realidad visible, factible, irrechazable y moderna que dará lugar a que otra cosa pueda darse el lujo de existir; pero nunca por sí sola. ¿De dónde va a venir la ficción? ¿Del inconsciente? ¿Existe el inconsciente? ¿Porque lo dice Freud? Él relacionaría el pensamiento de un pájaro volando a una inclinación sexual. Por Dios, no podemos admitir esto. Francamente, temo que se tomen en serio a Freud, su obra está tan fuera de quicio que podemos sin dificultad catalogarla como una ficción. Pero ¿de qué nos sirve, Dios, de qué nos sirve? ¿Qué importaría meter la obra de Freud dentro del mundo de la ficción en estos tiempos? ¿Acaso alguien puede distinguir la realidad de la falsedad? De qué nos sirve.

 

II

Durante las próximas semanas, Friedrich anduvo por el pueblo encargándose de mandados dignos de la irresponsabilidad. Sin haberse dado cuenta, una joven había empezado a seguirlo. Su nombre era Matilda von Terhagen y había visto a Friedrich desde el episodio del museo. No podría argumentarse como accidental la forma como se conocieron, el escritor de la novela deja entender la intervención de una fuerza externa. Yo siempre he sido creyente de un tipo de fuerza: la de mi religión. Pero no creo que Dios o Cristo estuviesen detrás de este acontecimiento que profesa el escritor. Se los aseguro: el mundo que se ha construido en Desde Germania, con pavor —inventado, nunca mejor dicho—, sólo pudo haber sido con la ausencia de Dios. La religión de allí es de otro tipo y le he pedido a Dios que en el futuro no vayan a querer imponer un Jardín de Edén apócrifo; esto de traer un Paraíso a la Tierra es de una gran inquietud. Te lo pido, Dios mío… que no se politice este emergente idealismo. El encuentro entre ellos en el parque no deja de ser irónico. Matilda, tras unos primeros intercambios de cortesía con Friedrich, necesitaba confesar un sueño que ha estado sufriendo desde haberlo visto en el museo. Con un rostro que reflejaría la agonía, Matilda pidió la ayuda de Friedrich para aclarar de una vez por todas el significado. Para ella, el sueño era inexplicable.

Antes de describirle el sueño a Friedrich, Matilda empezó por preguntar algo que aterraría a unos cuantos farisaicos:

Friedrich, ¿quiénes son los que sueñan? ¿Y quiénes los que hacen? Pregunto porque empiezo a sospechar de nuestra forma de soñar. ¿Qué es soñar?

Se tomó un momento para responder. Esta pausa me ha dado un poco de duda en las veces que he leído la novela; no sé si Friedrich pensó en falsificarle algo porque la respuesta a esa pregunta era una confirmación que conducía a una crisis mental desproporcionada. Pero ¿qué más si no una crisis mental en la realidad de Desde Germania, con pavor? Friedrich llegó a exponer que los que sueñan son los que pueden darse el lujo de soñar: los idealistas, y que donde hay idealistas que sólo sueñan… hay realistas que hacen y sólo hacen. Con esta exposición, Friedrich se forzó a toparse a sí mismo con unas preguntas: ¿qué tipo de personas pueden darse el lujo de soñar? ¿Y quiénes no? ¿Quiénes pueden llegar a desafiar la compatibilidad con la realidad? Friedrich contestó que sólo unos cuantos pueden intentar ese terrible desafío; ellos pueden darse el lujo de la sinrazón porque ese fracaso inevitable no incomodará su forma de vida. Será una facilidad refugiarse en su realidad. Conviene, apuntó Friedrich, hacer notar la relevancia quijotesca en todo esto. Eso de estar imponiendo un idealismo a la realidad es algo de lo que pocos pueden llegar a gozar. ¡Sancho necesitaba ver los molinos de viento! Don Quijote… no. A esto, Matilda le respondió:

Nunca había escuchado a nadie hablar así. ¿Y nosotros qué, Friedrich? ¿Soñamos o hacemos?

Dios nos cuide del utopismo tanto externo como interno.

Friedrich mantuvo un gran silencio reflexivo; un silencio con los brazos abiertos para recibir la respuesta deseada. Matilda miró directamente hacia el piso después de unos momentos igual de reflexivos. Después, empezó a confesar su sueño con un miedo tan explícito que daba la impresión de haberse llevado a cabo en la vida real. Con tartamudeos, ella contó una serie de cosas ajenas a la psicología, cosas que siempre habían llegado a ser una imposibilidad. Friedrich vino a saber que en su sueño se manifestaba la blasfemia de que las cosas continúan su existencia. Matilda se había visto en un espejo que ofrecía por primera vez un indignante realismo. Qué milagroso. Dicho espejo le otorgó la realidad de su cabello castaño, de su tez clara, sus ojos marrones, la forma de sus labios y ojos; pestañas largas y cejas un poco gruesas; se dio cuenta de lo que era su altura. Matilda —como todo aquel que provenga de Desde Germania, con pavor— se encontró boquiabierta. Siempre había podido cambiar su realidad basada en el deseo mental. Unos días pensaba tener un color de cabello y días después pensaba en otro, cambiándosele; su tez, más morena un mes, un poco más clara otro mes; su nariz cambiaba a su gusto, la encogía, la reducía, la acomodaba, la crecía, la adelgazaba; tanto sus cejas como sus pestañas se encogían y se agrandaban a su gusto. Todos esos cambios eran la norma en Germania. Matilda había razonado su gran y terrible realismo; digo terrible para aquellos que han empujado una serie de intentos en subjetivar la realidad. No podemos crear mundos falsos, sería un grandísimo error. Dios nos cuide del utopismo tanto externo como interno. Después de ver por primera vez el realismo inapelable, Matilda le dijo a Friedrich sobre la última parte del sueño: una aforística moneda de plata. La gran farsa para ella fue el arte de la continuidad. Esa única moneda desmontaba todo intento de subjetividad por parte de Matilda. Ella quiso imponer con su pensamiento que había tres monedas de oro. Matilda le recalcó a Friedrich el estrés que sufría de ver que no se convertía en tres monedas de oro cuando lo pensaba. Matilda le sollozó:

¿Qué significa esto, Friedrich? Pensaba y sentía en el fondo de mi corazón que eran tres y de oro puro. Pero algo aterrador y siniestro la mantenía plateada y singular. Te lo juro por nuestro sistema que la moneda seguía igual. ¿Cómo puede ser?

Friedrich fue franco. No pudo aclarar nada. Matilda, a pesar de no comprender el significado de los sueños, recordó sin fundamento la existencia de una historia similar. La historia era, de hecho, una especie de leyenda que se había transmitido de generación en generación. Lamentablemente para Friedrich sólo recordó su existencia y no la historia misma. Las leyendas se creen o no, por varios o por pocos, pero nadie llegó a creer que en realidad sucedió. Matilda confesó no recordar ni los detalles más pequeños de la leyenda ni cómo vino a saberla, pero Friedrich ya se había quedado más que interesado.

 

III

Ahora, lo que llegaré a relatar se ha convertido para mí en una capa errática de grises. Pero en estos días y en el porvenir, ¿quién no gozará del fenómeno que es la ambigüedad? Anticipo la utilidad de la ambigüedad; a algunos les será ventajosa para enmascarar ciertas carencias o ideas que simplemente no cuelan, pero aparentan seriedad. Días después, y con toda felicidad, Matilda von Terhagen trajo a casa de Friedrich un paquete donde se ubicaba lo que para algunos será una ficción verdadera y para otros una realidad falsa. Ella confesó no saber quién estaba detrás de dicho paquete, no esperaba nada de nadie. Encima del paquete tenía escrito lo que dedujeron como un nombre y un apellido: Herbert Ashe. En cuanto abrieron el paquete ellos estaban ante un inglés cursivo que titulaba el texto: A First Encyclopedia of Tlön. Vol. XI. No pudo haber sido más urgente la lectura que Friedrich veía como necesaria; es de lo más extraño, las urgencias nunca habían sido algo de qué preocuparse dentro del mundo de Desde Germania, con pavor. La noche que se había pensado Friedrich como infinita le ayudó a leer todo ese texto en su totalidad. Había descubierto el idealismo, la psicología como religión, lenguajes sin sustantivos, notó la escasez del espacio que daba lugar a actos sucesivos. Pero todo esto —aunque sí le había causado vértigo— no llegó a compararse con lo que leería. En la penúltima sección de la enciclopedia llegó con la blasfemia de un sofisma proclamado por un heresiarca de Tlön: las nueve monedas de cobre. Resulta que un individuo llamado X pierde nueve monedas de cobre un martes y durante los próximos días iban surgiendo a la luz de poco a poco las monedas. Es de notar —y cuidado con esto— cómo el individuo llamado Y llegó a dar con cuatro de esas monedas el jueves un poco herrumbradas por la lluvia del miércoles. Friedrich vio que para la sociedad de Tlön eso es una imposibilidad; había sido una paradoja de gran escándalo para los tlönitas ya que presuponía la objetividad del materialismo. Ese tipo de palabras eran completamente ajenas a Friedrich. Dado que había sido una imposibilidad para el mundo de Tlön la continua existencia de las cuatro monedas de cobre, Friedrich conectó algunas semejanzas de lo escrito allí con la de su realidad y el sueño de Matilda.

Me encontraba sentado en un café cuando de repente se acercó un señor y empezó a platicarme de espejos, infinitos y laberintos.

Ahora más que nunca se había convertido en una necesidad para Friedrich averiguar si tanto el soñar como el hacer eran equivalentes para ese realismo visto en Tlön; anhelaba cada vez más ver con sus propios ojos ese fenómeno. Importaba poco si llegase a ser benévolo o maligno, con tal que cesara la incomodidad de estar con la duda de residir en un mundo como Tlön.

Quien haya escrito esa trama en Desde Germania, con pavor debió de haberse inspirado por lo que considero la gran conspiración de mis tiempos. Las malas lenguas cuentan de un tal Ezra Buckley, millonario estadounidense de Memphis, que había sido reclutado para formar parte de un proyecto iniciado por una vieja sociedad secreta liderada por George Berkeley: la de crear un país llamado Uqbar. Pero Ezra Buckley fue más allá y propuso la construcción de un planeta en lugar de un país. Propulsado por un claro ateísmo —qué si no el ateísmo— quiso demostrarle a Dios que el hombre puede crear un mundo como Él. Al parecer no existen las palabras “paradoja” u “oxímoron” para esta gente, o simplemente no les interesa saberlas. Es algo de lo que tendremos que cuidarnos. No sé a dónde puede llevarnos creer o no creer en que esta conspiración esté detrás del capítulo sobre A First Encyclopedia of Tlön. Vol. XI. No olvido la primera vez en haber escuchado esa conspiración protagonizada por ese tal Ezra Buckley. Me encontraba sentado en un café cuando de repente se acercó un señor y empezó a platicarme de espejos, infinitos y laberintos. Después de contestarle lo que yo conocía sobre los laberintos, él pasó a contarme su origen. Era argentino de raíces europeas, con la Biblia y la barbarie grabadas en la sangre; mostraba una miraba perdida, era una vista nublada por el tiempo y por la genética según él; y sin olvidar, por supuesto, su tartamudeo tan característico. Y fue con ese tartamudeo que me contó la historia de Ezra Buckley antes de irse. Nunca lo volvería a ver. No creo poder hacerlo.

FINIS

RUMANIA, 1950

 

PUBLICADO EN
LA REVISTA LETRASOFÍA
BOGOTÁ, COLOMBIA
1955

 


 

IV
(Añadido posterior a la publicación de 1955 de las secciones I, II, III)

Un día, el narrador de este cuento hizo una relectura. Era de esperarse, conocía Desde Germania, con pavor, como Calderón conocía La vida es sueño. Una noche, el narrador estaba ante una imposibilidad: no daba rastro alguno la figura de Friedrich Ludwig von Vastonzölch en la novela. El narrador hojeó desesperado y con ansiedad sólo para encontrar a los personajes secundarios. El narrador se llegó a preguntar si se lo habría tragado la tierra. ¿¡Pero cuál tierra, hombre!?

Friedrich ya no se ubicaba en la realidad literaria, banal e irresponsable en Desde Germania, con pavor. Suplico que no empobrezcamos este gran escape; sería entorpecedor pensar que se ubica en una realidad equivalente a la de su narrador. Friedrich conquistó la gran y respetable hazaña de llegar a sobrepasar no sólo a su narrador, sino a su plano de realidad. Ahora, Federico Lugo de Vístenroy ha dejado por detrás tanto a la novela de la cual precedía como al que la narraba. Él está aquí, entre nosotros; conmigo, contigo, con el equipo editorial que revisa esta narrativa. Quizá pueda estar en una silla leyendo “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” de Jorge Luis Borges. Se ubica, digna e hispánicamente, lejos del encajonamiento a las paredes de la estética. ¿Y qué te ofrece la estética sino una ficción idealista? La nada. Yo también me escaparía.

MAGNUM FINIS

TEXAS, 1991
Jesús Alberto Amaya
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